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San Serapio mártir (1175 - 1240)

 
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Car-Mela
Constante


Registrado: 18 Abr 2009
Mensajes: 535

MensajePublicado: Sab Jul 04, 2009 9:34 pm    Asunto: San Serapio mártir (1175 - 1240)
Tema: San Serapio mártir (1175 - 1240)
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Hola!!!
Quiero compartir con ustedes la vida de San Serapio mártir (San Serapión), Santo mercedario, Patrono de los enfermos y de la ciudad de Azul (Argentina). Doy fé que es un Santo muy milagroso con los fieles que recurren a él.

Fue uno de los más fieles seguidores de San Pedro Nolasco, y tuvo una vida destacada como un luchador en el área bélica y como un luchador servicial de la fé católica, a favor de la liberación de los cautivos.

Este Santo nación en la ciudad de Londres en el año 1175, y falleció luego de un doloroso tormento el 14 de noviembre de 1240.

San Serapio fue un militar de origen irlandés, que participó en la Tercera Cruzada al servicio del rey Ricardo Corazón de León. De regreso viajó a España, y ahí tuvo la ocasión de conocer y compartir con San Pedro Nolasco y con sus frailes que se dedicaban a la defensa de la misma fe católica, pero no guerreando contra moros, sino sacando de su poder a los cristianos cautivos, empeñando en ello sus propias vidas.

San Serapio pidió y recibió el hábito mercedario en 1222. Ingresó en la Orden de la Merced, y tomó los cuatro votos: pobreza, castidad y obediencia, y el cuarto voto, en el cual los mercedarios ofrecían su propia vida y libertad a cambio de la libertad y la vida de aquellos esclavos o cautivos católicos. San Serapio participó en varias redenciones, liberando muchos cautivos. En su última redención, se quedó como parte de pago para la liberación de algunos cautivos en Argel, pero el dinero para su rescate no llegó a tiempo, y sus captores defraudados le lo sometieron a un doloroso suplicio.

El 14 de noviembre de 1240, fue martirizado por los sarracenos, quienes le ataron a una cruz en forma de aspa, como la de San Andrés, lo atormentaron con crueldad y le causaron la muerte, regalándole a Iglesia y a la Orden Mercedaria este Santo mártir.

En 1743 fue inscrito en el catálogo de los santos. Su festividad se celebra el 14 de noviembre. Es considerado el patrono de los enfermos y de la ciudad de Azul (Buenos Aires), y la devoción a él ha hecho recurrente el uso del aceite que lleva su nombre, para los padecimientos de los enfermos.

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Car-Mela
Constante


Registrado: 18 Abr 2009
Mensajes: 535

MensajePublicado: Sab Jul 04, 2009 9:43 pm    Asunto:
Tema: San Serapio mártir (1175 - 1240)
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Les copio la biografía completa:

Cita:
SAN SERAPIO, MÁRTIR

Nació el glorioso mártir San Serapio, según la más corriente opinión, en la famosa ciudad de Londres, corte del rey de Inglaterra, Año del Señor de 1178. Fue su padre Rothlando, llamado de Escocia, por ser su casa originaria de la noble y clara estirpe y familia de los Escotos de dicho reino, y deudo muy propincuo de su rey Guillermo. De su madre se ignora el nombre como el apellido; pero, según se colige de lo que las mismas historias refieren, fue de sangre nobilísima, igual y correspondiente en todo á la esclarecida de su esposo. Le impusieron en el bautismo por nombre Serapio, pronóstico y claro indicio de que sería pío.

Hallándose aún Serapio en los primeros ardores de su juvenil edad, ya manifestó los puros quilates de su católico celo; pues llegando á sus oídos los lastimosos estragos y raras crueldades que ejecutaban los bárbaros infieles en Palestina, dijo á su padre: Señor y padre mío, ¿no sería de grande gloria de Dios de que fuésemos á morir para restaurar los Santos Lugares de Jerusalén? Y si bien procuró disuadírselo, proponiéndole lo tierno de su edad, oída su discreta y cristiana réplica, y para suavizar en algún modo su desconsuelo, hubo de condescender á su instancia, ofreciéndole partir juntos siempre y cuando llegase la ocasión.

