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LOS SIETE PILARES DE LA SABIDURIA.

 
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Autor Mensaje
Macarena Perez
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Registrado: 23 May 2009
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MensajePublicado: Mar Jun 09, 2009 2:42 pm    Asunto: LOS SIETE PILARES DE LA SABIDURIA.
Tema: LOS SIETE PILARES DE LA SABIDURIA.
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Algunos consagrados escritores en lengua inglesa titularon sus obras con versos clásicos. Estos reconocidos ilustres simulaban hacer un besa mano a sus maestros, cuando en realidad sus citas encerraban irónicas reprobaciones. El más difícil reto para una persona genial consiste en demostrar fehacientemente que supera el genio de sus antecesores.

Con "ruido y furia" aseguraba Shakespeare que se expresaban los peregrinos pobres viejos locos. En esta ocasión, el Cisne de Avon no fue el primero. Antes que Shakespeare, los cabalistas españoles del siglo XIII ya decían algo similar utilizando una frase en arameo que se las trae…
Más o menos, los cabalistas recomendaban a los varones (psicológicamente) fuertes que despertaran (léase estimularan) dando alaridos a la “novia” (musa) que generara su inspiración.

Avalo el consejo de los cabalistas. Si al forero le faltan las palabras adecuadas para transmitir su intuición con rigor literario; si alguna vez el forero se encuentra con que sabe lo que quiere escribir pero no sabe cómo empezar porque no está en vena, déjese de timideces: ¡GRITE!.

Faulkner tituló a una de sus novelas con el verso de Shakespeare: "El ruido y la furia".
El primer capítulo de la que muchos críticos consideran la obra maestra de su autor comienza con el monólogo de un locatis que se expresa con broncos gruñidos carentes de sentido lógico.

Deduzco que al nihilista Faulkner no le gustaban los enrevesados sermones que de vez en cuando y casi siempre inoportunamente largamos los peregrinos pobres viejos locos, y nos puso a caldo comparándonos con el más torpe de su amplia cuadrilla de personajes tarados.

"No preguntes por quién doblan las campanas", - recomendaba John Donne – “porque cuando alguien muere prematura e injustamente las campanas doblan solidariamente por ti y por toda la Humanidad”.

Ernest Hemingway hizo caso omiso al consejo de John Donne y se preguntó: "Por quién doblan (ahora) las campanas".
La muerte de Jordan, el protagonista de la novela, no se puede justificar en la solidaridad de un género humano configurado por fascistas tontos y unos representantes de la República Española que eran asesinos sádicos, sucios borrachos, y ladrones que no dudaban en traicionarse entre sí.
Para el nihilista Papá Doc, no había funeral que justificara el martirio de los ingenuos.

El capítulo IX del Libro de la Sabiduría dice así: "La Sabiduría se fabricó un templo, y a este fin labró siete columnas".

El comandante T.H. Lawrence tituló sus memorias bélicas con esta alusión bíblica: "Los Siete Pilares de la Sabiduría".

Pues bien, con sumo cuidado he leído el libro de Lawrence buscando la más insignificante referencia directa, o pista geográfica, que me llevara racionalmente hasta los siete pilares a los que hace mención el título. No la hay.

Demasiadas veces he visto la película "Lawrence de Arabia" como para que me pasara desapercibida una imagen que diera pie el versículo bíblico.

A primera vista da la impresión de que T.H. Lawrence, como Faulkner y Hemingway, tituló el libro de sus memorias con ironía sarcástica. Pero… ¡Ja!

A las duras penas y los íntimos regocijos que acompañan a la inspiración, intuí que Lawrence - al dejar atrás la rígida urbanidad militar para vivir bajo el código implacable del más descarnado de los desiertos - se vio envuelto en un proceso espiritual similar al que caracteriza a los buenos peregrinos pobres viejos locos cuando hacen el Camino de Santiago.

Tal como reza la ya mencionada, conocida, y tantas veces solicitada oración con la que se bendice a los peregrinos, todo camino interior, toda transformación espiritual o viaje iniciático, empieza tal y como lo hizo Abraham.
La repito por si algún forero no la recuerda: “Así como nuestro Padre Abraham abandonó su casa en la ciudad de Ur y se adentró en el desierto… “

No hay diferencia analógica entre lo que se desea al peregrino cuando lo bendicen al inicio de su peregrinación, lo que el Yahvista cuenta de Abraham y sus cambios de domicilio, y lo que nos consta que hizo Lawrence abandonando su club de oficiales ingleses en los cuarteles del Cairo para caminar durante tres años por los desiertos arábicos.

