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Tercer Abecedario Espiritual, por San Francisco de Osuna
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LMAP21
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MensajePublicado: Vie Nov 14, 2008 4:52 pm    Asunto:
Tema: Tercer Abecedario Espiritual, por San Francisco de Osuna
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CAPÍTULO V.

DE LA TERCERA PALABRA DE ESTA LETRA



A las dos palabras dichas se junta con mucha conveniencia la tercera, que es amonestarte que afines tus obras todas, para que de ti se pueda decir aquello del profeta: Sentarse ha a fabricar en fuego y alimpiar la plata y purgar los hijos de Leví, y colarlos ha así como oro y así como plata, y ofrecerán al Señor sacrificios en justicia.

Haste de sentar en reposo de la contemplación y en la fragua de tu conciencia, encendida con el amor de Dios, soplando el flato del Espíritu Santo, has de hacer cuatro cosas: edificar o formar, limpiar y purgar y colar, formar las aficiones en operaciones, y limpiar las mismas obras y purgar las palabras y colar los pensamientos; porque, si eres el que debes y tal cual se requiere que seas, recibiendo del Señor tanta gracia como te da, hallarás en todo lo ya dicho muchas imperfecciones, las cuales si apartas, afinando todas tus obras interiores y exteriores, podrás ofrecer al Señor muchos sacrificios en vida, justicia y santidad.

Debes afirmar tus intenciones que sean más rectas, y tus virtudes más apuradas, y tus obras más puramente por Dios, y tu amor que sea muy apurado del amor proprio, y tus palabras más apuradas del daño del prójimo, y tus pensamientos más acendrados, y que las cosas que de Dios sientes sean más de verdad. En ellas has de ser más continuo y certificado, en tal manera que ya no andes vacilando ni dudando lo que no ha menester ser dudado; porque así como es liviandad de corazón creerse hombre de presto, así es demasiada pesadumbre ser tardío en el creer, lo cual daña a muchos; y es cosa muy reprehendida ser hombre rebelde a la lumbre e incrédulo a la gracia y no fiarse de Dios, donde algunos quieren tanto afinar las cosas que de Dios sienten, que ya es demasiado.

Empero, si tú quieres tener el medio, examínalas en lo de dentro para con Dios, y en lo de fuera para con los hombres, según lo hacían aquellos de que dice San Gregorio: Los animales que fueron vistos por el profeta, se dice estar llenos de ojos al derredor y de dentro; empero el que dispone sus cosas de fuera bien, y es negligente en las de dentro, al derredor tiene ojos y de dentro no los tiene; mas a todos los santos, porque paran mientes a sus cosas de fuera para dar buen ejemplo a los hermanos, y con vigilancia guardan sus cosas de dentro, porque se representan sin reprehensión a los ojos del secreto juez, son dichos tener ojos al derredor, y dentro este examen que los contemplativos deben tener seguro en mandar Dios que fuese el arca delante el pueblo, para que pudiesen saber por dónde habían de ir; y mandaba que fuese el arca dos mil codos delante de la familia, dando a entender en estos millares que la familia de las virtudes ha de parar mientes a dos peticiones, que consisten en la vida activa y contemplativa; porque así, con alta consideración, como dice Ricardo, se puedan disponer nuestro entendimiento y nuestra voluntad para todas las obras que hiciéremos y enviemos el discreto examen delante como columna de fuego. Si quieres saber cuán necesaria es la discreción en la vía espiritual, puedes leer a Ricardo en su Benjamín Menor a los setenta capítulos, y verás cómo es bien menester examinar y hacerse hombre experto y afinar sus obras todas.

Continuara...

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MensajePublicado: Vie Nov 14, 2008 5:18 pm    Asunto:
Tema: Tercer Abecedario Espiritual, por San Francisco de Osuna
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SEXTO TRATADO

HABLA DEL RECOGIMIENTO DEL ÁNIMA Y DICE: FRECUENTA EL RECOGIMIENTO POR ENSAYARTE EN SU USO



CAPÍTULO I



Como, según dice el Satírico, haya mil maneras de hombres y el uso de las cosas sea diverso, bien se manifiesta, por la diversidad de las condiciones y voluntades, haberse aficionado los mortales a cosas diversas, yendo, según dice el profeta (Is 53,6), cada uno por su camino, y dejando aparte los malos, cuyo oficio es frecuentar, no un pecado, sino muchos, e innovar e inventar nuevas maneras de ofensas, para que el Señor busque nuevas maneras de castigo, pues sabemos que según el modo de la ofensa y cualidad del delito ha de ser el tormento de la pena y la manera de las llagas que le han de ser dadas.

Dejando este mal, que es, según el Sabio dice (Ecl 6,1), muy frecuente acerca de los hombres, hallamos que entre los justos unos son aficionados a frecuentar con San Pablo el sufrir trabajos y fatigas de penitencia sobremanera, como él dice (2 Cor 2,1-4); otros se aficionan con Salomón (Eclo 14,12) a meditar muy a menudo las penas del infierno, que espiritualmente afligen mucho la carne; otros frecuentan con Marta el servicio de los pobres en obras de misericordia (Lc 10,40); otros con Eliseo tienen costumbre de visitar los tristes y afligidos (2 Re 4,32) e ir en peregrinaciones a visitar también los Santos Lugares; otros frecuentan los ayunos con los discípulos de San Juan (Mt 9,14). Puesto caso que estas frecuentaciones y otras de su manera sean muy buenas, empero a los que quieren más aprovechar e imitar mayores cosas dice nuestra letra que frecuenten y acostumbren el recogimiento, para que así puedan imitar y seguir al Señor, cuya costumbre era irse a los desiertos, donde, apartado y recogido, pudiese más secreta y espiritualmente orar en escondido a su Padre celestial y nuestro.

Podía sin duda el Señor orar en todo lugar, como amonesta San Pablo, y alzar en todo lugar y tiempo, mejor que Moisés, sus muy santas y limpias manos; ni tenía necesidad de apartarse de los hombres el que siempre fue apartado de los pecadores en la vida, y más alto que los cielos para morar siempre viviendo en la tierra con los ángeles, que no han menester apartarse para orar, ni les impide cosa alguna que sea, ni los grandes negocios en que entienden, ni los grandes pecados que ven hacer en el mundo, ni otra cosa, sino que siempre oran y están perfectísimamente recogidos en Dios; lo cual muy mejor conviene al unigénito Hijo de nuestro Dios que está en el seno del Padre, según dice San Juan (Jn 1,2); del cual seno y secreto retraimiento, aun en cuanto hombre, jamás se apartó, mas siempre moraba en él con tanta quietud de ánimo y tranquilidad, que podía decir aquello del profeta (Mal 3,6): Yo soy Dios y no me mudo.

