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12. La relación entre el formador y el seminarista II
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Hini
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MensajePublicado: Sab Ene 17, 2009 10:26 am    Asunto: 12. La relación entre el formador y el seminarista II
Tema: 12. La relación entre el formador y el seminarista II
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PREGUNTAS PARA ORIENTAR LA DISCUSIÓN EN EL FORO

Nota: no es necesario responder a todas las preguntas, cada uno es libre en eso. Se sugiere responder sobre todo a aquellas en las que uno tenga alguna idea o experiencia interesante que pueda enriquecer a los demás, que es de lo que se trata. Incluso puede comentar una pregunta que corresponda a otro grupo, u otro asunto relacionado con el tema que estemos viendo.

Formadores
- ¿No podría llegar a confundirse la motivación con el así llamado “lavado de cerebro”? ¿dónde radica la diferencia?
- ¿Cuál es la clave para saber motivar a los seminaristas?

Otros sacerdotes
- ¿Está de acuerdo en que se realice una labor preventiva y de vigilancia en el seminario? ¿no hay que confiar absolutamente en los seminaristas?
- Sabiendo que lo ideal es el equilibrio, ¿dónde hay más riesgo: en tener formadores “bonachones” o en que sean demasiado exigentes?

Seminaristas- ¿Te gusta que tus formadores te repitan las cosas y estén atentos a tu formación? ¿o prefieres más bien que te dejen tranquilo, a tu ritmo?

Otros participantes
- La formación requiere bondad y exigencia. ¿Cómo encontrar el equilibrio?


12. La relación entre el formador y el seminarista II

Continuamos con las funciones del formador y su relación con los seminaristas.

Motivar

No basta enseñar. Hemos recordado más de una vez que el ser humano actúa por motivos. El formador debe motivar además de enseñar. El seminarista puede entender muy bien lo que se le enseña, incluso su por qué, y no estar realmente motivado a ello. Él no es un empleado, al que se le pide que cumpla su deber aunque no le interese en sí lo que hace. La verdadera educación es la maduración que nace desde dentro. Es preciso que la persona, después de entender las cosas, perciba su valor como valor para ella. Ese valor será su motor, su motivo.

Motivar es, pues, presentar a una persona aquellos valores que pueden resultar atractivos y eficaces para ella. En ese sentido, el formador tiene que saber adaptarse a cada uno: a su sensibilidad y a su mundo axiológico interior. Pero, por otra parte, es preciso apelar de modo especial a aquellos valores que son en sí mismos más hondos y más propios de la realidad para la que se pretende motivar. Son éstos los que podrán poner en movimiento el núcleo interior de la persona y los que superarán la prueba del tiempo. Podemos encontrarnos con un seminarista en el que esos valores profundos encuentran escasa resonancia. Se requiere entonces la habilidad suficiente para apelar a los valores que él espontáneamente percibe, aunque sean más bien superficiales, e ir conduciéndolo desde ellos hacia los otros, más importantes y duraderos.

Como veíamos antes, el motivo más hondo y más propio en la formación de un sacerdote es el amor a Cristo y a la humanidad. El formador debe saber presentar ese amor como estímulo principal en la vida del futuro sacerdote. Cuando el seminarista encuentra dificultades en su entrega, cuando pasa por momentos de oscuridad o desaliento, lo mejor que puede hacer el formador es decirle: "¿Por qué no vas a consultárselo al Señor? Búscalo en el sagrario, contémplalo en el crucifijo y pídele su luz y su fortaleza".

La destreza del formador le permitirá echar mano de todas aquellas motivaciones secundarias que pueden estimular al seminarista, también las meramente humanas. Es todo un arte. En unas ocasiones convendrá reconocer y alabar lo bien que el alumno ha realizado su labor; en otras será más eficaz en cambio espolear su amor propio haciéndole ver lo que le falta. Hay casos en que lo mejor es poner por delante un reto difícil y exigente; hay otros en que es más prudente pedir metas fácilmente accesibles. A veces es necesario llamar la atención seriamente; otras veces, por ejemplo en un momento de tensión o agobio, lo más acertado es ofrecer un rato inesperado de descanso y entretenimiento...

Cabría repetir aquí lo que se decía hace un momento a propósito de la necesidad de repetir las cosas. También la fuerza de las motivaciones se desgasta con el tiempo. Tampoco los valores son siempre comprendidos y asimilados a la primera. Una nueva presentación de un valor ya conocido puede hacer que vibre en la conciencia del seminarista con una fuerza quizás nunca experimentada. No sólo repetir de vez en cuando; se podría casi decir que el buen formador nunca pide nada, sobre todo cuando es costoso, sin ofrecer alguna motivación. Por último, puede ser útil observar que en el arte de la motivación cuenta mucho la fuerza y el calor con que el formador presenta los valores. Para que se entienda algo basta que se muestre con claridad. Pero para que se capte como valor es importante el testimonio de quien, con su modo de decirlo y de vivirlo, muestra que de verdad vale.


Guiar

Ahora bien, el realismo antropológico nos ayuda a recordar que el seminarista experimenta, como todos, la fuerza de las pasiones y el peso del propio egoísmo, que muchas veces tiran de él en dirección opuesta a su elección consciente y libre. Si es realista y sincero, él mismo se da cuenta de que necesita el apoyo de un guía.

Por otra parte, el formador es responsable de la comunidad del seminario. Debe pues guiar también todo lo que se refiere a la organización y la vida comunitaria en el centro de formación.
Por tanto, el formador, además de enseñar y motivar tiene la misión de guiar a los candidatos. Guía es el que enseña un camino, no señalándolo en el mapa, sino caminando por él junto al otro. El formador se convierte así en el maestro que acompaña al seminarista en su camino de preparación al sacerdocio.

El formador es responsable de la marcha del seminario y de la auténtica formación de los candidatos. Esto significa que él no puede desentenderse de lo que hacen o dejan de hacer. Debe estar atento, informarse -directamente o a través de sus colaboradores-, seguir de cerca el desarrollo de las actividades comunes, interesarse por el camino formativo de cada seminarista...
Es importante que el formador sepa confiar en los candidatos, y deje que se vea su confianza. Lo cual no significa, sin embargo, que cierre los ojos o suponga inocentemente que nunca puede haber desviaciones. Aquí la "inocencia" podría ser sinónimo de irresponsabilidad. Es el mismo interés sincero por el bien de los seminaristas el que le lleva a confiar en ellos y a desconfiar de la debilidad humana.

Gracias a esa actitud atenta, el formador podrá realizar una adecuada labor preventiva, fundamental en un buen sistema de educación. El buen guía sabe mirar adelante para detectar posibles obstáculos y poner en guardia a quienes le siguen. En el camino de un candidato al sacerdocio hay obstáculos y peligros generales, que dependen de la naturaleza misma del hombre. Es fácil, sobre todo con un poco de experiencia, saber cómo y cuándo pueden presentarse. Otros dependen del modo de ser de cada uno, o de circunstancias y situaciones concretas. A veces aparecen de improviso. Pero una mirada despierta puede preverlos con frecuencia. Esa previsión permitirá removerlos o al menos avisar al interesado. La importancia de este servicio del formador podría ser sintetizada con el refrán popular: "más vale prevenir que remediar".

Guiar consiste también en "estar presente". Es el único modo de que aquello de "caminar junto al otro" sea algo más que poesía. La mera presencia del formador entre los seminaristas puede constituir un auténtico elemento formativo, una especie de reclamo que les ayuda a recordar el propio deber.

Al guiar a sus seminaristas, el formador no está haciendo más que cumplir la dimensión profética de su sacerdocio, en medio de aquellos a quienes ha sido enviado. También él ha sido puesto como «centinela» (Ez 3,17). En ocasiones su servicio de autoridad requerirá firmeza en la exigencia. Cuando le cueste exigir podrá alentarle el recuerdo de las palabras del Señor al profeta Ezequiel: «por no haberle advertido tú... yo te pediré cuentas a ti. Si por el contrario adviertes al justo... vivirá él por haber sido advertido, y tú habrás salvado tu vida» (Ez 3,20-21).

Podría parecer extraño, pero en realidad sólo el formador humilde sabe exigir. Por una parte, la humildad hace que no actúe por quedar bien ante los seminaristas. El respeto humano cohíbe la acción del formador, llevándole a buscar el aprecio de los demás, y a evitar en consecuencia todo lo que pudiera desfigurar su imagen de persona "abierta" y "buena". En realidad esas personas suelen crear más bien la impresión del "bonachón", y no logran conquistarse la confianza de los jóvenes que quieren formarse y buscan un guía claro y firme.

Pero además, se requiere la humildad profunda para que la firmeza de la exigencia no se convierta en dureza. La brusquedad no guía, aleja. Quizás una de las fórmulas educativas que más debería recordar todo formador es la concentrada en el adagio clásico: suaviter in forma, fortiter in re. No se trata de la simple contraposición de dos opuestos. Ambos elementos son expresión de una misma intencionalidad. La firmeza de fondo es verdaderamente educativa cuando se une a la suavidad en la forma. El formador tiene que ser completamente dueño de sí para no dejar que el orgullo, la impaciencia o el enfado determinen nunca su relación con los seminaristas. La humildad profunda y el interés genuino por el bien de los candidatos a él confiados le permitirán dominarse en momentos en que sería quizás fácil desahogarse con una salida brusca, o imponer a la fuerza su voluntad. Por otro lado, estas mismas actitudes harán posible que el formador sepa dejar pasar el momento en que el seminarista se encuentra cegado por la pasión, y esperar a que se haga la calma, para tratar el asunto en el momento oportuno, cuando pueda sea posible dialogar.

El formador tiene que ser consciente de que la vida ordinaria del seminarista es ya en sí exigente y dura. Él no tiene derecho a hacerle más pesada la carga con un trato desconsiderado. Menos aún con un trato despectivo. Los jóvenes son muy sensibles a la ironía y el desprecio de quienes están constituidos en autoridad, sobre todo cuando lo muestran en público. De igual modo, hay que evitar todo lo que pueda llevar a un enfrentamiento entre el seminarista y el seminarista -de nuevo sobre todo, pero no sólo, en público-. El mejor modo de ganarse el respeto de los alumnos es tratarlos con respeto sincero.

Por último, guiar la formación de los futuros sacerdotes es también impulsarla. El formador no debe concebir su papel como freno. Tiene que moderar y encauzar, eso sí, pero no frenar. Al contrario. La Iglesia y el mundo necesitan sacerdotes activos, creativos, celosos en su servicio pastoral. El formador tiene que fomentar en sus seminaristas el sentido de iniciativa, de empresa y de trabajo.

Las funciones educativas de los formadores cuentan con diversos cauces en la vida del seminario. En ocasiones actuarán en público, a través de conferencias o reuniones. A este respecto se puede pensar, por ejemplo, en algunas reuniones periódicas con todos los seminaristas o con algún grupo, en las que se recuerden, ilustren y motiven algunos aspectos de la vida del seminario que quizás se han ido olvidando o no son vividos por todos correctamente. Otras veces será el contacto personal con un seminarista la mejor ocasión para explicar algún punto que parece especialmente útil para él o que no logra entender suficientemente, o para motivarle o guiarle a él personalmente. Contacto personal que puede darse en el ámbito de la dirección espiritual, pero también en la confesión cuando se trata de materias de conciencia y progreso espiritual, y hasta en el trato espontáneo y amigable de cada día.


Algunas actitudes generales del buen formador

En los párrafos anteriores hemos venido recordando, mientras comentábamos sus principales tareas, algunas actitudes propias del buen formador de sacerdotes. Podemos, sin embargo, recoger sintéticamente algunas otras, de carácter general, que determinan vigorosamente el estilo de su trabajo como formador.

El formador debe ser una persona cercana y accesible. Poco podrá ayudar personalmente a sus seminaristas si se encierra en su despacho y reduce su labor a supervisar a distancia la marcha del centro. Cercanía significa convivir con los alumnos, estar con ellos y entre ellos; acompañarles en las celebraciones litúrgicas, en las comidas, en los momentos de recreación... Mostrarse accesible es estar siempre dispuesto a tratar sus asuntos y a escucharles con atención.