Para comprender estas analogías conviene saber que la palabra “desierto” es sinónimo de “camino de peregrinación”. Pasar cuarenta días con sus cuarenta noches en el desierto equivale a realizar una peregrinación con el propósito de tonificarse el espíritu hasta encontrarse de tú a Tú con la Divinidad.
Que se sepa que, los cuarenta años que Moisés mantuvo a su pueblo en el desierto que separa Egipto (el país de la esclavitud laboral) de la Tierra Prometida (el país en el que la alianza con Yahvé hace posible la felicidad) equivalen a la lenta y paulatina transformación espiritual que buscan los peregrinos de mediana edad cuando hacen el Camino de Santiago.

A sangre fría parece desproporcionada la reacción de los Amigos del Camino de Santiago contra los polígonos industriales que interrumpen las un día polvorientas, y otros embarradas sendas que conducen a Compostela.
Al fin y al cabo, los polígonos industriales no suelen pasar de cinco kilómetros, y las distintas opciones del Camino se acercan a los mil kilómetros de recorrido.
Pero ¡quiá! Esa colérica reacción no se puede juzgar en frío porque sale en caliente del alma del peregrino.
El alma del peregrino percibe que haciendo el Camino se ha librado de la esclavitud laboral, y hasta comedida me parece su reacción cuando después de vagar a lo largo de ochocientos kilómetros y está a punto de llegar a su Tierra Prometida que es Compostela, el alma, digo, se ve perdida y confundida porque frente a un foco laboral, como podría ser el polígono industrial de O´Pino, teme que después de 40 años de peregrinación lo que tiene ante sí sea de nuevo el maldito Egipto.

La gran aventura espiritual se repite cada vez que un anónimo peregrino de mediana edad
“empuña con determinación un arado y sin volver la cabeza atrás” pone rumbo a Compostela.

No son pocos los peregrinos foreros que han dejado recado en la red de que no hay Camino de Santiago más reconfortante y eficaz que el que se inicia en la puerta de su propia casa.

Este proceso de transformación interior que caracteriza a los peregrinos pobres viejos locos, empieza cuando salen de su casa, continúa mientras caminan por descampados, y llega a buen fin en un locus peregrinae, que bien pudieran ser Villafranca del Bierzo, Compostela, o Finisterre.

La transformación interior del peregrino está vinculada a La Perdonanza; y finaliza cuando la Divinidad se les manifiesta en forma de templo levantado sobre siete pilares.
El tantas veces mencionado y nunca descrito Camino Interior tiene su cenit en una breve, poética, brillante y colorida eclosión onírica de la Divinidad.

Esta manifestación de la Divinidad en forma de templo sobre siete pilares la experimentó el autor del Libro de la Sabiduría, y así lo dejó por escrito.
Intuyo que lo mismo le sucedió a Lawrence, y que por ese motivo dio título a sus memorias rescatando el versículo bíblico.
Lo mismo que con total seguridad experimentaron los que en el Camino de Santiago alzaron templos o claustros sobre siete pilares.
Y dejo al buen juicio de mis amigos foreros que deduzcan lo que experimentó el que se arriesga a firmar este artículo. Escribo con conocimiento de causa…

Conectar el título de las memorias bélicas de Lawrence con el trayecto de su caminar interior merece la consideración de “scoop” que ocupe la cabecera de las páginas culturales de cualquier medio que se precie.

Dentro de nada hará un siglo que sucedieron los hechos que se narran en esas memorias reeditadas una y otra vez en varios idiomas. La película “Lawrence de Arabia” sigue con sorprendente fidelidad los capítulos del libro y la habrán visto más de mil millones de espectadores.
Pues bien, hasta la fecha nadie se percató de que Lawrence valoraba más su transformación espiritual que su participación en aquella guerra del desierto, y así lo hizo constar en la tapa del libro con un enigmático título que hasta la fecha nadie se preocupó de desentrañar.
Una vez desvelado el porqué del título de las memorias de Lawrence, resulta relativamente fácil rastrear en su largo relato los sucesivos peldaños por los que el autor fue ascendiendo espiritualmente hasta convertirse en un peregrino pobre viejo loco. El rastreo no procede.

Fernando Rielo fue un peregrino pobre viejo loco, uno de los nuestros. Fernando fue un místico fundador, poeta, y promotor de la peregrinación a Compostela contemporáneo de Elías Valiña.
Fernando aparcó el exuberante lenguaje que caracteriza a los místicos para adoptar una rigurosa argumentación filosófica y dar consistencia racional a lo que siempre intuyeron los peregrinos pobres viejos locos: el misticismo es genético. La reversión espiritual del individuo al Absoluto, de quien procede, es propia de la condición humana.