Los hombres mortales, no doce, mas doscientas veces al día se mudan de un pensamiento en otro; mas Cristo nuestro Redentor, permaneciendo inmutable a toda su voluntad, mudaba y regía el mundo estando tan entero en lo uno como en lo otro, y teniendo tan entero su corazón como punto indivisible que carece de partes, no como el nuestro, que está tan diviso y hecho tantas partes como cuidados tenemos; lo cual no era en el Señor, a cuyo corazón no daban más pena mil cuidados que uno; porque ni uno ni mil inquietaban ni ocupaban embarazosamente el corazón que estaba unido a Dios. Empero Él, que no se hizo hombre por sí, sino por nos, no quiso vivir para sí mismo; sino para nos, ordenando todas sus sacratísimas obras a que en El, como en monte de muy alta perfección, tomásemos ejemplo y mirásemos lo que nos mostraba no menos por ejemplo que por palabras.

Y según esto, fue no a Él, sino a nosotros, necesario que se apartase al desierto a orar, para que nos provocase a lo seguir, no digo cuarenta días, mas cuarenta años por el desierto de la contemplación divina y apurada de todo lo criado. De la cual dice según esto nuestra letra: Frecuenta el recogimiento por ensayarte a su uso.

Dos cosas entiendo tratar en esta letra: la primera, poner el nombre que en ella se contiene a este ejercicio de que todo este tercero alfabeto habla; y la segunda, mostrar cómo ha de ser frecuentado a intención de ensayarse el hombre en su uso.

Cosa es manifiesta que los nombres han de ser tales que convengan a las cosas que se imponen, según lo usan los sabios, cuyas ciencias están en gran parte sabidas, entendidos los términos y vocablos de ellas, lo cual es porque importan mucho de las mismas ciencias y declaran muchas propriedades de ellas; según lo cual conviene a los que quieren ser enseñados en alguna facultad o ciencia insistir en la fuerza de los vocablos, ca les será muy notable principio de saber si conociere la fuerza de él y la razón por que se impuso a la cosa de que habla.

Allende de esto, hay algunas cosas de tanta excelencia y de tan notables propriedades, que aun muchos vocablos no bastan para las declarar, como vemos en los grandes señores, que cuantos más ditados tienen, más vocablos añaden y títulos y armas, para que sean sus señorías traídas a noticia de todos; y como parece en San Juan Bautista, que, por ser tan grandísimo santo, le pone la Escritura muchos nombres, llamándolo precursor, y lucero y voz, ángel, hombre, candela ardiente y resplandeciente, y otros muchos.

Parece también aquesto en Nuestra Señora, cuyos nombres son tantos que apenas los podríamos nombrar; y esto por ser tanta su excelencia, que apenas hay quien la pueda pensar, aun entre los ángeles.

Lo mismo se halla en Cristo nuestro Redentor, cuyos nombres son tantos, por sus diversas propriedades y virtudes, que la Escritura está llena de ellos, y aun todos apenas bastan para notificar la gloria de su Majestad, que hinche el cielo y la tierra.

Continuara...

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MensajePublicado: Vie Nov 21, 2008 6:49 pm    Asunto:
Tema: Tercer Abecedario Espiritual, por San Francisco de Osuna
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CAPÍTULO II.

DE LOS NOMBRES DE ESTE PRESENTE EJERCICIO



Por la causa ya dicha de la mucha excelencia tiene este ejercicio muchos nombres, así en la Escritura Sagrada como en los libros de los santos y doctos varones, ya que unos la llaman teología mística, que quiere decir escondida, porque en el secreto escondimiento del corazón la enseña el buen maestro Jesús, que para sí solo quiso reservar este magisterio, del que dio a sus siervos menos parte y facultad para enseñar a otros que de cualquier otra ciencia, queriendo como principal maestro, guardar para sí la principal doctrina, horque entre las ciencias la teología es reina y señora, que llama según dice el Sabio (Prov 9,3), a sus doncellas todas las otras ciencias al Alcázar de la fe para que sirvan allí a su señora la teología, la cual .aún es en dos maneras: una se llama especulativa o escudriñadora, que es lo mismo, y otra escondida, que es la que se trata o a la que se intitula este tercero alfabeto; no que en él presuma yo enseñarla, pues ninguno de los mortales la enseñó, porque Cristo guardó para sí este oficio de enseñar en secreto a los corazones en que viviese aquesta teología escondida como ciencia divina y mucho más excelente que la otra teología de que hablamos primero, que se llama escudriñadora; y esta de que nuestro tratado habla no quiere escudriñar, sabiendo que está escrito que el escudriñador de la Majestad será detenido y oprimido (Prov 25, 27) de la gloria muy grande de Dios. Esta teología se dice más perfecta o mejor que la primera, según dice Gersón, porque de la primera como de un principio se sirve v en ella como en estribos se esfuerza para subir más arriba por el escalera del amor.

La primera teología enseña Dios para que lo contemplemos ser suma verdad, y esta de que hablamos, presuponiendo aquello que no duda, pasa a amarlo así como sumo bien. La otra pertenece al entendimiento, que aun los demonios tienen harto alumbrado en la fe, pues que, según está escrito (Sant 2, 19), creen y tiemblan mas ésta pertenece a la voluntad enamorada del sumo bien, lo cual pertenece a los justos amadores de Dios. La otra teología con la fe perecerá cuando a la fe sucediere la visión como premio; mas esta teología se perfeccionará añadiendo amor, y ya no será escondida, mas a todos será manifesta desde el pequeño hasta el mayor.

