Alejap Asiduo
Registrado: 26 Feb 2006 Mensajes: 109
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Publicado:
Dom Abr 22, 2007 5:20 pm Asunto:
El llamado (mes de abril)
Tema: El llamado (mes de abril) |
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arquidiocesis de buenos aires
seminario metropolitano
El —llamado~
una propuesta vocacional mensual via mail
Desde mediados de 2005 estamos ofreciéndoles, via mail, una propuesta vocacional: el «llamado» del mes.
Es un material para discernimiento vocacional pensado para jóvenes de 17 a 30 años (aproximadamente) y que estén en busca de un proyecto de vida vocacional.
El material lo enviamos mensualmente en torno al día 19.
Va dirigido en primer lugar a los sacerdotes, seminaristas, consagrados/as y agentes de pastoral, a fin de que cada uno lo reenvíe a quien cada uno considere oportuno.
Como la propuesta incluye un seguimiento por parte de algún acompañante espiritual, será conveniente asegurar este acompañamiento a los jóvenes que reciben el «llamado».
El material es susceptible de cualquier tipo de adaptación según las necesidades.
Por supuesto, recibimos toda sugerencia que pueda mejorar la propuesta y quedamos a su disposición.
Todo el material ofrecido lo pueden encontrar en nuestra página web:
http://www.sembue.org.ar/xsiteinte-llamados.htm
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Elllamadodelmes
ïÈlamadoð
de abril
« ¡Es el Señor! »
1 ¿Qué dice Jesús?....(...para escucharO)
1Después de esto, Jesús se apareció otra vez a los discípulos
a orillas del mar de Tiberíades. Sucedió así:
2estaban junto Simón Pedro, Tomás, llamado el Mellizo, Natanael, el de Caná
de Galilea, los hijos de Zebedeo y otros dos discípulos.
3Simón Pedro les dijo: «Voy a pescar».
Ellos le respondieron: «Vamos también nosotros».
Salieron y subieron a la barca. Pero esa noche no pescaron nada.
4Al amanecer, Jesús estaba en la orilla,
aunque los discípulos no sabían que era él.
5Jesús les dijo: «Muchachos, ¿tienen algo para comer?».
Ellos respondieron: «No».
6El les dijo: «Tiren la red a la derecha de la barca y encontrarán».
Ellos la tiraron y se llenó tanto de peces que no podían arrastrarla.
7El discípulo al que Jesús amaba dio a Pedro: «¡Es el Señor!».
Cuando Simón Pedro oyó que era el Señor,
se ciñó la túnica, que era lo único que llevaba puesto, y se tiró al agua.
8Los otros discípulos fueron en la barca, arrastrando la red con los peces,
porque estaban sólo a unos cien metros de la orilla.
9Al bajar a tierra vieron que había fuego preparado, un pescado sobre las brasas y pan.
10Jesús les dijo: «Traigan algunos de los pescados que acaban de sacar».
11Simón Pedro subió a al barca y sacó la red a tierra, llena de peces grandes: eran ciento cincuenta y tres
y, a pesar de ser tantos, la red no se rompió.
12Jesús les dijo: «Vengan a comer». Ninguno de los discípulos se atrevía
a preguntarle: «¿Quién eres?», porque sabían que era el Señor.
13Jesús se acercó, tomó el pan y se lo dio, e hizo lo mismo con el pescado.
(Jn. 21, 1-13)
2 ¿Qué me dice Jesús? (...para pensarI)
· «Jesús se apareció otra vez a los discípulos a orillas del mar de Tiberíades». Es inevitable recordar los primeros comienzos de la misión de Jesús...«a orillas del mar», es decir, en ese lugar donde por primera vez Jesús «se hizo encontrar» por Pedro y los hijos de Zebedeo (Cf.Lc.5,1-11). Ahora Jesús Resucitado quiere volver a con-vocarlos («llamarlos juntos, en comunidad») y confirmarlos en la fe y la misión. «No podemos callar lo que hemos visto y oído» (Hech.4,20) dijeron Pedro y Juan con valentía ante el Sanedrín. La experiencia de Jesús Resucitado los hace testigos (mártires) del Amor de Jesús.
