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Si estas en argentina, discernimiento vocacional (mes abril)

 
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Alejap
Asiduo


Registrado: 26 Feb 2006
Mensajes: 109

MensajePublicado: Dom Abr 23, 2006 8:12 pm    Asunto: Si estas en argentina, discernimiento vocacional (mes abril)
Tema: Si estas en argentina, discernimiento vocacional (mes abril)
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El —llamado~

una propuesta vocacional mensual via mail



Desde mediados del año pasado estamos ofreciéndoles, via mail, una propuesta vocacional: el «llamado» del mes.
Es un material para discernimiento vocacional pensado para jóvenes de 17 a 30 años (aproximadamente) y que estén en busca de un proyecto de vida vocacional.
El material lo enviamos mensualmente en torno al día 19.
Va dirigido en primer lugar a los sacerdotes, seminaristas, consagrados/as y agentes de pastoral, a fin de que cada uno lo reenvíe a quien cada uno considere oportuno.
Como la propuesta incluye un seguimiento por parte de algún acompañante espiritual, será conveniente asegurar este acompañamiento a los jóvenes que reciben el «llamado».
El material es susceptible de cualquier tipo de adaptación según las necesidades.
Por supuesto, recibimos toda sugerencia que pueda mejorar la propuesta y quedamos a su disposición.
Todo el material ofrecido lo pueden encontrar en nuestra página web:
http://www.sembue.org.ar/xsiteinte-llamados.htm


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Elllamadodelmes

ïÈlamadoð

de abril



«¿Qué es esto para tanta gente?»



1 ¿Qué dice Jesús?....(...para escucharO)

5Al levantar los ojos, Jesús vio que una gran multitud acudía a él

y dijo a Felipe: «¿Dónde compraremos pan para darles de comer?».

6El decía esto para ponerlo a prueba, porque sabía bien lo que iba a hacer.

7Felipe le respondió:

«Doscientos denarios no bastarían para que cada uno

pudiera comer un pedazo de pan».

8Uno de sus discípulos, Andrés, el hermano de Simón Pedro, le dijo:

9«Aquí hay un niño que tiene cinco panes de cebada y dos pescados, pero

¿qué es esto para tanta gente?».

10Jesús le respondió: «Háganlos sentar». Había mucho pasto en ese lugar.

Todos se sentaron y eran uno cinco mil hombres.

11Jesús tomó los panes, dio gracias y los distribuyó a los que estaban sentados. Lo mismo hizo con los pescados, dándoles todo lo que quisieron.

12Cuando todos quedaron satisfechos, Jesús dijo a sus discípulos:

«Recojan los pedazos que sobran, para que no se pierda nada».

13Los recogieron y llenaron doce canastas

con los pedazos que sobraron de los cinco panes de cebada.

(Jn. 6, 5-13)



2 ¿Qué me dice Jesús? (...para pensarI)

· Jesús vio que una gran multitud acudía a él. Esa tarde, ante los ojos compasivos de Jesús, se había reunido mucha gente: 5.000 hombres. Y el Evangelio de Mateo (14,21) aclara: «sin contar mujeres y niños». Realmente eran muchos. Venían de todos lados. «Acudían a él» porque percibían en él algo nuevo, algo único, algo «divino». Hoy día también una gran multitud acude a Jesús. No sólo los que ya conocemos su nombre, su vida, sus gestos...;hay también una gran multitud que, aún sin saberlo, aún sin conocerlo, gimen por él. En nuestro mundo de hoy hay una gran multitud que busca a Jesús, porque busca la paz, la comprensión, la bondad, la justicia, la solidaridad...es decir todo aquello que encontramos en el Corazón de Cristo...pero que aún no lo conoce a Él. ¿Qué hacer? ¿qué hacer para que tantos hombres y mujeres conozcan a Jesús? ¿qué hacer para acudir a ellos, para anunciarles el Evangelio?