La primera teología, que se llama escudriñadora, usa de razones y argumentos y discursos y probabilidades según las otras ciencias; y de aquí es que se llama teología escolástica y de letrados, la cual, si alguno quiere alcanzar, ha menester buen ingenio y continuo ejercicio y libros y tiempo, y velar, trabajar teniendo enseñado maestro, lo cual también es menester para cualquiera de las otras ciencias. Empero, la teología escondida de que hablamos, no se alcanza de esta manera tan bien como por afición piadosa y ejercicio en las virtudes morales que disponen y purgan el ánima; la cual también ha menester las otras virtudes teologales que la alumbren y los dones del Espíritu Santo y bienaventuranzas evangélicas que la perfeccionen proporcionablemente a los tres actos jerárquicos, que son purgar, alumbrar y perfeccionar. Y porque muchas veces acontece aun en los animales, cuanto más en los hombres, que adonde hay menos conocimiento hay mayor afección y amor, como vemos en los muchachos, que mientras menos conocen aman más a sus padres, y en los novicios, que en los primeros o el primer año son más devotos con su simplicidad que no después que son doctores.

Síguese de lo ya dicho claramente que, para hallar esta más alta teología, no es menester gran ciencia inquirida o buscada por trabajo, aunque la infusa no debe faltar ni falta a los que se disponen, porque habiendo conocido mediante la fe que Dios es todo deseable y todo amable y todo amor, si nuestra afición estuviere purgada y dispuesta y ejercitada, no sé por qué será impedida de se transformar y encender y levantar en aquel que conoce ser todo un terrón y pedazo, o, por lo mejor decir, fuente de amor.

Así que, según dice un doctor y según la razón enseña, cosa clara es que se engañan los que quieren leer siempre o rezar vocalmente o buscar con entero estudio palabras de devoción de la boca de los que las dicen, si piensan que por aquello solo.han de salir con este santo ejercicio, que no consiste sino en aficiones y movimientos interiores del corazón.

Aprovechan por cierto algo aquellas cosas, mas no bastan; porque aunque se muevan los tales a alguna devoción en la lección y oración vocal y santas palabras, empero si les quitas el libro y las palabras devotas, que presto se olvidan, huirá luego la devoción, jurando que no tornan sino con el libro y palabras que la provoquen; donde si de la una o de la otra hubiésemos de carecer, incomparable mejoría es tener la segunda; porque así como es más de desear tener piadosa afición y devota al Señor que no entendimiento agudo y frío solamente con estudio alumbrado, que los herejes y demonios lo tienen, así es más de desear la escondida teología que no la especulativa. Empero, si hombre pudiese tenerlo todo sería tener dos manos derechas o la primera de oro; la segunda, sobre ser de oro, tenerla también de ricas piedras adornada; ca debes saber que cuando la inteligencia del ánima, que es la más alta fuerza entre las que conocen, pasa en afección o amor de las cosas que contempla, casi es dicha levantarse sobre sí misma, y la tal obra se llama exceso de ánima o levantamiento sobre sí mismo o sobre el espíritu suyo, según hallarás en muchos libros escrito.

Puedes tomar ejemplo en alguna vasija que contiene agua u otro licor, el cual poniendo fuego se calienta en el vaso do está; empero, cuando hierve y bulle, parece en alguna manera no caber en sí, mas exceder a sí mismo el licor que antes estaba seguro y ser llevado sobre sí por la virtud del calor. Así el ánima que aún no está encendida con el calor amoroso de la mística teología, entretanto que en sólo el conocimiento de la especulativa está, parece estar echada y que se contiene en sí misma dentro en sí; mas cuando concibe el espíritu del amor en fervor del corazón, en alguna manera sale de sí misma saltando de sí o volando sobre sí; y de esta manera se puede decir que lo que en sólo el entendimiento y la inteligencia fue ciencia y teología especulativa, se dice sabiduría, que es sabrosa ciencia y mística teología: es ciencia, por el conocimiento de la verdad; sabiduría, por haberse llegado el amor de la bondad; de manera que muchas veces añade la segunda y siempre se funda sobre alguna de la primera, al menos sobre la fe, que es la especial doctora de la verdadera teología especulativa.

Llámase también esta manera de oración sabiduría, que, según viste, es sabroso saber; la cual sabiduría dice San Pablo que hablaba entre los perfectos solamente, porque a los imperfectos no les daba tan buen manjar ni tan alta doctrina. Y dícese sabiduría porque mediante ella saben los hombres a qué sabe Dios (1 Cor 2,6-7); donde de aquésta dice el Sabio hablando de Dios (Eclo 45,31): A los que piadosamente obran dio la sabiduría.

Llámase también esta manera de orar arte de amor, porque sólo por amor se alcanza y con ella más que con otra arte o industria alguna se multiplica el amor, y también porque el Dios de amor Cristo la enseña a los de corazón amoroso. Muchas veces se vencen por arte los que no pueden ser por fuerza vencidos, como parece en David, que más por arte que por fuerza venció a Goliat; y los elefantes son por arte de los cazadores flacos vencidos; donde este ejercicio se llama arte para que los de pocas fuerzas venzan al fortísimo y traigan a sus entrañas preso y le echen los grillos y esposas del amor diciendo con la esposa (Cant 3,4): Preso lo tengo y no lo soltaré.

Esta arte se llama de amor, el cual se dice ser fuerte así como la muerte, que a todos vence, donde en esto se da a entender que este ejercicio contiene en sí arte y fuerza, que son las dos cosas mejores para vencer todas las cosas.

Llámase también unión, porque, llegándose el hombre de esta manera a Dios, se hace un espíritu con él por un trocamiento de voluntades que ni el hombre quiere otra cosa de lo que Dios quiere, ni Dios se aparta de la voluntad del hombre, mas en todo son a una, como las cosas que perfectamente están unidas, que casi se niegan de sí y se conforman totalmente en un tercio; lo cual acaece en este negocio, donde si antes Dios y el hombre tenían diversas voluntades, después concuerdan en uno sin quedar ninguno descontento. Y de esto resulta quedar el hombre unido consigo mismo y con sus prójimos; lo cual si todos tuviésemos sería la muchedumbre de los creyentes un ánima y un corazón en el Espíritu Santo juntos, en el cual se hallan el Padre y el Hijo hechos un principio para lo producir, y él nos hace a todos una cosa por amor, para nos producir en gracia y reducirnos hechos uno a Dios, por no tener que llevar a cada uno por sí.

Llámase también este ejercicio profundidad, la cual contiene oscuridad y hondura; porque este ejercicio se funda en la hondura y profundo corazón del hombre, el cual debe estar oscuro; esto es, privado de humano conocimiento, para que de esta manera estando [en] tinieblas, sobre él venga el espíritu de Dios sobre las aguas de sus deseos a decir que se haga luz divina.