· «Simón Pedro les dijo “Voy a pescar”.Ellos le respondieron: “Vamos también nosotros”». <Esta fue la tercera vez que Jesús resucitado se les apareció a sus discípulos> (Jn.21,14). Habían visto sus manos y su costado heridos. Tomás los había tocado (Jn.20,27). Jesús los había enviado (Jn.20,21). Pero pareciera que, como nos suele suceder a nosotros, no sabemos qué hacer...Quedamos desconcertados, tal vez con miedos e incertidumbres. Y nos sentimos tentados a volver a nuestras seguridades anteriores, a lo que ya sabemos hacer...en este caso, para Pedro y sus compañeros es volver a pescar, que era lo que sabían hacer, lo que siempre hicieron...La escena del principio (Lc.5,5) se repitió: «esa noche no pescaron nada»...Les estaba encomendada otra pesca: Jesús haría resonar nuevamente en sus corazones aquello que le dijo a Pedro: «No temas, de ahora en adelante serás pescador de hombres» (Lc.5,10).
· «Al amanecer Jesús estaba en la orilla...». Jesús se adelanta. Conoce las necesidades de los suyos. Y sabe esperar el momento preciso, para socorrernos. Él está en la orilla con «el fuego preparado» para comer. Sabe que sin Él, sin su gracia, sin su amor, sin su fortaleza, sus discípulos nada podemos. Pero, precisamente por eso, Él mismo quiere necesitar de nosotros y por eso la pregunta: «Muchachos ¿Tienen algo para comer?». Como en aquél primer día (Lc.5,4-5) la invitación de Jesús a tirar las redes nuevamente hace fecundos los esfuerzos de toda una noche infructuosa. Es la invitación de Jesús a confiar en que Él puede lo que nosotros no podemos. Y la confianza en Jesús genera superabundancia: la pesca fue enorme...Cuando nos sentimos incapaces, indignos, desesperanzados, la confianza en Jesús nos devuelve la alegría de ser amados y cuidados por Él.
· «El discípulo al que Jesús amaba dijo a Pedro: “¡Es el Señor!”».El amor sabe reconocer al Amado. A Jesús se lo reconoce por su Corazón. Es el Amor de amistad, traducido en gestos de delicadeza, de atención, de cuidado, de sanación, de liberación...Por eso, el discípulo, que se sabe amado por Jesús, «conoce su voz» (cf.Jn.10,14). En la superabundancia de la pesca el discípulo reconoce inmediatamente a «su» Señor. Es también una confesión de fe en el Señor Resucitado, el Hijo de Dios que en la Cruz dio su Vida por cada uno de nosotros y ahora vive para siempre (Cf.Hebr.7,25).
· «Cuando Simón Pedro oyó que era el Señor...se tiró al agua». La vehemencia, la espontaneidad característica de Pedro lo impulsa a ir hacia su Señor de inmediato y «tirarse al agua». ¡Qué fascinación despertaba en Pedro la persona de Jesús! ¿Qué fascinación despierta en mí? ¿Al reconocerlo «me tiro al agua»? En la historia ¡cuántos hombres y mujeres, como Pedro, quedaron fascinados por Jesús! y se tiraron al agua, se arrojaron a sus brazos y se entregaron por completo a Su Amor Infinito sirviendo a sus hermanos...