Logró ésta felizmente el Santo, año de 1190, pasando con su padre, general del ejército de Inglaterra, y su rey Ricardo á la Palestina. Allá asistió al sitio y rendición de Tolemaida y otras muchas plazas, venciendo y triunfando valerosamente de sus enemigos, y en la célebre batalla de Assur dio singulares muestras, no sólo de su heroico valor, destruyendo y poniendo en precipitada fuga a un sinnúmero de sarracenos [árabes mahometanos] y turcos del formidable ejército de Saladino [nacido en el año de 1138 en Tikrit, Iraq], sino también de su gran piedad consolando y socorriendo a tanto mísero cautivo que lloraba allí entre aquellos bárbaros su dura esclavitud. Y habiendo en estas y otras gloriosas empresas y piadosos ejercicios empleado algunos años, muertos sus padres, deseó sacrificar su vida en obsequio de la fe, y vino con el duque de Austria a España, sirviendo al rey D. Alfonso VIII de Castilla en la guerra contra los sarracenos, quienes fueron vencidos y valerosamente sacados de muchas plazas y fuertes de Castilla y Andalucía, nombrándole el rey Alonso, por sus relevantes virtudes y méritos, consejero suyo; con cuyos consejos y dictámenes se prosiguió la guerra hasta quedar del todo humillado el mahometano poder. Volvió otra vez, a impulsos de los mismos deseos de morir por Cristo, a Palestina, donde batalló con indecible intrepidez y esfuerzo contra el ejército de Conradino, hijo del gran soldán de Egipto y Babilonia, capital enemigo de la santa fe católica.

Ilustrado, pues, del Cielo resolvió abrazar el instituto sagrado y caritativo de redimir cautivos en el real Orden de la Virgen santísima de la Merced; a cuyo fin, enterado de la gran santidad del glorioso San Pedro Nolasco, fundador de aquélla, fue a él, pidiéndole con profunda humildad el hábito, que vistió en la ciudad de Barcelona, con demostraciones de singular alegría y ternura grande de su corazón, de mano del mismo santo patriarca. Pasó su noviciado bajo la dirección del V. P. Fr. Bernardo de Corbera, grande dechado de perfección; y concluido por Serapio el año de su probación, en que fue un señalado ejemplo de toda virtud y edificación, hizo la profesión solemne de los tres votos de castidad, obediencia y pobreza, y el cuarto de quedarse en rehenes por los cautivos, con inexplicable devoción y muy especial consuelo de su espíritu.

Infestaban de tal forma los mares y costas de Cataluña los moros de Mallorca, que no podían, sin riesgo y peligro evidente de ser presos y cautivos, navegar aquellos mares, ni gozar de alguna paz en sus casas y pueblos sus habitantes; y como, para remedio de estos daños y de los continuos estragos que ejecutaban los moros contra los que rendían, inclinase Dios, siempre piadoso de nuestras aflicciones, el ánimo del invicto rey D. Jaime a la conquista de aquella isla, pasó Serapio con él a tan santa expedición, a la felicidad de la cual fueron sin duda gran parte las humildes súplicas y ruegos fervorosos para con Dios de Serapio; el cual, apenas ganada Mallorca, deseoso de propagar y dilatar su religión en Inglaterra, Escocia e Irlanda, pasó a dichos reinos, padeciendo muchos trabajos e incomodidades en sus viajes, y en particular en éste, en que, siendo preso el navío en que iba por un capitán pirata, fue el Santo grandemente atropellado, de manera que, atado a un palo de fornidos nudos, le azotaron sin piedad alguna; y, considerándole ya difunto, fue su cuerpo impíamente arrojado desnudo en un arenal en las costas de Inglaterra; pero dispuso la Providencia divina que, encontrado de unos pescadores, se compadeciesen de él y le cubriesen con una capa sus ensangrentadas carnes, y que llegando á Londres, su patria, fuese prontamente curado y asistido de hábiles religiosos.

Aunque Serapio, por su rara y profunda humildad, procuraba encubrir los preciosos quilates del oro de su mucha virtud, tanto más el Señor disponía que fuese a todos más patente; pues, apenas llegado á Londres, noticioso el rey de Escocia, Alejandro, de su mucha santidad, envió por él, para que procurase que un grande rebelde suyo y sus secuaces se redujesen a su obediencia y real servicio; y fue el Santo tan mal recibido de éstos, que, habiéndole rigurosamente azotado, le dijeron: Dirás a tu rey que en tus espaldas hallará la respuesta: desacato que, sentido de él agriamente por Alejandro, juntó numeroso ejército y les persiguió hasta quedar vencidos y tomar de ellos la debida satisfacción y justo castigo.