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MensajePublicado: Vie Nov 21, 2008 6:56 pm    Asunto:
Tema: Tercer Abecedario Espiritual, por San Francisco de Osuna
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CAPÍTULO III.

DE OTROS NOMBRES QUE AL RECOGIMIENTO CONVIENEN



Llámase también en la Escritura este ejercicio escondimiento, donde Dios se esconde en lo secreto del corazón del hombre; porque aun hoy día, espiritualmente hablando, se esconde Cristo ,le sus hermanos, que son los fieles devotos suyos que Él hizo y llamó sus hermanos, por que no se soberbezcan si lo ven consigo, ni tampoco quiere que carezcan de él, y por tanto se esconde en la misma casa y templo dellos (Jn 2,14). En este escondimiento ve el padre celestial lo que más le agrada; y a este escondimiento, estando las puertas de los sentidos muy bien cerradas, viene el Señor; y en este secreto lugar dice Dios la palabra escondida de su secreta amistad, según dice Job (Job 4,12); y el más pequeño por humildad se esconde mejor en este secreto y se escapa de la mano de Abimelec (Jue 9,5), que es el demonio; del cual no nos podemos mejor esconder que dentro en nosotros mismos, porque hallaremos dentro al fuerte David, Dios eterno, que en el establo de nuestra conciencia elige para se esconder el pesebre de nuestro corazón, donde Él mismo nos esconderá en el escondimiento de su cara, que es la secreta manera de conocimiento y visión escondida que allí se alcanza.

Ítem, llámase abstinencia porque no solamente de los pecados se ha de abstener, como de inmundicias, el que quiere seguir este ejercicio, mas aun de todo amor humano y del consuelo que de las criaturas pudiera lícitamente sacar. Y también ha de hacer abstinencia del pensamiento, pues que, según dice San Pablo (1 Cor 9,25), el que en la lucha se ejercita, se abstiene de todas las cosas y muy mejor lo debe hacer el que quiere luchar consigo mismo, haciendo abstinencia de todo el pensamiento que puede inebriar el corazón (Num 6,3), o quitarle el tiento y atención interior, y aun débese abstener para este ejercicio de toda cosa que tenga especie de mal, según dice el Apóstol (1 Tes 5,22).

Llámase también allegamiento, porque mediante este ejercicio se allega el verdadero Jacob a Dios (Gen 27,1Cool, para que lo toque con sus manos, haciéndole beneficios; y este allegamiento es presto, porque, dejando con un no las criaturas, nos llegamos al Señor de ellas con un allegamiento apresurado, como quien va corriendo a se poner entre los brazos del Señor, viéndolos abiertos para nos recibir. Con este allegamiento se junta Moisés (Ex 20,21) a la extremidad del monte de la contemplación, donde lo esperaba Dios para hablar con él.

Ítem, llámase encendimiento, con que las teas de nuestros corazones se encienden en el amor del Señor, del cual dice Él mismo (Lc 12,49): Fuego vine yo a poner a la tierra; no quiero otra cosa sino que arda. El soplo con que este fuego se ha de encender es este santo ejercicio, que también se llama cinta, con que no solamente los lomos de la limpieza y castidad se deben ceñir, mas también con esta cinta hemos de apretar los pechos para reprimir los malos deseos y la flojura de los pensamientos (Ap 1,13).

Ítem, llámase recibimiento, con que nos adelantamos mediante el ligero deseo y abrimos todo el corazón y lo desembarazamos para dar a Dios.

Llámase también consentimiento, porque los que contradicen a Dios por otras vías, mediante ésta consienten en todo lo que quiere, y vencen una contradicción y rebeldía que sienten en sí mismos contra Dios; y aun a sí mismos son cargosos, según aquello de Job: ¿Por qué me pusiste a ti contrario y soy hecho a mí mismo grave? Contra esto es dicho a Job: Consiente ya a él, y tendrás paz y frutos muy buenos (Job 22,21).

Llámase también redaño y grosura, que con razón y derecho perdurable ha de ser a Dios ofrecida para encender los sacrificios (Lev 3,14-15); porque este ejercicio da fuerza y mejora a otros muchos, y manda Dios que ninguno coma este redaño, porque al mismo Señor debe dar las gracias el que de él hallare su ánima llena como David (Sal 62,6).

Ítem, llámase atraimiento, con que podemos atraer a Dios, porque así como lo vacuo atrae cosa que lo ocupe, así el corazón vacío de lo mundano atrae a Dios que ocupe y supla su falta; y de aquí es que se llama por esto hinchimiento de corazón y pechos.

Y también se llama prohijamiento, con que Ester, que es el ánima pobre, es prohijada de Mardoqueo (Est 2,7), que es Cristo; al cual en todo está sujeta y obedece; donde el que es adoptado en hijo, luego comienza a gozar de los bienes del padre; lo cual conviene a los que siguen este ejercicio, con el cual comienzan a gozar de Dios.

Llámase también advenimiento del Señor al ánima, porque mediante él visita el Señor a los suyos que con suspiros lo llaman.

Y dícese alteza que levanta el ánima, y amistad o abrazamiento del corazón devoto al de Cristo.

Y llámase ascensión espiritual con Cristo, y cautividad con que sujetamos a Él nuestro entendimiento.

Y cielo tercero, donde son arrebatados los contemplativos.

¿Para qué diré más? Es aqueste ejercicio un refugio do nos debemos retraer viendo las tempestades cercanas; es una continua resistencia contra los príncipes de las tinieblas, que secretamente nos combaten; es restitución que hacemos a Dios dándolo todo lo que en nosotros se halla suyo sin reservar cosa. Es una resurrección a vida espiritual, donde es dada al justo potestad en el cielo de su ánima y en la tierra de su cuerpo; es una reverencia que continuo tenemos a Dios estando con temor delante de él; es un rosal de virtudes, y es el reino de Dios que por conquista hemos de ganar y por maña, pues que dentro lo tenemos, y también cada día lo demandamos; y es sacerdocio real, con que, siendo de nosotros señores, nos ofrezcamos a Dios; es un silencio que en el cielo de nuestra ánima se hace, aunque breve y no tan durable como el justo desea; es un servicio que a sólo Dios hacemos, adorando su sola Majestad; es silla que le tenemos aparejada para que se detenga en nuestra casa interior; es tienda de campo para andar por el desierto; es torre fortísima de nuestro amparo, desde do hemos de atalayar las cosas celestiales, y vaso de oro para guardar el maná en el arca de nuestro pecho; es valle en que abunda el trigo que tiene grosura y redaño, y es victoria que vence el mundo menor, sujetándolo enteramente a Dios; es viña que hemos de guardar con vigilancia y sombra del que deseamos, do gustamos de su fruto; es unción enseñadora del Espíritu Santo, y huerto por todas partes cerrado, del cual damos la llave a sólo Dios, que entre cuando quisiere.

