Alejap Asiduo
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Publicado:
Dom Jun 24, 2007 11:49 am Asunto:
Llamado mes de junio
Tema: Llamado mes de junio |
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arquidiocesis de buenos aires
seminario metropolitano
El —llamado~
una propuesta vocacional mensual via mail
Desde mediados de 2005 estamos ofreciéndoles, via mail, una propuesta vocacional: el «llamado» del mes.
Es un material para discernimiento vocacional pensado para jóvenes de 17 a 30 años (aproximadamente) y que estén en busca de un proyecto de vida vocacional.
El material lo enviamos mensualmente en torno al día 19.
Va dirigido en primer lugar a los sacerdotes, seminaristas, consagrados/as y agentes de pastoral, a fin de que cada uno lo reenvíe a quien cada uno considere oportuno.
Como la propuesta incluye un seguimiento por parte de algún acompañante espiritual, será conveniente asegurar este acompañamiento a los jóvenes que reciben el «llamado».
El material es susceptible de cualquier tipo de adaptación según las necesidades.
Por supuesto, recibimos toda sugerencia que pueda mejorar la propuesta y quedamos a su disposición.
Todo el material ofrecido lo pueden encontrar en nuestra página web:
http://www.sembue.org.ar/xsiteinte-llamados.htm
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Elllamadodelmes
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de junio
«Alégrense comigo»
1 ¿Qué dice Jesús?....(...para escucharO)
1Todos los publicanos y pecadores se acercaban a Jesús para escucharlo.
2Los fariseos y los escribas murmuraban, diciendo:
«Este hombre recibe a los pecadores y come con ellos».
3Jesús les dijo entonces esta parábola:
4«Si alguien tiene cien ovejas y pierde una, ¿no deja acaso las noventa y
nueve en el campo y va a buscar la que se había perdido, hasta encontrarla?
5Y cuando la encuentra, la carga sobre sus hombros, lleno de alegría,
6y al llegar a su casa llama a sus amigos y vecinos, y les dice:
"Alégrense conmigo, porque encontré la oveja que se me había perdido".
7Les aseguro que, de la misma manera, habrá más alegría en el cielo por
un solo pecador que se convierta,
que por noventa y nueve justos que no necesitan convertirse».
(Lc. 15, 1-7)
2 ¿Qué me dice Jesús? (...para pensarI)
· «Todos los publicanos y pecadores se acercaban a Jesús para escucharlo». “Publicanos” y “Pecadores” son dos categorías de personas impuras a las que ni siquiera uno podía acercarse. Más escandaloso resultaba el que Jesucristo «comiera» con ellos. El compartir la mesa y el alimento era compartir también su impureza. Los publicanos eran los recaudadores de impuestos; por ser usureros y por ser judíos que recaudaban para el Imperio dominante (y por tanto estaban continuamente en contacto con infieles, en peligro continuo de mancillarse), eran despreciados por todos. Eran considerados como los más pecadores y, por razones tanto religiosas como políticas, estaban excluidos de la comunidad. Los pecadores eran también las personas de “malas costumbres” (es decir, las «obras de la carne» que Pablo describe en Gal.5,19-21). La alusión a que Jesús «come con ellos» se refiere también a su impureza ritual porque no observaban las numerosas leyes relativas a la alimentación (cf.Mc. 7,3-4). Con esas personas no se debía tratar. Se entiende, pues, el escándalo que genera Jesús a los fariseos y escribas. Es más: para el pensamiento oriental, compartir la mesa tiene algo de sagrado y crea un vínculo de parentesco. Conviene destacar que Lucas nos dice que «todos» los publicanos y pecadores se acercaban a Jesús y, para colmo, eligió a un publicano (Mateo=Leví) como discípulo (Lc.5,27) y apóstol (6,15). Jesús obra así con total coherencia con la misión que el Padre le encomienda: «....el Hijo del hombre ha venido a buscar y salvar lo que estaba perdido» (Lc.19,10), porque «no ha venido a juzgar sino a salvar» (cf.Jn.12,47). Jesús se hizo pariente nuestro, hermano, y «amigo de pecadores» (Lc.7,34) para rescatarnos del pecado, por medio de su Amor Crucificado. Todo cristiano y, aún más, todo aquél que es llamado a ser sacerdote, como Jesús Buen Pastor, asume también esta «amistad» con el hermano perdido, este «amor de misericordia» que lo rescata del pecado y de la muerte eterna.
