Montse* Veterano
 
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           Publicado:
            Dom Abr 01, 2007 10:19 am    Asunto:
            ¡Olé Juan Pablo II! 
            Tema: ¡Olé Juan Pablo II!  | 
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				Juan Pablo II: seguir a Cristo es posible también hoy
 
Por Rodrigo Guerra López, director del «Observatorio social» del CELAM
 
 
MÉXICO, sábado, 31 marzo 2007 (ZENIT.org-El Observador).- Publicamos el primero
 
de una serie de tres artículos que ha escrito Rodrigo Guerra López, director del
 
«Observatorio social» del Consejo Episcopal Latinoamericano (CELAM) en el
 
segundo aniversario del fallecimiento de Karol Wojtyla con el título: «Juan
 
Pablo II: seguir a Cristo es posible también hoy».
 
 
* * *
 
 
 
 
El día 2 de abril de 2005, murió el Siervo de Dios, Juan Pablo 11. El tiempo
 
transcurre con rapidez. Los eventos que marcan nuestra historia se siguen
 
sucediendo. Sin embargo, algo peculiar está pasando. La gente lo recuerda con
 
gran afecto. Aún sus peores enemigos matizan sus críticas y prefieren callar. En
 
Roma continúan las largas filas para visitar su tumba. No es extraño encontrar
 
en ella flores, imágenes y cartas. ¡Las personas le escriben a Juan Pablo II aún
 
sabiendo que está muerto! ¿Cuál es la intuición detrás de estos gestos? ¿Por qué
 
miles de personas diariamente se detienen frente a una lápida de mármol en la
 
que no existe prácticamente ninguna ornamentación? ¿Por qué mucha gente, aún
 
alejada de la vida de la Iglesia, se encomienda a su intercesión con gran
 
confianza? Ésta es la primera de tres semblanzas de Juan Pablo II.
 
 
En el año 2000 un «analista» dijo en una conferencia que tal vez el cariño y el
 
seguimiento al Papa Juan Pablo II decaerían tras su muerte. La premisa de esta
 
afirmación era que el Papa era una figura construida por los medios de
 
comunicación, un producto simbólico de una sociedad que busca consuelos
 
evanescentes ante sus necesidades y angustias reales. ¡Qué equivocada estaba
 
esta apreciación! Juan Pablo II no era simplemente una figura de moda, su
 
persona no fue un mero «hecho» que se agota en el pasado. Al parecer la vida y
 
la presencia de este Papa configuran un auténtico «acontecimiento», es decir, un
 
evento que comienza en un punto del tiempo y que permanece interpelando la vida
 
y las conciencias.
 
 
¿Es esto posible? ¿Cómo la vida de un ser humano frágil y limitado como
 
cualquier otro puede trascender así?
 
 
Cuando se utilizan los recursos de las diversas ciencias sociales y humanas para
 
la comprensión de un fenómeno en casos como el que nos ocupa, las herramientas
 
metodológicas encuentran un punto límite. Ni el más sofisticado estudio de
 
psicología social, de antropología de la religión o de sociología puede
 
desentrañar el hecho empírico de que la presencia de Juan Pablo II permanece
 
como un referente significativo para la vida de muchas personas. En situaciones
 
como ésta es preciso decir: aquí sucede algo que rebasa la dinámica convencional
 
de la convivencia y de la interacción social, aquí sucede algo que requiere otro
 
tipo de aproximación.
 
 
La existencia de héroes y pro-hombres en las sociedades no es extraña. De cuando
 
en cuando los pueblos veneran la memoria de las personas que hicieron un gran
 
bien, que participaron en una gran batalla, que adquirieron por diversas
 
circunstancias algún tipo de fama. Sin embargo, con Juan Pablo II las cosas no
 
son exactamente así. No ponemos en duda su fama, sus grandes luchas y mucho
 
menos el bien que hizo. Lo que deseamos señalar es algo más: Juan Pablo II no es
 
grande por su apariencia física, por su enseñanza ?¡que vaya que es importante!?
 
O por su hacer ?cosa también impresionante ?. Juan Pablo II es grande,
 
principalmente, por su santidad, por su docilidad a la gracia, por que Aquél que
 
es Grande encontró en él disponibilidad para el abrazo, para el perdón, para la
 
fidelidad.
 
 
Cuando la razón descubre sus límites, cuando constata algo que existe delante de
 
los ojos pero que resulta inexplicable desde el punto de vista de la dinámica
 
del mundo, es preciso que con audacia advierta que al interior del mundo
 
participa también Alguien que lo rebasa infinitamente. No todo lo inexplicable
 
procede como gracia de Dios. Existen muchas cosas hoy inexplicadas que se
 
encuentran en ese estado por nuestra ignorancia, por los límites en los que se
 
encuentra la investigación científica, por ejemplo. Pero existen algunas cosas
 
inexplicables que lo son por su origen, por su fuente, porque proceden no solo
 
de una instancia de difícil acceso sino de una instancia inconmensurable, es
 
decir, proceden de un tipo de gratuidad infinita que es inderivable de manera
 
absoluta de las puras fuerzas que constituyen el cosmos. 
 
 
Ese tipo de realidades que por su fuente sobrenatural nos rebasan de suyo pueden
 
ser verificadas por sus efectos en la experiencia. 
 
 
¿Qué quiere decir esto? Que la gracia no se conoce de modo directo sino por
 
aquello que genera, por aquello que suscita. Que la gracia no es una cualidad
 
sensible que pueda ser observada y analizada en un laboratorio. Tampoco la
 
gracia es un dato deducible por medio de un silogismo. Lo propio de la gracia es
 
precisamente la libertad infinita de la que procede, la imprevisibilidad y total
 
generosidad que la caracteriza. Lo propio de la gracia es ser una irrupción
 
absolutamente original, absolutamente inderivada, que de repente acontece en un
 
punto del tiempo y se extiende más allá de lo humanamente calculable, de lo
 
humanamente previsible.
 
 
La gracia, como iniciativa de Dios, sin embargo, tiene un límite: la libertad
 
humana. Justo aquí es donde se encuentra el punto neurálgico que nos permite
 
apreciar la importancia de lo que sucede a través de la persona de Juan Pablo
 
II. La libertad de este hombre, frágil y limitada como la de cualquiera, supo
 
escoger «la mejor parte» (Cf. Lc 10, 38-42) y supo perseverar hasta el fin
 
instalado en ella.
 
 
Hoy, esa fidelidad personal de Juan Pablo II a la gracia permite que, aun sin
 
decirlo con palabras sofisticadas, muchas personas intuyan que su intercesión es
 
eficaz, que su labor como apóstol no ha finalizado sino que continúa
 
realizándose de verdad desde el cielo. Los santos son un don de Dios a la
 
humanidad. Juan Pablo II es un gran regalo que nos permite mirar que es posible
 
seguir a Cristo en la Iglesia con radicalidad, con valentía, y con
 
perseverancia, también hoy. 
 
 
ZSI07033102 _________________ Montse*
 
 
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