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CAMINO DE SANTIAGO. CAMINO MISTICO.

 
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Autor Mensaje
Macarena Perez
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Registrado: 23 May 2009
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MensajePublicado: Sab May 23, 2009 8:33 pm    Asunto: CAMINO DE SANTIAGO. CAMINO MISTICO.
Tema: CAMINO DE SANTIAGO. CAMINO MISTICO.
Responder citando

La Historia avanza a paso firme por el centro, y no se perturba por lo que sucede a uno y otro lado.
Lo aseguró Hegel. Y en materia de esa Ciencia Nueva llamada Historia, Hegel no fue un cualquiera.
La mencionada es una de esas leyes tan fáciles de observar como imposibles de explicar por medios racionales. Leyes que se cumplen inexorablemente sin que la Humanidad pueda hacer otra cosa que tenerlas en cuenta, y, si acaso, hacer previsiones.

Ya el Yahvista avisó que la abundancia y la escasez se alternarían. Tiempo de vacas gordas, tiempo de vacas flacas, para la Humanidad lo importante, lo que ha quedado como patrimonio de aquellos siglos bíblicos, son las pirámides.
Las pirámides se alzaron sobreponiéndose a la anécdota casi cotidiana de si este año baja bien el Nilo, o si una plaga de langosta nos las iba a hacer pasar moradas.
Lo que queda en la Historia del Hombre es el esfuerzo aplicado en el centro, y no los tiquismiquis diarios que a medio plazo se anulan entre si.

En el Camino de Santiago se está pasando por una episódica enfermedad, llamada laicismo. La necesidad de pagar un tributo laico la reseño no como queja sino como parte del argumento.
La ofensiva laicista podría tomarse como una agresión emocional, o como un insulto descalificador, si no fuera porque cuando los solemnes hacen el ridículo se dispara la hilaridad de los peregrinos pobres viejos locos con corazón de niño.
Oír una y otra vez que la peregrinación a la tumba del Santo Patrón equivale a visitar la de Elvis en Memphis, o que este año ha sido muy bueno porque los peregrinos han dejado en Galicia una minicifra de euros, no indigna a los místicos camineros, sino que les abre la espita de un surtidor incontenible de carcajadas.
Esta risa no es proyectiva, sino que la produce la superioridad moral; tal y como les sucede a los chiquillajes ante el paseo del rey desnudo.

Obedeciendo a esa misteriosa ley que anotó Hegel, al rebrote materialista que ha surgido a un lado del Camino le ha nacido una antitesis espiritual en la orilla opuesta.

La más depurada esencia de la espiritualidad es la mística. Hay flores místicas, siempre las hubo, a la vera del Camino.
Y aquí están los peregrinos pobres viejos locos sin que nadie los convoque, sin la menor pretensión de hacer frente al materialismo, y con un cierto estupor al saberse a flote como resultado de una ley natural.

Los actuales místicos camineros no se suman por miles. Tampoco son “raras aves”. Los peregrinos pobres viejos locos han popularizado recientemente unas sensaciones, unas emociones, la entregada admiración a puntuales obras de arte, el interés por ciertos hitos geográficos, alguna devoción, e incluso un léxico.

Este artículo no da para hablar de la poesía mística actual, que es mala a rabiar. Ni del glorioso momento místico que viven las órdenes monásticas femeninas.
Nobleza obliga: lo que esta firma pueda explicar de mística no pasa de catón al lado de lo que sabe cualquier monja de clausura en sus años de sensatez.

La vida espiritual del Hombre se asemeja a la trayectoria de un bumerán. Una ida preparatoria, un cambio de sentido, y un feraz feliz regreso.
Esta metáfora está inspirada en otra metáfora agrícola del Boss. Para el Boss la preparación es tiempo de siembra, y el regreso tiempo de siega.