¿Para qué diré más? Pienso que he dicho algo y conozco de verdad que ha sido casi nada, según el merecimiento del santo ejercicio de que hablamos; el cual es de tanto precio, que apenas han podido los nombres ya dichos declarar su excelencia; que es tanta y tan necesaria a los mortales, que aunque del todo no se pueda decir, en ninguna manera se debe callar; porque los que la hallaron no sean argüidos y reprehendidos de maldad; donde, aunque la excelencia suya, por ser tanta, en alguna manera les ponga silencio, la necesidad, por ser mucha, los obliga.

Según lo cual habiendo uno recibido esta sabiduría y sabroso saber de que primero hablamos, se trabaja por declarar y notificar su excelencia, diciendo: Antepúsela a los reinos y a las sillas y las riquezas; dije ser ninguna cosa en su comparación; ni la comparé a la piedra preciosa, porque todo oro en su comparación es arena menuda, y así como lodo es estimada la plata delante de ella; más la amé que a la salud ni a la hermosura, y propuse tenerla por luz que me alumbrase, porque su lumbre no se puede matar. Todos los bienes me vinieron juntamente con ella, y honestidad innumerable me fue dada por sus manos, y alegréme en todas las cosas, porque esta sabiduría iba delante de mí y no sabía yo que era madre de todos los bienes, la cual aprendí sin fingimiento y la comunico sin envidia y no escondo su honestidad, porque infinito tesoro es a los hombres, del cual los que usan se hacen participantes de la amistad de Dios.

El que bien pensare estas palabras y las ponderare podrá venir en algún conocimiento del valor de aqueste ejercicio, y verá que yo no hice otra cosa en los nombres que de él puse sino señalar y tocar las partes de la Escritura donde secretamente se alaba, para que lo sigamos, y no quise ser prolijo en declarar lo que apunté por no engendrar fastidio en los lectores y por dejarles que decir en la prosecución de lo que yo comencé; lo cual no pienso que sabrá proseguir de palabra sino el que lo hubiere usado y proseguido algo con la mano de la obra.

Empero, por traer a lo llano lo que de sí está puesto en alto, parecióme que el nombre más convenible de aqueste ejercicio y que más claramente notifique a todos algo de él es recogimiento, y este recogimiento es, según dije, nombrado en muchos doctores por diversos nombres, y en la Escritura por los que ya puse, según diversos respectos que en la exposición entera de los dichos nombres se deben guardar; en lo cual no caerán todos tan abiertamente como en este ejercicio, cuyo oficio es recoger y congregar lo disperso, y tanto lo recoge y allega, que se llame él mismo recogimiento.

Este santo ejercicio usaban mucho los varones antiguos, que por recogerse mejor se retraían a los ermitorios y lugares secretos, ¡por no se distraer entre la gente; mas ahora solamente nos ha quedado el vocablo; el cual imponemos por ser tan bueno a la persona más pacífica y quieta que vemos, diciendo que es persona recogida, en lo cual apenas queremos decir sino que es hombre recogido y apartado y de honesta conversación; lo cual aunque sea bueno empero no es tan bueno que merezca este nombre de recogido, según su más verdadera y antigua significación. En la cual quiere casi tanto decir como este nombre unión, del cual apenas tiramos en cosas humanas y corporales, sino en las divinas y espirituales; empero, no tomando el vocablo en rigor, aún puede convenir a este nuestro ejercicio según todas sus significaciones, porque todas aprovechan mucho al negocio de que hablamos, que es llegarse el hombre estrechamente a Dios; según lo cual diremos por qué a este ejercicio le convenga más este nombre recogimiento que otro ninguno de los ya dichos.

Claro está que este nombre de que hablamos significa muchas cosas juntas, o también una que si, pudiéndose derramar, está junta, se dirá recogida en alguna manera. Empero, hablando de lo primero, es de notar que, pues aquesta cosa de que hablamos es tan excelente que por un solo nombre ni por nombre particular puede ser declarada, aquel nombre le convendrá mejor que más nombres incluyere en sí o más significaciones; lo cual se halla en este nombre recogimiento, que incluye y abraza en sí todos los nombres que primero puse, pudiéndose todos en alguna manera reducir a éste, el cual cuasi contiene en sí las perfecciones de ellos.

Pero dejando esto, que sería prolijo de referir y sería más curiosidad que utilidad, has de notar que este ejercicio se llama recogimiento; lo primero, porque recoge los hombres que lo usan haciéndolos de un corazón y amor, quitando de ellos toda disensión y discordia; con lo cual aún no se contenta; mas sobre todos los otros ejercicios tiene esta maravillosa y sensible o conocida propiedad, que cuando alguno de los que siguen este recogimiento ve a otro que también lo sigue, se mueve en gran manera a devoción, y claramente conoce que la presencia del otro le causó esta devoción, como si viera cosa muy favorable a negocio en que mucho le iba, y de olvidado que estaba, tan de presto torna sobre sí para se recoger a Dios, que él mismo se maravilla de esto; lo cual acaece a los algo ejercitados y que tienen crédito que el otro es persona estudiosa en el mismo negocio, y lo que más es, que algunas veces acaece lo mismo, no conociendo que el otro se ejercita en el recogimiento hasta que después mira en ello.

De esto podríamos traer por figura aquello de José (Gen 43,30), el cual viendo a Benjamín su hermano de un vientre nacido, se le movieron las entrañas en gran manera; no le acaeció esto viendo a los otros, aunque también eran sus hermanos, mas no de un vientre, como Benjamín. De esta manera, aunque todos los cristianos en lo espiritual sean hermanos, empero, por esta conveniencia particular, que es seguir en el otro ejercicio que éste sigue, acaece la novedad ya dicha y en el recogimiento muy experimentada a los que algo sienten de él.

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MensajePublicado: Lun Nov 24, 2008 6:05 pm    Asunto:
Tema: Tercer Abecedario Espiritual, por San Francisco de Osuna
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CAPÍTULO IV.