Una de las cosas que todos más apreciamos de los demás, es que muestren interés por nosotros. Un buen formador se interesa por cada uno de los seminaristas. Es el formador que pregunta sinceramente a uno cómo va aquél asunto que le tenía preocupado, que visita al que está en enfermo y se encarga, si hace falta, de que le atienda un buen médico, que se alegra de veras con los éxitos y comparte también sus tristezas.

Un punto al que todos los seminaristas suelen ser muy sensibles es la universalidad en el trato por parte del formador. Todo lo que sepa a exclusivismo o favoritismo es perjudicial. Viceversa, un trato substancialmente igual para todos favorece la confianza de cada uno, porque demuestra que el formador no se deja guiar por simpatías o antipatías, sino por su deseo de ayudar a cada uno según sus necesidades. Es natural que el formador se entienda más fácilmente con unos que con otros. Hay jóvenes agradables en su trato, abiertos y amables, otros menos. Pero debe siempre esforzarse para estar igualmente disponible para todos. Sobre todo el formador ha de cuidar que no surja en él el rechazo o desprecio por ninguno de los seminaristas. Nunca habrá razón suficiente para ello.

Trato universal no significa trato anónimo o despersonalizado. Interesarse por todos significa interesarse por cada uno y actuar conforme a sus particularidades, sus necesidades, sus circunstancias actuales. A unos habrá que dedicarles mayor atención porque necesitan más orientación y apoyo. Habrá casos especiales que requerirán su preocupación y su tiempo para ayudarles a salir adelante. No será tiempo perdido. El día de mañana sentirá quizás la satisfacción de ver convertido en un santo sacerdote a aquél seminarista problemático que con esfuerzo logró salvar del naufragio. A otros convendrá ayudarles especialmente para que desarrollen al máximo sus especiales dotes espirituales, humanas o intelectuales. En todo grupo humano hay algunos que influyen especialmente sobre los demás. Es muy oportuno identificarlos y ayudarles a potenciar su liderazgo en provecho de todo el seminario y en función de su futuro apostolado.

Al conocer a los candidatos, el formador conocerá también necesariamente sus defectos y sus límites. El buen formador debe saber comprender y aceptar a cada uno como es. Es inútil pretender que sea perfecto. Es perjudicial pretender que sea como a uno le gustaría que fuera. Al fin y al cabo es Dios quien lo ha escogido para el sacerdocio tal cual es. El formador debe acogerlo y colaborar con él y con el Espíritu Santo para que madure y se trasforme en Cristo de acuerdo con el plan eterno de Dios.

Esa transformación interior de las personas suele ser lenta, con frecuencia imperceptible y no siempre progresiva. La gracia actúa de modo misterioso, en ocasiones inesperado. Las ideas, los motivos, pero sobre todo los hábitos de vida se asimilan poco a poco. El comportamiento humano sufre frecuentes altibajos, y a veces se tiene la impresión de que el seminarista no avanza, o incluso pierde el terreno que ya había conquistado. Es necesario ser paciente y no desesperar. El formador paciente sabe esperar la hora de Dios y adaptarse al ritmo de su gracia. Comprende que tiene que ser el mismo seminarista quien entienda y acepte libremente lo que se le propone. Si percibe que el seminarista se encuentra en un momento difícil y es incapaz en ese instante de entender o aceptar algo, no tiene prisas, no presiona ni se precipita. Ya llegará un momento más propicio.

Todo esto requiere una buena dosis de prudencia. No se pueden formular reglas precisas sobre cómo conviene comportarse con cada persona en cada situación particular. Es la virtud de la prudencia la que ayuda a aplicar los principios generales a los casos particulares. La prudencia exige reflexión, discernimiento, análisis sereno de las circunstancias. No se trata solamente de un modo natural de ser. Es algo que se puede ir adquiriendo y perfilando, sobre todo con su esfuerzo diario por actuar en la práctica de modo prudente. El formador joven puede aprender mucho trabajando al lado de otros formadores experimentados, consultándoles sus dudas y observando su comportamiento en el trato educativo con los seminaristas.


LECTURAS RECOMENDADAS

1. Recomendamos la lectura de los números 23 a 42 del documento “Directrices sobre la preparación de los formadores de seminarios” (Congregación para la Educación Católica, 4 de noviembre de 1993).

2. Aunque dirigido a los miembros de Institutos de vida consagrada y sociedades de vida apostólica, también puede ser útil la lectura de la reciente instrucción “El servicio de la autoridad y de la obediencia” (Congregación para los Institutos de vida consagrada y Sociedades de vida apostólica, 11 de mayo de 2008), especialmente los números 4 al 12. http://www.vatican.va/roman_curia/congregations/ccscrlife/documents/rc_con_ccscrlife_doc_20080511_autorita-obbedienza_sp.html



"Directrices sobre la preparación de los formadores de seminarios”

III. CRITERIOS PARA LA ELECCIÓN DE LOSFORMADORES

Premisa



23. Respecto a los criterios para la elección de los formadores, la
Iglesia se muestra muy exigente. Según el decreto «Optatam toiius»
«los superiores y los profesores han de ser elegidos de entre los mejores
»!". Sobre este punto, el Concilio se hace eco de la encíclica de
Pío XI «Ad catholici sacerdoti», donde se dirige a los obispos la siguiente
exhortación: «Se ponga, ante todo, un cuidado especial en la
elección de los superiores y de los maestros... Dad a vuestros colegios
los mejores sacerdotes; no os pese el sustraerlos de tareas en
apariencia más importantes, pero que no se pueden parangonar con
esta obra capital e insustituible".
Tal preciso deber ha de entenderse en el sentido de una apremiante
invitación a considerar el problema de los formadores como
una de las prioridades pastorales más importantes. Nada se debe dejar
por hacer en las diócesis para poder dotar a los seminarios del
personal dirigente y docente que necesitan.

24. Las cualidades esenciales exigidas, de las que hablan los documentos
citados, han sido especificadas en «Pastores dabo vobis»16, en la «Ratio fundamentalis»
y, luego, en las «Ratio» nacionales en un modo más explícito y amplio.
Entre otras, se señalan la necesidad de poseer un fuerte espíritu de fe,
una viva conciencia sacerdotal y pastoral, solidez en la propia vocación,
un claro sentido eclesial, la facilidad para relacionarse y la capacidad de liderazgo,
un maduro equilibrio sicológico, emocional y afectivo, inteligencia unida
a prudencia y cordura, una verdadera cultura de la mente y del corazón,
capacidad para colaborar, profundo conocimiento del alma juvenil
y espíritu comunitario.

25. La vocación de formador supone poseer, por un lado, un
cierto «carisma», que se manifiesta en dones naturales y de gracia y,
por otro, en algunas cualidades y aptitudes que se han de adquirir.
Siempre que se hable de la personalidad del formador se deberá considerar
este doble aspecto: cada una de las características que deseamos
en el formador de seminario presenta elementos, que son, por
así decirlo, innatos unos, y otros que se deben adquirir gradualmente
mediante el estudio y la experiencia.
La individualización de los criterios para la elección de los formadores
supone siempre un ideal que refleja las cualidades arriba indicadas,
junto a muchas otras que se pueden deducir del conjunto de
objetivos formativos indicados por «Pastores daba vobis».
Aquí, seguidamente, se buscará presentar una rica relación de
ellas, sin pretender por ello que todas esas dotes y facultades se encuentren
en grado perfecto en cada persona. Se quiere ofrecer sola-
mente un punto de referencia para la búsqueda y selección de los formadores,
que pueda al mismo tiempo servir de criterio para programar
su formación, y para evaluar su servicio. Aun teniendo presentes
los límites impuestos por las situaciones concretas y las posibilidades
humanas, no se ha considerado inútil poner el ideal un poco por encima
de tales presumibles limitaciones, a fin de que constituya un
constante reclamo y estímulo hacia la superación.

A) Rasgos comunes a todos los formadores de los Seminarios

1. Espíritu de fe

26. El objeto y el fin de la tarea educativa en el seminario pueden
ser comprendidos solamente a la luz de la fe. Por esta razón, el formador
debe ser en primer lugar hombre de fe firme, bien motivada y
fundada, vivida en profundidad de modo que se transparente en todas
sus palabras y acciones. Animada por la caridad, la fe irradia en
la vida el gozo y la esperanza de una dedicación total a Cristo y a su
Iglesia. Se manifiesta en la elección de una vida evangélica y en una
adhesión sincera a los valores morales y espirituales del sacerdocio,
que trata de comunicar con prudencia y convicción. Ante la diversidad
de opiniones en el campo dogmático, moral y pedagógico el formador
se inspira en los criterios dictados por la fe, siguiendo con cordial
e inteligente docilidad las orientaciones del Magisterio. De esta
manera se siente «maestro de la fe» de sus alumnos, les hace descubrir
su belleza y sus valores vitales, y se muestra sensible y atento a su
camino de fe, ayudándoles a superar las dificultades.

27. El formador que vive de fe educa más por lo que es que por
lo que dice. Su fe se traduce en un coherente testimonio de vida sacerdotal,
animada de celo apostólico y de vivo sentido misionero.
«Adviertan bien los superiores y profesores que de su modo de pensar
y de su manera de obrar depende en gran medida el resultado de
la formación de los alumnos-l". Ellos manifiestan de manera sencilla
y apropiada la belleza y las riquezas espirituales, como también la fe-
cundidad de las buenas obras que brotan de una fe vivida en el ejercicio
del ministerio y de la vida sacerdotales. Quien ha encontrado, en
la perspectiva de la fe, el sentido de la vida en el propio sacerdocio es
capaz de irradiar el gozo de la propia vocación y de comunicarlo a los
demás.
El espíritu de fe va acompañado y sostenido por el amor a la oración.
Los seminaristas necesitan, hoy más que nunca, ser educados
«al significado humano profundo y al valor religioso del silencio»,20
como condición para conocer y experimentar el sentido auténtico de
la oración, de la liturgia, del culto eucarístico y de una verdadera devoción
mariana. Los maestros de la fe deben pues llegar a ser para
sus alumnos verdaderos maestros de oración y de ejemplares celebraciones
litúrgicas.

2. Sentido pastoral

28. «Toda la formación de los candidatos al sacerdocio está
orientada a prepararlos de una manera específica para comunicar la
caridad de Cristo, buen Pastor. Por tanto, esta formación, en sus diversos
aspectos, debe tener un carácter esencialmente pastoral».21
Todos los formadores deben preocuparse en valorar cada uno de los
aspectos formativos teniendo presente este fin principal del seminario.
Especialmente los profesores, sin descuidar el aspecto científico
de su enseñanza, pondrán en evidencia su valor pastoral y harán que
«concurra armoniosamente a abrir cada vez más las inteligencias de
los alumnos al misterio de Cristo... de forma que adviertan el sentido
de los estudios eclesiásticos, su plan y su finalidad pastoral»22.
Los formadores cultivarán esta sensibilidad de la propia participación
en la caridad pastoral de Cristo, vivida en el ministerio desempeñado
antes de su nombramiento, y cultivada con generosidad
-aunque dentro de los límites que les permita su compromiso en el
seminario- incluso durante el servicio educativo. En sus diversas intervenciones
educativas, tratarán de que los seminaristas se abran cada
vez más «a la exigencia -hoy fuertemente sentida- de la evangeli-
zación de las culturas y de la inculturación del mensaje de la fe»23, haciéndoles
así «amar y vivir la dimensión misionera esencial de la Iglesia
y de las diversas actividades pastorales".

