Alejap Asiduo
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Publicado:
Dom Nov 26, 2006 6:07 pm Asunto:
Si estas en argentina, discernimiento vocacional mes de nov
Tema: Si estas en argentina, discernimiento vocacional mes de nov |
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arquidiocesis de buenos aires
seminario metropolitano
El —llamado~
una propuesta vocacional mensual via mail
Desde mediados del año pasado estamos ofreciéndoles, via mail, una propuesta vocacional: el «llamado» del mes.
Es un material para discernimiento vocacional pensado para jóvenes de 17 a 30 años (aproximadamente) y que estén en busca de un proyecto de vida vocacional.
El material lo enviamos mensualmente en torno al día 19.
Va dirigido en primer lugar a los sacerdotes, seminaristas, consagrados/as y agentes de pastoral, a fin de que cada uno lo reenvíe a quien cada uno considere oportuno.
Como la propuesta incluye un seguimiento por parte de algún acompañante espiritual, será conveniente asegurar este acompañamiento a los jóvenes que reciben el «llamado».
El material es susceptible de cualquier tipo de adaptación según las necesidades.
Por supuesto, recibimos toda sugerencia que pueda mejorar la propuesta y quedamos a su disposición.
Todo el material ofrecido lo pueden encontrar en nuestra página web:
http://www.sembue.org.ar/xsiteinte-llamados.htm
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Elllamadodelmes
ïÈlamadoð
de noviembre
«Tú lo sabes todo»
1 ¿Qué dice Jesús?....(...para escucharO)
15Después de comer, Jesús dijo a Simón Pedro:
«Simón, hijo de Juan, ¿me amas más que estos?».
El le respondió:
«Sí, Señor, tú sabes que te quiero».
Jesús le dijo:
«Apacienta mis corderos».
16Le volvió a decir por segunda vez:
«Simón, hijo de Juan, ¿me amas?».
El le respondió:
«Sí, Señor, sabes que te quiero».
Jesús le dijo:
«Apacienta mis ovejas».
17Le preguntó por tercera vez:
«Simón, hijo de Juan, ¿me quieres?».
Pedro se entristeció de que por tercera vez le preguntara si lo quería,
y le dijo:
«Señor, tú lo sabes todo; sabes que te quiero».
Jesús le dijo:
«Apacienta mis ovejas.
18Te aseguro que cuando eras joven tú mismo te vestías e ibas a donde querías.
Pero cuando seas viejo, extenderás tus brazos, y otro te atará
y te llevará a donde no quieras».
19De esta manera, indicaba con qué muerte Pedro debía glorificar a Dios.
Y después de hablar así, le dijo:
«Sígueme».
(Jn. 21, 15-19)
2 ¿Qué me dice Jesús? (...para pensarI)
· «Simón, hijo de Juan ¿me amas más que estos?». El que pregunta es Jesús Resucitado. De nuevo, como al principio (cf.Lc,5,1-11), Pedro había salido a pescar con Tomás, Natanael, Juan y Santiago, y otros dos (cf.Jn.21,2). Pero esa noche no pescaron nada. Jesús los esperaba en la orilla y, como en aquél primer encuentro, les indica dónde tirar las redes. El resultado, como al principio, fue la sorpresa: una pesca superabundante. Les había preparado las brasas, un pez sobre ellas, y pan que Jesús reparte y comparte con los suyos. Era la tercera vez que Jesús se aparecía resucitado. Y, después de comer, en ese clima de intimidad, confianza y amistad, viene la pregunta de Jesús, directo al corazón de Pedro. De Corazón a corazón, como todas las interpelaciones de Jesús. Lo llama por su nombre (y apellido): Simón, hijo de Juan. Quiere pronunciar esa melodía tan entrañable a los oídos de cada uno: el propio nombre. Jesús, que conoce en profundidad el misterio de cada uno (cf.Jn.10,14), que conoce la obras grandes (cf.Lc.1,49) que ha creado en mí, me elige, me llama y quiere confiar en mí (cf.Is.43,1-3).
