Miles_Dei Veterano
Registrado: 17 Sep 2007 Mensajes: 11717
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Publicado:
Dom Dic 07, 2008 10:08 am Asunto:
Tema: El amor de Dios |
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HEINI escribió: | La verdad es que me parece innecesaria toda esta argumentación (puntos 1º y 2º) y me lo parece porque dudo mucho que un alma en la Bienaventuranza, sumida como está en la contemplación de la Esencia Divina, pueda distraer su atención de esta sublime ocupación para observar lo que hay a su alrededor. |
Y porqué dice entonces esto Cristo:
Os digo que, de igual modo, habrá más alegría en el cielo por un solo pecador que se convierta que por 99 justos que no tengan necesidad de conversión. (Lc 15, 7)
Como es obvio, parece ser que sí que se observa en el cielo lo que ocurre a su alrededor. Es más, si lo niegas destruyes la comunión de los santos.
El asunto es que todo lo que se conocerá entonces, se conocerá en Dios, del cual no se pierde la presencia de visión beatífica. Esto es lo que forma parte del aumento accidental de la gloria al cual me he referido.
HEINI escribió: |
Finalmente (punto 3º) ¿qué otra cosa hace Dios con las almas de los bienaventurados más que ampliar su capacidad de entendimiento para qué puedan gozar de la visión de la Esencia Divina? Y, siendo esto así, por qué razón este proceso va a tener un límite superior infranqueable, siendo infinito el amor de Dios por nosotros? |
La misma esencia de la visión beatífica es al argumento que niega tu perfección contínua, porque una vez concedido el Lumen Gloriae no se da más, porque se da en base a los méritos como algo sobrenatural y gratuito.
Deberías repasar el artículo 9 de la cuestión 62 de la Suma que trata esto claramente:
Cita: |
Contra esto: está el hecho de que merecer y progresar es algo propio del estado de la vida terrena. Pero los ángeles no están en dicho estado, sino en el de la vida eterna. Por lo tanto, los ángeles bienaventurados no pueden merecer ni progresar en la bienaventuranza
Respondo: En todo movimiento, la intención del que mueve está orientada a algo determinado, intentando llevar hasta ahí al móvil, ya que la intención está puesta en el fin. Pero como la criatura racional con sus solas fuerzas no puede alcanzar la propia bienaventuranza, que consiste en la visión de Dios, como dijimos (a.1 q.12 a.4), es evidente que necesita ser dirigida por Dios a la bienaventuranza. Por lo tanto, es necesario que exista algo determinado a lo que se oriente como a su fin último cualquier criatura racional.
Tratándose de la vida divina, este algo determinado no puede ser el mismo objeto visto, porque la suprema verdad es vista en diversos grados por todos los bienaventurados. Por el contrario, si se atiende al modo de visión, encontramos que la intención de quien dirige al fin, establece el fin de distintas maneras. No es posible que, por el hecho de que la criatura racional sea elevada a ver la suma esencia, sea elevada también al sumo modo de verla, que es la comprehensión; pues, por todo lo dicho (q.12 a.7; q.14 a.3), este modo sólo le corresponde a Dios. Pero como para comprehender a Dios se precisa una eficacia infinita, la capacidad de visión de la criatura es finita. Entre lo finito y lo infinito hay infinitos grados. Por lo tanto, hay que concluir que los modos de ver a Dios también son infinitos. Unos más claros, otros menos. Como la bienaventuranza consiste en la misma visión de Dios, el grado de la bienaventuranza consiste en un determinado modo de visión.
Así, pues, cada una de las criaturas racionales de tal manera es llevada por Dios a la bienaventuranza, que también es llevada por predestinación divina a un determinado grado de bienaventuranza. Por eso, conseguido aquel grado, no puede pasar a otro más elevado
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Royo MArín aduce la refutación completa del Padre Terrién a tal modo de entender la bienaventuranza que es el tuyo. Resumido, pues es un tanto extenso, viene a decir lo mismo que Santo Tomás: la condición esencial de la visión beatífica es destruida si se pone un crecimiento sin fín en los bienaventurados.