Hizo algunas redenciones, y entre éstas una en Murcia con su compañero Fr. Pedro de Castellón, redimiendo noventa y ocho cautivos, y en todas fue indecible el incendio de su ardiente caridad que mostraba con los pobres esclavos que no podía redimir; y a fin de conseguir por todos modos algún alivio a los cautivos, impelido de la compasión y amor que les tenía, se postraba rendido a los pies de los dueños de los mismos esclavos y, regándolos con sus lágrimas, procuraba con palabras llenas de dulzura y caridad persuadirles alzasen la mano de su rigor contra los pobres y míseros esclavos, y que fuesen tratados más blandamente.

Otra redención hizo Serapio en Argel con Fr. Berengario de Bañeres, en la cual el glorioso San Ramón Nonato, del mismo real Orden, a quien comunicaba y profesaba Serapio muy estrecha amistad, le anunció, al tiempo de partir, su feliz y deseado martirio. Siendo en ella los redimidos ochenta y siete, y no pudiéndose redimir por falta de dinero a algunos cautivos, puestos en evidente peligro de renegar de la fe, discurrió y practicó su grande amor al arbitrio y medio de quedarse en rehenes por ellos; y aquí fue donde, enardecido el celo de la honra y gloria de Dios y del bien y salvación de aquellos infieles, se opuso públicamente a la falsa y abominable secta de Mahoma; por lo que, por mandato del bárbaro y tirano rey de Argel, fue preso y puesto en una hedionda y obscura mazmorra, azotado con crueldad inaudita, y con la misma atado de pies, apaleado en el vientre , entregando después su llagado cuerpo a una dura y pesada cadena, manteniéndole con sólo pan de perro y salvado; y viendo el Rey la invicta constancia de Serapio, que ni el rigor de tantos y tan crueles tormentos como había padecido, ni las amenazas de los que intentaban ejecutar su furor con el Santo, pudiesen no sólo rendirle, pero ni menos atemorizar aquel animoso y valiente corazón del soldado veterano de Cristo, por último resolvió, rabioso y airado, que le fuese quitada la vida, a cuyo fin le mandó sacar a la plaza, donde, viendo Serapio la aspa o cruz en que había de morir, llenó su corazón de un inalterable gozo e inexplicable júbilo, rindió gracias a Dios en debido reconocimiento del singular beneficio de permitirle sacrificar, a imitación de su santísimo Hijo, la vida en la cruz, y exclamó: ¡Oh dulce y precioso leño, perfecta imagen de aquél en que mi amado Jesús pendió, por ti espero subir a la bienaventuranza!; y, dichas estas palabras, pasaron a atormentarle cruelmente. Desgarraron poco a poco su ya desfigurado cuerpo con acerados garfios y peines de hierro; le introdujeron agudas canas entre carne y uñas; le cortaron todas las coyunturas y artículos de pies, manos, brazos, piernas y rodillas, añadiendo, por último, el riguroso tormento de la rueda o torno, con el cual, a la violencia de sus giros, le sacaron las tripas, que milagrosamente salieron enteras; y después, cortándole la cabeza, dio el Santo su espíritu a su Criador el 14 de Noviembre del año de 1240; y antes del último aliento dijo: “Señor mío, yo os suplico que, por estos tormentos y dolores que gustoso por vuestro amor padezco, tengáis piedad de aquellos que se hallaren afligidos de algún dolor.”

Fueron innumerables los prodigios que por intercesión del santo mártir obró Dios, ya en su vida como después de muerto. Dos niños resucitó, viviendo; el uno en el navío en que el Santo pasaba al reino de Escocia, á quien su mismo padre, irritado por un descuido que cometió su hijo, le había muerto; otro en Irlanda, hijo de un caballero, quien, resucitado, dijo delante de todo el concurso: Una señora vestida de blanco, con corona de oro en la cabeza y una insignia en el pecho, al modo que la trae Serapio, me ha mandado volviese al mundo.

En vista de cuyos prodigios, y por muchos siglos continuada veneración de los fieles al Santo, de las declaraciones y sentencias, dadas y promulgadas por los ordinarios de Gerona y Barcelona sobre su culto inmemorial del año de 1718, y de las piadosas súplicas del católico monarca de España Felipe V, ruegos repetidos de diferentes eminentísimos cardenales, instancias continuas de los arzobispos y obispos de España, y peticiones humildes de toda la Religión mercedaria, la Santidad del Papa Benedicto XIII, con su bula dada en Roma el 14 de Abril de 1728, se dignó aprobar y confirmar dichas sentencias, y declaró el referido culto inmemorial del Santo.



P. Juan Croisset, S.J.

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