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El servicio de la autoridad y la obediencia II

 
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Autor Mensaje
Gache
Asiduo


Registrado: 27 Sep 2005
Mensajes: 138

MensajePublicado: Mar Jul 15, 2008 6:03 pm    Asunto: El servicio de la autoridad y la obediencia II
Tema: El servicio de la autoridad y la obediencia II
Responder citando

Queridas Hermanas:
Las vuelvo a animar a participar en este tema que lanzó la Instrucción de la Congregación para los Institutos de Vida Consagrada y las Sociedades de Vida Apostólica sobre "El servicio de la autoridad y la obediencia"

Dios las Bendiga



Para ver la Introducción da click aquí: http://www.foros.catholic.net/viewtopic.php?t=43658

Para ver la Primera Parte da click en los siguientes enlaces:
http://www.foros.catholic.net/viewtopic.php?t=43937
http://www.foros.catholic.net/viewtopic.php?t=43938
http://www.foros.catholic.net/viewtopic.php?t=44774
http://www.foros.catholic.net/viewtopic.php?t=44865


SEGUNDA PARTE:
AUTORIDAD Y OBEDIENCIA
EN LA VIDA FRATERNA

«Uno solo es vuestro maestro y todos vosotros sois hermanos»
(Mt 23, Cool

El mandamiento nuevo
16. A todos aquellos que buscan a Dios les es dado, además del mandamiento «amarás al Señor tu Dios con todo el corazón, con toda el alma y con toda la mente», un segundo mandamiento «semejante al primero»: «amarás al prójimo como a ti mismo» (Mt 22, 37-39). Más aún, añade el Señor Jesús: «Amaos como yo os he amado», pues por la calidad de vuestro amor «reconocerán que sois mis discípulos» (Jn 13, 34-35). La construcción de comunidades fraternas constituye uno de los compromisos fundamentales de la vida consagrada; a ello están llamados a dedicarse los miembros de la comunidad, movidos por el mismo amor que el Señor ha derramado en sus corazones. Porque, en efecto, la vida fraterna en comunidad es un elemento constitutivo de la vida religiosa y signo elocuente de los efectos humanizadores de la presencia del Reino de Dios.
Si es verdad que no se dan comunidades significativas sin amor fraterno, también lo es que una visión correcta de la obediencia y la autoridad puede ofrecer una ayuda válida para vivir en la vida cotidiana el mandamiento del amor, especialmente cuando se trata de afrontar problemas concernientes a la relación entre persona y comunidad.

La autoridad al servicio de la comunidad, y ésta al servicio del Reino

17. «Todos los que son guiados por el Espíritu de Dios son hijos de Dios» (Rm 8, 14): por consiguiente, somos hermanas y hermanos en la medida en que Dios es el Padre que con su Espíritu guía a la comunidad de hermanas y hermanos y los configura con su Hijo.
En este plan se inserta el papel de la autoridad. Los superiores y superioras, en unión con las personas que les han sido confiadas, están llamados a edificar en Cristo una comunidad fraterna en la cual se busque a Dios y se le ame sobre todas las cosas, realizando su proyecto redentor.46 Por tanto, a imitación del Señor Jesús que lavó los pies de sus discípulos, la autoridad está al servicio de la comunidad para que, a su vez, ésta se ponga al servicio del Reino (cf. Jn 13, 1-17). Ejercer la autoridad en medio de los hermanos significa servirles a ejemplo de Aquél que «ha dado su vida en rescate por muchos» (Mc 10, 45), para que también éstos den su vida.
Sólo si el superior, por su parte, vive en obediencia a Cristo y en sincera observancia de la Regla, pueden comprender los miembros de la comunidad que su obediencia a él no sólo no es contraria a la libertad de los hijos de Dios, sino que la hace madurar en conformidad con Cristo, obediente al Padre.47

Dóciles al Espíritu que conduce a la unidad
18. Una misma llamada de Dios ha reunido a los miembros de una comunidad o Instituto (cf. Col 3, 15) y una única voluntad de buscar a Dios sigue guiándolos. «La vida de comunidad es, de modo particular, signo, ante la Iglesia y la sociedad, del vínculo que surge de la misma llamada y de la voluntad común de obedecerla, por encima de cualquier diversidad de raza y de origen, de lengua y cultura. Contra el espíritu de discordia y división, la autoridad y la obediencia brillan como un signo de la única paternidad que procede de Dios, de la fraternidad nacida del Espíritu, de la libertad interior de quien se fía de Dios a pesar de los límites humanos de los que lo representan».48
El Espíritu hace a cada uno disponible para el Reino, aun en la diferencia de dones y funciones (cf. 1 Co 12, 11). La obediencia a su acción unifica a la comunidad en el testimonio de su presencia, hace gozosos los pasos de todos (cf. Sal 36, 23) y se convierte en fundamento de la vida fraterna, en la cual todos obedecen aun teniendo obligaciones distintas. La búsqueda de la voluntad de Dios y la disponibilidad a cumplirla es el cemento espiritual que salva al grupo de la fragmentación que podría derivarse de las muchas subjetividades, cuando éstas están faltas de un principio de unidad.