· «Al bajar a tierra vieron que había fuego preparado, un pescado sobre las brasas y pan. Jesús les dijo: “Traigan algunos de los pescados que acaban de sacar”...“Vengan a comer”».Jesús tiene todo preparado para un encuentro de amigos. Jesús da su vida por «sus»amigos. Es el «amor más grande» (cf.Jn.15,13). Jesús no busca cosas espectaculares para manifestarse Resucitado, sino lo cotidiano, el encuentro fraterno, el trabajo, la comida, el «fuego» del hogar. Y, como en el lavatorio de los pies (Jn.13,1) Él mismo sirve a «sus» amigos. «¡Felices los servidores a quienes el señor encuentra velando a su llegada! Les aseguro que él mismo recogerá su túnica, los hará sentar a la mesa y se pondrá a servirlos. » (Lc.12,37)
· «Ninguno de los discípulos se atrevía a preguntarle “¿Quién eres?” porque sabían que era el Señor». La experiencia del Resucitado es una experiencia de fe. Como a Tomás, no basta con ver y tocar las llagas de Jesús. Hace falta el don de la fe que Dios regala para reconocer Quién es Jesús. Los discípulos sabían que era el «Señor», «el Hijo de Dios vivo» (Mt.16,16) muerto y resucitado por nuestro amor, para nuestra salvación. Hoy Jesús Resucitado sigue vivo y presente en medio nuestro; la fe nos lleva a reconocerlo cercano: en la Eucaristía, la Palabra, en la Iglesia, en nuestro corazón, en la oración común, en el hermano, en las cruces de cada día, en el pobre y necesitado, en las circunstancias de la vida....
3 ¿Qué le digo a Jesús? (...para rezarÖ)
(Rezamos con una oración de la Madre Teresa de Calcuta)
Para mí, Jesús es
El Verbo hecho carne.
El Pan de vida.
La Víctima sacrificada en la cruz por nuestros pecados.
El Sacrificio ofrecido en la Santa Misa por los pecados del mundo y por los míos propios.
La Palabra, para ser dicha.
La Verdad, para ser proclamada.
El Camino, para ser recorrido.
La Luz, para ser encendida.
La Vida, para ser vivida.
El Amor, para ser amado.
La Alegría, para ser compartida.
El Sacrificio, para ser ofrecido.
La Paz, para ser dada a otros.
El Pan de Vida, para que sea mi sustento.
EL Hambriento, para ser alimentado.
El Sediento, para ser saciado.
El Desnudo, para ser vestido.
El Desamparado, para ser recogido.
El Enfermo, para ser curado.
El Solitario, para ser amado.
El Indeseado, para ser querido.
El Leproso, para lavar sus heridas.
El Mendigo, para darle una sonrisa.
El Alcoholizado, para escucharlo.
El Deficiente Mental, para protegerlo.
El Pequeñín, para abrazarlo.
El Ciego, para guiarlo.
El Mundo, para hablar por él.
El Tullido, para caminar con él.
El Drogadicto, para ser comprendido en amistad.
La Prostituta, para alejarla del peligro y ser su amiga.
El Preso, para ser visitado.
El Anciano, para ser atendido.
Para mí, Jesús es mi Dios.
Jesús es mi Esposo.
Jesús es mi Vida
Jesús es mi único Amor
Jesús es mi Todo.
(seguí rezando vos, mirando el texto del Evangelio)
4 ¿Qué quiero hacer por Jesús? (...para vivirP)
o En un rato de oración con Jesús, preguntále dónde (en qué lugares, personas, situaciones, realidades, etc.) Él está presente y vos todavía no lo pudiste ver y descubrir.
o Compartí lo que pensaste con algún sacerdote amigo, con tu acompañante espiritual, con alguien que te quiera y te aconseje bien.
o Intentá acercarte –si es posible y prudente- a ese lugar, persona, situación en que (ahora sí) descubriste a Jesús presente.
5 Lectura sugerida (para leer en cualquier momento, tranquilo...§)
Hoy quisiera hablar de la comunidad, y precisamente de algo que pertenece a a su esencia más íntima: del dar y recibir. Cierto que aún no es lo más profundo en la comunidad. Pero quien ha experimentado un poquito «cuán feliz es dar» -y lo mismo el auténtico recibir-, siente cómo se le enciende el corazón cuando se habla de ello. Quisiera decir grandes y bellas cosas, pero al intentarlo advierto de pronto que todo lo que puedo decir es pura trivialidad, cosas muy evidentes. Pero lo evidente es precisamente lo más grande y lo más difícil en la vida.