· «Simón, hijo de Juan ¿me amas más que estos?». Jesús dice: «¿me amas más?» porque Él ama más. Él me ama más que nadie. «Si conocieras el don de Dios...» -le dice Jesús a la samaritana (Jn.4,10)-, si conocieras de verdad el Corazón de quien ama hasta el extremo (cf.Jn.13,1), hasta la última gota de sangre...si, de verdad, lo conocieras...¡quedarías sin respuesta! Con esta pregunta, Jesús no busca narcisistamente ser el centro, porque Su Centro siempre fue el Corazón del Padre. Ante Jesús, ante su Amor Infinito, Pedro, yo, cualquier hombre o mujer de corazón sencillo, puede sentir la brisa del tierno Corazón del Padre: «como un padre siente ternura por sus hijos, siente el Señor ternura por sus fieles» (Sal.103,13).
· «Simón, hijo de Juan ¿me amas más que estos?». «¿Me amas más?» ¿Quien puede medir el amor? ¿No es verdad que la medida del amor es amar sin medida? Jesús no está invitando a Pedro a comparar su amor con el de «estos», sus condiscípulos, sino precisamente a amar hasta el extremo, amar sin medida... Amar más...y más...y más...Desde nuestras pobres fuerzas humanas parecería un ideal imposible de alcanzar. Por eso uno siente vértigo –como Pedro-, ante el amor inconmensurable del Corazón de Cristo. La experiencia de quien se deja alcanzar por el amor de Jesús es la del «algo más», «siempre más». Es un signo vocacional frecuente. Está todo bien pero busco, necesito algo más...
· «Si, Señor, tú sabes que te quiero...Sí, Señor, sabes que te quiero...Señor, tú lo sabes todo; sabes que te quiero». El camino hacia el centro del propio corazón es arduo, complejo y sinuoso. No es nada sencillo responder las preguntas que vienen desde el corazón. Y éste es un Corazón con mayúscula. Jesús nos va acompañando, con su Palabra, hacia el centro de nuestro propio corazón. Sólo desde allí podemos responderle. Por eso Pedro necesita peregrinar hacia su propio centro. Las dos primeras respuestas eran correctas, pero aún insuficientes. Pedro, en un principio, responde desde su propia capacidad de amar: (yo) te quiero, y eso tú lo sabes. Pero cuando llega al centro de su propio corazón, debe reconocer que, ante un Amor Infinito como el de Jesús, su amor es muy pobre. Y deja que el Amor de Jesús sea suyo. Comienza a aprender a amar desde el Corazón de Cristo. Comienza a aprender a amar con el Espíritu de Cristo...el mismísimo Amor de Jesús!!!
· «Apacienta mis ovejas». El Corazón de Jesús tiene dos pasiones: el Padre y sus ovejas. Todo auténtico amor a Jesús no puede sino desembocar en el Padre y sus ovejas. Es más, Jesús confía sus ovejas sólo a quienes seduce el Amor: el Amor del Padre...el amor por sus ovejas. Por eso la vocación sacerdotal es, como dice San Agustín, «amoris officium», es decir «oficio, tarea de amor». Una nota característica de esta vocación pastoral es la compasión por las ovejas perdidas, las ovejas que no tienen pastor (cf. Mt.9,36; Lc.15,4-6). Pedro, tal vez, no habrá comprendido en profundidad la invitación de Jesús; el libro de los Hechos de los Apóstoles nos da cuenta que Pedro, luego de Pentecostés (Hech.2, 1ss.) vivió y murió, tal como Jesús se lo había predicho en este diálogo, apacentando a las ovejas del Señor.
· «Sígueme». Amar, apacentar, seguir...aún hasta donde no quieras. ¡Cuántos, a lo largo de veinte siglos, hemos escuchado esta dulce y persuasiva invitación de Jesús! ¡Cuántos nos hemos hecho los distraídos! ¡Cuántos hemos comenzado a seguir a Jesús con entusiasmo y, al poco tiempo, nos cansamos, nos desanimamos! ¡Cuántos han seguido a Jesús hasta el extremo, hasta el martirio! Jesús sigue pasando por la vida de todos, nos tiende la mano y nos invita: ¡Sígueme!