3. Espíritu de comunión

29. Los formadores vivan «una muy estrecha unión de espíritu y
de acción y formen entre sí y con los alumnos una familia que responda
a la oración del Señor: «que sean una sola cosa» (d. Jn 17,11)
Y fomenten en los alumnos el gozo por su propia vocación".
Esta comunión, competentemente pedida por el Concilio, toca de
cerca a la naturaleza del sacerdocio ministerial y al ejercicio de su ministerio.
Como se expresa al respecto «Pastores daba vobis», «precisamente
porque dentro de la Iglesia es el hombre de la comunión, el
presbítero debe ser, en su relación con todos los hombres, el hombre
de la misión y del diálogo»26. Se puede decir que el formador es auténtico
en su servicio y que responde a las exigencias de su ideal sacerdotal,
sólo en la medida en que se sabe comprometer y sacrificar por la
unidad, cuando en su pensamiento, en sus actitudes y en su oración refleja
solicitud por la unión y cohesión de la comunidad a él confiada.
Este aspecto de la labor educativa requiere dones de naturaleza y
de gracia, y es alimentado con una particular docilidad al Espíritu
Santo, vínculo de unidad en la vida íntima divina y en la vida de la
Iglesia.
Inspirándose en una verdadera «eclesiología de comunión», los
formadores estarán en condiciones de educar a la comunidad del seminario
«a establecer con todos los hombres relaciones de fraternidad,
de servicio, de búsqueda común de la verdad, de promoción de
la justicia y la paz. En primer lugar con los hermanos de las otras Iglesias
y confesiones cristianas; pero también con los fieles de otras religiones
y con los hombres de buena voluntad".

30. Como ya hemos señalado, este principio de comunión se
traduce en una espontánea y fraterna capacidad de colaboración.
En torno al rector, quien tiene en el seminario la responsabilidad
mayor y más onerosa, los formadores deben ser capaces de converger,
sobre todo cuando se trate de establecer o salvaguardar la unidad
del proyecto educativo. En la elaboración del reglamento de disciplina,
del programa de estudios, de la formación espiritual, pastoral y litúrgica
se requiere un mutuo acuerdo, y la disposición de considerar
los objetivos comunes y los criterios de discernimiento dados por la
Iglesia y por el obispo como normativos y prevalentes por encima del
punto de vista particular.
Este espíritu de colaboración y de entendimiento es de fundamental
importancia, en modo especial, en la adopción de los criterios de
discernimiento vocacional para la admisión de los candidatos en el
seminario y a las órdenes sagradas. Respecto a esto, quedando a salvo
las distintas funciones y las responsabilidades diferentes, todos los
miembros del equipo dirigente deben sentirse corresponsables, demostrando
la capacidad de dar juicios certeros y conformes a las normas
de la Iglesia. Pero también en otras situaciones es necesario tener
siempre presente que para el éxito de la formación son
responsables no sólo el rector o el director espiritual, sino todos los
miembros del equipo educativo.

31. Una reflexión aparte merece el espíritu de colaboración que
ha de establecerse entre los profesores de las distintas disciplinas.
Han de ser conscientes de que forman un único organismo, preocupándose
de las relaciones mutuas entre las diferentes materias y de
su unidad/". Esta tarea se presenta difícil en tiempos de difuso pluralismo
teológico y de fragmentación de los cuerpos docentes, obligados
a menudo a recurrir a la colaboración ocasional de profesores externos.
Pero la dificultad exige una capacidad de colaboración
todavía más intensa.

32. Un problema especial lo constituye la necesidad de establecer
una buena armonía entre la enseñanza teológica y la línea formativa
del seminario con su visión del sacerdocio y de las varias
cuestiones concernientes a la vida de la Iglesia. Y si tal espíritu de
entendimiento se ha de reforzar siempre en los centros que imparten
la enseñanza teológica internamente, con mayor razón ha de
serlo en aquellos casos en los que los estudios se realizan en Facultades
teológicas o en otros Institutos de estudios teológicos. A tal
propósito «el profesor de teología, como cualquier otro formador,
debe estar en comunión y colaborar abiertamente con todas las demás
personas dedicadas a la formación de los futuros sacerdotes, y
presentar con rigor científico, generosidad, humildad y entusiasmo
su aportación original y cualificada.´´´ Teniendo en cuenta la fluidez
y complejidad actual de los problemas en los campos teológico,
pastoral y educativo, se debe ser consciente de que la deseada unidad
de espíritu y de acción sigue siendo para los formadores un
ideal que se ha de ir conquistando día a día, no pudiendo conseguirse
de una vez por todas. Su capacidad de colaboración, su sentido
de comunión están sometidos a una necesaria evaluación continua,
y exigen, por lo tanto, personalidades particularmente
equilibradas y cualificadas en este sentido.

4. Madurez humana y equilibrio psíquico

33. Se trata de un aspecto de la personalidad que es difícil definir
en abstracto, pero que corresponde en concreto a la capacidad para
crear y mantener un clima sereno, de vivir relaciones amistosas que
manifiesten comprensión y afabilidad, de poseer un constante autocontrol.
Lejos de encerrarse en sí mismo, el formador se interesa por
el propio trabajo y por las personas que le rodean, así como también
por los problemas que ha de afrontar diariamente. Personificando de
algún modo el ideal que él propone, se convierte en un modelo a imitar,
capaz de ejercer un verdadero liderazgo y, por tanto, de comprometer
al educando en el propio proyecto formativo.
La importancia de este fundamental rasgo de la personalidad se
ha de tener siempre presente, incluso para evitar fallos pedagógicos,
los que pueden darse en formadores insatisfechos, exacerbados y ansiosos.
Ellos traspasan sus dificultades a sus alumnos, deprimiéndolos
y obstaculizando su normal desarrollo humano y espiritual.

34. Unida íntimamente a la madurez está la sabiduría, entendida
como el verdadero conocimiento de sí mismo, de la propia valía y de
los propios límites honestamente reconocidos y responsablemente
aceptados. Un formador maduro es capaz de poseer una buena distancia
crítica de sí mismo, está abierto para aprender, sabe aceptar
las críticas y observaciones y está dispuesto a corregirse. Sólo así sabrá
ser justo también en las exigencias a los demás, sin olvidar la fatiga
y las limitaciones que incumben a la humana capacidad. Una buena
y permanente predisposición a apreciaciones prudentes,
equilibradas y a la paciencia hará de modo que el sentido del deber
no sea confundido nunca con un descorazonador rigorismo, y que el
amor comprensivo no se transforme en indulgente condescendencia.

5. Límpida y madura capacidad de amar

35. Es importante asegurar en los formadores, como parte integrante
de la madurez global antes mencionada, y, al mismo tiempo,
como su consecuencia esencial, un buen grado de madurez
afectiva. Con esta expresión se entiende el libre y permanente control
del propio mundo afectivo: la capacidad para amar intensamente
y para dejarse querer de manera honesta y limpia. Quien la
posee, está normalmente inclinado a la entrega oblativa al otro, a
la comprensión íntima de sus problemas y a la clara percepción de
su verdadero bien. No rechaza el agradecimiento, la estima o el
afecto, pero los vive sin pretensiones y sin condicionar nunca a
ellos su disponibilidad de servir. Quien es efectivamente maduro jamás
vinculará los otros a sí; estará, por el contrario, en condición
de cultivar en ellos una afectividad igualmente oblativa, centrada y
basada en el amor recibido de Dios en Cristo Jesús y a Él siempre,
en última instancia, referida.
La Exhortación postsinodal subraya en varios de sus párrafos la
importancia de este aspecto de la formación de los futuros sacerdotes:
no será posible garantizarles el necesario crecimiento hacia el dominio
sereno y liberalizador de esta afectividad madura, si los formadores
no son los primeros en ser ejemplo y modelo".

36. Los formadores, por tanto, necesitan un auténtico sentido
pedagógico, esto es, aquella actitud de paternidad espiritual que se
manifiesta en un acompañamiento solícito, y al mismo tiempo respetuoso
y discreto, del crecimiento de la persona, unido a una buena
capacidad de introspección, y vivido en un clima de recíproca confianza
y estima.
Se trata de un carisma especial que no se improvisa. El sentido
pedagógico es, en cierta manera, innato, y no puede ser aprendido
como una teoría, ni sustituido por actitudes meramente externas; al
mismo tiempo, el ejercicio atento y autocrítico del servicio educativo,
y un buen conocimiento de los principios de una sana sicopedagogía
lo pueden desarrollar y perfeccionar.

6. Capacidad para la escucha, el diálogo y la comunicación

37. De estas tres aptitudes depende en gran parte el éxito de la
labor formativa. De un lado, se encuentra el formador en su papel de
consejero y guía y, del otro, el alumno como interlocutor invitado a
asumir actitudes por libre iniciativa. Para el establecimiento de esta
relación son muy decisivas las intervenciones sicológicamente acertadas
y bien dosificadas del formador. Es preciso evitar, por una parte,
un comportamiento demasiado pasivo que no promueve el diálogo;
y, por otra, una intromisión excesiva que pueda bloquearlo. La capacidad
de una comunicación real y profunda logra alcanzar lo más
profundo de la persona del alumno; no se contenta con una percepción
exterior, en el fondo peligrosamente ilusoria, de los valores que
se quieren comunicar; suscita dinamismos vitales a nivel de la relacionalidad,
que ponen en juego las motivaciones más auténticas y radicales
de la persona, al sentirse escuchada, estimulada y valorizada.
Tales contactos deben ser frecuentes a fin de estudiar el camino,
señalar las metas, acomodando al paso de cada uno la propuesta
educativa, y logrando de esta manera descubrir el nivel en el que se
encuentran los verdaderos problemas y las verdaderas dificultades de
cada persona.

38. Para ser capaces de ello, los formadores deben poseer no só-
lo una normal perspicacia, sino también los conocimientos fundamentales
de las ciencias humanas acerca de las relaciones interperso
nales y de las dinámicas de la toma de decisión en la persona. Los jóvenes
de hoy generalmente son generosos, pero frágiles, sienten una
fuerte, con frecuencia excesiva, necesidad de seguridad y de comprensión;
manifiestan la impronta de un ambiente familiar y social no
siempre sano, que es necesario curar e integrar con gran tacto pedagógico
y espiritual.

39. Para cumplir eficazmente su tarea el formador debe ser buen
comunicador, capaz de presentar los valores y los conceptos propios
de la formación de una manera clara y adaptada a la receptividad de
los alumnos. Por tanto, el seminario, con el planteamiento mismo de
la labor pedagógica, debe ser una escuela de comunicación que,
mientras estimula la verdadera vitalidad, prepara a los futuros sacerdotes
para los delicados deberes de la evangelización.
En un reciente documento, la Congregación para la Educación
Católica habla de la necesidad de crear un clima de comunicación entre
los alumnos entre sí y con los formadores, que los entrene al frecuente
diálogo interpersonal y de grupo, a cultivar la propiedad del
lenguaje, la claridad de la exposición, la lógica y la eficacia de la argumentación,
para integrar las comunicaciones prevalentemente unidireccionales
típicas de una cultura de la imagen en la que prevalece
el influjo de los «mass medía».
Igualmente, los profesores, en cuanto les compete, han de procurar
la máxima comunicabilidad, actualizando el propio lenguaje, teniendo
en cuenta las exigencias de una verdadera inculturación de las
verdades de la fe: «Todos indistintamente, en unión de voluntades y
de corazones, tiendan a aquella comunión que según la fe cristiana
constituye el fin primario y último de toda comunicación».

40. Deber de los formadores es también el de mantener viva la
comunidad educativa, orientarla y estimularla a fin de que alcance sus
fines. Es una actividad que exige previsión, llevar a cabo y guiar los
procesos en los que puedan madurar actitudes de participación responsable
y de disponibilidad a un generoso y diligente compromiso
en el seno de la comunidad. Para ello, se requiere saber gobernar las
diversas instancias y funciones de la comunidad educativa y los sub-
sectores que componen la comunidad más amplia del seminario, con
una sabia elección de los medios adecuados para coordinar, motivar
y dirigir las energías de todos hacia el fin prefijado.
Además de las cualidades naturales que pueda poseer, el formador
procurará adquirir los principios metodológicos que regulan la organización
y buena conducción de una compleja trama de relaciones
y responsabilidades.
La atención que se debe reservar a este respecto, manifestada,
por ejemplo, en la dinámica de grupo o en los métodos activos de la
enseñanza, no tiene otro fin que el de obtener un mayor y más profundo
compromiso de los alumnos en el proceso formativo, en el
cual todos deben tomar parte activa y no meramente ser objeto. Cada
candidato efectivamente «debe sentirse protagonista necesario e
insustituible de su formación".