Esto es porque se confunde la esencia de la vida eterna con otras cosas, como son:
-la jerarquía: Aunque existan grados, no son los grados los que condicionan la visión beatífica, sino que estos vienen dados por la esencia de aquella. Luego no se trata de mantener lo que llamas jerarquía, sino de mantener la esencia de la visión en los distintos grados.
-el movimiento: parece que no se puede concebir una vida eterna sin movimiento. Pero se obvia que la perfección implica la inmovilidad que no deja de ser vida por ser lo más semejante al acto puro o motor inmóvil. Dios no se mueve ni se muda ni progresa y no por eso pierde su vida ni su perfección. Lo mismo los bienaventurados que son hombres y ángeles perfectos y son más perfectos cuanto menos se muevan y mudables sean y estén sin progreso.
Y eso nos lleva a considerar la misma esencia de la visión beatífica, que consiste en una iluminación del ser del hombre, una deificación en proporción a lo que es su merecimiento y que es lo que realmente puede soportar de contemplación de Dios cara a cara, dentro de los infinitos modos posibles que hay de verlo. Eso es lo que se llama la concesión del Lumen Gloriae, que se da según el mérito de cada uno.
El mérito es la gracia misma de Dios y el modo en que Dios ha decidido donarse a cada hombre en concreto, donde el misteriosamente elige a unos más y otros menos en función de la voluntad humana, con la que se armoniza de manera que hace que sus dones sean nuestros méritos. Dios no da más de lo que pide ni pide más de lo que da. Por eso sería negar toda la antropología de la gracia el decir que en la gloria seguiría dándose una especie de merecimiento o donación de Dios meritoria al hombre capaz de hacerle progresar en la visión de Dios.
La visión de Dios no es CANTIDAD. Es ACTO y por ello cada uno es actualizado en cuanto la potencialidad de su ser en gracia lo permite. Eso es el Lumen Gloriae. Como he dicho, todos estos modos de entender la gloria y la visión beatífica son propios de no abstraer adecuadamente y confundir la visión o contemplación de Dios con nuestro movimiento intelectual por abstracción y discurso aquí en la tierra. Por ejemplo el de una meditación. El modo de vida del cielo es el conocimiento intuitivo, donde todo se contempla de un golpe en un sólo acto. No existe el discurso, salvo en cuanto accidente, pues la esencia del conocer es la comunicación directa de lo que se conoce: la misma esencia de Dios que llena el alma sin necesidad de especie intelectiva que haga de mediación.
Aquí en la tierra tal estado es sólo atisbado por los estados más altos de la contemplación donde se da alguna especie intelectiva muy simple que transmite la intensidad de ese acto. Y eso comparado con lo que es el conocer a Dios del cielo no es nada, aunque se le asemeje tal como a la luz del sol se asemeja la luz de una bombillita en la noche y por ella tratara de serle explicado lo que es el sol como millones de millones de bombillas.
Un saludo en la Paz de Cristo. _________________
Se trabó un gran combate en el cielo: Miguel y sus ángeles luchaban contra el dragón. (Apoc 12, 7)
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HEINI Asiduo
Registrado: 05 Nov 2007 Mensajes: 315
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Publicado:
Mar Dic 09, 2008 1:28 pm Asunto:
El amor de Dios
Tema: El amor de Dios |
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Miles dice:
“…parece ser que sí que se observa en el cielo lo que ocurre a su alrededor. Es más, si lo niegas destruyes la comunión de los santos.”
Todos aportamos lo poco o mucho que cada uno pueda al bien común, pero la administración del bien común, su reparto, es trabajo de Dios, no nuestro por tanto no se necesita apartar nuestra atención de Dios para que tenga lugar la comunión de los santos
Miles dice:
“El asunto es que todo lo que se conocerá entonces, se conocerá en Dios, del cual no se pierde la presencia de visión beatífica.”