3 ¿Qué le digo a Jesús? (...para rezarÖ)
Señor, tú sabes que te quiero.
Tu pregunta me inquieta y me sorprende
¡Sabes que te quiero!
Tu pregunta me quema el corazón
¡Sabes que te quiero!
Tu pregunta me confunde
¡Sabes que te quiero!
Una, dos, tres veces,
a cada paso en el camino,
cuando menos lo pienso,
cuando menos lo espero,
llega tu pregunta, tierna y filosa:
¿Me amas más?
¿Verdaderamente me amas?
¿Me amás más que a tus proyectos?
¿Me amás más que a tus criterios?
¿Me amás más que a tus miedos, tus dudas, tus incertidumbres?
¿Me amás más que a tus ídolos?
¿Me amás más que a vos mismo?
Apacienta mis ovejas
Son mías, quiero que sean también tuyas,
amálas con mi Amor,
hasta el extremo,
hasta dar la vida,
sin temer los lobos que ahuyentan el rebaño,
sin temer los peligros, cuando hay que ir a buscar la perdida.
Apacienta mis ovejas
Son tuyas, porque todo lo mío es tuyo
Cuidalas en mi nombre
Da tu vida por ellas
¡Valen mucho para mí!
Sígueme...
Tú lo sabes todo...sabes que te quiero...
(seguí rezando vos, mirando el texto del Evangelio)
4 ¿Qué quiero hacer por Jesús? (...para vivirP)
o Tratá de recordar alguno de los momentos más hondos y vibrantes de intimidad con Jesús; puede ser conveniente que lo escribas en sus detalles: dónde, cuándo, en qué situación, qué palabras me conmovieron, que escuché de Jesús, qué le dije, etc...
o Pensá en alguna oveja perdida que Dios te señala para que reces por ella; para que, tal vez, hagas algo por ella: acercarte, escribirle, hablarle....
o Compartí lo que pensaste con algún sacerdote amigo, con tu acompañante espiritual, con alguien que te quiera y te aconseje bien.
5 Lectura sugerida (para leer en cualquier momento, tranquilo...§)
Llegar a un monasterio Trapense, en algún sitio apartado y alejado del «mundanal ruido», implica sumergirse en un ámbito distinto, yo diría, en un mundonuevo y desconocido paa quien visita una de estas comunidades por primera vez. El clima de paz, silencio, austeridad, despojo y sencillez invita inmediatamente al recogimiento, la meditación y la oración.
Ni bien el portero –generalmente anciano- abre la pesada puerta del monasterio, nos encontramos con un recibimiento o acogida inusual. Una cabeza que aparece lo suficientemente inclinada como para denostar la humildad que se vive en el claustro se yergue lentamente hasta posar sus ojos sobre nuestra mirada; esboza una sonrisa –casi de infantil inocencia- que nos contagia la alegría del que vive consagrado al Señor y soporta las pruebas con paciencia y esperanza; musita dos o tres escuetas palabras de bienvenida, regalándonos un anticipo de la hospitalidad del lugar.
Luego de la sorpresa, tal vez nos detengamos en el hábito blanco, con su escapulario negro y el cinto de cuero marrón, símbolos de la humildad, el trabajo y la casta mortificación. Y si bien, «el hábito no hace al monje», difícilmente en el mundo que vivimos, donde la tendencia es al confort o al despojo de ropas para mostrar el cuerpo, elegiríamos esas prendas.
Al tiempo que el portero nos invita a pasar y marcha en pos del hospedero para que éste nos conduzca a nuestro aposento, nos quedamos solos, escuchando el gastado siseo que producen las sandalias del monje sobre el corredor del claustro. Las preguntas que nos acompañaron hasta el monasterio salen nuevamente a flote: ¿A qué vengo? ¿En busca de qué? ¿Por qué? ¿Para qué?...Se abre nuevamente una puerta –que apenas escuchamos- y el hospedero, como si conociera las preguntas que vagan por nuestra mente, nos hace sentir como si estuviéramos en nuestro propio hogar, aunque luego de unas horas nos daremos cuenta de que estamos en la casa de Dios. Sí, y que a eso hemos venido, a la casa del Señor, a buscarlo, a que nos diga algo, a encontrarnos con Él.
