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El llamado mes de mayo

 
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Autor Mensaje
Alejap
Asiduo


Registrado: 26 Feb 2006
Mensajes: 109

MensajePublicado: Mar May 22, 2007 5:56 pm    Asunto: El llamado mes de mayo
Tema: El llamado mes de mayo
Responder citando

arquidiocesis de buenos aires
seminario metropolitano

El —llamado~

una propuesta vocacional mensual via mail



Desde mediados de 2005 estamos ofreciéndoles, via mail, una propuesta vocacional: el «llamado» del mes.
Es un material para discernimiento vocacional pensado para jóvenes de 17 a 30 años (aproximadamente) y que estén en busca de un proyecto de vida vocacional.
El material lo enviamos mensualmente en torno al día 19.
Va dirigido en primer lugar a los sacerdotes, seminaristas, consagrados/as y agentes de pastoral, a fin de que cada uno lo reenvíe a quien cada uno considere oportuno.
Como la propuesta incluye un seguimiento por parte de algún acompañante espiritual, será conveniente asegurar este acompañamiento a los jóvenes que reciben el «llamado».
El material es susceptible de cualquier tipo de adaptación según las necesidades.
Por supuesto, recibimos toda sugerencia que pueda mejorar la propuesta y quedamos a su disposición.
Todo el material ofrecido lo pueden encontrar en nuestra página web:
http://www.sembue.org.ar/xsiteinte-llamados.htm


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Elllamadodelmes


ïÈlamadoð

de mayo



«En esto todos reconocerán que son

discípulos míos.»



1 ¿Qué dice Jesús?....(...para escucharO)

34Jesús dijo a sus discípulos: «Les doy un mandamiento nuevo:

ámense los unos a los otros.

Así como yo los he amado, ámense también ustedes los unos a los otros.

35En esto todos reconocerán que ustedes son mis discípulos:

en el amor que se tengan los unos a los otros».



«No se inquieten. Crean en Dios y crean también en mí.

2En la Casa de mi Padre hay muchas habitaciones;

si no fuera así, se lo habría dicho a ustedes. Yo voy a prepararles un lugar.

3Y cuando haya ido y les haya preparado un lugar,

volveré otra vez para llevarlos conmigo,

a fin de que donde yo esté, estén también ustedes.

4Ya conocen el camino del lugar adonde voy».

5Tomás le dijo:

«Señor, no sabemos a dónde vas. ¿Cómo vamos a conocer el camino?».

6Jesús le respondió: «Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida.

Nadie va al Padre, sino por mí.».

(Jn. 13, 34-35; 14, 1-6)



2 ¿Qué me dice Jesús? (...para pensarI)

· «Les doy un mandamiento nuevo...». Para Jesús y para los suyos, para nosotros, este momento de Jesús no es como cualquier otro. Esta es «la hora» de Jesús: la hora crucial, de su glorificación (Cf. Jn.12,23) y de su cruz, de esa muerte en cruz que nos «dará la vida en abundancia» (Jn.10,10). En el Evangelio de Juan la «gloria» de Jesús coincide con su Cruz, con la entrega, la donación, con el «amor hasta el extremo» (Cf. Jn.13, 1), con su resurrección y el retorno al Corazón del Padre que lo envió para salvarnos. En esta hora, Jesús da «el mandamiento nuevo». Sabemos que los maestros judíos contaban 613 mandamientos en la Biblia y discutían cuál sería el más importante. Jesús vuelve a sorprendernos: el mandamiento nuevo y principal no se trata de un acto sino de una actitud permanente. Es, sí, «amar al Señor con todo el corazón...y al prójimo como a sí mismo» (Cf.Mt.22, 37-39). Pero la novedad consiste en la medida del amor: es la medida de Jesús, la medida de Dios, esto es, el amor sin medida. Esto sería imposible para nuestra pobre corazón humano, si el mismo Jesús no nos donara su Espíritu, su misma fuerza de Amor. Por eso, más que un «mandamiento» (una imposición, una obligación) es la correspondencia a un increíble regalo de Dios para cada uno de nosotros: poder amar, en el Espíritu, a la manera de Dios. Y por eso es una amor para con todos, incluso los enemigos (Lc.6,27), los ingratos, los pecadores; un amor que nunca se da por vencido, que es incondicional, para siempre, que se da por entero, que está siempre esperando para perdonar, que sale al encuentro del necesitado. Este es el Amor de Jesús que cautiva nuestro corazón, nos seduce y nos invita a seguirlo, para vivir como Él...