7. Atención positiva y crítica a la cultura moderna

41. Iluminado por la riqueza cultural del cristianismo, que se funda-
menta en las fuentes bíblicas, litúrgicas y patrísticas, el formador de los
futuros sacerdotes no puede prescindir de un amplio conocimiento de
la cultura contemporánea. En efecto, el conocimiento de todo lo que
contribuye a plasmar la mentalidad y los estilos de vida de la sociedad
actual favorece grandemente la acción educativa y su eficacia. Esto tiene
validez en relación con el mundo industrializado occidental, con las
culturas indígenas de los territorios de misión, y también con los sectores
particulares de obreros, de campesinos, etc. Tal bagaje intelectual
ayuda al formador a comprender mejor a sus alumnos y a desarrollar
para ellos una pedagogía apropiada, enmarcándola en el contexto cultural
de nuestro tiempo. Piénsese, por ejemplo, en la diversidad de corrientes
de pensamiento, en los rápidos cambios de las condiciones políticas
y sociales, en las creaciones literarias, musicales y artísticas en
general, divulgadas con gran celeridad por los medios de comunicación
social, en los logros tecnológicos y científicos con sus incidencias en la
vida. Un conocimiento profundo, a la vez positivo y crítico, de estos fenómenos
contribuye notablemente a una´ transmisión orgánica y eva-
luadora de la cultura contemporánea, facilitando en los alumnos una
síntesis interior a la luz de la fe.
Síntesis que el formador deberá haber conseguido en sí mismo y
que deberá actualizar constantemente, mediante una amplia información
científica, pero también filosófica y teológica, sin la que no existe
una verdadera integración del saber humano".

42. Todo esto presupone en el formador una sana apertura de espíritu.
Lejos de encerrarse y replegarse dentro de sí, el formador debe
ser sensible a los problemas de las personas, de los grupos sociales,
de la Iglesia en su conjunto. Debe ser un hombre «magnánimo,
esto es, de amplias miras, que le permitan comprender los acontecimientos
con sus causas, su complejidad y sus implicaciones sociales y
religiosas, tomando las oportunas distancias de toda actitud superficialmente
emotiva y ligada a lo efímero y del momento.


Para publicar sus respuestas en los foros del curso
http://foros.catholic.net/viewforum.php?f=68

Preguntas y comentarios a los moderadores:

P. Ramón Guardamino, L.C.
http://www.es.catholic.net/consultas/consultorio.php?id=6

P. Mario Sabino González, LC
http://www.es.catholic.net/consultas/consulta.php?id=79&com=1


Consultar sesiones anteriores
http://es.catholic.net/sacerdotes/841/3078/
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Ricardo Tribin
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MensajePublicado: Sab Ene 17, 2009 2:31 pm    Asunto: 12. La relación entre el formador y el seminarista II
Tema: 12. La relación entre el formador y el seminarista II
Responder citando

- La formación requiere bondad y exigencia. ¿Cómo encontrar el equilibrio?

El amor duro(Though Love)implica dar........... pero tambien ser verdadero.

Hay que estimular al formado y ensenarle con paciencia pero tambien con ASERTIVIDAD hacerle ver cuando se este separando del verdadero proposito y liderarle en un proceso hacia el cambio, esto.. si el alumno esta receptivo
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Sergio Héctor Casas Silva
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MensajePublicado: Sab Ene 17, 2009 2:32 pm    Asunto: Respuestas
Tema: 12. La relación entre el formador y el seminarista II
Responder citando

- ¿Está de acuerdo en que se realice una labor preventiva y de vigilancia en el seminario? ¿no hay que confiar absolutamente en los seminaristas?

El confiar en los seminaristas no contradice la necesidad de prevención y vigilancia por parte de los formadores.

- Sabiendo que lo ideal es el equilibrio, ¿dónde hay más riesgo: en tener formadores “bonachones” o en que sean demasiado exigentes?

Pienso que hay más riesgo en tener formadores bonachones que exigentes. La exigencia movida por la caridad y el celo apostólico son un incentivo para que los seminaristas puedan entrenarse en el ejercicio de una disciplina que deberán hacer suya y personal para su futura vida sacerdotal.
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Eduardo Espinosa Vasquez
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MensajePublicado: Sab Ene 17, 2009 4:10 pm    Asunto: 12. La relación entre el formador y el seminarista II.
Tema: 12. La relación entre el formador y el seminarista II
Responder citando

12. La relación entre el formador y el seminarista II
Formadores
- ¿No podría llegar a confundirse la motivación con el así llamado “lavado de cerebro”? ¿Dónde radica la diferencia?
- ¿Cuál es la clave para saber motivar a los seminaristas?

No comparto la expresión “lavado de cerebro” porque la finalidad del formador en ningún momento es lavar el cerebro a los seminaristas. La principal labor es acompañar en el proceso del seguimiento de Jesucristo bajo la acción del Espíritu Santo, fieles a la propia vocación del carisma del instituto o congregación en el caso de los religiosos, en un continuo camino de conversión, según la forma observada y propuesta por el fundador.
El seminarista acompañado permanentemente por el formador como lo expresa tan acertadamente el texto, y conducido por el Espíritu Santo, se hace discípulo del Señor, a quien acoge como único maestro de su vida de penitencia.
Es importante que el seminarista se sienta acompañado del formador en todos los momentos del día, pero que nunca se sienta vigilado o supervisado, como desafortunadamente lo han hecho algunos hermanos formadores.
Para motivar a los seminaristas en su proceso de formación es importante tener un profundo respeto por la persona de cada uno y hacerlos copartícipes en los planes de formación dejando aspectos muy claros, en donde cada uno se comprometa personalmente y se haga responsable de su propia formación.
Es necesario que el seminarista tenga claro los siguientes puntos:
1. El seminarista debe fundamentar su vida y su formación en el Evangelio, en el caso de los religiosos, tener muy presente la Regla, meditándola y acogiéndola a la luz del ejemplo del fundador y sus seguidores.
2. Conocer y apropiarse de la normatividad de la Iglesia, el Código de Derecho Canónico, las Constituciones Generales, Estatutos Generales y Particulares en el caso de los Institutos de Vida Consagrada, y ordenar conforme a estas directrices su vida personal y comunitaria.
3. Tener claridad que el compromiso es con el Señor y no con el formador de turno. De ahí que la consagración al Señor por parte del seminarista debe ser total, en la Iglesia, rindiendo todo el respeto y obediencia al Obispo y a los Superiores.
4. El seminarista se forma en la obediencia madura y responsable a través de la escucha de la Palabra de Dios, el diálogo con los hermanos y con los Ministros, el servicio y la comunión fraterna.
5. Tener conciencia que cada uno opto de manera personal, libre, consciente y voluntaria, en la opción por el seguimiento de Cristo. La entrega al Señor debe ser radical y no fraccionada.
6. Se debe motivar al seminarista a no abandonar su vida de fe, su experiencia personal del encuentro con el Señor por medio de la oración y del encuentro comunitario con Él.
7. Animar al Seminarista a no conformarse con las lecturas en la Eucaristía, sino a escudriñar la Palabra de Dios, para contemplar en este encuentro el amor infinito de Dios hacia él quien lo invita a buscar a Jesucristo en las Sagradas Escrituras, en la historia, en todos los aspectos de la vida, en una continua obra de discernimiento para reconocer la acción del Espíritu.
8. Los seminaristas responden a la llamada de Jesús “Convertíos y creed en el evangelio” (Mc 1, 15) en la medida en que se esfuercen por vivir el Evangelio, y a meditar los misterios de la encarnación, pasión, muerte y resurrección del Señor.
9. Ayudar a tomar conciencia que la vida del seminario debe ser una explicitación de la consagración bautismal que nos debe motivar a un proceso continuo de conversión.
10. Motivar en el seminarista una sana devoción a la Virgen María, fomentando una sana religiosidad popular.
11. Motivar al seminarista en el concomimiento y aceptación de sí mismo y de los demás cultivando intensamente el espíritu de familiaridad, de modo que la comunidad en donde vive se convierta en el lugar privilegiado del encuentro con Dios.
12. El seminario está constituido por personas que no se han elegido sino que son – unos para otros – un don de Dios. Allí es el lugar en el que la gracia del Espíritu Santo hace visible la figura de Cristo, del que cada seminarista lleva y expresa un rasgo. El Seminario debe ser el lugar de la reconciliación y de la paz en el que es posible el encuentro con Cristo Vivo y verdadero.
13. El seminarista debe acoger a sus cohermanos (los otros seminaristas) como don del Padre, vivir con ellos la plena comunión en la vida diaria del seminario. “No puedes decir que amas a Dios a quien no ves, si detestas a tu hermano a quien si ves”.
14. La experiencia de la paternidad de Dios y de la fraternidad con Cristo, lleva a los seminaristas a hacerse hermanos de todos los hombres y de toda criatura, en espíritu de sencillez, de alegría y de solidaridad.
15. El seminarista debe acoger a todas las personas con bondad, sin excluir a nadie; amando a todas las personas, particularmente a los pobres y débiles.
16. A ejemplo de los apóstoles, los seminaristas deben tener siempre presente, que participan en la misión evangelizadora de la Iglesia y llevan a todos cuantos encuentran a su paso la paz y el bien del Señor.
17. El seminarista debe cultivar la actitud de benevolencia y de diálogo con las diversas culturas y religiones, atento a los signos de los tiempos para vivir y anunciar fielmente los valores del Evangelio a los hombres de hoy.
18. El seminarista debe tener bien claro que nadie puede evangelizar si antes no acepta ser evangelizado.
19. Debemos motivar a los seminaristas para tratar de vivir el Evangelio que anunciamos, anteponiendo la palabra ponderada y casta a la palabra retórica y académica, prefiriendo la brevedad de sermón y usando expresiones sencillas y tangibles, sabiendo bien que la virtud es más necesaria que las palabras.
20. Se debe tener bien claro que el seguimiento de Cristo lo hacemos de modo auténtico y pleno en la Iglesia, cuerpo de Cristo y sacramento de salvación de nuestro tiempo, en reverencia y en obediencia a los pastores, para cumplir lo que prometerán el día de su ordenación presbiteral,
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Fray Eduardo Espinosa Vasquez
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saccap
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MensajePublicado: Sab Ene 17, 2009 5:14 pm    Asunto:
Tema: 12. La relación entre el formador y el seminarista II
Responder citando

Yo le llamaría proceso de acompañamiento, para conocer las motivaciones y recta intención del que quiere ser sacerdote. Este proceso comienza desde la pastoral vocacional, proceso de selección para ingresar al seminario y aún estando ya en el proceso netamente de formación en el seminario.

Para mi los dos tipos de formadores son de mucho riesgo: el´"bonachón" provocaría el permisivismo; y el demasiado exigente el cumplir para no ser castigado, pero cuando no me vean hago lo que quiero.En resumen, ninguno de los dos formará adecuadamente.
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jguerras100
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MensajePublicado: Sab Ene 17, 2009 6:24 pm    Asunto: Re: 12. La relación entre el formador y el seminarista II
Tema: 12. La relación entre el formador y el seminarista II
Responder citando

- ¿Te gusta que tus formadores te repitan las cosas y estén atentos a tu formación? ¿o prefieres más bien que te dejen tranquilo, a tu ritmo?

Lo más apreciado por mi es que alguien se preocupe por mi vocación al tener la experiencia y la bondad de corregirme con amor y sobre todo para que sea convencido en orden a lo sobrenatural y no solo como algo material que puede redundar en castigos o premios ya sea, mi desempeño intelectual o emocional, sino en vista a lo trascendente y a lo que repercute en el futuro las falencias en la educación del seminario y como se traduce en el carácter y conducta futura como servidor de Dios y de los hombres, además muchas veces por ser acelerado y tener un ritmo hiperactivo deseo comerme el mundo a puños y es necesario esperar en el tiempo de Dios para madurar no solo en la edad sino en el carácter más parecido a Dios, así que prefiero tener una guía que exija pero que muestre, que pida pero que inspire, que dé pero que apriete, que empuje pero que suelte y, que confié pero que comprenda, que sea bueno pero que sea duro.