Acomodamos nuestras pertenencias en un cuarto sobrio pero a la vez acogedor. Quizás escuchemos el trino de los pájaros, nos detengamos en el rayo de luz matinal que penetra por la ventana o dirijamos la mirada a la sagrada Biblia, abierta sobre el pequeño escritorio, que nos recordará alguna cita evangélica, como por ejemplo la que me tocó en suerte en más de una oportunidad: «Vengan a mí todos los que están afligidos y agobiados, y yo los aliviaré. Carguen sobre ustedes mi yugo y aprendan de mí, que soy paciente y humilde de corazón, y encontrarán alivio. Porque mi yugo es suave y mi carga liviana» (Mt.11, 28-30).
Todavía rumiando el sentido de la Palabra y la «Lectura Divina», escuchamos el primer toque de campanas llamando a Sexta (12,15 hs.) y marchamos hacia la capilla, inquietos por acceder al mundo de los monjes. Luego vendrá el persignarnos con el agua bendita, abrir sigilosos la puerta, acomodarnos en un banco del fondo, recorrer un cierto número de figuras hincadas, contemplar la sencillez de las imágenes, posar la vista en algún vitral convertido en mensaje o, simplemente, fijar nuestra atención en la pequeña luz del sagrario.
Un nuevo toque de campanas indicará el comienzo del oficio. Las blancas figuras se pondrán de pie, al tiempo que un número no determinado de pasos nos indicarán el ingreso de algún monje rezagado. Los hermanos tomarán asiento en ambos lados de la capilla. Luego vendrá el verso, el himno de la Hora, los tres salmos entonados a uno y otro lado como en diálogo, habrá una pequeña lectura y un verso final. Y nos veremos transportados por las rústicas melodías gregorianas y la inclinación de vértebras de los cuerpos durante cada Gloria al centro mismo de la comunidad, donde el rancio perfume de la labor se mezcla con la pausada respiración de la oración, palpitando entre ráfagas de tenue luz el soplo del Espíritu. ¡Sí, la casa de Dios ¡Qué alegría!
Embargados por una profunda emoción, con el corazón abierto por el gozo de haber recibido un «anticipo del Reino», quizás no escuchemos el nuevo toque de campanas y alguien, delicadamente, nos tocará el hombro para indicarnos que es hora de comer, que la vida continúa, que ya tendremos tiempo de paladear otros Oficios; porque luego ha de venir Nona (14 hs.); y antes de cenar tendremos Vísperas (17,45 hs.), donde se agregarán salmos, cánticos, responsorios y letanías; y posteriormente vendrán las sublimes Completas (19,30 hs.) con aquel «...protégenos mientras dormimos, para que velemos con Cristo, y descansemos en paz» y el emocionante canto a la Virgen (Salve Regina) l que se sumará la bendición del abad con agua bendita. Y si nuestro corazón aún permanece insatisfecho y somos capaces de madrugar, en la nocturnidad se rezarán las Vigilias (3,30 hs.), o quizás alcancemos a despertar para el rezo del Rosario, o, simplemente, para el oficio del Laudes (6 hs.) al que seguirá la cotidiana Misa conventual.
Advertidos entonces por aquella mano en el hombro, salimos de la capilla con rumbo al comedor y algo misterioso, como una gota, nos hace tomar conciencia de que el tiempo que se vive en el monasterio no es el cronológico (el de Cronos) al que estamos acostumbrados y que tanto nos abruma, sino que nos hemos internado en el tiempo cristológico (el de Kairós) del que poco conocemos.
Así, caminando por el corredor, contagiados de la discreción que los monjes tienen al moverse como si el espíritu de silencio más que por obligación formase parte de la comunidad, tal vez entendamos como la obra de Dios (el Opus Dei) se plasma a lo largo del año en los «Tiempos Litúrgicos» y, cada día, en la liturgia de la Hora que culmina con el santo sacrificio del altar.