DE OTRAS MANERAS DE RECOGIMIENTO



Lo segundo por que este ejercicio se debe llamar recogimiento es porque recoge el mismo hombre a sí mismo, hablando de lo exterior, porque claro está estar el hombre en alguna manera hecho tantos pedazos como negocios tiene, los cuales son como zarzas que repelan al triste del hombre como a cordero aun hasta le sacar la sangre, y en comenzando a gustar algo del recogimiento, según muchas veces he visto, comienzan a recoger su manera de vivir y dejar los negocios distractivos y apocarlos mucho y moderarlos en tal manera, que con poco cuidado puedan ser recogidos. Y los predicadores que siguen este santo ejercicio, después de pasado el trabajo de la cuaresma, cesan de tantos sermones por coger sus cuidados y poder más estrechamente llegarse a Dios, no por descansar ni recrear el cuerpo, sino por dar mantenimiento a su ánima, a la cual acaece como al maestresala que da de comer a los caballeros, y él tiene hambre, y plega a Dios que siquiera coma después de reposo, no contentándose con los bocadillos pasados.

Lo tercero, este ejercicio recoge la sensualidad debajo del mando de la razón cual antes andaba algo desmandada y no tan sujeta, a la cual sale a recibir este santo ejercicio, como el ángel a Agar (Gen 16,9), y él aconseja que se torne debajo de la mano de Sara, su señora, que es la razón.

Lo cuarto que recoge este ejercicio es convidar al mismo que lo tiene a que se aparte a lugares secretos, como Isaac, que se iba al campo a meditar (Gen 24,63), y como Elías, que se iba a los montes y huía de las gentes. Donde luego este ejercicio induce al hombre a se recoger del tráfago de la gente y de los lugares bulliciosos y morar en las partes más retraídas y salir muy de tarde en tarde; y si salen, volver al retraimiento codiciosos de se recoger, y tan de voluntad como en sus principios, hallándose tan mal fuera como el anguila que se resbala de entre las manos para se tornar corriendo al agua.

Según estas cosas que verdaderamente se hallan en los verdaderos amadores de este santo ejercicio, es casi cierta en muchos principiantes una tentación; y es que se querrían hacer ermitaños por algunos días, y procuran de mudar bisiesto con esta intención, a los cuales no decimos sino que mire cada uno de la cualidad de su persona y estado según conviene.

La quinta razón por que este ejercicio se debe llamar recogimiento es porque también hace que se recojan los sentidos; donde a los recogidos no aplacen las nuevas y parlas vanas, ni oír cosa que les amoneste otra cosa sino que se tornen al corazón. Luego también retraen sus ojos y los humillan no deleitándose en ver cosa alguna, C. desean ver con el corazón a Dios. Luego parece que se echan un freno en la boca, y les aplace el callar, sintiendo en hablar trabajo; y por del todo recoger los sentidos, aman los lugares oscuros y cierran las ventanas de su retraimiento por no derramar sus ojos.

Lo sexto que recoge este santo ejercicio es los miembros corporales, ca es cosa maravillosa de ver a uno que ayer era disoluto, sus miembros sueltos, prestos los pies para andar, las manos para esgremir muy sueltas, la cabeza sin reposo movible a cada parte, y todo el cuerpo de tan recio movimiento que no sosiega; ahora se asienta, luego se levanta, ya mira en alto, ya para mientes qué hora es, ya qué tiempo hace, ya lo halláis en una parte, en poco espacio está en otra; empero, desde a dos días que tome afición a este ejercicio, está tan recogido, tan amortiguado, tan corregido de solo él, que es una alabanza de Dios.

Es también aquí de notar, a los ejercitados en este negocio, que acaece algunas veces, entrando el ánima al más verdadero recogimiento, que lleva por fuerza tras sí la cabeza, y parece que encoge el cuerpo mucho hacia el pecho, y pierden los miembros en alguna manera las fuerzas por el mucho recogimiento del ánima; y acaece también hartas veces hallarse tullidos por algún rato que no pueden mandar los miembros, ni levantarse de un lugar, y entonces débese más recoger y no probar a menearse, ni curar del cuerpo, sino dejarlo como olvidado; ca si entonces se quiere mudar o mandar los miembros, es impedimento. Lo cual pareció por ejemplo en un hombre pobrecillo que por su trabajo ganaba cada día de comer, el cual era muy abastado en el manjar espiritual y muy dado a este santo ejercicio; y como en la iglesia un día estuviese de esta manera tullido y caído en tierra, llegaron a él unas personas que se movieron a compasión para lo levantar, y como dende un rato tornase en sí, dijo: Dejadme, que me dais pena, como si tuvieseis las alas a una ave y no la dejásedes ir. Este hombre era bobo sin letras, mas no sin esta sabiduría de que hablamos.

Lo séptimo que hace recoger este ejercicio es las virtudes al hombre que se da a él; y según esto dice el Sabio que él no sabía cómo era madre de todos los bienes; y dice no sabía por qué tras el solo cuidado que pone alguno en se recoger, sin pensar en otra cosa alguna, se le vienen las virtudes a casa sin trabajo. Donde se puede muy bien decir lo que dijo el Sabio, y fue: que le habían venido con ella juntamente todos los bienes; y dice juntamente, porque sin especial cuidado de las virtudes las trae consigo el mismo ejercicio, como en otra parte más largamente diré.

Lo octavo que este ejercicio recoge es los sentidos del hombre a lo interior del corazón, donde está la gloria de la hija del rey, que es el ánima católica; y así muy bien se puede comparar el hombre recogido al erizo, que todo se reduce a sí mismo y se retrae dentro en sí, no curando de lo de fuera; así que este ejercicio, que es piedra firmísima (Sal 45,12), es, según dice el salmo, refugio para los erizos (Sal 103,1Cool, que, estando recogidos en sí, ninguna cosa padecen dentro, porque aun no piensan mal contra los ofensores.

Lo noveno es recoger las potencias del ánima a la sindéresis y muy alta parte de ella, donde la imagen de Dios está imprimida, que se llama espíritu de los justos, y espíritu que con gemido demanda (Rom 8,23); adonde cuando el ánima está subida sobre sí, toda recogida en el cenáculo superior, intenta a una sola cosa que la ha levantado hasta lo más alto de la cumbre y alteza del monte de Dios.