- La formación requiere bondad y exigencia. ¿Cómo encontrar el equilibrio?

Voy a hacer referencia a la carta del Papa La tarea urgente de la educación en la cual nos muestre algo muy interesante para ese equilibrio tan deseado.
1 “Una educación auténtica necesita la cercanía y la confianza que nacen del amor. Todo verdadero educador sabe que para educar debe dar algo de sí mismo y qué solamente así puede ayudar a sus alumnos a superar los egoísmos y capacitarlos para un amor auténtico”
“El punto más delicado de la obra educativa, quizá sea, encontrar el equilibrio adecuado entre libertad y disciplina. Sin reglas de comportamiento y de vida, aplicadas día a día también en las cosas pequeñas, no se forma el carácter y no se prepara para afrontar las pruebas que no faltarán en el futuro.
Con esto quiero decir que en mi opinión personal solo se logra el equilibrio por medio del amor y recordando algo de suma importancia, que son los educandos elegidos por Dios y están en las manos de un formador para llevarlos a buen puerto y no desanimarlos, recodando que algún día esos formadores estuvieron de discípulos y tuvieron sus propias luchas para comprender tal misión encomendada a ellos.
1Jn 4
16 Y nosotros hemos conocido y creído el amor que Dios tiene para con nosotros. Dios es amor, y el que permanece en amor permanece en Dios y Dios en él.
17 En esto se ha perfeccionado el amor en nosotros, para que tengamos confianza en el día del juicio, pues como él es, así somos nosotros en este mundo.
18 En el amor no hay temor, sino que el perfecto amor echa fuera el temor, porque el temor lleva en sí castigo. De donde el que teme, no ha sido perfeccionado en el amor.
19 Nosotros lo amamos a él porque él nos amó primero.
20 Si alguno dice: "Yo amo a Dios", pero odia a su hermano, es mentiroso, pues el que no ama a su hermano a quien ha visto, ¿cómo puede amar a Dios a quien no ha visto?
21 Y nosotros tenemos este mandamiento de él: "El que ama a Dios, ame también a su hermano".

Y respecto a la bondad no hay que engañarse sino observar que Dios nos dice en su Palabra y nos dejo un hermoso sacramento para que si nos equivocamos y fallamos podamos reconciliarnos y enmendar nuestro camino hacia la luz que es Cristo Jesús.
1Jn 1
6 Si decimos que tenemos comunión con él y andamos en tinieblas, mentimos y no practicamos la verdad.
7 Pero si andamos en luz, como él está en luz, tenemos comunión unos con otros y la sangre de Jesucristo, su Hijo, nos limpia de todo pecado.
8 Si decimos que no tenemos pecado, nos engañamos a nosotros mismos y la verdad no está en nosotros.
9 Si confesamos nuestros pecados, él es fiel y justo para perdonar nuestros pecados y limpiarnos de toda maldad.
10 Si decimos que no hemos pecado, lo hacemos a él mentiroso y su palabra no está en nosotros.
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Pbro. Francisco Rodríguez
Esporádico


Registrado: 22 Nov 2008
Mensajes: 30

MensajePublicado: Sab Ene 17, 2009 6:50 pm    Asunto: Re. 12. La relación entre el formador y el seminarista II
Tema: 12. La relación entre el formador y el seminarista II
Responder citando

Que la paz de Dios siempre los acompañe.

El día de hoy quiero iniciar mi comentario diciendo que los contenidos del presente tema son de suma importancia ya que se trata del perfil del formador y sobre todo las actitudes que el formador debe tener y adquirir para verdaderamente acompañar al seminarista. Es de desear y animar a que todos los formadores profundizen en estos temas. Me parece esencial el tema de ser guía y el de ser motivador.

¿Está de acuerdo en que se realice un labor preventiva y de vigilancia en el seminario? ¿no hay que confiar absolutamente en los seminaristas?

Un adecuado acompañamiento del formador, como guía y maestro que motiva sería medida preventiva y la mejor manera de vigilar; esto requiere que el formador verdaderamente se esfuerze por conocer a fondo a todos y cada uno de sus muchachos, require obviamente de que el mismo formador esté atento a su propia formación y se sienta el mismo motivado a realizar con la máxima perfección su delicada tarea. Debe confiar siempre en Dios y pedir la luz de su Espíritu Santo.

En el tema de confiar "absolutamente", el termido de suyo es extremo. Un buen formador que conoce a sus formandos, sabe hasta dónde debe confiar en ellos, sabe en qué debe confiar; creo que el nunca confiar en ellos los hará demasiado dependientes y no podrán realizarse al máximo.

Sabiendo que lo ideal es el equilibrio, ¿dónde hay más riesgo: en tener formadores "bonachones" o en que sean demasiado exigentes?

A mi juicio y por la experiencia, los dos tipos de formadores no son lo más conveniente, ya que el primero con facilidad perdería autoridad y acasionaría permisivismo, miestras que el segundo provocaría temor y que las cosas se hagas sólo por cumplir (quedar bien mientras me vean). Es por eso que tal y como se expresa en el texto: hay que ser firme en el fondo y suave en la forma, yo lo entiendo y así lo he practicado: "ser exigentes sin ser odiosos".

Que Dios los siga iluminando en su misión.

P. Paco R.
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Hilario Cedeño Chávez
Esporádico


Registrado: 20 Nov 2008
Mensajes: 30

MensajePublicado: Sab Ene 17, 2009 9:57 pm    Asunto:
Tema: 12. La relación entre el formador y el seminarista II
Responder citando

FORO 12
1- ¿Está de acuerdo en que se realice una labor preventiva y de vigilancia en el seminario? ¿no hay que confiar absolutamente en los seminaristas?

Considero que una labor preventiva siempre es necesaria, y respecto a la vigilancia, depende de cómo se haga. Con todo respeto, creo que el plantemiento hecho en este tema 12 resalta mucha casuistica, cuando los planteamientos de formación van más allá, a que los seminaristas hagan un proceso interno, en otros momentos he señalado la necesidad de introspección, de aprender a discernir, de experiencia de Dios, aunado a los tipos de relaciones.
Bien la insistencia en la motivación, cercanía, interes por cada seminarista, trato universal, no exclusivo, disciplina, etc., pero insisto, la formación en el seminario es más que eso.

2 - Sabiendo que lo ideal es el equilibrio, ¿dónde hay más riesgo: en tener formadores “bonachones” o en que sean demasiado exigentes?

Considero que hay más riesgo en formadores "bonachones", pues las consecuencias son lamentables.
Habrá que confiar en los seminaristas, revisar con ellos, estar con ellos, cargar en ellos la responsabilidad de su formación, ya se ha dicho que el Primer responsable es el Espíritu, pero después, es cada uno.

Ánimo a los Formadores. Hilario msps.
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Monica L. Moreno y G.
Asiduo


Registrado: 18 Feb 2007
Mensajes: 194
Ubicación: Mexico D.F.

MensajePublicado: Dom Ene 18, 2009 2:23 am    Asunto: Comentario Respuesta
Tema: 12. La relación entre el formador y el seminarista II
Responder citando

Otros participantes
- La formación requiere bondad y exigencia. ¿Cómo encontrar el equilibrio?

La Bondad y la Exigencia no estan contrapuestos. Una cosa es tener bondad y otra, Mexicanamente hablando es ser un "Barco".

Con la oración, amor, realidad, paciencia y sobre todo conociendo muy cercanamente al Joven.

cuando se está educando a alguien, debe de exiguirse que de lo mejor de uno, Jesus Hizo la salvación con exelencia y nosotros como cristianos Católicos debemos reflejar esa exelencia en lo que hacemos, pero tambien tuvo Bondad con sus apostoles, enseñandoles en mejor camino para llegar al Padre, para ayudarnos a ver, como ser medidos en la forma de enseñar, creo que debemos seguir el ejemplo de Jesús, se que no es facil, pero se puede.
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¡En la Voluntad de Dios!
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Juan José Rodríguez Mesa
Esporádico


Registrado: 17 Nov 2008
Mensajes: 38
Ubicación: Manizales, Colombia

MensajePublicado: Dom Ene 18, 2009 3:41 am    Asunto: La relación entre el formador y el seminarista II
Tema: 12. La relación entre el formador y el seminarista II
Responder citando


Formadores

- ¿No podría llegar a confundirse la motivación con el así llamado “lavado de cerebro”? ¿dónde radica la diferencia?


La expresión “lavado de cerebro” es bastante peyorativa al aplicarse en el campo de la formación porque esta hace referencia al control o manipulación del pensamiento del formando de acuerdo a intereses o propósitos incluso maquiavélicos. La motivación por su parte consiste en dar razones para…

En el seguimiento de Jesucristo la convicción o motivación no debe venir de fuera sino brotar desde dentro y para motivar a los formandos el acompañante no impone sino que propone elementos o pautas de discernimiento que el formando libremente asume en consonancia con su opción de vida.


- ¿Cuál es la clave para saber motivar a los seminaristas?

Pienso que para motivar a los seminaristas es necesario que seamos un poco más expresivos y les comuniquemos nuestra pasión por el Reino de Dios, viviendo con autenticidad y alegría nuestra consagración religiosa y sacerdotal. Al respecto, recuerdo un seminarista muy inteligente que me decía hace dos años que se sentía realmente muy motivado cuando percibía a un sacerdote enamorado de su vocación. Es este sentido nuestro testimonio de vida es el que convence más que los solidez de los argumentos racionales, pues se trata de tomar conciencia de la elección de Dios por nosotros. “¿Qué elegimos, a no ser que antes seamos elegidos nosotros?” (San Agustín, Sermón 34,2)
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Galdino Pérez
Esporádico


Registrado: 20 Nov 2008
Mensajes: 26

MensajePublicado: Dom Ene 18, 2009 5:22 am    Asunto:
Tema: 12. La relación entre el formador y el seminarista II
Responder citando

- ¿Está de acuerdo en que se realice una labor preventiva y de vigilancia en el seminario?
Sí estoy de acuerdo siempre y cuando que se haga con mucha delicadeza. El formador tiene que conocer bien el crecer espiritual y humano del seminarist, así puede evitar que el seminarista se desvía de su camino de formación.
¿no hay que confiar absolutamente en los seminaristas?
Hay que confiar en los seminaristas, pero no absolutamente, porque en le caminar puede existir muchas desviaciones, sobre todo en la recta intención. Confiar, pero con mucha cautela.
- Sabiendo que lo ideal es el equilibrio, ¿dónde hay más riesgo: en tener formadores “bonachones” o en que sean demasiado exigentes?
Hay riesgo en los dos extremos. Por eso, desde mi punto de visa el formador no tiene que ser demasiado bueno, a tal grado que se minimize su autoridad, ni demasiado exigente que se le obedezca por temor. El equilibrio de ambas cosas da mejor resultado.
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Ramón Díaz-Guardamino LC
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Mensajes: 17
Ubicación: Roma

MensajePublicado: Dom Ene 18, 2009 3:04 pm    Asunto: ¿Lavado de cerebro? Más bien purificación del corazón
Tema: 12. La relación entre el formador y el seminarista II
Responder citando

Sobre la expresión lavado de cerebro que, como se dice arriba, es bastante peyorativa y negativa, creo que deberíamos más bien hablar de purificación del corazón, del pensamiento, de los afectos, de la razón. Cuando alguien llega del mundo trae todo un bagaje, que incluye desde la forma de ver la vida y el mundo hasta la manera de pasar el tiempo. Junto a todo lo que contiene de positivo, hay elementos que deben purificarse, empezando por los más contrarios a la caridad (por ejemplo, la costumbre de criticar, ridiculizar a otros haciéndoles sentirse mal, etc.), pero llegando a todo.

Cuando uno -el seminarista- es consciente de la necesidad y la asume en primera persona haciéndose protagonista de esta purificación, siempre junto al Espíritu Santo y con ayuda de los formadores, Evangelio en mano... ¿puede hablarse de lavado de cerebro?