· «En esto reconocerán que son discípulos míos». Esta medida divina de amor que los discípulos de Jesús intentamos vivir a cada instante, sorprende y llama tanto la atención que se convierte en un distintivo. Por eso muchos, viendo a los cristianos de las primeras comunidades, decían: «¡Miren cómo se aman!». Dóciles al Espíritu de Jesús que inunda nuestro corazón, el Amor de Jesús se manifiesta en nosotros cuando vivimos en «la alegría, la paz, la magnanimidad, la afabilidad, la bondad y confianza, la mansedumbre y dominio de sí» (Gál.5,22). San Pablo en la última y más importante de sus Cartas (en torno al año 57) describe el amor cristiano con detalles que merecen nuestra reflexión: «El que comparte sus bienes, que dé con sencillez. El que preside la comunidad, que lo haga con solicitud. El que practica misericordia, que lo haga con alegría. Amen con sinceridad. Tengan horror al mal y pasión por el bien. Ámense cordialmente con amor fraterno, estimando a los otros como más dignos. Con solicitud incansable y fervor de espíritu, sirvan al Señor. Alégrense en la esperanza, sean pacientes en la tribulación y perseverantes en la oración. Consideren como propias las necesidades de los santos y practiquen generosamente la hospitalidad. Bendigan a los que los persiguen, bendigan y no maldigan nunca. Alégrense con los que están alegres, y lloren con los que lloran. Vivan en armonía unos con otros, no quieran sobresalir, pónganse a la altura de los más humildes. No presuman de sabios. No devuelvan a nadie mal por mal. Procuren hacer el bien delante de todos los hombres. En cuanto dependa de ustedes, traten de vivir en paz con todos. (Rom.12, 8-1Cool ¡Todo un examen de conciencia para cada uno de nosotros!

· «No se inquieten. Crean en Dios y crean también en mí». ¡Cuántas veces hemos escuchado esta frase de labios de Jesús!...«No te inquietes...no temas...no te desesperes...no pierdas la paz...tené fé...confiá en Mí». ¡Cuántas veces Jesús debe repetírnosla!...en los momentos duros, de enfermedad, confusión, impaciencia, nerviosismo, violencia, desesperación, escepticismo, incredulidad... Creer y Confiar en un Dios que es Abbá (del arameo, forma familiar y cariñosa= Papito) (Cf.Mt.14,36 y Gál.4,6). Creer y Confiar en un Jesús que es hermano (Cf.Mt.12,50). Creer y Confiar en el Espíritu Consolador, Defensor (=«Paráclito»: Jn.14,26), “Dulce Huésped del alma”.

· «Yo voy a prepararles un lugar». . El proyecto de Dios es constituir una familia, donde cada uno tenga «su lugar», donde puede ser él mismo, lo que Dios soñó para él. Lo que Dios regaló a cada uno como don peculiar para ponerlo al servicio de los demás. La vocación es precisamente ese «lugar» personal, propio, único e irrepetible, irremplazable que cada uno tiene en el Corazón de Dios, en el corazón de la Iglesia y en el corazón del mundo. Para Dios, cada uno de nosotros es único. No somos imprescindibles, pero sí somos irremplazables. No somos «descartables»; cada uno, aún desde su enfermedad, su límite, su fragilidad, tiene un «lugar» propio, es decir, una misión, un llamado a «ser» un don para los demás. Por eso todos, en y desde el corazón de María podemos cantar: «El Señor ha hecho obras grandes en mí» (Lc.1,49)...hizo «maravillas». Ese «lugar» que Jesús va a preparar es el «lugar» definitivo, que tendremos en el Corazón de la Trinidad para siempre. Pero ese «lugar» ya tiene un anticipo en nuestra vocación-misión, aquí en este mundo. Nuestro «lugar» en el mundo y en la Iglesia son camino de aquel «lugar» de eternidad....Por eso Jesús, cuando los discípulos regresan contentísimos de su misión, Jesús les dice que no se alegren de que los espíritus se les sometan en su Nombre, sino más bien que se alegren «de que sus nombres estén escritos en el cielo» (Lc.10,20).

