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LA SANTA ORACION

 
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Autor Mensaje
CarlosR26†
Veterano


Registrado: 01 Oct 2005
Mensajes: 3941
Ubicación: MEXICO, Jal.

MensajePublicado: Vie Nov 25, 2005 11:58 pm    Asunto: LA SANTA ORACION
Tema: LA SANTA ORACION
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- XI -
Capítulo de la santa oración




La oración es principio, medio y fin de todo bien; la oración ilumina al alma y por ella discierne el alma el bien del mal. Todo pecador debería orar cada día, continuamente, con fervor de corazón; esto es: rogar a Dios humildemente que le conceda el perfecto conocimiento de su propia miseria y de sus pecados, y de los beneficios que ha recibido o recibe de Dios. El hombre que no sabe orar ¿cómo puede conocer a Dios? Todos aquellos que se quieran salvar, si son personas de claro entendimiento, precisa que se den a la oración.

Dijo fray Egidio:

-Si hubiera un hombre que tuviese un hijo que hubiese cometido tanta maldad que estuviera condenado a muerte o desterrado de la ciudad, haciendo grandísimas plegarias y súplicas, y ofreciendo presentes o tributos con todos sus posibles, pidiendo gracia para su hijo y valiéndose de amigos y conocidos; si esto haría el hombre para su hijo mortal, ¿cuánto más debería rogar a Dios el hombre por los buenos hombres de este mundo y por los santos, por la propia alma inmortal, cuando es echada de la celestial ciudad o es condenada a muerte por sus muchos pecados?

Un fraile dijo a fray Egidio:

-Padre: me parece que el hombre debería dolerse mucho de no poder obtener la gracia de la devoción en su oración.

A lo cual contestó fray Egidio:

-Hermano mío: yo te aconsejo que conviene ir poco a poco con tu dicho. Porque si poseyeses un poco de buen vino en un tonel que tuviese aún en el fondo las heces, irías con cuidado de no removerlas para no mezclar el buen vino con las heces; hasta tanto que la oración no deje parte de la concupiscencia viciosa y carnal, no recibirá el divino consuelo; porque no es clara, a los ojos de Dios, aquella oración mezclada con las heces de la carnalidad. Mas el hombre debe esforzarse cuanto pueda para huir de toda la hez de la viciosa concupiscencia, para que su oración sea limpia ante los ojos de Dios y pueda recibir la devoción y consolación divinas.

Un fraile preguntó a fray Egidio:

-Padre: ¿por qué sucede esto, que cuando el hombre adora a Dios es cuando es más tentado, combatido y trabajado que nunca?

A lo cual contestó fray Egidio:

-Cuando el hombre va a terminar alguna cuestión ante el juez, acude para exponerle sus razones y pedirle consejo y ayuda; cuando lo sabe, su adversario comparece enseguida para contradecirle y resistir a la demanda de aquel hombre, y pone empeño en echar por tierra todos sus razonamientos. De modo semejante sucede cuando el hombre acude a la oración; porque pide a Dios consejo y súbitamente comparece el demonio con sus tentaciones para hacer resistencia y contradicción y anular sus esfuerzos con industria y argumentos que impiden la oración; y todo para que su oración no sea aceptada por Dios y para que el hombre no saque de su oración ni provecho ni consuelo. Y esto es muy claro; porque cuando nosotros hablamos de las cosas del siglo, entonces no padecemos ni tentación ni hurto de entendimiento; pero si vamos a la oración para deleitar y consolar al alma con Dios, súbitamente sentiremos que hieren la mente las saetas de las diversas tentaciones del demonio para llevarnos al desvarío y el alma no encuentra deleite ni consuelo cuando habla con Dios.


Añadió fray Egidio que el hombre que ora debe hacer como el buen caballero en la batalla; el cual siendo hostilizado o combatido de su enemigo, no huye, sino que resiste varonilmente para llegar a la victoria y consolarse y alegrarse con la gloria; si huyese del combate, estando dañado y herido, sería ciertamente confundido, avergonzado y vituperado. De modo semejante hemos de hacer nosotros; esto es: no por tentaciones hemos de abandonar la oración, sino resistirlas animosamente; porque es bienaventurado el hombre que sufre tentaciones, dice el apóstol; pues que venciendo conquista la corona de la vida eterna; pero si el hombre por causa de las tentaciones se aparta de la oración, queda confuso, vencido y destruido por su enemigo el demonio.