Quizá lo sea más bien el permanente bombardeo de ideas mundanas, que de algún modo tratan de poner la realización humana en el dinero, placer y poder, y no sabe apreciar el valor de los consejos evangélicos.
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MCDelgadillo
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Registrado: 11 Mar 2007
Mensajes: 93

MensajePublicado: Jue Ene 22, 2009 4:27 am    Asunto: 12. La relacion entre formador y seminarista II
Tema: 12. La relación entre el formador y el seminarista II
Responder citando

- La formación requiere bondad y exigencia. ¿Cómo encontrar el equilibrio?
Ciertamente se requiere bondad y no se deja de actuar con bondad, cuando se acompaña el desarrollo del pupilo y se establecen con claridad lineamientos, principios, valores, entre más aspectos que se deben cuidar. Formar integralmente implica el conocimiento profundo de aquel a quien se acompaña. La relación bilateral implica conocimiento y aceptación; conocer las debilidades y fortalezas; aceptar las necesidades para saber elegir las herramientas que puedan ayudar y las estrategias que se deben tomar.
Saber lo que se quiere es ya la motivación para esforzarse en alcanzarlo, el llamado siempre será un don del amor de Dios y la respuesta es correspondencia a ese amor a Dios, con un actuar maduro y responsable, honesto y sincero, integro y cabal. Comprender la labor cotidiana que implica, el esfuerzo y entrega generosa del aspirante; aceptar con fe la voluntad de Dios para recorrer el camino paso a paso, es la fortaleza y luz que sostienen en la vida diaria.
Es necesaria la actitud responsable del aspirante, tener pleno conocimiento del compromiso que adquiere y la honestidad para decidir con sinceridad una respuesta definitiva y comprometida.
El formador por su parte debe ser “modelo integral” para ser “ayuda integra” en la formación del seminarista. De antemano la elección del formador debe ser la adecuada para la formación de los seminaristas, tener las virtudes humanas y espirituales, las capacidades intelectuales y psicológicas para que realmente sepan ser guías y testimonio. El formador debe ser un hombre de oración y vida espiritual profunda que trasmita con su vida práctica la presencia que lleva en si de Cristo Jesús.
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verónica ana
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Registrado: 23 Jun 2008
Mensajes: 76

MensajePublicado: Jue Ene 22, 2009 1:35 pm    Asunto: Respuesta a la 12a sesión el formador y el seminarista II
Tema: 12. La relación entre el formador y el seminarista II
Responder citando

La formación requiere bondad y exigencia. ¿Cómo encontrar el equilibrio?

Cuando el Señor nos llama para cumplir una determinada misión siempre nos da la gracia necesaria para llevarla a cabo ya sea como formadores, profesores o padres de familia. Además si pedimos Su ayuda debemos estar seguros que la recibiremos: “pedid y recibiréis, buscad y encontraréis, llamad y se os abrirá”
(Lc 11,9). Tenemos la obligación de orar por cada situación y por cada una de las personas que están a nuestro cargo.
Es muy cierto que la formación requiere bondad y exigencia por eso creo que a los formandos, jóvenes a nuestro cargo o hijos debemos comenzar por mostrarles muy claramente cuales van a ser las pautas dentro de las cuales nos vamos a mover.
La experiencia me enseña que los jóvenes frecuentemente buscan límites, es más muchas veces piden límites y quieren saber hasta donde pueden llegar, razón por la cual siempre es preferible adelantarse para marcar claramente cuales serán esos parámetros que de ninguna manera se deben traspasar.
Creo que a todos y con más razón a aquellos que dependen de nosotros porque están a nuestro cargo como los seminaristas, los alumnos o los hijos, y de algún modo los seminaristas son hijos espirituales de los formadores, les debemos dar todo el amor del que somos capaces, pero como es nuestro deber guiarlos y acompañarlos en el camino que deben recorrer para llegar a la meta: “ser perfecto como es perfecto el Padre que está en el cielo”(Mt 5,4Cool, debemos exigirles y ser severos cuando corresponda. Después de todo la bondad y la exigencia no están reñidas. Si revisamos la historia Sagrada vemos que Dios que es Padre y que también es Amor, muchas veces levantó la Voz y fue severo con su pueblo Israel para que corrigiera su mala conducta, y lo hizo todas las veces que fue necesario. La severidad también es un signo de amor ya que lo estamos haciendo para corregir y encauzar, no por venganza o deleite. Diría que la severidad o el castigo muchas veces duelen más a la persona que lo impone que al que lo recibe, y de hecho creo que cuando es así es cuando es realmente efectivo.
Es evidente que no puedo educar si me dejo llevar por la ira, la brusquedad, las malas maneras. Si ese es el caso debo recuperar el dominio de mi mismo y luego discernir para actuar acertadamente. Como bien se dice en el capítulo actual necesito la “firmeza de fondo unida a la suavidad en la forma” para poder educar correctamente. Se necesita por otro lado coherencia de vida, predicar con el ejemplo, ya que este vale más que las palabras y si las palabras sirven es porque van unidas a la ejemplaridad de vida.
Debo agregar que he visto casos de superiores que han rehusado poner límites a sus subordinados porque temían no ser amados y admirados por ellos. Pero debo admitir, por lo que he podido apreciar, que han obtenido exactamente lo contrario de lo que buscaban.
Somos responsables ante Dios de la misión que nos ha encomendado a cada uno y lo que debe ser importante para nosotros no es como nos ven los demás hombres, sino como nos ve Dios.
Por todo lo que antecede y por la experiencia vivida, para mi, bondad e exigencia no se contraponen van de la mano ya que esta última rectamente entendida se fundamenta en el amor.
---------
Dios los bendiga a todos y les de Su Paz
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Ramón Díaz-Guardamino LC
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MensajePublicado: Jue Ene 22, 2009 6:16 pm    Asunto: Motivacion y lavado de cerebro en la formación sacerdotal
Tema: 12. La relación entre el formador y el seminarista II
Responder citando

Comparto las aportaciones sobre este punto de Fray Eduardo Espinosa Vasquez el P Juan José Rodríguez Mesa. Quería profundizar un poco en el tema de la diferencia entre motivacion y lavado de cerebro, si les parece bien. Agradezco las puntualizaciones que puedan hacer al respecto.

A primera vista, para mí la diferencia sustancial estaría en el respeto de la persona y de su libertad. En esencia, el formador que motiva, trata de ayudar al seminarista a seguir el camino que él mismo ha elegido libre y conscientemente, pero que en algún momento se le puede hacer cuesta arriba. Otra cosa bien distinta es una imposición externa a la libertad del individuo (mediante presión, engaño, etc.), que eventualmente puede doblegarse y aceptar la imposición, pero no sería una aceptación libre aun cuando la persona asuma y cumpla con todas las obligaciones que esta aceptación conlleva. El lavado de cerebro sería en realidad un caso extremo (lo que hacían en Vietnam los comunistas con los prisioneros de guerra), aunque coloquialmente se usa de modo despectivo casi como insulto o acusación de manipular a las personas. Las técnicas para motivar y para manipular (o lavar el cerebro) es otro capítulo. Basta decir, aparte de lo referido antes, que a veces motiva más el ejemplo positivo de los compañeros que los propios formadores.

Un punto delicado es que cuanto más joven es el formando, el ascendiente del formador sobre el formando suele ser mayor, y por tanto el respeto del formando exige un mayor cuidado; pero al mismo tiempo, precisamente por la edad, suele ser necesaria una motivación mayor para superar las arideces y dificultades. Esto es más verdad en los seminarios menores; al tratarse de adolescentes y aun de niños, el ascendiente del formador sobre el formando puede ser mucho mayor, por lo que se requiere una gran delicadeza en el respeto; pero al mismo tiempo, una motivación casi continua. Supongo que es todo un arte transmitir una visión positiva del sacerdocio sin que con ello se esté induciendo a ser sacerdote a quien no tiene vocación. Por otra parte, tampoco se puede el formador cruzar de brazos y omitir su función motivadora por si acaso alguien se siente presionado: si sabe hacer las cosas con respeto no debería temer esto, considerando que el seminario menor admite a niños que aceptan formalmente -ellos mismos y sus familias- la hipótesis de una vocación de la que hay signos más o menos visibles que han de estudiarse, sin que la edad permita hablar de vocaciones ya aseguradas.

Por otra parte, si bien es preciso promover continuamente la amistad con Cristo, la generosidad, apertura al plan de Dios, vida de gracia, etc., en definitiva, la santidad a la que todos estamos llamados, la existencia o no de vocación es otro tema. Sabemos que algunos ya desde la primera comunión y aun antes lo tienen clarísimo y han vivido toda su vida sin dudarlo: no creo que haya que complicarles la vida sembrándoles dudas donde no las hay, sino ayudarles a madurar esa decisión de modo gradual, de modo que tomen una decisión definitiva a su debido tiempo de modo maduro y consciente, y que mientras tanto se formen lo mejor posible. Otros pasan por un fatigoso camino de discernimiento en el que los formadores deben -Evangelio en mano- tratar de ayudar, iluminar, motivar, etc., pero siempre respetando los caminos de Dios y la libertad de cada uno, que debe de algún modo percibir él mismo que Cristo le invita a su seguimiento (lo que no excluye la ayuda del formador, que puede y debe aportar valiosísimos elementos para el discernimiento) y decidir él mismo libremente si acepta la invitación (lo que tampoco excluye que el formador -en el respeto de su libertad- le motive a realizarse siguiendo el plan de Dios).

Creo que viene a cuento el canon 1026:
Cita:
Es necesario que quien va a ordenarse goce de la debida libertad; está terminantemente prohibido obligar a alguien, de cualquier modo y por cualquier motivo, a recibir las órdenes, así como apartar de su recepción a uno que es canónicamente idóneo.

Perdonen la extensión.
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MARCELO M
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MensajePublicado: Jue Ene 22, 2009 6:17 pm    Asunto:
Tema: 12. La relación entre el formador y el seminarista II
Responder citando

¿Está de acuerdo en que se realice una labor preventiva y de vigilancia en el seminario? ¿no hay que confiar absolutamente en los seminaristas?
Pues ambas acciones, prevención y vigilancia, pueden y deben formar parte de los ejes transversales del proceso formativo. Lo cuestionante es como se los entiende y como se los aplica, creo que una adecuada conceptualización de estos términos ayudarían a practicarlos mejor, de todos modos la confianza es actitud fundamental de un acompañamiento.

- Sabiendo que lo ideal es el equilibrio, ¿dónde hay más riesgo: en tener formadores “bonachones” o en que sean demasiado exigentes?
Todo extremo es malo, reza un refrán, y creo que se aplica muy bien en este caso, el equilibrio que debe tener un formador es importantísimo, tanto en su ser como en su obrar.
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bonny
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Registrado: 13 Nov 2008
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MensajePublicado: Jue Ene 22, 2009 8:42 pm    Asunto: lavado de cerebro
Tema: 12. La relación entre el formador y el seminarista II
Responder citando

Hola a todos, no me corresponde este tema Cool , pero es una inquietud personal y me gustaría tener clara la postura de la Iglesia en cuanto a “lavado de cerebro”, especialmente de los formadores, me alegra que lo hayan publicado aquí,

Es muy común escuchar a las personas contrarias a la Fe, decir que la iglesia nos tiene lavado el cerebro, a los feligreses, a las religiosas, seminaristas, etc etc

Cierto es que no hay que hacer caso de todas estas cosas, pero cierto también es, que generan inquietud,

Personalmente, si creo que hay una línea muy delgada entre una y otra, y creo que si aquí lo mencionan es porque realmente existe la posibilidad de que se de el caso, esto es delicado en cuanto a que se puede pasar de la motivación al lavado de cerebro sin siquiera darse cuenta y no seria precisamente con fines oscuros,

Arrow Aclaro que no considero que algún formador se mueva de tal forma que su interés sea el de lavar el cerebro y no de motivar, mucho menos a la iglesia, Arrow

Pienso que puede llegar a caer en esto en forma accidental, y de ser así,

¿Se podría dar cuenta el formador de que esta sucediendo esto?
¿Se puede llegar a corregir la situación?