Efectivamente y, ¿Por qué? Porque todos estarán en Dios y así es inevitable que todo lo que conozcamos, lo conozcamos en Dios y así también sin perder la visión de Dios se tendrá la visión del resto de los bienaventurados
Miles dice:
Deberías repasar el artículo 9 de la cuestión 62 de la Suma que trata esto claramente:
Cita:
Contra esto: está el hecho de que merecer y progresar es algo propio del estado de la vida terrena. Pero los ángeles no están en dicho estado, sino en el de la vida eterna. Por lo tanto, los ángeles bienaventurados no pueden merecer ni progresar en la bienaventuranza
Respondo: En todo movimiento, la intención del que mueve está orientada a algo determinado, intentando llevar hasta ahí al móvil, ya que la intención está puesta en el fin. Pero como la criatura racional con sus solas fuerzas no puede alcanzar la propia bienaventuranza, que consiste en la visión de Dios, como dijimos (a.1 q.12 a.4), es evidente que necesita ser dirigida por Dios a la bienaventuranza. Por lo tanto, es necesario que exista algo determinado a lo que se oriente como a su fin último cualquier criatura racional.
Tratándose de la vida divina, este algo determinado no puede ser el mismo objeto visto, porque la suprema verdad es vista en diversos grados por todos los bienaventurados. Por el contrario, si se atiende al modo de visión, encontramos que la intención de quien dirige al fin, establece el fin de distintas maneras. No es posible que, por el hecho de que la criatura racional sea elevada a ver la suma esencia, sea elevada también al sumo modo de verla, que es la comprehensión; pues, por todo lo dicho (q.12 a.7; q.14 a.3), este modo sólo le corresponde a Dios. Pero como para comprehender a Dios se precisa una eficacia infinita, la capacidad de visión de la criatura es finita. Entre lo finito y lo infinito hay infinitos grados. Por lo tanto, hay que concluir que los modos de ver a Dios también son infinitos. Unos más claros, otros menos. Como la bienaventuranza consiste en la misma visión de Dios, el grado de la bienaventuranza consiste en un determinado modo de visión.
Así, pues, cada una de las criaturas racionales de tal manera es llevada por Dios a la bienaventuranza, que también es llevada por predestinación divina a un determinado grado de bienaventuranza. Por eso, conseguido aquel grado, no puede pasar a otro más elevado
“…merecer y progresar es algo propio de la vida terrena…”
Parece, efectivamente, que merecer es algo propio de la vida terrena, pero ¿progresar? Acaso, ¿no se progresa al pasar del Purgatorio a la Bienaventuranza? El propio Santo Tomás lo reconoce cuando dice:
“…como la criatura racional con sus solas fuerzas no puede alcanzar la propia bienaventuranza…necesita ser dirigida por Dios a la bienaventuranza.”
Sin embargo cuando afirma que “…conseguido aquel grado, no puede pasar a otro más elevado” se basa en la predestinación que concede a cada uno un determinado grado de bienaventuranza. Este determinado grado no se puede definir en relación con Dios, pues Dios es infinito, solo puede definirse de forma relativa, es decir, con referencia a las demás criaturas.
Si la Virgen María, sin duda alguna, ocupa el grado más elevado de bienaventuranza entre todas las criaturas ello no implica que para que lo siga ocupando deba ser necesario la imposibilidad de progresar, pues el progreso en la bienaventuranza ya no tiene su origen en los merecimientos sino exclusivamente en la bondad y amor infinitos de Dios que derrama su Gracia entre todos los bienaventurados por igual, de forma que la Virgen siempre ocupará el grado más elevado.
La posición, el lugar que algo ocupa en el espacio, se puede definir de dos formas. De forma absoluta o de forma relativa.
Para poder definir una posición de forma absoluta se requiere, obligadamente, una referencia absoluta. Una referencia que sea fija e invariable. Desde luego estaremos todos de acuerdo en que ese tipo de referencia en la Realidad material, en nuestro Universo, no existe.
Por eso la posición de algo en nuestro Universo solo puede ser definida de forma relativa, es decir, indicando su situación en referencia o relación a otros objetos que, a su vez, ocupan una posición aparentemente fija con respecto al primero.
Ahora bien la Bienaventuranza, la Eternidad, es el no-tiempo, el no-espacio es, en una palabra, Dios e incluso los bienaventurados están en El, participados y participando en El.