Se deduce de lo dicho que en principio todos los peregrinos son potencialmente místicos, pues esa trayectoria forma parte de la condición humana.
Otra cosa es que los necios, los impíos (racionalistas), y los bufones, no consigan pasar el examen de selectividad que supone la fase preparatoria.
Así mismo, se quedan sin la felicidad esencial, exenta de alienaciones, que se disfruta en el “tiempo de siega”, en esa etapa a la que llamaré “creativa”, aquellos que asumen responsabilidades sociales.
Ejemplo: Moisés. Su experiencia de Dios, su cara a cara con Yahvé, es casi permanente, pero la responsabilidad que adquiere para con su pueblo le impedirá disfrutar de la paz interior que conoce y atisba en la Tierra Prometida.
Este ejemplo se puede rebajar de intensidad hasta llegar a comprender por qué se queda sin catar un sorbo de misticismo, por a pulso que se gane varias “compostelas”, un modélico padre de familia numerosa agobiado por el pago de su hipoteca y la responsabilidad de sacar adelante a su prole.

Para enriquecer este artículo incluyendo alguna singularidad de la mística caminera, se precisa del soporte de una tipificación del fenómeno místico.
Las definiciones académicas de la palabra mística sólo se ponen de acuerdo en dos cosas, en su etimología (misterio), y en su humorístico parentesco con mistificación. Los académicos aciertan. No llegaremos a desvelar el misterio; y pasar de místico a farsante puede ser sólo cuestión de precio.

La mística caminera es católica. Tras esa tipificación, parecía recomendable una consulta en un manual de Teología Mística.
Teología y Mística componen un oxímoron, pero no hay místico que se arredre ante el reto de armonizar una buena paradoja.
Se encuentra el texto. Se inicia la lectura. La primera parte del tomo se dedica a Teología Mística Negativa. Esta rama de la teología sitúa al teólogo en la ignorancia de lo que puede ser Dios, y la presunción de que conoce lo que no es Dios.
El teólogo toma al Todo. Lo descorteza. Lo amputa. Lo desbasta. Lo pule. El Misterio es esquivo. Al Misterio le gusta jugar al escondite. Se restan los argumentos destinados a convencer a los previamente convencidos. Y el Todo queda en Nada.
“El Dios de la Nada” (Angel Valente). Ya anuncié que la poesía mística reciente es mala a rabiar. Pero anda que la teología que le ofreció cobertura…
Después de tragarse el sapo, se reinicia la lectura con la segunda parte del texto. Se llega a un párrafo en que se asegura que entre los síntomas de misticismo está la aparición de los estigmas de la Pasión. El místico cierra respetuosamente el libro. A los peregrinos pobres viejos locos no les salen… ni ampollas.

Lo “sobrenatural” del misticismo se produce en la mencionada fase creativa, y consiste en fugaces contactos directos con la Divinidad, y en una excitación frenética de las neuronas. Este hervor del pensamiento se traduce en una superación estacionaria del límite intelectual que el propio místico se reconoce. El místico se sincera y dice: “Nunca me caractericé por la brillantez ni la abundancia de mis intuiciones, y ahora puedo elegir entre las tres buenas ideas que se me ocurren cada mañana”.
El permanente estado de buen humor del peregrino pobre viejo loco, le permite asegurar que en esos momentos de superación intelectual “levita”. Es decir, que se ha situado por encima de su capacidad natural, y navega con fluidez por el Mar de la Divinidad.
Salamanca no presta lo que Naturaleza negó. La experiencia mística es más generosa que Salamanca.

Personalmente, me gusta presumir de “bilocación”, pues se me da muy bien despachar con aburridos interlocutores mientras, sin el menor género de duda, tengo mi cabeza puesta en Babia, y no faltarán “babiecas” que lo corroboren afirmando que la han visto por allí cuando hacían el Camino del Norte por la Costa.

Las lecturas hagiográficas son recomendables porque fomentan un noble deseo de emulación. Pero hay que contar con que estas lecturas también generan una percepción distorsionada de la realidad.
La lectura lleva a Don Quijote a ver metáforas (gigantes) donde la realidad ha puesto molinos. La lectura hagiográfica lleva al devoto a ver, o creer, realidades (levitaciones físicas), donde lo escrito es metáfora de una superación espiritual.
Dicho así, creo yo, quedan despejadas las dudas y vencidos los escepticismos. Los místicos “levitan”; es decir, que pasan por trances de sublimación intelectual y espiritual.

