LOS SÍMBOLOS DEL ESPÍRITU SANTO

[NIGUNIM]

Hola hermanos. Encontré un artículo interesante que paso a traducirlo.

Los Símbolos del Espíritu Santo

“Luz en nuestros corazones”, “Fuente viva, Fuego, Caridad”, “Dulce Frescura”… los términos utilizados para orar al Espíritu Santo son tan diversos y algunas veces contradictorios. Sin embargo, todas estas formas que surgen para actuar en el mundo y en nuestras vidas se funden en una realidad: El Amor del Corazón de nuestro Dios

La Nube

En el Antiguo Testamento, la nube, sea oscura o luminosa, revela la presencia de Dios velando la trascendencia de su gloria: “No se apartó del pueblo ni la columna de nube por el día, ni la columna de fuego por la noche” (Ex 9,34)
La nube está compuesta a la vez de agua y fuego. En el episodio de la Transfiguración “Estaba diciendo estas cosas cuando se formó una nube y los cubrió con su sombra” (Lc 9,34).
En el pasaje que narra la Ascensión del Señor: “Y dicho esto, fue levantado en presencia de ellos, y una nube le ocultó a sus ojos.” (Hch 1,9)
Finalmente, Jesús nos promete que regresará como se fue: “Y entonces verán venir al Hijo del hombre en una nube con gran poder y gloria.” (Lc 21,27)


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"A la tarde te examinarán en el amor; aprende a amar como Dios quiere ser amado y deja tu condición".
San Juan de la Cruz

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El Agua

La Roca que Moisés golpeó en el desierto prefigura a Cristo que dispersa al Espíritu Santo sobre el mundo: “Golpearás la peña y saldrá de ella agua para que beba el pueblo” (Ex 17,6)
El profeta Ezequiel anuncia igualmente al Espíritu brotando como agua viva que sale del costado traspasado de Cristo: “…Y he aquí que el agua fluía del lado derecho…” (Ez 47,2). Espíritu que nos es dado en la Cruz por el golpe de lanza del soldado: “Uno de los soldados le traspaso el costado con una lanza y al instante salió sangre y agua” (Jn 19,34)
Desde siempre, la humanidad “como una tierra seca, sedienta y sin agua” (Sal 62,2), grita su deseo de Dios y espera que le muestre el camino de la felicidad: “Oh, todos los sedientos id por agua” (Is 55,1).
Jesús promete la venida del Espíritu Santo para saciar esta sed y le dice a la samaritana: “Pero el que beba el agua que yo le dé, no tendrá sed jamás, sino que el agua que yo le dé se convertirá en él en fuente de agua que brota para vida eterna” (Jn 4,14), después lo dice a todo el pueblo reunido en el Templo para la fiesta de las Tiendas: “Si alguno tiene sed, venga a mí, y beba el que crea en mí”; San Juan precisa : “Esto lo decía refiriéndose al Espíritu que iban a recibir los que creyeran en él. Porque aun no había Espíritu, pues todavía Jesús no había sido glorificado.” (Jn 7, 37-39).

Este Espíritu que será dado a los Apóstoles en Jerusalén se extenderá por las extremidades de la tierra: “Sucederá aquel día que saldrán de Jerusalén aguas vivas, mitas hacia el mar oriental, mitad hacia el mar occidental.” (Za 14,8.)
Y cada uno de nosotros desde ahora puede beber de esta fuente pura: “Y todos hemos bebido de un mismo Espíritu” (1 Co 12,13).

El agua es igualmente el símbolo del bautismo que nos sumerge en la muerte de Cristo y en su Resurrección: “Yo os bautizo con agua; pero viene el que es más fuerte que yo, y no soy digno de desatarle la correa de sus sandalias. El os bautizará en Espíritu Santo y fuego” (Lc 3,16). La liturgia nos recuerda en el momento de la vigilia pascual: “Que el Espíritu Santo de, por esta agua, la gracia de Cristo, para que el hombre creado a su semejanza, sea lavado” (Bendición del agua bautismal).


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San Juan de la Cruz

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La paloma

En el momento del bautismo de Jesús en el Jordán, el Espíritu Santo se manifiesta bajo esta forma corporal: “Bautizado Jesús, salió luego del agua: y en esto se abrieron los cielos y vio al Espíritu de Dios que bajaba en forma de paloma y venía sobre él.” (Mt 3,16)

En la Biblia, la paloma es la imagen del Amor, como el Espíritu que es esta misteriosa circulación de Amor entre el Padre y el Hijo: “Paloma mía, en las grietas de las rocas, en escarpados escondrijos, muéstrame tu semblante, déjame oír tu voz; porque tu voz es dulce y gracioso tu semblante” (Ct 2,14) : y efectivamente, cuando Jesús sale del Jordán, el Espíritu desciende como una paloma, el rostro de Cristo es revelado al mundo y la voz del Padre se deja escuchar.
La paloma representa igualmente las lágrimas, su arrullo llena los prados de sus gemidos; de manera similar el Espíritu, por el don de las lágrimas, nos conduce al arrepentimiento y nos enseña a orar: “Y de igual manera, el Espíritu viene en ayuda de nuestra flaqueza. Pues nosotros no sabemos cómo pedir para orar como conviene; más el Espíritu mismo intercede por nosotros con gemidos inefables.” (Rm 8,26)

La paloma es también símbolo de la pureza y de la inocencia: “Tus ojos son dos palomas “(Ct 1,15), y como dice el profeta Habacuc: “Muy limpio eres de ojos para mirar el mal” (Ha 1,13), es por ello que podemos encontrar en el Espíritu Santo nuestro defensor.