· «¿Dónde compraremos pan para darles de comer?». Jesús se conmueve ante la multitud hambrienta. Su corazón está atento. Pero no se fija en sí mismo, en sus propias necesidades. Como verdadero hombre que es, Jesús siente hambre, cansancio, sed... Pero no se fija en su propio cansancio, en su propia hambre, en su propia comodidad. Sale al encuentro de la necesidad del otro. Jesús es sensible al hambre más profunda de nuestro corazón. Y no se queda en lo emotivo. Trata de remediar esa necesidad: el pan. Jesús sabe que Él mismo, su corazón, sus sentimientos, sus palabras, sus gestos, su Cruz, su Resurrección, su muerte y su vida son el pan nuestro de cada día. Son el pan por el que suspira nuestro corazón herido...

· «Doscientos denarios no bastarían...». Una experiencia frecuente en nuestra vida es que el dinero no alcanza. Es un drama cotidiano tener que aceptar que no podemos comprar lo que necesitamos, aún lo imprescindible para vivir: alimento, ropa, remedios, etc. Pero también debemos reconocer que el mismo dinero no basta para alcanzarnos la paz, la felicidad. Y así, hay muchos pobres que son felices. La clave para vivir la auténtica pobreza de Jesús, la pobreza evangélica es reconocer que nada nos basta. Como dice Santa Teresa de Ávila: «Solo Dios basta». Aquellos hombres y mujeres que viven en Dios, viven colmados. «Señor, muéstranos al Padre y eso nos basta»(Jn.14,Cool.

· «Aquí hay un niño que tiene cinco panes de cebada y dos pescados, pero ¿qué es esto para tanta gente?». Sólo los niños son verdaderamente pobres como Jesús. Por eso Jesús ama a los niños, prefiere a los pequeños. Los niños confían plenamente, se abandonan. El amor de sus padres les basta para confiar y no temer. El niño experimenta vivamente su limitación, su fragilidad, su impotencia: cinco panes y dos pescados son el signo de eso. Porque cinco panes y dos pescados ¿qué son para tanta gente? No son nada. Separados de Jesús «nada podemos hacer» (Jn.15,5). Pero con Él se puede todo. Por eso San Pablo decía: «Todo lo puedo en Aquel que me conforta» (Fil.4,13). Esa tarde, ese niño ofreció sus cinco panes y dos pescados porque, en su inocencia, sabía que con Jesús todo se puede, aunque no se tenga nada. Ese es el milagro del amor de Jesús: convertir la nada en todo. La experiencia de la vocación es precisamente eso: saber que mi nada, Jesús la puede convertir en todo para bien de todos...

· Jesús les dio todo lo que quisieron...a tal punto que «todos quedaron satisfechos». Es una experiencia de plenitud. De gozo. Junto a Jesús el hambre siempre se colma. La multiplicación de los panes es una experiencia de la abundancia del corazón de Cristo. Es un anticipo de la eternidad, de aquello que Dios preparó para nosotros y que «nadie vio ni oyó y ni siquiera pudo pensar» (1 Co 2,9). El ha venido «para que tengamos vida, y vida en abundancia»(Jn.10,10). Hoy Jesús sigue conmovido por la multitud que acude a él. Sigue preguntándome ¿dónde compraremos pan para dar de comer a tanta gente?. Sigue buscando niños que quieran ofrecer sus cinco panes y sus dos pescados. Quiere seguir multiplicándose para dar vida en abundancia...

· «...que no se pierda nada». Este último detalle nos habla de la delicadeza de Jesús. No se trata de simple «economía», de «no derrochar». Es un rasgo típico del corazón del Buen Pastor que cuida de cada una de sus ovejas. Cada uno de los 5000 hombres y mujeres, cada uno de esos 5000 rostros era único en el corazón de Jesús. Vale por sí. Por cada uno Jesús multiplica el pan. Por cada uno se entrega. Por cada uno va a la Cruz. Por cada uno ruega al Padre. En especial, Jesús tiene pasión por los que están perdidos. Los que se alejaron de Dios, los que viven lejos, los que no quieren saber nada de él, los que están suspirando por «calmar su hambre con las bellotas que comen los cerdos» (Lc.15,16). Son aquellos que están enredados en sus propios egoísmos, a los que el Buen Pastor va a buscar. Y cuando los logra encontrar «los carga sobre sus hombros y lleno de alegría» hace fiesta por recobrarlos.