De forma similar a lo que ocurre con la posición en el espacio, el grado de bienaventuranza no puede definirse refiriéndolo a Dios, solo puede definirse refiriéndolo a los demás bienaventurados. No se puede definir el grado de bienaventuranza de una criatura determinada diciendo que su comprensión de Dios es de un 0,01 por ciento de Dios porque Dios es infinito y cualquier cantidad dividida por infinito es cero. En cambio, si puedo definir su grado de bienaventuranza con relación al de otra criatura y decir si es mayor o menor. Pido disculpas por la grosería del ejemplo.
-el movimiento: parece que no se puede concebir una vida eterna sin movimiento. Pero se obvia que la perfección implica la inmovilidad que no deja de ser vida por ser lo más semejante al acto puro o motor inmóvil. Dios no se mueve ni se muda ni progresa y no por eso pierde su vida ni su perfección. Lo mismo los bienaventurados que son hombres y ángeles perfectos y son más perfectos cuanto menos se muevan y mudables sean y estén sin progreso.
El movimiento implica imperfección y por ello Dios, que es la perfección suma, es inmutable. Sin embargo en este párrafo hay un error, pues razona como si la perfección de Dios tuviera su origen en su inmutabilidad cuando, en realidad, es al revés: la inmutabilidad de Dios es consecuencia de su perfección.
El error está en la frase “…los bienaventurados…son más perfectos cuanto menos se muevan…”
Si en el Purgatorio, sin haberse librado todavía de sus imperfecciones, sin haber recibido todavía la Gracia que reciben las almas bienaventuradas, la confusa visión que ya tienen de Dios las almas que allí esperan su purificación hace que su espera sea dolorosa e insoportable por la necesidad absoluta que ya experimentan por Dios, ¿qué sentirían las almas bienaventuradas, cuyo conocimiento de Dios es mucho más perfecto que el de las almas del Purgatorio, si supieran que no han de progresar más en su visión de Dios? ¿No sería peor que el Infierno?
¿Cómo puede negársele a un entendimiento creado el deseo de perfeccionarse más y más?
¿Cómo puede un entendimiento creado que, de lo que conoce deduce la infinita grandeza de que le queda por conocer, aceptar, sin experimentar una angustia peor que la del Infierno, el fin de su progreso hacia Dios?
Sería como si Dios le dijera a un alma bienaventurada: No deseo que me ames más de lo que me amas ahora. ¡¡…!!
María Simma (hablando del purgatorio)
Diría que es una invención genial por parte de Dios. Y aquí quisiera proponerles una imagen toda mía. Supongan que un día se abre una puerta y aparece un ser extraordinariamente bello, de una belleza tal, nunca vista sobre la tierra. Aquí quedan fascinados, trastornados por este SER de luz y de belleza, tanto más que él demuestra estar locamente enamorado de ustedes (lo que nunca se hubiesen imaginado); se dan cuenta que también él tiene un gran deseo de atraerlos a sí, de abrazarlos; y el fuego del amor que quema ya en sus corazones los empuja seguramente a precipitarse entre sus brazos. Pero ustedes, se dan cuenta, en ese preciso instante, de que hace meses que no se lavan, que huelen mal, que se sienten horriblemente feos; tienen la nariz que chorrea, los cabellos grasosos y pegoteados, horribles manchas de suciedad sobre la ropa, etc., etc. Entonces se dicen a sí mismos: "¡No, no es posible que yo me presente en este estado!. Es preciso que antes me lave, me duche, y luego, rápidamente, regrese a verlo…". Pero he aquí que el amor nacido en sus corazones es tan intenso, tan fuerte, tan abrasador, que este atraso debido a la ducha es absolutamente insoportable. Y el dolor mismo de la ausencia, aunque dure sólo pocos minutos, causa un ardor atroz en el corazón. Y, ciertamente, este ardor es proporcional a la intensidad de la revelación del amor: es una Llama de amor
Pues bien, el Purgatorio es exactamente esto. Es un atraso impuesto por nuestra impureza, un atraso antes del abrazo de Dios, una Llama de amor que hace sufrir terriblemente; una espera, o si quieren, una nostalgia, del Amor. Es precisamente esta Llama, esta ardorosa nostalgia la que nos purifica de todo lo que aún es impuro en nosotros. Me atrevería a decir que el Purgatorio es un lugar de deseo, del deseo loco de Dios, de Dios que ya ha sido reconocido y visto, pero al cual el alma todavía no se ha unido.