Hay que hacer partes entre lo “sobrenatural” y lo antinatural. El Misticismo es sobrenatural; lo antinatural, la ruptura del orden físico, el milagro, queda en “terra incognita” y en nada atañe al místico.
Los desajustes entre la verdad real y la verdad espiritual no afecta a las creencias matrices, e incluso prestan alguna ayudilla.
El Camino de Santiago es una verdad real milenaria, y a los peregrinos pobres viejos locos es de gran consuelo y estímulo comprobar que una mayoría de santos y héroes camineros fueron místicos.
A los venerados místicos camineros se les reconoce a primer golpe de vista porque unos dejaron guiños místicos en sus testimonios creativos (obras de arte), y otros, según aseguran sus hagiografías, “bilocaban” una barbaridad.

Toca responder a la pregunta del millón. ¿Es cierta la fusión del místico con la Divinidad? La respuesta es si. Rotundamente si. Sin metáforas, ni polisemias, ni ironías, ni reservas mentales: si.
La fusión por ósmosis entre la Divinidad y el místico, la experiencia unitiva que llamó Teresa de Avila, es singularidad mística femenina y católica.
Los varones varones podemos poner orden en la abrupta sintaxis de la santa, e incluso utilizar metáforas más modernas y menos crípticas, para explicar esa unificación de identidad entre el alma de una mujer y el espíritu de Dios. Pero los varones varones ni la experimentamos ni la envidiamos; tenemos compensaciones suficientes.
Esta unificación del alma (del inconsciente, por sinécdoque, si se quiere) con la Divinidad le sucede a la mujer mística en duermevela, con plena conciencia de lo que le está pasando. Pongamos como protagonista a una monja de clausura. La monja ha leído muchas veces en español actual, en tono realista y pormenorizado en qué consiste la experiencia. Y otras tantas veces de boca de sus compañeras más veteranas del convento que esos instantes son cruciales para el desarrollo de su vida contemplativa. No por estar perfectamente informada se librará de un cierto canguelo ante lo que rompe su tranquila cotidianidad, pero su voluntad está activa y lo acepta. Esta experiencia carece de connotación sexual, pero genera una suerte de enamoramiento, o maridaje espiritual con, de más está decirlo, el Hijo.
Dicho esto, se comprende que una tornera de capones, collejas, y pellizcos de monja en un examen de misticismo, al más voluntarioso de los peregrinos pobres viejos locos.

El Camino Francés, o el camino del francés como les gusta decir a los gabachos, es el mejor y mayor museo de misticismo que se pudiera concebir.
Hacer el Camino de Santiago, con una disposición intelectual activa, sitúa al peregrino en una rampa desde la que se puede dar un salto al misticismo sin mayores traumas.

Los primeros coqueteos de la Divinidad con el místico, los hace adoptando antiquísimas metáforas extraídas del medio rural, de la naturaleza, o de la agricultura. Zarzas en llamas, cisnes, ciervos heridos, nubes protectoras, senderos que se bifurcan, fuentes de agua dulce, enjambres de abejas, el canto de los gallos, las constelaciones, la cepa y los sarmientos, los trabajos y los días, son poca cosa para un lector urbano.
El peregrino advertido redescubre en la retahíla expuesta la vinculación de los Libros Revelados con la más pueril de las realidades.

No se precisa de gran talento, ni de mayores “levitaciones”, para deducir, por ejemplo, que la zarza que arde pero no se consume con que Dios se mostró a Moisés no es otra cosa que un rosal silvestre de rojos capullos émulos de la llama. Pasado el “carpe diem” de sus pétalos, quedará del rosal las espinosas yermas varas sin pulso.
Pero incombustible, el rosal revitalizará por Pascua Florida.
En tiempos de San Benito, un humilde jardinerito sabio plantó esquejes de rosal en los claustros de los conventos, y allí están mil quinientos años después para advertir al peregrino, místico en ciernes, que la Divinidad, al igual que a Moisés, al igual que al jardinerito sabio, al igual que a tantos otros generación tras generación, se le hará presente en forma de rosal, pues tanto la condición humana como la condición Divina permanecen inalterables.
Los peregrinos pobres viejos locos no ponen su mirada en un agobiante carcaj de flechas amarillas, sino en la zarza que arde sin consumirse: en los rosales.