3 ¿Qué le digo a Jesús? (...para rezarÖ)

¿Qué es esto, Señor, para tanta gente?

¿Quién soy yo, para que me pidas dar de comer a tanta gente?

¿Quién soy yo, para que me encomiendes tantas hambres?

¿Quién soy yo, para que me llames por mi nombre?

¿Quién soy yo, para que te hayas fijado en mí?

Sólo tengo cinco panes y dos pescados.

El pan de mi inconstancia,

el pan de mis miedos,

el pan de mis vacilaciones,

el pan de mi pereza

el pan de mi comodidad.

El pescado de mi falta de fe,

el pescado de mi falta de pureza,

el pescado de mi orgullo...

Dame un corazón de niño,

que sepa ofrecerlo todo,

que sepa esperarlo todo,

que sepa confiar totalmente,

que sepa decirte «sí».

Todo lo puedo en Vos,

porque sin Vos no soy nada,

porque sin Vos estoy sin vida,

porque sin Vos el corazón se empequeñece,

porque con Vos puedo darme todo,

porque con Vos puedo hacerme todo para todos,

porque Vos sos mi todo.

Todo lo puedo en Vos

Muéstranos al Padre y eso nos basta.



(seguí rezando vos, mirando el texto del Evangelio)



4 ¿Qué quiero hacer por Jesús? (...para vivirP)

o Averiguá en alguna publicación, por internet, consultando a alguna persona que pueda orientarte, cuántos cristianos (de distintas confesiones) hay hoy día en el mundo. Fijáte qué proporción de católicos hay entre todos los cristianos. Y, en especial, fijáte cuántos hombres y mujeres de hoy no son cristianos (es decir pertenecen a otras religiones). ¿Qué me quiere decir Jesús con estos datos?

o Rezá alguna oración que tengas (o que escribas vos espontáneamente) por los misioneros que anuncian el Evangelio en tierras lejanas, en especial, en los países que persiguen a los cristianos.

o Compartí lo que pensaste con algún sacerdote amigo, con tu acompañante espiritual, con alguien que te quiera y te aconseje bien.







5 Lectura sugerida (para leer en cualquier momento, tranquilo...§)





Quiero contaros algo que me hizo pensar mucho. Sucedió así:

Hacía un día espléndido. Serían más o menos las cinco de la tarde. Se estaba bien a esta hora en el Parque del Este. Me gustaba sentarme con un libro en la mano en aquel parque fresco y luminoso. Iba todas las tardes. Un libro bajo el brazo, allí me dirigía apenas terminaba de comer y me estaba leyendo hasta las seis. Porque a las seis la cosa se ponía difícil: el jardín se llenaba de chiquillos, crujían los columpios y la tarde se inundaba de gritos.

Yo entonces continuaba con mi libro en la mano y era casi un placer el comparar la vida de sus páginas con aquella otra vida tan fresca y saltarina.

El día de que os hablo, mi libro iba a salir malparado: una novela gris, con muchos personajes anormales, mucho odio, mucha envidia, mucha vulgaridad, poco sol y un tremendo vacío en cada alma.

A medida que pasaba sus páginas, me sublevaba: No, no es así. No es verdad que la vida sea así. Hace sol en el mundo. Tenemos almas claras, niños, fuentes. Dios existe entre los hombres. El hombre sabe amar, yo estoy amando.

Y era verdad: la tarde estaba clara, soplaba un viento suave y era un placer estarse mirando la caída del sol sobre las curvas de las mangas de riego. ¡Qué juego de colores! ¡Qué estupendo arco iris artificial...!

Yo no le vi venir. Acaso llevaba mucho tiempo sentado en el banco vecino cuando advertí su presencia. Le conocí en seguida. Era Juan. Sí, Juan el tartamudo. Y recordé la escena de mi pueblo: cuando el dueño de la tienda de ultramarinos estalló porque Juan tardaba media hora en darle un recado:

- ¡Basta, largo de aquí! Yo no puedo tener de dependiente un hombre inútil.

No había vuelto a verle desde entonces. Sabía, sí, que había venido a la ciudad y que estaba de sacristán en Santa Clara. Y ahora estaba allí cerca, casi a mi lado. «Mejor que no me vea –pensé-. Resulta insoportable hablar con él».