¡Hay tanto que podemos dar! Cosas, libros, cuadros; una ayuda, un buen consejo, una palabra amable, una alegría, un favor...Si uno no tiene ninguna cosa que dar quizá podrá ayudar con su acción. Si tampoco esto lo puede hacer, entonces tendrá un consejo atinado o una palabra de aliento. Y lo mejor que podemos dar viene directamente del corazón y va allí: la oración. Es el maravilloso poder oculto, al cual fue hecha la gran promesa: «Todo cuanto pidáis en mi nombre, creed que se os dará, y lo recibiréis». Hay un momento especial en que somos como los dueños y señores de los tesoros de Dios: la sagrada Comunión. No sólo para nosotros sino también para los demás. Es el sacramento de la Comunidad. En él somos uno con Dios y con todos los otros . Llevamos la gracia de Cristo a nuestros hogares, y cuando salimos al encuentro de nuestros familiares con amor, esa gracia se vierte en nuestras palabras y acciones sobre ellos. La llevamos a nuestros amigos, a nuestros compañeros de trabajo. Actúa en cada palabra que decimos.
Y finalmente: ¿hemos pensado alguna vez que hasta todo lo que nos oprime podemos transformarlo en don para los demás? Contrariedad, dolor, preocupación, indigencia: si soportamos todo eso valerosamente ofreciéndolo al Señor por todos y por todo lo que nos preocupa, entonces tendrá parte en el poder de la Cruz y ayuda donde ya no puede ayudar otra cosa.
Cosas profundas son todas éstas. Medítalas una y otra vez; no es fácil hablar de ellas. Puede suceder ciertamente que uno se sienta del todo pobre; que no tenga nada que dar, ni exteriormente ni tampoco quizá interiormente. No encuentra palabras para expresarse. Se siente pobre en el alma e inútil. Pero acaso precisamente él está llamado a la entrega más pura. «Bienaventurados los pobres de espíritu» ha dicho el Señor. Únicamente aprende el verdadero dar quien ha experimentado la propia pobreza. Entonces es «de él el reino de los cielos»; se vuelve humilde, desinteresado y aprende a dar «desde el reino de los cielos», de Dios. Si éste es tu caso, ten paciencia, espera. Dios llevará a tí a la persona que te necesita.
Y cuando uno da, hay que dar lo bueno, no lo de poco valor. Son cosas éstas que se caen por su propio peso; y si ya sabes dar pensarás que no es necesario decirlas. Pero acaso no se te hayan ocurrido todavía, y tienen tanta importancia...
Si pues, queremos dar algo, que sea la mejor manzana, el libro más bello, las mejores horas, el primer lugar en la oración. ¡Queremos dar algo precioso, no desechos! Para ello hay que ensanchar el corazón. Creo que fue San Bernardo quien dijo esta admirable sentencia: «la medida de un alma es la grandeza de su amor». Será tan grande como lo sea su amor. Y esta medida la experimentamos siempre que tenemos algo precioso en nuestras manos y, como sopesándolo, nos preguntamos: «¿lo doy?». El valor de una cosa se aprecia especialmente cuando nos tenemos que desprender de ella. Es entonces cuando el alma grande tiene mucho amor y dice: «es bello lo que tengo, precisamente por eso quiero darlo».
Son tantos los que aguardan nuestros dones, frecuentemente sin saberlo: padres, hermanos, todos aquellos con quienes la vida nos relaciona, y hoy particularmente los muchos que han empobrecido y ni siquiera poseen lo imprescindible para vivir.