El Arzobispo de Compostela acaba de publicar una carta pastoral anticipándose al próximo año jacobeo en la que dice que “El camino, entendido como traslado de un lugar a otro, o como paso de una situación a otra, está inscrito en el código genético de todo hombre”.
Monseñor Barrio continúa añadiendo: “(El Camino de Santiago) es un ámbito propicio para que quien peregrine en espíritu dialogue con Dios”.

Con estos dos argumentos de autoridad, me reitero en que no me corresponde rastrear los peldaños de Lawrence hacia el misticismo, ni valorar otras peregrinaciones por Nepal, Benarés o Arabia.
El Camino de Santiago es radicalmente católico, y, como consta en los testimonios artísticos, lo que emana de las manifestaciones de la Divinidad es el Boss.
En el “Cisne Tenebroso de Roncesvalles”, “la Zarza que Arde en Huesca”, “Los Siete Pilares en el Camino Catalán”, y “el Claustro Iluminado en el Camino de La Lana”, es el Boss el que aparece camuflado, cediendo protagonismo, para que el peregrino avisado deduzca que es el Hijo el que emana de estas místicas representaciones de la Divinidad.

Los peregrinos culturalmente católicos nos bloqueamos en el perfil de turigrinos al caminar por otros ámbitos que no sean el Camino de Santiago.
La Peregrinación y el Misticismo son genéticos y cada cultura busca darle salida a esas exigencias de la condición humana; pero un peregrino de formación católica quedará aturdido por el exotismo oriental sin lograr localizar el fin último de la peregrinación, y con ello darle a su alma el sosiego que busca al peregrinar. De Asia se regresa sobrevalorando la novedad y un par de axiomas.

Me sirvo de esta entradilla trufada con crítica literaria para justificar lo siguiente:

a) Los peregrinos pobres viejos locos no somos nihilistas. Al contrario, buscamos, y a veces incluso encontramos, nuestra trascendencia personal.
La Sabiduría, primero nos alumbra la justificación de nuestro paso por este mundo; y luego nos deja ver lo que hay más allá, sin apelar a camelos de sucesivas reencarnaciones, delirantes disoluciones orientalistas, ni limitadoras fes a machaca martillo.
La Sabiduría da a saber gratuitamente. Basta pedirla a quien corresponde y ponerse en marcha. Estar al tanto, reclamar, y actuar.

b) Las mejores representaciones de los Siete Pilares de la Sabiduría están en el Camino.
Por una vez, y sin que sirva de precedente ni cambio de estilo, escribo a la letra. Así que repito. No busquen en Arabia o Palestina sólidas representaciones de los Siete Pilares de la Sabiduría, porque se pueden visitar haciendo el Camino de Santiago.
Aquí están, como la Puerta de Alcalá, piedra sobre piedra, para que los advierta cualquier peregrino pobre viejo loco que se acerque.

A estas alturas de lo que sin prisas y algunas pausas voy escribiendo, diez foreros (que yo sepa) se han percatado que cuelgo en la red una Guía Espiritual del Camino de Santiago, y que la ofrezco a pequeños sorbos, porque de un trago no hay valiente que se la beba. Ya les guiaré hasta los Siete Pilares…

Dos artículos con el mismo título que éste, y muy similares en el fondo y la forma, colgué en otros foros de internet. Pasaron los meses, y muy pocos amigos peregres se dieron por enterados o se interesaron por los siete pilares.

Sin embargo, los Siete Pilares de la Sabiduría es el más avanzado de los guiños místicos que un peregrino puede encontrarse cuando haciendo el Camino de Santiago es consciente de que da pasos por su camino interior.

En el infantilón Juego de la Oca los participantes recorren un laberinto para coronar en la casilla del “Cisne que reposa sobre las aguas”. El trayecto de este antiguo entretenimiento pasa por el puente, los ánades, el albergue, el árbol, la zarza que arde, las escaleras, el pozo, la cárcel, y otras señales más o menos evocadoras del Camino de Santiago.

El más complejo trayecto interior hasta el Saber que Salva se corona con la visión de los Siete Pilares. Estar advertido de lo que significan los Siete Pilares resulta de importancia capital para los que aspiren a una mejora estable de sus vidas como colofón a la gran caminata.

No hay héroe épico que se precie que no se diera un paseíto por el infierno para saludar a sus amiguetes. Ni hay artista que describa voluntariamente el infierno de su héroe que no haya primero salido de una situación infernal.

El autor del Libro de la Sabiduría, fuera quien fuese, no disparaba con pólvora del rey.
Un escritor tan sabio y seguro como el autor del Libro de la Sabiduría no describiría el templo de las siete columnas sin primero haberlo visto en su interior. Esa imagen forma parte de las manifestaciones con que la Divinidad se acerca al Hombre, y lo hace desde milenios atrás porque tanto la condición Divina como la humana son inmutables.