· «Volveré para llevarlos conmigo...a fin de que donde yo esté, estén también ustedes». La amistad pide cercanía, intimidad. Por eso la promesa de Jesús es clara: «Yo estaré siempre con ustedes hasta el fin del mundo» (Mt.28,20). Jesús acompaña siempre nuestro camino de búsquedas, de luces y sombras. En las «buenas» y en las «malas» Jesús nos brinda sus cuidado. Vulgarmente solemos decir: «este sí que es un amigo de fierro», porque nunca nos abandona. Y lo que nos promete para la eternidad ya lo anticipa para nosotros en esta vida, donde caminamos en el claroscuro de la fe. Tenemos experiencia que, por momentos, su presencia parece desvanecerse. Muchos de nosotros alguna vez nos preguntamos: «¿Jesús se olvidó de mí? ». Por momentos nos sentimos abandonados, pero precisamente es el momento donde Jesús está más cerca: nuestras «noches» donde Jesús está tan cerca nuestro que «no lo vemos». Todo camino de fe, todo camino de búsqueda vocacional pasa en algún momento, en algún sentido por esta «noche». Es el momento de gritar: «Sé en quien he puesto mi confianza » (2 Tim.1,12).

· «Ya conocen el camino...».Jesús nos ha regalado su amistad y «nos dio a conocer todo» (Cf.Jn.15,15). Juan nos dice que «la unción» del Espíritu Santo que recibimos de Dios, ya desde nuestro Bautismo, «permanece» en nosotros (Cf. 1 Jn. 2,27); por eso no dudemos de que conocemos y amamos a Jesús, porque nos anima Su Espíritu. Conocer a Jesús es conocer el «Camino que nos conduce al Padre, la Verdad que nos hace libres, la Vida que nos colma de alegría» (Cf. Plegaria Eucarística V/b). Como Buen Pastor, Jesús va delante, «conoce sus ovejas y sus ovejas lo conocen» (Jn.10,14). El ha venido para «mostrarnos al Padre»(Jn.14,Cool, para poder tener «vida en abundancia» (Jn.10.10) y una «alegría que nada ni nadie nos podrá quitar» (Jn.16,22). Siguiendo a Jesús no podemos equivocarnos. Escuchando su voz sabremos claramente cuál es «el Camino» por el que El nos invita a seguirlo.



3 ¿Qué le digo a Jesús? (...para rezarÖ)

(Rezamos con una oración de Michel Quoist)

¿Me oyes Señor?

Estoy sufriendo horrores,

encerrado en mí mismo,

prisionero en mí mismo

no oigo más que mi voz,

sólo me veo a mí.

¿Me oyes Señor?

Líbrame de mí mismo.

Líbrame de mi cuerpo: es un montón de hambre...

Líbrame de mi corazón: cuando creo que amo locamente, acabo descubriendo con rabia que es a mí mismo a quien estoy amando a través del otro.

Líbrame de mi espíritu: está lleno de sí mismo, de sus ideas, de sus opiniones; no sabe dialogar, pues no le llegan más palabras que las suyas.

Y quisiera salir,

escaparme.

Porque yo sé que la alegría existe.

Yo sé que la luz brilla.

Señor, Señor ¿me oyes?

Enséñame mi puerta,

tómame de la mano

ábreme,

enséñame el Camino.

Sí, amigo, te oigo.

Hace tiempo que acecho tus persianas caídas.

Ábrelas: mi Luz te iluminará.

Hace tiempo que aguardo ante tu puerta.

Ábrela: me encontrarás en el umbral.

Yo te estoy esperando

y te esperan otros...

Sólo hace falta abrir,

hace falta que salgas de ti mismo.

Eres libre...

Sígueme.



(seguí rezando vos, mirando el texto del Evangelio)



4 ¿Qué quiero hacer por Jesús? (...para vivirP)

o Procurá irte solo ante el Sagrario, en un momento de silencio y serenidad y pedíle que te muestre «tu» camino, el camino que Él te propone.

o Rezá por alguien con quien te sientas distanciado e intentá, si es posible y prudente, algún tipo de acercamiento (un saludo, un mail, un llamado, una cartita...).

o Compartí lo que pensaste y rezaste con algún sacerdote amigo, con tu acompañante espiritual, con alguien que te quiera y te aconseje bien.





5 Lectura sugerida (para leer en cualquier momento, tranquilo...§)



«...en el segundo aniversario de su muerte (de Juan Pablo II), con el corazón conmovido y agradecido a Dios me atrevo a proponer una breve reflexión, casi una meditación, sobre su figura espiritual....

Al inicio, en el centro y en el vértice de ese retrato no puede por menos de estar la relación personal de Karol Wojtyla con Dios: una relación que ya era fuerte, íntima y profunda en los años de su niñez y que luego no dejó de crecer, de fortalecerse y de producir frutos en todas las dimensiones de su vida.

Aquí nos encontramos ante un misterio: en primer lugar, el misterio del amor de predilección con que Dios Padre amó a este muchacho polaco, lo unió a sí y lo mantuvo en esta unión, sin ahorrarle las pruebas de la vida, más aún, asociándolo continuamente a la cruz de su Hijo, pero dándole también la valentía para amar esta cruz y la inteligencia espiritual para descubrir a través de ella el rostro mismo del Padre.