Ya no queda sino la décima manera de recoger en uno a Dios y al ánima, que por esto se ha venido tanto a recoger en sí; lo cual de verdad se hace cuando la divina claridad, como en vidriera o piedra cristalina, se infunde en el ánima, enviando delante como sol los rayos de su amor y gracia, que penetran en el corazón, siendo en lo más alto del espíritu primero recibidos. A lo cual se sigue el perfectísimo recogimiento que junta y recoge a Dios con el ánima y al ánima con Dios; y la participación de ella es en el mismo Señor, en el cual está recogida toda; y sube como otro Jacob a Betel, que quiere decir casa de Dios, porque allí se recoge Dios al ánima como a casa propria; y como si no tuviese cielos en que morar, desciende sobre el monte de Betel (Gen 35,1-4) a se recoger al que se acoge a él solo; y no menos es solicito en recogerse a su casa que su casa en recogerse toda a él solo, no admitiendo a otro alguno.

Allí en aquella altura del monte aparece Dios obrando altísimas cosas, descendiendo sobre el altar del corazón, que allí se edifica, juntas ya las piedras, que son sus fuerzas todas, y la tierra o polvo (le sus cogitaciones; allí muda el nombre a Jacob, porque cesa la lucha interior, desechada toda imaginación; allí le pone nombre nuevo de Israel, que quiere decir prevalecedor en la victoria que hubo de sí mismo, recogiendo por fuerza y subiendo su ejército así como un varón a lo alto del monte; y quiere también decir el que con Dios se enseñorea, lo cual hace el espíritu humano cuando se recoge tanto a Dios y se junta con Él, que puede todas las cosas aquel que lo conforta y le promete y le da, como a otro Jacob, grandes cosas.

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CAPÍTULO V.

QUE NOS AMONESTA RECOGERNOS Y FRECUENTAR El, RECOGIMIENTO



Viste, hermano, cuán recogido es el recogimiento, no para que pierdas las fuerzas ni desmayes en lo seguir, sino para que te ciñas de fortaleza y esfuerces tu brazo, que es el firme propósito (Prov 31,17) y eches tu mano a las cosas fuertes y tus dedos tomen el huso, cuyo oficio es coger y apretar el lino en sí mismo y coger las hebras; lo cual hace este ejercicio recogiéndote a ti y a tus deseos, según viste; y por tanto te dice aquello del Señor (Mt 12,30): El que no coge conmigo, derrama.

El mismo negocio espiritual tiene propriedad muy principal de recoger el corazón, y es ésta la mejor señal o rastro que la gracia por esta vía recibida deja en el ánima, de la cual ahuyenta y lanza todo cuidado superfluo e inútiles cogitaciones que solían derramar al hombre y echarlo de su casa; empero este recogimiento lo restituye y lo quieta en gran sosiego; mas quiere que tú también tengas cuidado de lo frecuentar, según dice nuestra letra, con todas las maneras solícitas que pudieres, parando mientes con gran atención que no vayas contra la inclinación que el recogimiento obra en tu ánima; la cual por la mayor parte será de se recoger más a lo interior del desierto; porque, según está escrito, de dentro sale la gloria (Sal 44,14), a la cual gloria se querría el ánima reducir como a centro de quietud y holganza (Ex 3,3). Tú no seas contra ella, cesando de favorecer su inclinación; en lo cual te torna a decir que pares mientes, porque en sólo no favorecer derramarás mucha harina, entremetiéndote en cosas que valen muy poco en comparación de las que pierdes.

Para mayor declaración debes mirar que ninguno sale maestro en alguna arte sin frecuentarlo mucho, y cuanto más la frecuenta y acostumbra, tanto más presto sale con ella. No seas tú mal mirado que no guardes en este ejercicio y arte lo que veas guardarse en los otros oficios todos, y son dos cosas: La primera, que lo aprendas por salir maestro en él, no contentándote con ser toda tu vida principiante, lo cual es de hombres rudos y descorazonados que no tienen aviso en sus cosas, y los tales aprenden siempre y nunca acaban de llegar a la ciencia de la verdad, y son como aquel del cual se dice (Lc 14,30): Este hombre comenzó a edificar y no pudo acabar.

De gran ignorancia sería el hombre que, habiendo de edificar casa, no tuviese los ojos puestos en la acabar lo más presto que pudiese, para más presto gozar de su trabajo; y si tardaba muchos años en la edificar por negligencia suya, no lo tendrían los hombres por negligente, sino por loco, viéndolo ocupado toda su vida en cosa de que para sí ningún provecho saca, sino daño y gasto y trabajo.

Tú, hermano, si quieres edificar para tu ánima la casa del recogimiento, ten este intento, que te aprovechará mucho, y sea que pienses de salir con ello, como hace el que aprende carpintería, cuyo intento es de salir carpintero; porque después él se aprovechará de su arte según viere que le cumple; habido el oficio, fácil cosa será ordenarlo bien. De esta manera, pues que tú quieres aprender el recogimiento, sea para salir recogido, no en baja significación del nombre, sino en los grados y maneras muy estrechas que viste; y si pudieres tanto recogerte que subas a la estrecha cumbre del monte gustando cosas altas, piensa que en el monte de Betel, que quiere decir casa de Dios, hay muchas mansiones, según dice el Señor, y que la más baja de todas es la tuya. No debes, empero, cesar, mas decir en hacimiento de gracias con el santo Job (Job 29,18-19): En mi pequeño nido moriré muerte preciosa; así como palma multiplicaré días; mi raíz está cerca de las aguas abierta para mejor gozar (le ellas, y el rocío moraba en mi heredad; mi gloria siempre será innovada, y mi arco en mi casa será instaurado.

La manera con que alcanzarás la ejecución de este ejercicio según tu deseo es usándolo, ca por no haber David usado las armas (1 Sam 17,39), no pudo andar con ellas sueltamente y fue constreñido a las dejar, sintiendo que le serían impedimiento para la batalla las que a los ejercitados en ellas eran favor y daban osadía para pelear. Así acaece en este ejercicio a muchos no usados en él; ca piensan que no es sino perder el tiempo e impedimiento de rezar sus devociones, como según de verdad él sea cosa divina en la tierra, que a todos los ejercitados en él da favor y osadía para grandes cosas; y tanto es él mayor en sí, cuanto en los ojos mal mirados parece menor; lo cual tú conocerás si lo usas tanto como un santo viejo, que dijo a un su especial amigo ser sólo el recogimiento remedio de todos sus males y enfermedades, y esto era porque, según de él se conocía, estaba ya muy ensayado en su uso.