Y no solamente los allegados esperan nuestra generosidad, no sólo aquellos que nos son simpáticos, sino también los que nos gustan menos, también los que son extraños o quizá incluso nos repugnan. ¡Miserable generosidad la que sólo se despierta cuando alguien la quiere! «Eso también lo hacen los paganos», ha dicho el Señor.
¡Pero saber dar! Lo más valioso del don es el modo como se da. Según este criterio puede ser un encuentro alegre o un despedir al otro; honor o humillación; una acogida cordial o un rechazo; una cosa adusta, forzada o algo elevado y alegre.
Así, pues, dar con gusto. «El dador alegre es amado por Dios», dice la Escritura. Rápidos, y no hacerse rogar. Más aún, la mejor manera es no esperar siquiera el pedido, sino adelantarse y ver, acercarse y preguntar dónde hay una necesidad. Y no por obligación, sino con libertad, con una pura generosidad. Ser «generoso».Medita esta palabra en tu corazón y observa qué soberana belleza encierra.
Y otra cosa más: si hemos dado una cosa, no debemos volver a tomarla. Eso no se hace. Cierto que nadie dará una cosa diciendo: «devuélvemela». Pero hay muchas maneras de volver a tomar lo que se ha dado. Si uno, por ejemplo, en un arranque de generosidad ha dado una cosa, pero luego se arrepiente y se vuelve disgustado con el otro, entonces ha retirado lo dado. O da a entender cuán valioso ha sido el obsequio, y hecha de menos la cosa, entonces es como si extendiera la mano para recogerla de nuevo. Más aún, el solo arrepentimiento de haber dado algo ¿en el fondo acaso no significa haberlo quitado?
Consecuencia: cuando demos, hacerlo totalmente y hacerlo para siempre. Muchas veces experimentamos sólo más tarde cuán valioso era el obsequio. En este caso debemos mantenernos firmes con respecto a lo hecho. Más aún, debemos completar el don en la pureza del corazón.
¿Y cuál es el alma de la generosidad? El amor. Ese amor que procede de Dios. Somos hijos de Dios; hermanos y hermanas de Cristo. El Padre de los cielos nos regala con abundancia. De Él proceden «toda dádiva y todo don perfecto, del Padre de las luces». Lee la parábola de nuestro Divino Maestro sobre los lirios del campo, los pájaros del cielo, y lo que dice el Sermón de la Montaña. El Padre da a todos de su divina liberalidad. Nosotros recibimos de Él y lo recibido lo pasamos a otros. Así se verá si hemos comprendido su voluntad. Nosotros pedimos: «el pan de cada día dánosle hoy». Pedimos «para nosotros, no para «mí». Y Él lo da para «nosotros». Cada uno, pues, recibe no para acaparar ansioso, sino para repartir entre los hermanos. Esta es la santa hermandad de los hijos de Dios.
Quien tiene estos sentimientos dice: «en todo lo mío, tú debes tener parte»; no por derecho, sino por amor. Quien piensa así, instintivamente siente con el hermano, sin necesidad de grandes consideraciones. No aguanta hallarse él satisfecho estando los demás hambrientos. Le oprime sus riquezas estando los demás en la miseria. Esto es hermandad, que se torna tanto más profunda y acendrada cuanto más pura es nuestra voluntad y alegre nuestro dar.
Pero para que pueda ser así tenemos que liberarnos. Únicamente el hombre libre puede dar bien. La Sagrada Escritura habla de «la libertad de los hijos de Dios». Esto quiere decir que no somos esclavos de las cosas, sino sus señores. Si uno depende de tal manera de un libro que no puede darlo, no pertenece el libro a él sino él al libro. Si no puede desprenderse de su manzana o de su chocolate, es su esclavo. Y los hijos de Dios deben ser señores de las cosas. Han de poder disponer de ellas con libertad.
(Romano Guardini. Cartas sobre autoformación. Ed. Librería Emmanuel. Bs.As. 1983, 27-30)
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