Con la certeza de ser amado por Dios y con la alegría de corresponder a ese amor, Karol Wojtyla encontró el sentido, la unidad y el objetivo de su vida. En efecto, todos los que lo conocieron, de cerca o incluso sólo de lejos, quedaron impresionados por la riqueza de su humanidad, por su plena realización como hombre; pero es más iluminador y significativo aún el hecho de que esa plenitud de humanidad coincide, en definitiva, con su relación con Dios; en otras palabras, con su santidad.

Separando, en cierto sentido, esta unidad en los múltiples aspectos que la constituyen, destaca en primer lugar el auténtico don, gusto y alegría de la oración, que Karol Wojtyla tuvo desde niño y a la que permaneció siempre fiel hasta en las horas de su agonía. Esta oración tenía, por decirlo así, dos dimensiones. En primer lugar, la del tiempo reservado exclusivamente a la oración misma, comenzando por el inicio de la jornada con la adoración de la mañana, las Laudes y la meditación, luego la santa misa –para él “de modo absoluto el centro de la vida y de toda jornada”- como nos lo atestigua su secretario, ahora cardenal Stanislaw Dziwisz, en el libro “Una vida con Karol”, cuya lectura me permito recomendar a todos.

Seguía la oración en la capilla inmediatamente después de la comida, en la que tantas veces participé; y durante más tiempo después del descanso postmeridiano, el rezo diario de todo el rosario –su plegaria predilecta-, la lectura continuada de la sagrada Escritura; cada jueves la Hora santa; cada viernes el vía crucis...; y sobre todo el recogimiento, más aún, el abandono total en que Karol Wojtyla se sumergía cuando oraba.

La segunda dimensión de su oración se manifestaba en la extraordinaria facilidad con que unía esa oración con el trabajo, de forma que no sólo ofrecía al Señor el trabajo mismo, sino que además lo penetraba y envolvía con la oración. Dos testimonios de eso son la mesa-reclinatorio en la que estudiaba y escribía en la capilla del obispado de Cracovia, y los textos de oración con que iniciaba y enumeraba las páginas de sus manuscritos.

La oración de Karol Wojtyla – Juan Pablo II, tan profunda e íntimamente personal, era al mismo tiempo totalmente eclesial, vinculada a la tradición y a la piedad de la Iglesia. En efecto, se hallaban presentes en ella tas tres divinas Personas: el Padre, rico en misericordia; el Hijo, encarnado, crucificado y resucitado; y el Espíritu santificador y vivificante; pero también, y de manera profunda, María, la Madre a la que él perteneció de verdad totalmente, icono de la Iglesia y guía en la peregrinación de la fe. Y con María, san José, al que jamás separaba de ‘María y de Jesús, y cuyo nombre, además del de Karol, se sentía feliz de llevar.

En su oración se hallaban presentes, además, las innumerables personas, de toda nación y condición, que se dirigían a él para obtener la ayuda de Dios, la salud física o espiritual, suya o de sus parientes; por eso, el Papa tenía en el cajón de su reclinatorio las súplicas que le llegaban para presentarlas personalmente al Señor.

Un segundo componente esencial de la personalidad de Karol Wojtyla, que brotaba también de su íntima relación con Dios, fue la libertad: una extraordinaria libertad interior, que se manifestaba en muchas direcciones. Comenzando, por decirlo así, «desde abajo», es decir, desde la relación con los bienes materiales, siempre fue, incluso como Papa, un hombre de pobreza concreta y radical. Vivía pobremente de modo espontáneo y sin esfuerzo; parecía que no necesitaba nada; estaba totalmente desapegado del dinero y de las cosas. Pero estaba desapegado y libre también de sí mismo; no buscaba su éxito personal o su realización autónoma. Esa libertad la había conquistado probablemente durante los años de su juventud, cuando aceptó la llamada al sacerdocio, superando la atracción que ejercía sobre él otra vocación, la del teatro, el arte y la literatura.

Precisamente la libertad de sí mismo lo hizo plenamente libe incluso frente a los demás. Estaba siempre abierto a escuchar y también a aceptar la crítica; amaba la colaboración y respetaba la libertad de sus colaboradores, pero luego sabía ser autónomo en las decisiones definitivas; y sobre todo no renunciaba a tomar posiciones difíciles e «incómodas» por temor a reacciones de las autoridades hostiles a la Iglesia, en los años de su ministerio en Polonia, o por temor a la incomprensión y a la hostilidad de la opinión pública dominante, en los años de su pontificado.