Para una espiritualidad de comunión y una santidad comunitaria
19. En estos últimos años, una concepción antropológica renovada ha puesto mucho más de manifiesto la importancia de la dimensión relacional del ser humano. Esta concepción encuentra amplio respaldo en la imagen de la persona humana que emerge de las Escrituras, y, sin duda, ha ejercido un gran influjo en el modo de concebir la relación en el seno de las comunidades religiosas, a las que hace más atentas al valor de la apertura al otro, a la fecundidad de la relación con la diversidad y al enriquecimiento que de ello deriva para todos.
Dicha antropología relacional ha ejercido también un influjo cuando menos indirecto, como hemos recordado, sobre la espiritualidad de comunión, y ha contribuido a renovar el concepto de misión entendida como compromiso compartido con todos los miembros del pueblo de Dios, en un espíritu de colaboración y corresponsabilidad. La espiritualidad de comunión se presenta como el clima espiritual de la Iglesia a comienzos del tercer milenio y por tanto como tarea activa y ejemplar de la vida consagrada a todos los niveles. Es el camino real para un futuro de vida creyente y testimonio cristiano, que halla su referencia irrenunciable en el misterio eucarístico, cuya centralidad reconoce cada vez con mayor convencimiento. Precisamente porque «la Eucaristía es constitutiva del ser y del actuar de la Iglesia» y «se muestra así en las raíces de la Iglesia como misterio de comunión».49
Santidad y misión pasan por la comunidad, ya que el Señor resucitado se hace presente en ella y a través de ella,50 haciéndola santa y santificando las relaciones que en ella se dan. ¿Acaso no ha prometido Jesús estar presente donde dos o tres se reúnan en su nombre? (cf. Mt 18, 20). De esta forma, el hermano y la hermana se convierten en sacramento de Cristo y del encuentro con Dios, en posibilidad concreta de poder vivir el mandamiento del amor recíproco. Y así el camino de la santidad se hace recorrido que toda la comunidad realiza junta; no sólo camino del individuo, sino experiencia comunitaria cada vez más: en la acogida recíproca; en la condivisión de dones, sobre todo el don del amor, el perdón y la corrección fraterna; en la búsqueda común de la voluntad del Señor, rico de gracia y misericordia; en la disponibilidad de cada uno a hacerse cargo del camino del otro.
En el clima cultural de hoy la santidad comunitaria es testimonio convincente, quizá más que la del individuo, porque manifiesta el valor perenne de la unidad, don que nos ha dejado el Señor Jesús. Así aparece con particular evidencia en las comunidades internacionales e interculturales, que requieren altos niveles de acogida y diálogo.


NOTAS
50 Cf. ibíd., 42.
51 La vida fraterna en comunidad, 51.
52 Cf. Perfectae caritatis, 14.
53 San Benito, Regla 3, 1.3, 80.
54 Cf. Vita consecrata, 43; La vida fraterna en comunidad, 50c; Caminar desde Cristo, 14.
55 La vida fraterna en comunidad, 32.
56 Vita consecrata, 92.
57 Cf. ibíd., 43.
58 San Benito, Regla 71, 1-2, 185.
59 Ibíd., 72, 4-7, 186-187.
60 San Basilio, Las reglas más breves, Interrog. 115: PG 31, 1162.
61 San Bernardo, Sobre la consideración, II, XI, 20, en Obras completas de San Bernardo, II, 113.
62 Santa Clara de Asís, Testamento, 61-62, en Escritos de Santa Clara y documentos contemporáneos, BAC 314, Madrid 1970, 284.
63 Juan Pablo II a la Plenaria de la Congregación para la Vida Consagrada y las Sociedades de Vida Apostólica (20 noviembre 1992), en AAS 85 (1993) 905; cf. La vida fraterna en comunidad, 54, 71.
64 Ibíd., 54.
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