En fin, como ocurrió después del diluvio, la paloma es símbolo de la paz, fruto del Espíritu Santo y de la reconciliación con Dios: “La paloma vino al atardecer, y he aquí que trajo en el pico un ramo verde de olivo” (Gn 8,11)


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El Viento, el Soplo

Antes de la creación del mundo, “Un viento de Dios aleteaba por encima de las aguas” (Gn 1,2), anuncio del Espíritu Santo que fecunda las aguas del Bautismo y las santifica.
El Espíritu Santo es creador : “Por la palabra del Señor fueron hechos los cielos, por el soplo de la boca toda su mesnada” (Sal 33,6) ; el es aquél que da la vida : “Entonces el Señor Dios formó al hombre con polvo del suelo, e insufló en sus narices aliento de vida, y resultó el hombre un ser viviente” (Gn 2,7) y que la devuelve a aquel que está muerto, como ocurrió en el pasaje del profeta Ezequiel sobre los huesos secos: “Dirás al espíritu: así dice el Señor Dios: ven espíritu de los cuatro vientos, y sopla sobre estos muertos para que vivan” (Ez 37,9).

El Espíritu es movimiento de vida, el hace todas las cosas nuevas y no cesa de actuar en el mundo: “Envías tu soplo y son creados, y renuevas la faz de la tierra” (Sal 104,30).

El Espíritu es presencia de Dios por una dulzura y discreción que nos deja en libertad de abrirle nuestro corazón: “...Después del fuego, el susurro de una brisa suave. Al oírlo Elías, cubrió su rostro con el manto, salió y se puso a la entrada de la cueva” (1 R 19,13).

En Pentecostés, el viento anuncia la efusión del Espíritu Santo: “De repente vino del cielo un ruido como el de una ráfaga de viento impetuoso que llenó toda la casa en la que se encontraban” (Hch 2,1).
El espíritu se derrama sobre todos aquellos que le reciben: “El viento sopla donde quiere, y oyes su voz, pero no sabes de dónde viene ni a dónde va” (Jn 3,8.) y se nos es dado por el soplo de Cristo Resucitado: “Jesús sopló sobre ellos y les dijo: reciban el Espíritu Santo” (Jn 20,22).


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La unción de aceite

La palabra Mesías, en griego Cristo, significa: el ungido, aquel que fue puesto aparte, escogido por Dios, marcado por una unción de aceite, como Saúl, el primer rey de Israel : “…Te enviaré a un hombre de la tierra de Benjamín, le ungirás como jefe de mi pueblo Israel”. Samuel tomó el cuerno de aceite y lo derramó sobre la cabeza de Saúl diciendo: “¿No es el Señor quien te ha ungido como jefe de su pueblo Israel?” (1 S 9,16 – 10,1).
Esta unción está unida a la venida del Espíritu, espíritu de sabiduría e inteligencia: “Te invadirá entonces el Espíritu del Señor y quedarás cambiado en otro hombre” (1 S 10,6).

David, en su momento, será ungido por el profeta: “Tomó Samuel el cuerno de aceite y le ungió en medio de sus hermanos. Y a partir de entonces vino sobre David el espíritu del Señor” (1 S 16,13)
Existe también, paralelamente a la unción real, la unción sacerdotal prescrita por Dios a Moisés: “Toma tú aromas escogidos… prepararás con ello el óleo para la unción sagrada. Con el ungirás la tienda del encuentro y el Arca del testimonio… el altar del holocausto con todos sus utensilios. Así los consagrarás y serán cosa sacratísima. Todo cuanto lo toque quedará santificado. Ungirás también a Aarón y a sus hijos y los consagrarás para que ejerzan mi sacerdocio.” (Ex 30, 22-33)

Jesús de Nazaret se apropia de las palabras del profeta Isaías concernientes al Mesías: “Le entregaron el volumen del profeta Isaías y desenrollando el volumen, halló el pasaje donde estaba escrito: El espíritu del Señor está sobre mí, porque me ha ungido para anunciar a los pobres la buena nueva” (Lc 4, 17-18.).

Nosotros también mediante el Bautismo somos hechos sacerdotes, profetas y reyes: “En cuanto a vosotros estáis ungidos por el Santo, y todos vosotros lo sabéis.” (1 Jn 2,20)

El aceite, es igualmente el símbolo del gozo y alegría, fruto del Espíritu: “Haces crecer las plantas para el uso del hombre y el vino que recrea el corazón del hombre, para que lustre su rostro con aceite…” (Sal 104,15) “…Para darles aceite de gozo en vez de vestido de luto” (Is 61,3). También es fruto del Amor: “No ungiste mi cabeza con aceite. Ella ha ungido mis pies con perfume.” (Lc 7:46) y de la sanación: “Y acercándose, vendó sus heridas, echando en ellas aceite y vino.” (Lc 10,34).