En efecto, sus decisiones nunca fueron dictadas por una preocupación que no fuera el Evangelio y el bien del hombre, «camino de la Iglesia».Las solemnes palabras «¡No tengáis miedo!» con que inauguró su pontificado brotaron también de esta libertad interior, alimentada por la fe; y en la realidad concreta de la historia fueron unas palabras contagiosas, que liberaron a Polonia, y no sólo a Polonia, del miedo y de la sumisión política, cultural y espiritual.

La misma unión con Dios y libertad interior que mantuvo a Karol Wojtyla desprendido de los bienes de este mundo le dio también una enorme capacidad de apreciarlos y de gozar de las bellezas de la naturaleza y del arte, del calor de las amistades y de las osadías del pensamiento, así como de los esfuerzos y las conquistas del deporte. Por tanto, contribuyó a hacer de él un hombre completo y plenamente realizado. En él, en cierto sentido, se confirmó plásticamente la verdad del principio teológico según el cual la gracia no sustituye ni destruye la naturaleza, sino que la presupone, la purifica, la perfecciona y la lleva a su realización plena.

El auténtico amor de Dios es inseparable del amor al prójimo y del celo por su salvación. Por eso, un hombre que amaba a Dios con la intensidad de Juan Pablo II no podía por menos de ser un testigo ejemplar de la entrega a los hermanos. Realmente, en su vida abundan esos testimonios, comenzando por la definición de muchacho «buenísimo» que el padre Kazimierz Figlewicz aplicó a Karol cuando era monaguillo en Wadowice, y por las repetidas visitas que este, a la edad de doce años, hizo a un sacerdote que se encontraba hospitalizado.

Siendo sacerdote, pero también siendo obispo y Papa, se «concentró», por decirlo así, en la atención a la persona y a sus problemas. En realidad, son innumerables sus actos de caridad con espíritu cristiano, que «es ante todo y simplemente la respuesta a una necesidad inmediata en una situación determinada» (Deus caritas est, 31). En concreto, con esos actos ayudaba materialmente a los pobres y necesitados, destinando a ellos los donativos que recibía de otros, pero también dando a una familia necesitada la manta de su propia cama, como atestigua una mujer polaca en una carta de junio de 1967.

Además, mostraba gran atención y solicitud por los enfermos, a los que visitaba continuamente, además de orar por ellos ; y todas las demás formas de solicitud por las diversas dificultades de la gente. En realidad, su corazón latía por los pobres, por los pequeños y los que sufrían, y esto explica la profunda afinidad espiritual que sentía con respecto a la madre Teresa de Calcuta.

Pero la misma caridad cristiana animaba a Karol Wojtyla a llevarles a todos en primer lugar a Jesucristo, pan de vida y Redentor del hombre. Era un «comunicador espontáneo» del Evangelio, a todos y en cualquier circunstancia, porque vivía y, por consiguiente, transmitía lo que el cardenal Dziwisz en su libro ha definido «lozanía evangélica». Por eso, cuando sus responsabilidades pastorales se extendieron al mundo entero, lanzó el gran programa de la «nueva evangelización» y se dedicó personalmente, él el primero, a su realización, mediante continuos viajes misioneros. En particular, trató de renovar, sin cansarse nunca, la fe cristiana en la Europa gravada por la secularización e hizo brotar de su corazón la admirable «invención» evangelizadora que son las Jornadas mundiales de la juventud, expresión universal de su amor de predilección por los jóvenes.

En realidad, detrás del vigor inagotable de su testimonio de la verdad de Cristo estaba la solidez pétrea de su fe: era la fe sencilla de un niño y al mismo tiempo la fe un gran hombre de cultura, plenamente consciente de los desafíos de hoy; era sobre todo la fe de un hombre que, en cierto sentido, ya ha visto al Señor, ya ha tenido experiencia directa de la presencia misteriosa y salvífica de Dios en su propia alma y en su propia vida, y por eso, en definitiva, no puede ser presa de la duda, sino que siente apremiante en su interior la urgencia y el deber de ofrecer y transmitir a todos la verdad que salva. Con esta actitud Juan Pablo II pudo confirmar en la fe, en años difíciles, a la Iglesia entera.

[Continuaremos con este texto en la próxima entrega]



(Card Camillo Ruini. Discurso en la clausura de la fase diocesana

de la causa de beatificación de Juan Pablo II,

en L’Ossevatore Romano Ed. Española, N.14, 7 y 10, 6 de abril de 2007)



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