· «Si alguien tiene cien ovejas y pierde una...». Jesús está hablando, por medio de esta parábola, de sí mismo. Quiere que comprendamos que él, como Buen Pastor, aunque tenga 100, 1.000 o 1.000.000 de ovejas, cada una es conocida, valorada, amada como única. Es un rasgo maternal de su amor de pastor. «El llama a cada una por su nombre»(Jn.10,3); otra traducción de esta frase es: «las llama una por una». Como una madre de muchos hijos, Jesús «conoce» (cf.Jn.10,14) a cada una «por su nombre». El «conocer» de Jesús es un amor de amistad personal, porque «conoce el nombre» de cada uno. El nombre expresa lo original de cada persona, su intimidad, su identidad, y por tanto, su dignidad y su valía. También expresa su misión, aquella tarea única e irrepetible a la cual Dios nos llama, y para la que nos ha dado dones peculiares. Jesús nos «llama por nuestro nombre»(cf.Is.43,1) porque nos conoce y nos ama sin medida. El vínculo que nos une a Él es análogo al vínculo que Él tiene con su Padre (cf.Jn.14,20). Por eso cada uno de nosotros vale por sí sólo; Él, subido a la Cruz, tiene cada uno de nuestros nombres en su Corazón. A tal punto que la Madre Teresa de Calcuta nos dice: “Jesús hubiese muerto por una sola persona, por un solo pecador”.
· «...va a buscar la que se había perdido, hasta encontrarla...la carga sobre sus hombros...». Jesús murió por todos (cf. 2 Co.5,14-15), por cada uno; en especial, contemplamos su «compasión por las ovejas que no tienen pastor» (Mt.9,36) recordando aquella profecía de Ezequiel, en la que recrimina a los malos pastores de su Pueblo que «no han fortalecido a los ovejas débiles, no han cuidado a la enferma, ni curado a la que estaba herida; no han tornado a la descarriada ni buscado a la perdida, sino que las han dominado con violencia y dureza...y ellas se han dispersado...presa de todas las fieras del campo» (Ez.34,4-5). Es conmovedor ver llorar a Jesús, contemplando a Jerusalén diciéndonos, también a cada uno de nosotros hoy: «¡Si también tú conocieras en este día el mensaje de paz!...» (Lc.19,42) «¡Cuántas veces quise reunir a tus hijos, como la gallina reúne bajo sus alas a los pollitos, y tú no quisiste!» (Mt.23,37). Jesús, el enviado del Padre, tiene un Corazón que se estremece por cada uno; porque él sabe bien que cada uno de nosotros, de un modo u otro, en algún momento, estamos perdidos. Nos perdemos y no sabemos reconocerlo ni escuchar su voz de Paz y Perdón. Por eso Jesús no nos deja de buscar...hasta encontrarnos. Muchas veces tenemos la experiencia de cuán difícil nos resulta buscar a Dios; cuando volvemos a experimentar su Presencia, percibimos que siempre fuimos buscados y encontrados por El y no nos dábamos cuenta. Es ese el momento en que sentimos la alegría inmensa de ser «llevados sobre los hombros» de Jesús, de ser sostenidos y «cargados» por Él. Porque es Él quien «lleva nuestras cargas...carga con nosotros día tras día » (Sal.68,20). Todo aquel que es llamado a ser imagen y rostro de Jesús Buen Pastor, quiere compartir esta experiencia personal de ser «buscado, encontrado y cargado» por Jesús. Este es el núcleo más profundo de la vocación sacerdotal: querer ser «pastor de 100 ovejas» y , sin descuidar a las 99, ir a buscar a la perdida, a la que se alejó y se enredó sin poder volver.