En la tradición de la Iglesia, el aceite perfumado o Santo Crisma, es un signo sacramental del don que el Espíritu Santo hace al creyente: el aceite de los catecúmenos significa la purificación y fortaleza; la unción de los enfermos expresa la sanación y el alivio; la unción del Santo Crisma después del Bautismo, en la Confirmación (llamada “Crismación” en las Iglesias cristianas de Oriente) y en la ordenación sacerdotal, es un signo de consagración. Los que son ungidos participan con mayor plenitud en la misión de Cristo y del Espíritu Santo, para que toda su vida emane “el buen olor de Cristo” (2 Co 2,15).


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El Dedo

La confrontación entre Moisés y los hechiceros del Faraón ante las diez plagas de Egipto, pusieron en evidencia el poder de Dios: “Dijeron los magos a Faraón: Es el Dedo de Dios” (Ex 8,15).

En el monte Sinaí, Moisés recibe los diez mandamientos escritos sobre las tablas de la ley: “Tablas de piedra escritas por el dedo de Dios.” (Ex 31,18.), es decir, de tal forma inspiradas que constituirán la regla básica de toda vida social. La Ley nueva en Jesucristo está escrita “… no con tinta, sino con el Espíritu de Dios mismo; no en tablas de piedra, sino en tablas de carne, en los corazones.” (2 Co 3,3).

Jesús expulsa los espíritus inmundos por el poder del Espíritu Santo: “Pero si por el Espíritu de Dios expulso yo los demonios, es que ha llegado a vosotros el Reino de Dios.” (Mt 12,28.); este pasaje se pone en paralelo con esta misma escena que aparece en el Evangelio de San Lucas: “Pero si por el dedo de Dios expulso yo los demonios, es que ha llegado a vosotros el Reino de Dios.” (Lc 11,20)

La Iglesia lo invoca bajo este apelativo en la bellísima oración del Veni, Creador Spiritus: Tu septiformis munere, digitus paternae dexterae, “Eres el Espíritu de los siete dones, el dedo de la mano del Padre.”


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La mano

Jesús sanaba a los enfermos y bendecía a los niños imponiéndoles las manos. Dio poder a sus Apóstoles para hacer lo mismo: “…Impondrán las manos sobre los enfermos y se pondrán bien.” (Mc 16,18.)
Es lo mismo para la adquisición del Espíritu Santo: “Estos bajaron y oraron por ellos para que recibieran el Espíritu Santo, pues todavía no había descendido sobre ninguno de ellos; únicamente habían sido bautizados en el nombre del Señor Jesús. Entonces les imponían las manos y recibían el Espíritu Santo.” (Lc 8,15)

En la tradición de la Iglesia, las dos manos del Padre son el Hijo y el Espíritu Santo: “En cuanto al hombre, es con sus propias manos, el Hijo y el Espíritu Santo, que el Padre lo formó.” (San Ireneo).

En el sacramento de la Confirmación, en el rito romano, el obispo extiende las manos sobre los confirmandos e invoca la efusión del Espíritu Santo: “Dios bueno, dirige tu mirada sobre estos bautizados sobre los que imponemos las manos: derrama ahora sobre ellos tu Espíritu Santo, dales en plenitud el Espíritu que reposa sobre tu Hijo.” (Extracto de oración Conf.)


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El Fuego

“Después surgió el profeta Elías como fuego, su palabra abrasaba como antorcha.” (Si 48, 1), atraído por su oración, el poder del Señor se derramó para confundir a los falsos profetas: “Cayó el fuego del Señor, que devoró el holocausto y la leña” (1 R 18,38.)

Juan Bautista, que es el nuevo Elías, anuncia a Cristo como aquel que: “les bautizará en el Espíritu Santo y el fuego.” (Lc 3,16), este mismo Espíritu del que Jesús dirá: “He venido a arrojar un fuego sobre la tierra y ¡cuánto desearía que ya estuviera encendido!” (Lc 12,49).
Los Apóstoles utilizaron este mismo poder del Espíritu Santo, contra aquellos que no acogieron a Jesucristo: “Señor, ¿quieres que digamos que baje fuego del cielo y los consuma?” (Lc 9,54).

En Pentecostés, a los Apóstoles “se les aparecieron unas lenguas como de fuego que se repartieron y se posaron sobre cada uno de ellos; quedaron todos llenos del Espíritu Santo…” (Hch 2, 3-4)
El Espíritu Santo es este fuego que abraza nuestros corazones con el Amor de Cristo: “No extingáis el Espíritu.” (1 Ts 5,19)



Artículo: Simbología del Espíritu Santo
Autor: Odile Haumonté
Revista : Feut et Lumière Nº 195
Traducción : Nigunim
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