Pero la manga de riego llegaba ya a su banco.

- Podría, por favor...-le dijo el jardinero-.

El se levantó. Le vi venir hacia mí, sentarse en mi banco. (¿Le saludo? ¡Si no me conociera!).

-Bu-bu-bu-buenas ta-tardes.

-Muy buenas.

Un silencio. Luego rompió a hablar (¡Vaya, me ha conocido!). No tuve más remedio que continuar el diálogo. Era horrible escucharle. Yo le cortaba rápido apenas iniciada la primera palabra, me adelantaba a él adivinándole lo que iba a decir. Pero él continuaba inflexible su pregunta.

- ¿Qué-qué-qué-qué sabe de-de-de-de...

- ¿De Castrillo?

- Sí, de-de-de...

- De Castrillo.

- ...de Ca-ca-ca-ca-Castrillo?

Le hablé mucho del pueblo, le hablé sin descansar, temiendo en el vacío ver venir su pregunta, aquel tartamudeo espantoso que me ponía nervioso. Señaló mi novela y me dijo si estaba estudiando. Mentí, le dije que sí. Lo recalqué bien fuerte sólo para decirle que me estaba estorbando, miré mucho el reloj. Le pregunté a qué hora abrían Santa Clara; me dijo que a las cinco y yo le enseñé el reloj diciéndole:

- Ya es hora.

- Es-es-es-es lo mismo.

Se agarraba a mi diálogo, acaso hacía años que no encontraba a nadie de su tiempo de niño, años tristes los suyos, siempre el que pagaba los platos rotos de toda la pandilla. Lo notaba en sus ojos, que brillaban de gozo al pronunciar yo un nombre conocido. Le hablé de medio pueblo. Le hablé con rabia, inventando, mintiendo...sólo porque no hablase.

Eran casi las seis cuando se fue. Se alejaba encorvado; con aquel traje negro me parecía un fantasma del mundo de ayer. Respiré y me dio pena, una pena terrible de ver su paso torpe, su cansancio, verle luego volverse para decirme adiós como queriendo asirse aún a mi hipócrita charla.

Seguía haciendo sol. Llegaban los primeros chiquillos y los hombres podían llamar bella a la vida. Le seguí con los ojos hasta la puerta del jardín, necesitaba llamarle, hablar con él, decirle lo canalla que yo había sido, acompañarle un rato, dejarle preguntarme –aunque doliese, sí, aunque doliese- cómo iba la cosecha este año en el pueblo.

Y no tuve valor.

Aquella tarde, cuando hice la Visita al Santísimo, le pedí a Dios muy fervorosamente por las primeras almas que pondría en mis manos, por el primer pecador que yo absolvería, por mi primer cristiano, por el primer difunto a quien yo abriría las puertas del cielo, por el primer muchacho a quien yo consolase. Y me sentí en una iglesia, en una iglesia clara y pueblerina con un pueblo escuchándome mientras yo les hablaba de Dios y del amor. (Y me sentía al hacerlo un poco héroe). Y de pronto la iglesia estuvo sola, y la sentí vacía hasta los huesos, y vi cómo la puerta se abría lentamente y entraba Juan, y entraba triste y dolorido, y se encontraba solo, y rezaba al Señor tartamudeando, ahora más que nunca, porque las lágrimas le entraban en la boca y no podía hablar.

Creo que yo también lloré aquella tarde. Creo que hablé a gritos, que pedía a Dios que me librase de papanatismos, de vivir tan en el cielo que pisaba los pies a mis vecinos. Le pedí que me clavara en el alma que ser sacerdote era amar, amar sin consideraciones, y, cuando más costase amar, más, y, cuanto más lo necesitasen, más; no fuera a sucederme que pasase mis días pensando ser otro Cristo el día de mañana y hoy hiciese sufrir a mis vecinos.

Sí, creo que yo también lloré aquella tarde. Los días sucesivos volvía al Parque del Este sólo para encontrarle. Pero Juan no volvió



&



( de José Luis Martín Descalzo. Un cura se confiesa. Atenas, Madrid, 1992, 98-103)



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