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Iglesia y comunidad política

 
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Autor Mensaje
Luis Fernando
Veterano


Registrado: 04 Dic 2005
Mensajes: 1072

MensajePublicado: Mie Ene 16, 2008 10:20 pm    Asunto: Iglesia y comunidad política
Tema: Iglesia y comunidad política
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Iglesia y comunidad política
Guillermo Juan Morado
Doctor en Teología

En España, pese al pacifismo de la nueva letra de su himno nacional, parece que hay gana de guerra, de conflicto, de “crispación” diría, si esta última palabra no me resultase, de tan manida, profundamente antipática. Lo curioso es que el único problema del país parece ser la Iglesia Católica. Todos opinan, todos dicen, todos sentencian, y no pasa nada. Ah, pero si quien opina, dice o piensa es la Iglesia – a través de sus representantes jerárquicos – surge la discordia.

Se invoca el laicismo como santo y seña para exorcizar la influencia de lo religioso en la vida pública. Se pretende, así, respetar la “aconfesionalidad” del Estado o la “laicidad”, que traducen, quizá abusivamente, otros. Pero ni el Estado, ni el Parlamento, ni el Gobierno pueden ser jamás neutrales en el ámbito moral o religioso. Aquí el que no filosofa, también filosofa. El que no cree, también cree.

Toda institución, todo partido político, todo gobierno se inspira, de un modo o de otro, en una visión del hombre y de su destino. Detrás de todo programa está una ideología que comporta criterios de juicio, jerarquías de valores, líneas de conducta. La ley tiene un soporte moral (o inmoral) – sea el que sea -; supone una apuesta no sólo en favor de lo que es sino también en favor de lo que debe ser. El ideal de justicia, de bien común, de progreso, inspira las reformas legislativas que un Gobierno intenta llevar a cabo.

Los católicos, como ciudadanos y como miembros de la Iglesia, no pueden desentenderse de la marcha de la sociedad y del Estado. La “cosa pública” es cosa suya, tan suya, al menos, como de los demás ciudadanos que no comparten el credo católico y la visión del hombre que de él se deriva. Querer intervenir en lo público no es injerencia, sino responsabilidad. El cristianismo no habla sólo de Dios; habla también del hombre. Y ve al hombre en su referencia a Dios, sabiendo que en Él, en Dios, está su origen y su destino.

De Dios deriva una norma objetiva del bien y del mal; una norma que se erige como muro protector frente a las tendencias totalitarias que asedian y acechan un ejercicio del poder desnortado, privado de referencias sólidas, plegable a las presiones del que más grita, del que más paga o del que dispone de una mayor fuerza, que no de una mayor autoridad.

La Iglesia no se confunde con la comunidad política. Su Reino, el de Cristo, no es de este mundo. Pero eso no significa que la Iglesia pueda dar la espalda al mundo. Por fidelidad a su Señor, la Iglesia no puede callar cuando lo que está en juego es la dignidad del hombre; el carácter trascendente de la persona humana. Una Iglesia muda ante los atentados perpetrados contra la vida sería una anti-Iglesia. Una Iglesia muda ante la disolución de la identidad del matrimonio sería una anti-Iglesia. Una Iglesia muda ante la confusión sembrada sobre el ser y la misión de la familia sería cualquier cosa, pero no la Iglesia de Cristo.

Si la Iglesia ejerce de Iglesia, si los ciudadanos católicos ejercen de ciudadanos católicos, nada se pierde, sino que mucho se gana. Se presta a la sociedad en su conjunto, sin imposiciones, una contribución específica y valiosa. Se deja oír una voz, quizá incómoda, pero necesaria para salvaguardar los derechos fundamentales de la persona.

Quienes quieran gobernar bien, servir a los ciudadanos, en lugar de enojarse contra esa voz deberían, al menos, tenerla en cuenta. Ponderar sus razones. Considerar si contribuye o no al bien común. Si esta aproximación sensata se diera, muchas cosas podrían cambiar, para beneficio de todos.

Guillermo Juan Morado

Fuente: http://www.analisisdigital.com/Noticias/Noticia.asp?id=27233&idNodo=-5__________________
_________________
Sólo la Iglesia Católica puede salvar al hombre ante la destructora y humillante esclavitud de ser hijo de su tiempo.
G.K. Chesterton
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