Ya en el comedor, con las mesas agrupadas en forma de U, nos plegamos al canto en memoria de la Iglesia primitiva («Todos los cristianos vivían unidos y ponían todo en común...») y una vez hecho el agradecimiento por el pan de cada día, tomamos asiento a la espera de alguna indicación. Sobrevendrá una certera seña indicándonos que podemos levantarnos e ir por nuestro almuerzo, mientras el monje lector, en lo alto, comienza a leer algún pasaje de la Regla, de las Constituciones, de los Padres del Desierto, de la pastoral de la Iglesia o de algún libro de interés para la comunidad.
La frugalidad de la mesa, donde debemos servirnos, a primera vista no nos causa mayor emoción: pan casero, algún potaje de legumbres, frutas y verduras de estación, pequeños jarros de vino de mesa, sal, aceite, vinagre...Aunque dándonos cuenta que no es tiempo de ayuno, epero que de todas formas unos días de sana comida, lejos de carnes y grasas nos hará bien, tomamos lo necesario y volvemos a sentarnos.
Masticamos de la comida y del silencio; por momentos los vemos comer y ante el calor de nuestra mirada vuelven las sonrisas sin exceso que regalan siempre paz. Retenemos algunas frases del lector: «Mantener la unidad entre los hermanos depende del empeño mutuo y sincero en la reconciliación. Por eso, para que desaparezcan de la comunidad las espinas del escándalo, los hermanos no guardarán resentimiento alguno, sino que harán las paces lo antes posible con el hermano en discordia...». La meditación sobre la palabra «reconciliación» modera nuestra ansiedad y hace que la comida pase sin darnos cuenta. Ya con la fruta en las manos, nos preguntamos: ¿Será posible esta vida? ¿Es esta una comunidad real? ¿Acaso estoy soñando?
Terminada la comida, los monjes se levantan, el lector apaga su voz, las sandalias retoman el trajín llevando platos y acomodando la mesa del servicio y los que están de turno lavan la vajilla. Vuelve el movimiento, el ir y venir del «ora y labora» y nosotros quizás atinamos a responder: Sí...tal vez...pero no ha de ser fácil...la rutina, la gota que cae marcando el día tras día...la campana que resuena llamando eternamente a los Oficios...las mismas caras, hoy y siempre...el silencio que se puede volver atroz...la incompatibilidad de caracteres...la rusticidad del vestido, haga frío, haga calor...el trabajo que puede transformase en monotonía...las vigilias...los ayunos...la continencia...obedeciendo al abad...aceptando...pacientemente...siempre el mismo sitio...las calladas paredes, el claustro, las baldosas gastadas...discutir y reconciliarse...que a mí me molestó esto...a mí, aquello...las dudas que con la noche despertará el maligno...el mundo exterior que sigue clamando... Y, sin embargo: el Espíritu sopla, el Señor se hace presente, el Padre abre sus brazos, la Madre consuela, la Iglesia sonríe cual esposa...Y continúa el abajamiento por la escala de la humildad que conduce al Reino de lo alto...al principio cuesta...pero la carga es ligera...es posible llegar a ese Reino...que se anticipa...que se espera...pues ya torna, ya resucita, ya su olor inunda el cielo.
No, la visita a un monasterio Trapense no es algo común y, sin duda, cuando nos retiramos algo ha ocurrido en nuestro corazón: una espina fue liberada...una herida sellada...surgió un propósito de enmienda...la invitación a seguir orando...haber comprendido que el Señor, continuamente nos habla y cómo...o, simplemente, la alegría de haber pasado unos días retirados del «mundanal ruido» en compañía de algunos hermanos que creen que es posible el camino de la santidad.
(Jesús María Silveyra – Bernardo Olivera. Los mártires de Argelia.
Paulinas. Buenos Aires. 1997. 15-19)
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¡Nos vemos el mes que viene! |
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