· «...lleno de alegría...llama a sus amigos y les dice “Alégrense conmigo”». Podría ser que alguno de nosotros pensase: « ¡Y no le reprocha nada, no reta a la oveja perdida; al menos no le da un sermón diciéndole la angustia que le causó, lo mal que hizo yéndose por su cuenta! ¡No le advierte lo que tiene que hacer en el futuro, lo que podría llegarle a pasar si se pierde de nuevo, etc, etc!».Recordemos que Jesús, en un hecho donde brilla su exquisita misericordia, le dice a la adúltera perdonada: «Vete y no peques más» (Jn.8,11). Pero Jesús nos quiere hacer comprender que lo que realmente nos «convierte» y nos hace cambiar de vida, es la experiencia de su ternura misericordiosa. Es el Amor infinito hecho Misericordia, un amor que abraza y vence al pecado, que nos conmueve y nos abraza. Jesús necesita brazos, los nuestros, para abrazar a tantos perdidos que no encuentran paz ni perdón. La alegría de sentirse abrazado y perdonado por Jesús es una alegría indescriptible que no puede callarse. El sacerdote es el ministro y testigo de esa alegría de Jesús y de la oveja encontrada.
· «...habrá más alegría en el cielo...». Lo que se «desata» en la tierra (a través de la reconciliación y el perdón sacramental) también se «desata» en el cielo (Mt.16,19). Tierra y Cielo están unidos en Jesús. Cada uno de nosotros es aquel «solo pecador que se convierte» porque siempre estamos necesitados de conversión. Siempre hay en algún rincón de nuestro corazón, algo que necesita del perdón, de la misericordia, de la ternura de Jesús. Cada uno de nosotros, pues, es el motivo de la alegría de Dios, de la alegría del Cielo. Cuando nos reconocemos pequeños, pobres, pecadores, frágiles, tentados, necesitados de Dios para seguir en el camino del bien, somos la alegría de Dios que, como Padre, se conmueve ante nuestra debilidad y envía a su Hijo a rescatarnos; envía a su Espíritu para que tengamos luz, guía, fortaleza, paciencia para convertirnos y seguir en el camino de Jesús. Por eso : « ¡No tengas miedo!...Dios está en medio de ti...Él exulta de gozo por ti, te renueva por su amor; danza por ti con gritos de júbilo, como en los días de fiesta» (Sofonías 3,16-17).
3 ¿Qué le digo a Jesús? (...para rezarÖ)
Estoy perdido Señor
Me alejé de Vos,
me enredé en mis cosas,
me enredé en mí mismo,
me llené de otras cosas que ya no me sirven
aunque en algún momento me dieron felicidad.
Estoy perdido Señor,
me siento vacío, hueco
lejos de Vos,
triste, sin rumbo,
las cosas que tengo, que hago,
no me hacen sentir bien.
Te busco ahora
y no te encuentro.
Te llamo
y parece que no existes.
¿Estás enojado conmigo?
Tal vez me lo merezco.
.....
¡¿Qué es esto Señor?!
¡¿Qué es esto Señor?!
En medio de mi amargura,
en medio de mi nada
hoy he escuchado de nuevo tu voz!!!
No ha sido de reproche.
No ha sido de castigo.
No ha sido de enojo.
Ha sido tu Voz de siempre,
pero más tierna, más delicada,
más comprensiva, más paciente.
Aún más....pronunciaste mi nombre
como nunca antes lo habías hecho,
ví tu sonrisa,
experimenté tu abrazo,
me cargaste sobre tus hombros
me alzaste en tus brazos,
Estoy en paz!!!
Reconozco que yo fui quien me alejé,
que no supe encontrarte,
que no supe buscarte,
que no fui fiel.
Estoy en paz!!!
Y tu alegría me llena el corazón.
Quiero llevar esa alegría a otros corazones perdidos
Quiero llevar esa alegría a otros corazones heridos,
a otros corazones resentidos,
corazones distantes,
corazones duros,
corazones....como el mío!
(seguí rezando vos, mirando el texto del Evangelio)
4 ¿Qué quiero hacer por Jesús? (...para vivirP)
o En el clima de ternura y misericordia de Jesús que nos presenta este texto, mirá tus pecados con Sus Ojos y proponerte confesarte.
o Tratá de compartir tu experiencia de misericordia y perdón de Dios con alguno que esté alejado, herido, resentido...
o Compartí lo que pensaste y rezaste con algún sacerdote amigo, con tu acompañante espiritual, con alguien que te quiera y te aconseje bien.