Les agradezco su atencion y espero sus comentarios

Gracias P.Ramon por el suyo.

Saludos Wink
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73107943
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MensajePublicado: Vie Ene 23, 2009 1:17 am    Asunto:
Tema: 12. La relación entre el formador y el seminarista II
Responder citando

FORO CAPITULO 12

Un tema delicado entre el formador y el formando es el equilibrio que debe existir entre sus relaciones personales, las cuales llevan a las relaciones espirituales. Todo formador debe ser exigente con sus formandos; esa exigencia se da en la medida en que se busca la calidad de lo enseñado, por eso se debe buscar que el formando dé todo de sí para aprender, para conocer, para llenarse del Espíritu Santo.
Pero también el formador debe mostrar su bondad a los formandos, debe ser como un padre sustituto, toda vez que el formando deja atrás su familia natural para recibir una familia espiritual, una familia nueva, en el Seminario, y es el formador la cabeza visible de esa familia.
Por lo tanto, debe buscar el equilibrio, sopesar exigencia y familiaridad, ya que los extremos son perjudiciales, ni muy "bonachón" ni muy exigente, casi déspota, tirano.
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Pe. Jorgiano
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MensajePublicado: Vie Ene 23, 2009 5:21 pm    Asunto:
Tema: 12. La relación entre el formador y el seminarista II
Responder citando

Otros sacerdotes
- ¿Está de acuerdo en que se realice una labor preventiva y de vigilancia en el seminario? ¿no hay que confiar absolutamente en los seminaristas?
- Sabiendo que lo ideal es el equilibrio, ¿dónde hay más riesgo: en tener formadores “bonachones” o en que sean demasiado exigentes?


Eu não diria que se realize um trabalho preventivo e de vigilância. Estou muito mais de acordo que se realize um trabalho de educação para a liberdade. O processo formativo deve ajudar os rapazes a tomarem profunda consciência da beleza, da seriedade, da responsabilidade e também das dificuldades da vocação. Somente munido dessa consciência é que ele vai se deixando modelar pelo ideal da vocação. Reitor nenhum forma o candidato. Ele ministra estímulo e, aliás, deve fazê-lo, empenhando-se da melhor maneira possível, mas cabe ao candidato aceitá-lo ou não, acolhê-lo como algo importante para sua formação ou não. Sem essa motivação pessoal nada vai funcionar. O melhor reitor nada poderá fazer. Quando o contrário acontece, mesmo com um formador fraco, o processo formativo tende a surtir efeito.
Neste sentido, vigilância, coação, repressão nada funciona. Pode somente e tão somente imprimir medo no formando. Ele precisa ser conscientizado que ele é livre para estar no seminário, mas que uma vez que decide ficar deve arcar com as conseqüências. Todas as nossas escolhas têm conseqüências. Também ficar no seminário. Isto entendo como educação para a liberdade. É claro que o ser humano também se deixa cair na tentação. Os rapazes não estão completamente maduros e, sobretudo, os mais novos ainda não estão maduros o suficiente, estão neste processo de amadurecimento e, por isso, estão mais vulneráveis a cair. Aqui é que entra o papel do formador de ser estimulo, guia, amigo, conselheiro, exemplo, educador e todas as demais características próprias de um bom formador. Ao seu estimulo o formando consciente vai se deixando modelar, o pouco consciente vai aprendendo a tomar consciência da sua vocação. Neste aspecto reside a atenção do formador, que deve confiar no seminarista, mas com olhar crítico, não de vigia, mais de alguém que olha por ele porque já mais maduro e experimentado na vida. Estando em processo de amadurecimento na fé, na vocação e como pessoa o jovem pode cair e cair muitas vezes, o que é normal, já que todos nós estamos sujeitos ao erro. O papel do formador é estar atento a isso para corrigir no momento propício. Esta é muito mais uma atitude de amor pelo formando do que de vigilância. É importante confiar no seminarista, mas não cegamente, com olhar crítico e responsabilidade.
Em se tratando do formador ideal, se é mais perigoso ter um formador “bonachão” ou rígido demais, eu ainda iria preferir o meio termo. O equilíbrio realmente é sempre o melhor. Contudo, tenho a impressão que o formador que se sente “bonachão” é pior do que o exigente. O exigente se preocupa demais com a formação dos que lhe foram confiados e por isso, exige. O bonachão se descuida porque se sente o melhor, sente que tudo está sob controle e, conseqüentemente, vai descuidando. Ele não está aberto a críticas nem a mudanças nem a crescimento porque vê que tudo já está bem, não precisa de nada porque ele é tudo, pode tudo, é capaz de ter tudo sob o seu controle. Desse modo, até o papel dos demais formadores cai por terra. Ele não precisa de ajuda.
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Luz Reyes
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MensajePublicado: Vie Ene 23, 2009 8:12 pm    Asunto: foro
Tema: 12. La relación entre el formador y el seminarista II
Responder citando

Asi como uno de los participantes comentaba de la delgada linea del "lavado de cerebro" que se considera la Iglesia realiza, yo opino que tambien existe una delgada linea que separa la bondad a su opueto y a la exigencia de su antónimo.

Ese punto de equilibrio depende del concepto de madurez e inteligencia de los formadores lo cual viene a ser muy subjetivo. De tal forma que lo unico que nos apoya es la actitud del FORMADOR como PASTOR y volvemos al principio de este curso se be ser OTRO CRISTO.

Pensando, imitando y siguendo a Jesus es la unica y mejor forma de manejar las relaciones. Su sabiduria permite encontrar el camino para una verdadera FORMACION Y CRECIMIENTO INTEGRAL
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Jacobo Ventura Pérez
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MensajePublicado: Sab Ene 24, 2009 5:20 am    Asunto: Respuestas de lección 12
Tema: 12. La relación entre el formador y el seminarista II
Responder citando

12. La relación entre el formador y el seminarista II.


1.- La formación requiere bondad y exigencia. ¿Cómo encontrar el equilibrio?

R.- Es afirmativo, para que se de la formación de forma armónica se requiere estén balanceados la exigencia y la bondad.

Las siguientes premisas son aplicables tanto al formador como al seminarista:

En cuanto a la bondad:

a) Entregarse sin temor a ser defraudado.
b) Fortalecer su carácter, al controlar sus pasiones, emociones, etc.
c) Actuar en forma positiva, comprendiendo las necesidades de sus semejantes.
d) Comprender las circunstancias que ocasionan desaciertos, sin esperar explicaciones, asimismo buscando los medios para que no se vuelvan a repetir.
e) Buscar el bien del prójimo sin esperar retribución alguna, esto es en forma desinteresada.

En cuanto a la exigencia:

a) La planeación de un nuevo objetivo, mientras se disfrutan los éxitos ya conseguidos.
b) Fijar objetivos cada vez más ambiciosos.
c) Saber dar refuerzos positivos (premios), cada vez que se avanza en el logro de los objetivos.
d) Importante es reflejemos en la práctica nuestra posición, esto es ejemplo, acciones.

Lo menciono de esta forma porque considero que ambos, formador y formado crecen mediante este proceso de enseñanza aprendizaje.


Concluyendo: En definitiva el formador además de enseñar debe motivar y guiar, y no cualquier persona tiene la capacidad de guiar, solo aquella que se ha ganado la confianza de sus discípulos mediante su ejemplo. Recuerden que las palabras convencen pero el ejemplo arrastra.


Me despido


Cordialmente



La Paz de Cristo sea contigo.
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Ventura
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Ricardo Tribin
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MensajePublicado: Sab Ene 24, 2009 3:05 pm    Asunto: 14. El sacerdote, hombre de Dios. Las virtudes teologales en
Tema: 12. La relación entre el formador y el seminarista II
Responder citando

El sacerdote debe ser hombre Dios. Desde el seminario debe formarse tal. ¿Cuáles son los rasgos o actitudes del sacerdote, hombre de Dios? ¿en qué se distingue de los demás?

Entre aqui pues no encontre el foro para

14. El sacerdote, hombre de Dios. Las virtudes teologales en su vida.

Respecto a la pregunta creo que si. El sacerdote debe ser un hombre de Dios y ojo...sin creer que el es Dios.

las virtudes teologales le ayudaran mucho en el proceso de extender la formacion
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Ma Socorro A. Reyes López
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MensajePublicado: Lun Ene 26, 2009 2:03 am    Asunto: 12. La relación entre el formador y el seminarista II
Tema: 12. La relación entre el formador y el seminarista II
Responder citando

- La formación requiere bondad y exigencia. ¿Cómo encontrar el equilibrio?

Al guiar a sus seminaristas, el formador no está haciendo más que cumplir la dimensión profética de su sacerdocio, en medio de aquellos a quienes ha sido enviado. El formador humilde sabe exigir, se requiere la humildad profunda para que la firmeza de la exigencia no se convierta en dureza. La brusquedad no guía, aleja, la firmeza de fondo es verdaderamente educativa cuando se une a la suavidad en la forma. El formador tiene que ser completamente dueño de sí para no dejar que el orgullo, la impaciencia o el enfado determinen nunca su relación con los seminaristas. La humildad profunda y el interés genuino por el bien de los candidatos a él confiados le permitirán dominarse en momentos en que sería quizás fácil desahogarse con una salida brusca, o imponer a la fuerza su voluntad. Estas actitudes harán posible que el formador sepa dejar pasar el momento en que el seminarista se encuentra cegado por la pasión, y esperar a que se haga la calma, para tratar el asunto en el momento oportuno, cuando pueda sea posible dialogar.
Y como ejemplo la reflexión de Fray Eduardo Espinosa Vasquez, que denota su amplia experiencia como formador con riqueza espiritual.


12. La relación entre el formador y el seminarista II
Formadores
- ¿No podría llegar a confundirse la motivación con el así llamado “lavado de cerebro”? ¿Dónde radica la diferencia?
- ¿Cuál es la clave para saber motivar a los seminaristas?