No hay por qué temer que el Camino de Santiago muera de éxito, ni que el ávido materialismo mate a la gallina de los huevos de oro.
En el Camino carecen de relevancia las gallinas; quiquiriquean los gallos valientes anunciando algo más que la mañana.
Con el oro, muy amarillo, del Camino no se puede cuadrar cuentas de un balance mercantil.
El futuro del Camino no está en manos del extremismo material del laicismo, ni lo salvará el extremismo espiritual del misticismo. El futuro siempre es cosa del trabajo de los intermedios: la buena gente, el modélico padre de familia, los que pintan flechas amarillas, y hasta…



El artículo titulado “El Camino Místico” se escribió con miras a su publicación en la revista “Compostela” que edita la Catedral de Santiago y se distribuye entre las cofradías de peregrinos.

Las páginas de “Compostela” me fueron ofrecidas por un miembro del consejo de redacción, pero una vez que el artículo estuvo en manos de los auténticos responsables de la revista, se apresuraron a no hacer acuse de recibo. Dar por no recibido un original es la fórmula utilizada por las editoriales para decir que “no se publicará”, sin tener que enredarse en complicadas explicaciones.

Posteriormente, hice llegar el artículo a seis de mis conocidos. De ellos, dos no me hicieron la menor alusión. Para ahorrarme respuestas de compromiso no les pedí su opinión al respecto. Supongo que a estos dos conocidos, si es que leyeron el artículo, les quedaron más interrogantes que residuos positivos y no les apetecía pisar charcos en complejidades que no eran de su agrado.
Y de los otros cuatro, tres me comentaron que era “un ensayito muy serio” sobre el misticismo español o caminero.
Esta respuesta mayoritaria me dejó perplejo, pues a mí no me cabía lo de “ensayito serio”, y me parecía un “articulazo muy divertido”.

Para entender el “Camino Místico” en su total complejidad es preciso tener hecho el Camino de Santiago “come il faut”; haber traspasado el ecuador de la propia vida; estar al tanto de lo que es la gnosis; y abrir las puertas a las ironías. Es decir, que el artículo nació con un destino muy minoritario.

La única referencia mística directa al Camino de Santiago que hice en el artículo es la posibilidad de “ver” a la Divinidad en los rosales silvestres que se encuentran mientras se camina hacia Compostela.

La metáfora del rosal - o zarza que arde sin consumirse - es bíblica, algún jardinerito sabio la hizo constar en los jardines de los claustros monacales, e hicieron alusión a ella varios poetas místicos españoles del siglo XVIII.
El artículo dejaba a la inteligencia de los peregrinos la posibilidad de percatarse de ese sutil contacto personal con la Divinidad mientras hicieran el Camino.

Tras colgar el artículo en la red, me llevé un alegrón al comprobar que dos veteranos foreros especializados en el Camino de Santiago hacían suya la metáfora de la zarza que arde sin consumirse para explicar o valorar su experiencia personal. El entusiasmo que puse al redactar el artículo sobre el Camino Místico estaba recompensado.
Los peregrinos pobres viejos locos no somos muchos, pero hacemos escuela, y nos reconocemos en cuanto charlamos un rato o leemos con alborozo lo que escriben nuestros colegas.

Aún así de contento, me daba cuenta de que a la explicación que daba de la zarza que arde sin consumirse le faltaba un guiño típicamente caminero. No bastaba mi opinión, era necesario refrendarla con el testimonio de algún artista con huella en el Camino.
Muchas de las más explícitas señales de misticismo que se asientan en el Camino de Santiago pasan desapercibidas a los peregrinos porque es imposible estar a todas.
El peregrino tiene que estar advertido o aconsejado para poner su atención en lo que realmente tiene importancia. Me hacía falta incluir en el artículo las señas, o la localización, de una reproducción artística en que la Divinidad se desprendiera de un rosal encendido. ¡La encontré!