5 Lectura sugerida (para leer en cualquier momento, tranquilo...§)
[Continúa el texto que comenzamos en la entrega de mayo]
La misma síntesis de fe en Cristo y de amor y celo por el hombre lo impulsó a trabajar en la defensa y la promoción de la dignidad y de los derechos, es decir, del bien auténtico y concreto de los hombres y de los pueblos, oponiéndose, con una valentía que no conocía obstáculos, a las múltiples «amenazas» que se ciernen sobre la humanidad de nuestro tiempo (cf. Redemptor hominis, 15-16). A los ojos de observadores superficiales, su lucha por la liberación del totalitarismo comunista, la reivindicación intransigente de la justicia para los pueblos del hambre, el compromiso denodado en favor de la paz en el mundo –y para que las religiones sean promotoras de paz y no de intolerancia y violencia-, estaban en contraste entre sí, pero en realidad tienen aquí su manantial común.
Es idéntico el espíritu con el que libró dos grandes batallas: en favor de la vida humana, contra el aborto y cualquier otra de sus negaciones; y en favor de la familia, contra todos los impulsos que tienden a desintegrarla. Ambas batallas las percibió y vivió, no como se ha dicho con frecuencia, como si fueran una violación de los derechos de las mujeres, sino, al contrario, como afirmación y defensa de la auténtica dignidad y del genio propio de las mujeres. Permítaseme un recuerdo personal: me impresionó la fuerza improvisa con que Juan Pablo II reaccionó ante una frase mía que le pareció que atribuía la difusión del aborto principalmente a una responsabilidad y culpa de las mujeres.
Ya he aludido al carácter profundamente eclesial de la oración y de la espiritualidad de Karol Wojtyla. También en toda su obra de cristiano y de Pastor, el amor a la Iglesia fue una dimensión esencial e «interna» de su relación con Dios en Jesucristo. En los modos y en los métodos con que actuaba, ya se manifestaba de forma muy nítida el carácter «eclesial», no político ni mundano. Esta fue una preocupación constante y un criterio decisivo de su comportamiento. Sus viajes apostólicos, así como l as visitas a las parroquias romanas, fueron inseparablemente obra de evangelización y acto de amor y de servicio a la Iglesia que vive en las diversas partes del mundo. Llevaba en su corazón y vivía en la oración, antes que expresarla en el magisterio y en el gobierno, la solicitud por la unidad interna de la Iglesia y por la raíz profunda de esta unidad, que se encuentra en su unión con Cristo, en la conversión y en la santidad efectiva de sus miembros.
El Cardenal Dziwisz recoge en su libro una frase de Juan Pablo II: «El ecumenismo es la voluntad de Cristo, ut unum sint, que todos sean uno. Y la voluntad del concilio Vaticano II. Y este es mi programa, independientemente de las dificultades, de los malentendidos y, a veces, de las ofensas».Puedo decir que también yo escuché de sus labios, no sólo una vez, palabras casi idénticas. En la entrega a la causa ecuménica, como en la petición de perdón por los pecados de los hijos de la Iglesia, se manifiesta esa voluntad, mansa pero firmísima, de configurarse con Cristo, de seguirlo sólo a él y de recorrer el «camino» que es Cristo mismo, el cual fue para Karol Wojtyla la opción de su vida y el alimento de su espíritu.
He hablado hasta ahora de la relación extraordinariamente profunda que tuvo con su único Señor, de su gran libertad y de su capacidad ilimitada de amar y de entregarse. Ahora debemos centrarnos en el aspecto de su vida que se puso especialmente de manifiesto en los últimos años, pero que en realidad ya estaba presente desde que, siendo niño, perdió a su madre y poco después a su hermano, y luego, aún muy joven a su padre; vivió la tragedia de la guerra y de la opresión, experimentando también el dolor físico cuando fue atropellado por un camión alemán y herido bastante gravemente.
Todos recordamos con emoción el modo como el sufrimiento irrumpió de nuevo en su vida el 13 de mayo de 1981. Impregnado de confianza en el Dios que gobierna la historia y de abandono filial en manos de María santísima, Juan Pablo II tuvo siempre la certeza de que aquel golpe no había sido mortal únicamente por la intercesión de María y la intervención del Todopoderoso. Pero luego, con la enfermedad, comenzó un largo e ininterrumpido martirio, que el cardenal Dziwisz nos permite revivir paso a paso y, por decirlo así, desde dentro, en las páginas finales de su libro.