Los que ponen tanto interés como el comandante Lawrence en sacar a colación los siete pilares de la sabiduría, venga o no a cuento, dan testimonio de su fugaz contacto de tú a Tú con la Divinidad.

A los peregrinos pobres viejos locos se les reconoce por sus obras. Estas “obras” no son discretas obras de caridad, su moralmente intachable comportamiento, ni su regular y meritoria asistencia a los actos litúrgicos, sino públicos testimonios que aguantan gallardamente la embestida de los siglos.
A los místicos se les reconoce por sus resultados, por sus “obras”, y no por sus conductas y actitudes, que suelen ser humildes y discretas.
Ahí están las “obras” de los peregrinos pobres viejos locos. El Libro de la Sabiduría, las memorias de Lawrence, los monumentos arquitectónicos con siete pilares que cualquier peregrino puede contemplar haciendo el Camino de Santiago. ¿Estamos?

De momento, tal como hacía Agatha Cristie, doy dos pistas falsas sobre la ubicación caminera de los Siete Pilares.
Estas primeras pistas no son correctas, pero sirven como aperitivo o acicate de la sed de saber, para avivar la curiosidad, como gimnasia intelectual, y como entrenamiento para la meditación caminera.
Estas búsquedas erráticas pueden engordar un excelente caldo de cultivo espiritual. Luego, sigan buscando por otro lado.

La leyenda didáctica de Santiago el Menor el nuestro tiene dos raíces.

La primera raíz en Zaragoza, donde aparece un "apóstol peregrino" deprimido por el fracaso, y una "virgen negra" que le conforta desde lo alto de "un pilar".
Todas las vírgenes negras, y las he visto desde Lituania a Canarias son focos de peregrinación. En Zaragoza, la leyenda casa "un pilar", una "sede peregrina", y un apóstol que lleva a sobaquillo una epístola que trata de la Sabiduría.

La segunda raíz está en Padrón donde cada 24 de julio se celebra una ancestral jira en honor de Santiaguiño. Esta típica juerga popular gallega, coincide con el mismo día y hora en que veinte kilómetros más arriba se solemniza a otro Santiago.

En Compostela, las más altas jerarquías del Reino se reúnen, al son de pompa y circunstancia, respondiendo a la convocatoria de un Santiago Patrón de España que va a caballo y es Mayor.

El Santiaguiño de Padrón va en sandalias y se le nombra cariñosamente en diminutivo como si fuera uno de los nuestros: un peregrino pobre viejo loco. Lo era. Y por tal hay que tomarlo.

En Padrón, un nutrido pueblo llano se da un homenaje gastronómico en honor a Santiago el Chico. Ese Apóstol Menor peregrinaba a pie, y escribió su epístola cargada de guiños místicos. La carta apostólica no tiene destinatario expreso, lo que me permite intuir que iba dirigida a los peregrinos que estuviesen dispuestos a compartir su experiencia caminera.
Este Apóstol al que le gustaba peregrinar y escribir daba por descontado que por muy sabias que fueran sus palabras muy pocos le prestarían atención, y que por muy recomendables que fueran sus consejos menos los pondrían en práctica.
Esta insensata perseverancia en caminar y escribir es una característica común de los peregrinos irreductibles.

Cada año, miles de fieles acuden a Padrón seducidos por el atractivo de las sardinas, los churrascos, las hogazas de tosco pan rural, el vino tinto de Ribeiro, y el son de cien gaiteros.
Todo ello gratis. No se paga el acceso al monte, ni la consumición. Así, como se lee. Todo de barakalofi. Aún quedan pueblos rumbosos…
La Sabiduría es gratuita. No se dejen camelar por los que pidan dinero a cambio. No están los tiempos para despilfarros.

No hace tanto tiempo estuve en la jira de Santiaguiño. Con más entusiasmo que garbo bailé la muñeira de Camacho. En el comistraje me obsequiaron con un gran jurel y no con las apetitosas sardinas que me desconsolaban con solo verlas humear. Para terminar, como todo quisque, con la camisa perdida de vino rojo peleón.

Pero empecé aquel día tirando unas monedas sobre "el pilar pedrón" de la leyenda. Cruzando un río que separa lo urbano del descampado por un antiquísimo puente. Subiendo unas escalinatas más largas y empinadas que la escalera de Jacob. Y acordándome de la Reina Lupa, que era tiznada como la que se quema en ardores por su amado en el Cantar de Los Cantares.

Les ofrezco una segunda tanda de pistas complementarias para que puedan hacerse a la idea de que los siete pilares han estado más presentes en la Historia del Hombre de lo que se puedan imaginar...
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