El pasado 5 de abril inicié por primera vez el Camí de Sant Jaume. Al decir primera vez, insinúo que tengo el propósito de que a la primera le siga una segunda, e incluso una tercera vez, en que aborde el reto de hacer esta variante del Camino de Santiago que empieza en Monserrat, continúa por Igualada, Cervera, Tárrega, comarca de la Noguera, Tamarit de la Litera, Monzón, para llegar a Huesca y unirse al Camino Aragonés que empieza en Somport.

Pasito a pasito el peregrino pobre viejo loco llegó a Castelló de Farfanya. Castelló es uno de esos pueblos por los que pasa el Camino y que los peregrinos no olvidan.
Desde bien lejos se divisa su titánica fortaleza, que no está hecha para habitar sino para resistir. El castillo es una mole alta y esbelta como una aviso disuasorio, y sólida como la eternidad.

Poco antes de llegar al pueblo, la buena vereda da unas revueltas que sitúan al castillo fuera del ángulo de visión, y reaparece de golpe a la salida de un recodo. (Por cierto, casi lo mismo sucede con el castillo de Manzanares del Real cuando se hace el Camino desde Madrid.) Y así el peregrino se topó con la majestad de la fortaleza cuando ya estaba a su amparo.
El invencible poder del castillo de Farfanya es el del propio inconsciente del que lo observa, que se crece y asombra al verse representado.

Siempre se dijo que entre las representaciones del inconsciente del individuo había que contar con una montaña, pero el castillo de Farfanya corona como una erupción natural al monte que da cobijo al pueblo. La montaña, más un plus rocoso. La extrañamente paradójica solidez de nuestro propio espíritu.

Comido por la emoción, y con el aliento entrecortado, el peregrino cruzó un riachuelo puerco por un bonito puente. Entró al pueblo, y al peregrino no le quedaron pestañas para ver una iglesia ricamente vestida, y que su buen párroco encomia con orgullo.

Las calles de Castelló parecen patios andaluces. Es evidente que al vivir en Sierra Larga se tiene que apreciar en lo que vale el esplendor de la naturaleza, gustar de la agricultura, de los fluctuantes colores del campo, de la pradera trigal, de las plantas sean decorativas o no. Pero los vecinos de Castelló se solazan con las flores.

Las calles de Castelló se pintonan de flores colocadas en los balcones, en las ventanas, a un lado y a otro de las puertas, en medio de las aceras, y tras los muros. Y allí, tras un muro con más de dos metros de alto, estaban asomando una docena de rojos capullos de rosas como lenguas de fuego. El muro camuflaba la cepa matriz de un rosal, y sólo se veía unas largas guías rematadas por el rubor de Proserpina.
El mito helénico de Proserpina dejaba de ser mito para convertirse en realidad contrastable: vida, muerte, y resurrección por Pascua Florida impresas en un rosal silvestre que perdura y se renueva en una calle de Castelló de Farfanya.

La realidad es emocionalmente inerte. Cuando atribuimos un estremecimiento a la realidad que nos ofrece los sentidos, hay que preguntarse por el “significado” de esa realidad que no nos deja indiferentes. Porque el significado, y no otra cosa, es lo que enciende el alma y libera las emociones.
Y allí en Castelló había personas y cosas que más allá de la realidad estaban cargadas de vigorosos significados míticos: la vereda por la que sólo pasan los peregrinos, la pradera de amplio horizonte, la montaña y su fortaleza, el riachuelo, el puente, la iglesia, y las primeras rosas rojas de la primavera.