El Papa sufrió tanto en su carne como en su espíritu, viéndose obligado cada vez más a menudo a reducir los compromisos vinculados a su misión: también yo soy testigo del dolor que le produjo tener que interrumpir las visitas a las 333 parroquias romanas, cuando ya le faltaban pocas por visitar. Con todo, soportaba la enfermedad y el dolor físico con gran serenidad y paciencia, con auténtica virilidad cristiana, cumpliendo en la medida de las posibilidades sus tareas y evitando que sus problemas físicos repercutieran en los demás.
Ciertamente, a veces afloraban signos de impaciencia, pero, más que por el dolor, era por la angustia y la limitación que sentía a causa de sus dificultades de movimiento, con la creciente necesidad de ser transportado. En realidad, Karol Wojtyla había aprendido a aceptar el sufrimiento y la cruz, no sólo por su propia experiencia de vida, sino también, y más profundamente, por su misma espiritualidad, por la relación personal que mantenía con Dios. Su testamento comienza con las palabras «Deseo seguirte» y al escoger como opción de fondo seguir al Señor, había comprendido e interiorizado que es preciso aceptar todo lo que Dios dispone para nosotros: esta es la certeza que se trasluce ya en la carta apostólica Salvifici doloris.
Desde mucho tiempo antes, se preparó para el momento final de su vida terrena. Comenzó a escribir su testamento durante los ejercicios espirituales de marzo de 1979 y lo actualizó varias veces, siempre durante los ejercicios: era la ocasión para renovar su actitud de estar listo para presentarse ante el Señor. En la oración hacía suyas cada vez más as palabras del apóstol san Pablo: «Me alegro por los padecimientos que soporto por vosotros, y completo en mi carne lo que falta a las tribulaciones de Cristo, en favor de su Cuerpo que es la Iglesia»(Col 1,24)
Cuando se acercó el final y la prueba se hizo más dura, con la traqueotomía para evitar nuevas crisis de asfixia, en cuanto se despertó de la anestesia escribió en una hoja estas palabras: «¿Qué me han hecho? Pero,...Totus tuus». También en el dolor profundo de no poder ya disponer de aquella voz que había usado tantas veces como vehículo de la palabra del Señor, renovaba su abandono total en manos de María. Y cuando, en la mañana de Pascua, le faltó la voz para bendecir desde la ventana a la multitud reunida en la plaza de San Pedro, susurró a monseñor Stanislaw: «Si no puedo cumplir la misión que me ha sido confiada, tal vez sea mejor que muera», pero inmediatamente añadió: «Hágase tu voluntad...Totus tuus».
En el día de su muerte, el Papa, como había hecho a lo largo de toda su vida, quiso alimentarse con la palabra de Dios y pidió que se le leyera el evangelio de san Juan: la lectura se prolongó hasta el capítulo noveno. Y también aquel día rezó, con la ayuda de los presentes, todas las oraciones diarias: hizo la adoración, la meditación; incluso anticipó el Oficio de lectura del domingo. En cierto momento dijo con voz debilísima a sor Tobiana Sobotka, su auténtico ángel custodio: «Dejad que me vaya al Señor». Luego entró en coma y en su habitación se celebró la misa de la vigilia de la fiesta del domingo de la Misericordia divina. Monseñor Stanislaw logró aún darle, como viático, algunas gotas de la Sangre de Cristo.
Precisamente con la referencia a la Misericordia divina, y a otra religiosa polaca, Faustina Kowalska, interlocutora y anunciadora de Jesús misericordioso, proclamada por Juan Pablo II beata y luego santa, conviene concluir este pequeñísimo recuerdo espiritual de nuestro tan amado Padre y Papa. En efecto, la Misericordia divina ocupó el centro de su espiritualidad y de su vida: de ella aprendió a vencer el mal con el bien (cf. Rm 12,21); en ella vio el límite infranqueable que Dios ha puesto al mal; y en ella encontró la esperanza cierta que lo sostuvo durante toda su vida.
(Card Camillo Ruini. Discurso en la clausura de la fase diocesana
de la causa de beatificación de Juan Pablo II,
en L’Ossevatore Romano Ed. Española, N.14, 7 y 10, 6 de abril de 2007)
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