Las almas del Purgatorio hablan con frecuencia con María sobre ese gran deseo, de esa sed que tienen de Dios, y cómo ese deseo es para ellas profundamente doloroso; es, sin duda, una verdadera agonía. En la práctica el Purgatorio es una gran crisis, una crisis que nace de la falta de Dios.
Sobre esto he querido que María nos precisara un punto fundamental:
- María, ¿las almas del Purgatorio prueban alegría y esperanza en medio de sus sufrimientos?
- Sí, ningún alma quisiera volver del Purgatorio a la tierra, porque ellas ya tienen un conocimiento de Dios infinitamente superior al nuestro, y no podrían nunca más decidirse a regresar a las tinieblas de este mundo. He aquí, entonces, la gran diferencia entre los sufrimientos del Purgatorio y los de la tierra: en el Purgatorio, aunque sea terrible el dolor del alma, la certeza que se tiene de vivir con Dios es tan fuerte e indestructible que el gozo de esta certeza supera aun el dolor; y por nada del mundo esas almas quisieran volver a vivir sobre la tierra donde, al fin de cuentas, nunca se tiene seguridad de nada.
- María, ¿ahora podrías decirnos si es Dios quien envía un alma al Purgatorio, o si, en cambio, es el alma misma quien decide de ir allí?
- Es el alma misma quien quiere ir al Purgatorio para purificarse, antes de entrar en el Paraíso. Pero aquí es preciso decir también que el alma, cuando está en el Purgatorio, se adhiere perfectamente a la voluntad de Dios; por ejemplo, se complace del bien y desea nuestro bien; experimenta tanto amor por Dios, y también por quienes aún estamos en la tierra. Estas almas están perfectamente unidas al Espíritu de Dios o, si quieren, a la Luz de Dios.
- María, ¿en el momento de la muerte, se ve a Dios en plena luz, o en manera confusa?.
- En manera aún confusa; con todo, hay una claridad tal, que basta, ciertamente, para tener nostalgia.
Catecismo de la Santa Iglesia Católica...
1718 Las bienaventuranzas responden al deseo natural de felicidad. Este deseo es de origen divino: Dios lo ha puesto en el corazón del hombre a fin de atraerlo hacia El, el único que lo puede satisfacer
1722 Semejante bienaventuranza supera la inteligencia y las solas fuerzas humanas. Es fruto del don gratuito de Dios. Por eso la llamamos sobrenatural, así como también llamamos sobrenatural la gracia que dispone al hombre a entrar en el gozo divino.
1997 La gracia es una participación en la vida de Dios. Nos introduce en la intimidad de la vida trinitaria: por el Bautismo el cristiano participa de la gracia de Cristo, Cabeza de su Cuerpo. Como ‘hijo adoptivo’ puede ahora llamar ‘Padre’ a Dios, en unión con el Hijo único. Recibe la vida del Espíritu que le infunde la caridad y que forma la Iglesia.
1998 Esta vocación a la vida eterna es sobrenatural. Depende enteramente de la iniciativa gratuita de Dios, porque sólo El puede revelarse y darse a sí mismo. Sobrepasa las capacidades de la inteligencia y las fuerzas de la voluntad humana, como las de toda criatura (cf 1 Co 2, 7-9).
“El que asciende no cesa nunca de ir de comienzo en comienzo mediante comienzos que no tienen fin. Jamás el que asciende deja de desear lo que ya conoce” (S. Gregorio de Nisa), siendo el amor de Dios infinito, su Gracia se seguirá derramando generosamente sobre las almas bienaventuradas y seguirá, por toda la eternidad, atrayéndolas hacia Sí. _________________ Si la Imperfección fuese una enfermedad, su síntoma sería el Tiempo |
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