El común de los mortales confunde el Saber con lo que sabe. Para muchos peregrinos pobres viejos locos el mirar a un rosal en flor les sirve para acercar lo que sabe al Saber Divino hasta que milagrosamente se tratan de tú a Tú. Obviamente se trata de una experiencia mística de primer orden.
El peregrino pobre viejo loco no se fusiona con la Divinidad, pero el acercamiento, contacto, y percepción de algún atributo de la Divinidad en su interior es patente.
La experiencia es espiritual, pero las circunstancias y el temblor son materiales, sensibles, reales. Lo que tan a menudo repito: mitad y mitad, mitad espíritu mitad carne. El equilibrio perfecto.
Pero encontré aún más…

El peregrino pobre viejo loco llegó a Huesca percudido por una tormenta de agua, viento, y aparato eléctrico.
Las contrariedades y los sinsabores que inevitablemente surgen en el Camino se suelen aceptar como reglas del juego, y no dan motivo a quejas.

Antaño Huesca fue muy frecuentada por peregrinos de todas las nacionalidades, lo que me hace intuir una hospitalidad oscense tan generosa que convertía a la ciudad en una sede de recuperación y descanso.
Hoy en día esa característica caminera oscense se personifica en Don Julio Aznar Guarás: el presidente de la Asociación Oscense de Amigos del Camino de Santiago.

Don Julio Aznar se preocupó de encontrarme alojamiento en Huesca como si fuera un asunto de amor propio, me hizo un alarde de erudición caminera, y recomendó hacer una visita pausada al monasterio benedictino de San Pedro el Viejo.

Y allí, en el monasterio de San Pedro el Viejo estaba el documento artístico que estaba buscando para rematar el artículo “El Camino Místico”.
El monasterio benedictino de San Pedro el Viejo ha sido sometido a tantas reformas como necesitó conforme a su edad y deterioro. Pero en el lateral izquierdo del coro de la iglesia, unas pinturas románicas del siglo XIII aún se baten en retirada ante el acoso de los siglos.

Hace falta mucha manga ancha para dar por buena la interpretación “oficial” de la pintura en que puse mi interés. La interpretación oficial hace referencia a la higuera bajo la que se encontraba San Bartolomé cuando el Boss le hace su anagnórisis.

Más acertada me parece la interpretación que se hace en las páginas sobre el románico aragonés que se encuentra en la red. Pues se dice que la pintura recoge la escena bíblica en que Moisés habla con Yahvé, que se le aparece entre las varas de un rosal en flor. ¡Perfecto! Pero yo digo más.
En la pintura, el personaje que se desprende, o aparece, del interior de la zarza que arde sin consumirse es el Boss resurrecto, y no otro, pues se presenta nimbado con aura de santidad crucífera.
La cruz en el aura del personaje implica que “ya ha sido crucificado” y se muestra con posterioridad a la resurrección. La resurrección vinculada a las rosas rojas del arbusto en que la Divinidad se muestra a Moisés. Los rojos capullos serán el rubor de Proserpina, pero el que aparece resucitado por Pascua Florida es el Boss. Se puede decir mejor, pero no más claro.
En pinturas tan esquemáticas, y por demás de tema espiritual, nada es gratuito, todo tiene su significado. El autor de la pintura sabía lo que hacía, y sin duda era uno de los nuestros.

Para rematar el hallazgo, al pasar al claustro del monasterio me encuentro con que, en el capitel numerado con el siete, intuyo que también se representa a la zarza que arde sin consumirse. Tiene su lógica. Pintor y escultor eran coetáneos, y bebían de las mismas metáforas.

El peregrino pobre viejo loco salió jubiloso del monasterio benedictino de San Pedro el Viejo. Y dio por terminada su peregrinación en Huesca. La Semana Santa había concluido. Casualmente era Domingo de Resurrección. El peregrino pobre viejo loco cree en la obsesión de los hombres, pero no en las casualidades significativas. La marcha del universo no se altera por lo que nos sucede a los Hombres.
Encontrar en Huesca la pieza de puzzle que me faltaba para completar el artículo “El Camino Místico” fue un regocijo. Que la vinculación entre la zarza que arde sin consumirse y la revitalización divina me la encontrara el Domingo de Resurrección, no fue más que una casualidad que apenas da para sonreír oblicuamente…
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