Un fraile dijo a fray Egidio:

-Padre: yo veo que algunos hombres reciben gracia de devoción y de lágrimas en la oración, y yo no puedo sentir ninguna de estas gracias, cuando adoro a Dios.

A lo cual dijo fray Egidio:

-Hermano mío: yo te aconsejo que trabajes fiel y humildemente en la oración; porque el fruto de la tierra no puede obtenerse sin fatiga y sin cultivo; y aun después del trabajo, no viene enseguida el deseado fruto, hasta que llegue la estación; así Dios tampoco da súbitamente estas gracias al hombre en la oración, hasta que llegue el tiempo conveniente y hasta tanto que la mente no esté purgada de todo vicio o afección carnal. Luego, hermano mío, trabaja humildemente en la oración para que Dios, el cual es bueno y gracioso, y conoce todas las cosas y discierne cuál sea la mejor, cuando llegue el tiempo y la estación, te dará benignamente los frutos del consuelo.

Otro fraile dijo a fray Egidio:

-¿Qué haces, fray Egidio? ¿Qué haces?...

-Hago el mal -contestó fray Egidio.

Y objetó el mismo fraile.

-¿Qué mal haces?

Y entonces fray Egidio, volviéndose a otro fraile, le dijo:

-Dime, hermano mío: ¿Qué crees que es más presto, Dios concediéndonos una gracia o nosotros pedirla?

Y aquel fraile contestó:

-Es cierto que Dios es más pronto en darnos su gracia que nosotros en recibirla.

Y entonces dijo fray Egidio:

-Luego, ¿hacemos el bien?

-También obramos el mal -contestó el fraile.

Y entonces fray Egidio volviéndose al primero, le dijo:

-Hermano: he aquí cómo se demuestra claramente que hacemos mal; y cómo te contesté verdad diciéndote que obraba mal.

Dijo fray Egidio:

-Muchas obras son alabadas en la escritura, como lo son las obras de misericordia y otras; pero hablando el Señor de la oración, dice así: «El Padre celestial va buscando y quiere en la tierra hombres que le adoren en espíritu y en verdad».

Y aún dice fray Egidio que los frailes son como lobos; porque pocas veces salen en público y aun esto por necesidad; y aun así procuran retornar cuanto antes a su escondite sin demorar mucho tiempo ni conversar con las gentes. Las buenas obras adornan al alma; pero, sobre todas, la oración adorna e ilumina al alma.

Un fraile compañero y muy familiar de fray Egidio, dijo:

-Padre: ¿por qué no vas alguna vez a hablar de las cosas de Dios, amaestrando y procurando la salud de las almas?

A lo cual contestó fray Egidio:

-Hermano mío: yo quiero satisfacer al prójimo con utilidad y sin daño de mi alma; esto es: con la oración.

Y aquel fraile dijo:

-Ve alguna vez, al menos, a visitar a tus parientes.

Y fray Egidio contestó:

¿Ignoras por ventura que el Evangelio dice: «Abandonarás a tus padres, hermanos y posesiones por mi nombre y recibirás el ciento por uno?» -y añadió-: Un gentilhombre, cuyas riquezas alcanzaban quizá a 60.000 liras, entró en la Orden de los frailes; luego grandes cosas pertenecerán al que lo abandona todo, dando Dios el ciento por uno. Pero siendo ciegos, cuando vemos a un hombre virtuoso o en gracia de Dios, no podemos comprender su perfección por nuestra ceguera e imperfección. Pero si el hombre fuese verdaderamente espiritual, apenas querría ver a nadie; porque el verdadero espiritual desea siempre separarse de la gente y unirse con Dios por la contemplación.

Luego fray Egidio dijo a un fraile:

-Padre: quisiera mucho saber qué es contemplación.

A lo cual contestó:


-Yo ya no lo sé.

Entonces fray Egidio dijo:

-Paréceme que el grado de la contemplación está en el fuego divino y en una devoción suave del Espíritu Santo, y en un rapto o suspensión de la mente embriagada del gusto inefable de la dulzura divina; en una dulce y quieta delectación del alma que está suspendida y arrobada con grande admiración de las gloriosas cosas supremas y celestiales; y en un ardiente sentimiento de aquella gloria celestial e innarrable.
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