No comparto la expresión “lavado de cerebro” porque la finalidad del formador en ningún momento es lavar el cerebro a los seminaristas. La principal labor es acompañar en el proceso del seguimiento de Jesucristo bajo la acción del Espíritu Santo, fieles a la propia vocación del carisma del instituto o congregación en el caso de los religiosos, en un continuo camino de conversión, según la forma observada y propuesta por el fundador.
El seminarista acompañado permanentemente por el formador como lo expresa tan acertadamente el texto, y conducido por el Espíritu Santo, se hace discípulo del Señor, a quien acoge como único maestro de su vida de penitencia.
Es importante que el seminarista se sienta acompañado del formador en todos los momentos del día, pero que nunca se sienta vigilado o supervisado, como desafortunadamente lo han hecho algunos hermanos formadores.
Para motivar a los seminaristas en su proceso de formación es importante tener un profundo respeto por la persona de cada uno y hacerlos copartícipes en los planes de formación dejando aspectos muy claros, en donde cada uno se comprometa personalmente y se haga responsable de su propia formación.
Es necesario que el seminarista tenga claro los siguientes puntos:
1. El seminarista debe fundamentar su vida y su formación en el Evangelio, en el caso de los religiosos, tener muy presente la Regla, meditándola y acogiéndola a la luz del ejemplo del fundador y sus seguidores.
2. Conocer y apropiarse de la normatividad de la Iglesia, el Código de Derecho Canónico, las Constituciones Generales, Estatutos Generales y Particulares en el caso de los Institutos de Vida Consagrada, y ordenar conforme a estas directrices su vida personal y comunitaria.
3. Tener claridad que el compromiso es con el Señor y no con el formador de turno. De ahí que la consagración al Señor por parte del seminarista debe ser total, en la Iglesia, rindiendo todo el respeto y obediencia al Obispo y a los Superiores.
4. El seminarista se forma en la obediencia madura y responsable a través de la escucha de la Palabra de Dios, el diálogo con los hermanos y con los Ministros, el servicio y la comunión fraterna.
5. Tener conciencia que cada uno opto de manera personal, libre, consciente y voluntaria, en la opción por el seguimiento de Cristo. La entrega al Señor debe ser radical y no fraccionada.
6. Se debe motivar al seminarista a no abandonar su vida de fe, su experiencia personal del encuentro con el Señor por medio de la oración y del encuentro comunitario con Él.
7. Animar al Seminarista a no conformarse con las lecturas en la Eucaristía, sino a escudriñar la Palabra de Dios, para contemplar en este encuentro el amor infinito de Dios hacia él quien lo invita a buscar a Jesucristo en las Sagradas Escrituras, en la historia, en todos los aspectos de la vida, en una continua obra de discernimiento para reconocer la acción del Espíritu.
8. Los seminaristas responden a la llamada de Jesús “Convertíos y creed en el evangelio” (Mc 1, 15) en la medida en que se esfuercen por vivir el Evangelio, y a meditar los misterios de la encarnación, pasión, muerte y resurrección del Señor.
9. Ayudar a tomar conciencia que la vida del seminario debe ser una explicitación de la consagración bautismal que nos debe motivar a un proceso continuo de conversión.
10. Motivar en el seminarista una sana devoción a la Virgen María, fomentando una sana religiosidad popular.
11. Motivar al seminarista en el concomimiento y aceptación de sí mismo y de los demás cultivando intensamente el espíritu de familiaridad, de modo que la comunidad en donde vive se convierta en el lugar privilegiado del encuentro con Dios.
12. El seminario está constituido por personas que no se han elegido sino que son – unos para otros – un don de Dios. Allí es el lugar en el que la gracia del Espíritu Santo hace visible la figura de Cristo, del que cada seminarista lleva y expresa un rasgo. El Seminario debe ser el lugar de la reconciliación y de la paz en el que es posible el encuentro con Cristo Vivo y verdadero.
13. El seminarista debe acoger a sus cohermanos (los otros seminaristas) como don del Padre, vivir con ellos la plena comunión en la vida diaria del seminario. “No puedes decir que amas a Dios a quien no ves, si detestas a tu hermano a quien si ves”.
14. La experiencia de la paternidad de Dios y de la fraternidad con Cristo, lleva a los seminaristas a hacerse hermanos de todos los hombres y de toda criatura, en espíritu de sencillez, de alegría y de solidaridad.
15. El seminarista debe acoger a todas las personas con bondad, sin excluir a nadie; amando a todas las personas, particularmente a los pobres y débiles.
16. A ejemplo de los apóstoles, los seminaristas deben tener siempre presente, que participan en la misión evangelizadora de la Iglesia y llevan a todos cuantos encuentran a su paso la paz y el bien del Señor.
17. El seminarista debe cultivar la actitud de benevolencia y de diálogo con las diversas culturas y religiones, atento a los signos de los tiempos para vivir y anunciar fielmente los valores del Evangelio a los hombres de hoy.
18. El seminarista debe tener bien claro que nadie puede evangelizar si antes no acepta ser evangelizado.
19. Debemos motivar a los seminaristas para tratar de vivir el Evangelio que anunciamos, anteponiendo la palabra ponderada y casta a la palabra retórica y académica, prefiriendo la brevedad de sermón y usando expresiones sencillas y tangibles, sabiendo bien que la virtud es más necesaria que las palabras.
20. Se debe tener bien claro que el seguimiento de Cristo lo hacemos de modo auténtico y pleno en la Iglesia, cuerpo de Cristo y sacramento de salvación de nuestro tiempo, en reverencia y en obediencia a los pastores, para cumplir lo que prometerán el día de su ordenación presbiteral,
_________________
Fray Eduardo Espinosa Vasquez
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bonny
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MensajePublicado: Lun Ene 26, 2009 5:14 am    Asunto: Respuesta
Tema: 12. La relación entre el formador y el seminarista II
Responder citando

Este mensaje lo recibi de Fray Juan Jose Rodriguez, es un complemento de su participacion anterior, en respuesta a mi inquietud, le agradezco mucho su atencion y su tiempo y lo publico para beneficio de todos,

"En el seguimiento de Jesucristo la convicción o motivación no debe venir de fuera sino brotar desde dentro y para motivar a los formandos el acompañante no impone sino que propone elementos o pautas de discernimiento que el formando libremente asume en consonancia con su opción de vida.

" Pareciera que el hilo es muy delgado entre lavado de cerebro y motivación, no obstante hay una brecha que los separa porque mientras en el primer caso se impone en el segundo se propone. La libertad juega aquí un papel protagónico. El padre Ramón maneja en el foro el asunto con gran claridad y presición.
Fr. Juan José Rodríguez Mesa


Saludos a todos Wink
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Jesús Alejandro Castaño B
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MensajePublicado: Lun Ene 26, 2009 4:44 pm    Asunto:
Tema: 12. La relación entre el formador y el seminarista II
Responder citando

RESPUESTAS TEMA 12. LA RELACION ENTRE EL FORMADOR Y EL SEMINARISTA II

1. Un buen acompañamiento vocacional es en sí mismo un proceso de conocimiento de los jóvenes que aspiran al ministerio sacerdotal. Considero que llamar este proceso "preventivo y de vigilancia" es quitarle, desde su propia definición, el grado de confianza que debe acompañar el proceso formativo del seminarista. Por lo tanto, estoy de acuerdo en que se realice un PROCESO DE ACOMPAÑAMIENTO VOCACIONAL, adecuado y progresivo, no como VIGILANCIA, sino como medio de discernimiento de la vocación de los jóvenes.

2. Cualquiera de los dos tipos de formadores implican un gran riesgo, pero considero que hace más daño cuando la exigencia llega a extremos dañinos, ya que la formación hacia el sacerdocio debe realizarse en una sana y equilibrada libertad, y cuando hay formadores extremadamente exigentes ese grado de libertad se pierde, y empiezan a crearse obstáculos, traumas y temores en los seminaristas, los cuales podrán salir a flote con consecuencias muy negativas en los futuros sacerdotes.
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Jesús Alejandro Castaño B
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Registrado: 24 Nov 2008
Mensajes: 19
Ubicación: Ibagué, Colombia

MensajePublicado: Lun Ene 26, 2009 4:47 pm    Asunto:
Tema: 12. La relación entre el formador y el seminarista II
Responder citando

RESPUESTAS TEMA 12. LA RELACION ENTRE EL FORMADOR Y EL SEMINARISTA II

1. Un buen acompañamiento vocacional es en sí mismo un proceso de conocimiento de los jóvenes que aspiran al ministerio sacerdotal. Considero que llamar este proceso "preventivo y de vigilancia" es quitarle, desde su propia definición, el grado de confianza que debe acompañar el proceso formativo del seminarista. Por lo tanto, estoy de acuerdo en que se realice un PROCESO DE ACOMPAÑAMIENTO VOCACIONAL, adecuado y progresivo, no como VIGILANCIA, sino como medio de discernimiento de la vocación de los jóvenes.

2. Cualquiera de los dos tipos de formadores implican un gran riesgo, pero considero que hace más daño cuando la exigencia llega a extremos dañinos, ya que la formación hacia el sacerdocio debe realizarse en una sana y equilibrada libertad, y cuando hay formadores extremadamente exigentes ese grado de libertad se pierde, y empiezan a crearse obstáculos, traumas y temores en los seminaristas, los cuales podrán salir a flote con consecuencias muy negativas en los futuros sacerdotes.
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Jorge Batista
Esporádico


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MensajePublicado: Mar Ene 27, 2009 12:14 am    Asunto:
Tema: 12. La relación entre el formador y el seminarista II
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Otros participantes
- La formación requiere bondad y exigencia. ¿Cómo encontrar el equilibrio?

Dentro de la formacion del candidato se requiere primeramente la bondad
ya que debemos tener en cuenta la persona de Cristo tiene una connotacion de buen pastor que se debe reflejar en las actitudes y sentimientos. la exigencia debe ser libre no impuesta, en donde se propone un camino y una respuesta. Si se sigue en la respuesta, cada etapa dentro de la formacion dentro del seminario es un reto y sacrificio, he alli la exigencia.
Al canditato no se le impone desde fuera, se le exige desde su libertad.
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SERGIO SANCHEZ
Esporádico


Registrado: 19 Nov 2008
Mensajes: 35

MensajePublicado: Mie Ene 28, 2009 2:39 am    Asunto: TEMA 12
Tema: 12. La relación entre el formador y el seminarista II
Responder citando

- ¿Está de acuerdo en que se realice una labor preventiva y de vigilancia en el seminario? ¿no hay que confiar absolutamente en los seminaristas?

CREO QUE NUESTROS SEMINARIOS NO SON NI RECLUSORIOS O CENTROS DE READAPTACION SOCIAL, SINO SON CASAS DE FORMAICON DONDE DEBEMOS DE CONOCER A NUESTROS INTEGRANTES Y CONFIAR EN CADA UNO DE ELLOS, CREO QUE SIEMPRE ES BUENO TENER ALGO PRIVADO Y EN NUESTROS SEMIANRIOS SON LAS HABITACIONES O SELDAS.POR LO CUAL NO ES CONVENIENTE HACER ESAS VIGILANCIAS.

- Sabiendo que lo ideal es el equilibrio, ¿dónde hay más riesgo: en tener formadores “bonachones” o en que sean demasiado exigentes?

CREO QUE UN FORMADOR BONCHON DA MAS RESULTADO QUE UN EXIGENTE, EL SER BONACHON NO SIGNIFICA QUE TODO ESTA PERMITIDO SIEMPRE TIENE QUE HABER UN EQUILIBRIO Y EL SER EXIGENTE SIMPLEMENTE NOS LLEVA A TENER EN PRACTICA EL DICHO, DE QUE LA MULA NO ERA ARISCA SINO QUE LOS PALOS LA HICIERON Y CUANTAS VECES A UNO LE DECIA EL FORMADOR EXIGENTE CORRECCIONES Y UNO SOLO LO HACIA REPELAR. UN EQUILIBRIO EN NUESTROS FORMADORES ES LO MEJOR
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Alan Josué Saldaña García
Asiduo


Registrado: 27 Feb 2007
Mensajes: 330
Ubicación: En todo el mundo

MensajePublicado: Mie Ene 28, 2009 10:50 pm    Asunto:
Tema: 12. La relación entre el formador y el seminarista II
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¿Te gusta que tus formadores te repitan las cosas y estén atentos a tu formación? ¿o prefieres más bien que te dejen tranquilo, a tu ritmo? Sí, es elemental que los formadores esten pendientes de nosotros, a un lado, nos repitan cuantas veces sea necesario en el caso que no sé entienda o comprenda algo, y más si puede llegar a olvidarse, logicamente sin exagerar, de ser una forma de enfadar o cansar d elo mismo a los seminaristas. Creo que hay momentos para todo o para cadea seminarista abrá quien comprenda mejor y se desenvuelva mejor y quien no, el formador debe estar pendiente de ello, para saber cuando repetir y estar a lado uno, pero aun así el formador si debe estar siempre al tanto de todos sin que se le pase nada.
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MANUEL HERNÁNDEZ PUJADAS
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MensajePublicado: Sab Ene 31, 2009 6:21 am    Asunto: 12. LA RELACIÓN ENTRE EL FORMADOR Y EL SEMINARISTA II
Tema: 12. La relación entre el formador y el seminarista II
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12. LA RELACIÓN ENTRE EL FORMADOR Y EL SEMINARISTA II

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La formación requiere bondad y exigencia. ¿Cómo encontrar el equilibrio?

Respuesta:
Con la exigencia consigo mismo o autoexigencia. La exigencia no es una carga gravosa, sino un método para librarnos de nuestros defectos y vicios.

La exigencia no es un fin en sí misma. Es un medio para lograr una mayor satisfacción y crecimiento personal.

La bondad con los demás no consiste en no reconocer como verdaderos los defectos y los vicios del otro, sino en hacérselos ver con caridad y humildad, pensando en su bien eterno de la salvación de su alma. Para que así el otro tenga la posibilidad de mejorar como persona liberándose se sus defectos y vicios y ser de hecho más humano y, por tanto, más feliz. La corrección fraterna constituye un acto de amor y caridad muy bueno para con los demás.


MANUEL HERNÁNDEZ
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