No diga que sigue el recogimiento quien todo el día o la mayor parte de él no anda sobre el aviso guardando el corazón; ni se diga que tiene el recogimiento en uso el que con pequeña ocasión se distrae y aparta de Dios; porque los ejercitados, aun en las obras manuales de por casa están tan recogidos y puestos con Dios como los nuevos cuando están muy de rodillas en secreto lugar; lo cual acontece que en los ejercicios corporales sienten los tales mucho trabajo; porque no queriendo o no pudiendo aflojar en lo de dentro la oración y recogimiento, y no cesando en lo que fuera la obra penosa de manos, son de entrambas partes combatidos, y por tanto se debe guardar el ejercicio corporal para cuando el hombre sienta menos devoción.

Esta intención que se debe el hombre dar al recogimiento, que es por quedar con el uso de se recoger en todo lugar, dice San Buenaventura que es lo mejor que podemos tener; lo uno, porque nos llevará más presto a la perfección, y lo otro, porque no contradice a cualquiera otra buena intención particular que te agrade.

El que, por uso y buena costumbre que tiene, obra alguna cosa de virtud, gana mucho: lo uno, que la obra con delectación, gozándose en su obra; lo otro, que merece ser contado entre los ancianos y está siempre aparejado para más merecer, porque obra muy libremente y está más seguro de caer en el vicio contrario de la virtud que ejercita. Así con el uso gana fortaleza y facilidad, y poco a poco se torna como ángel, al cual es dado orar en todo lugar, y también que el uso de la oración se torna casi en naturaleza y es más de ángel que de hombre.

También han de parar mientes en el uso ya dicho los que se dan al ejercicio de la sacra pasión; porque, según la doctrina de San Buenaventura, en ninguna manera se debe llamar ejercitado en la sacra pasión el que lo más del día no la anda contemplando por una vía o por otra; así que vergüenza es llamarnos recogidos o dados a la pasión sin haber por qué, pues carecemos del uso.

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MensajePublicado: Lun Dic 01, 2008 5:51 pm    Asunto:
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SÉPTIMO TRATADO

NOS ENSEÑA COMO HEMOS DE LANZAR DE NOS LOS MALOS PENSAMIENTOS, DICIENDO:

GUERRA DAN LOS PENSAMIENTOS; TÚ CON «NO» CIERRA LA PUERTA



CAPÍTULO I



Los que son astutos en el pelear siempre guardan gente de refresco, para que si los unos fueren vencidos, viniendo los otros tomen esfuerzo para hacer desmayar a los contrarios, viendo el gozo que los favorecidos reciben y el esfuerzo que de nuevo cobran los que pensaban ser vencidos; lo cual parece, por ejemplo, en el esforzado y manso capitán Josué (Jos 8,1-Cool, que para pelear contra los de la ciudad de Ha¡ puso de la otra parte de la ciudad treinta mil hombres en celada y cinco mil al otro lado, y él con toda la otra gente estaban en descubierto y contra la ciudad; y fingiendo que huían de la gente que salió tras ellos, vinieron los treinta mil y tomaron la ciudad, y los cinco mil resistieron a los que volvían a la defender, y ayudándose unos a otros hubieron muy entera victoria.

Ésta es la manera que todos los guerreros sagaces tienen en pelear; la cual no menos conviene al demonio, pues que es muy ejercitado en batallar; ca de él se puede muy bien decir aquello de los Macabeos (1 Mac 1,2-5): Constituyó muchas batallas y alcanzó las fortalezas (le todos, y mató los reyes de la tierra; pasó hasta los fines de ella y tomó despojos de muchedumbre de gentes, y la tierra calló delante de él; y allegó gran poder y ejército fuerte además, y fue ensalzado y elevado su corazón, y tomó las regiones de las gentes y los tiranos se hicieron sus tributarios.

Esto se dice de aquel injusto y muy soberbio Alejandro, que por su mucha fuerza y sin alguna razón se hizo señor de lo que no era suyo; y no solamente en esto, mas en la declaración de su hombre tiene figura del demonio, ca quiere decir fortísimo; según lo cual se puede de él decir (Jue 11,1): Fue un varón fortísimo y peleador, hijo de una ramera. En su mala madre se denota su mala culpa y pecado; de la cual se hizo hijo cuando la obedeció y siguió las amonestaciones de la maldad.

Este endemoniado y fortísimo Lucifer, como otro Alejandro, constituyó y constituye cada día muchas batallas injustas; alcanzó las fortalezas de todos cuando, en vencer a nuestros padres primeros, quedamos en él todos vencidos, como siendo rey sujeto lo es también su reino; y, por tanto, dice que mató los reyes de la tierra, que eran los padres primeros, hechos por la mano de Dios reyes de todas las cosas inferiores; y éstos mató cuando los hizo caer en sentencia de muerte por ser la Majestad de Dios ofendida, amonestándolos que no habían de morir; de lo cual se les siguió la muerte; donde parece haberlos muerto (Gen 3,3). Y dice que pasó hasta los fines de la tierra, que es nuestra carne humana corrompida de la maldad, cuyo fin, dice Dios (Gen 6,5-7), haber llegado corrompida de él a dar queja de nos.

Este pasar es por el pecado original, que pasa de unos en otros como censo perpetuo, o como pasa el cautiverio de la madre a los hijos que pare, o como pasa la carga con la honra, o como pasa la propiedad de la raíz a la fruta, o como pasa la corrupción de la levadura a toda la masa, o como pasa el veneno de la salamandria a la fruta del árbol, de la cual dice Plinio que, si toca la raíz del árbol, inficiona toda la fruta y todo el árbol.

Por esta vía pasa el demonio enseñoreándose de los mortales, y roba muchas riquezas cuando hace pecar a muchos que eran en gracia muy ricos, y calla la tierra delante de él cuando no le resisten, lo cual basta para se dar por suyos. Éste allega muchedumbre de ejército, porque a todos los que vence hace pelear de su parte contra el resto de los que aún no son vencidos; a los cuales él da favor y astucia endiablándolos, según vemos en muchos pecadores, que saben aun más que el mismo demonio, cuyo corazón en esto se ensalza; y también porque, según dice Job (Job 41,24), no hay poder en la tierra que se compare al suyo. Tomó las regiones de las gentes, especialmente porque se hacía adorar de los gentiles, como lo presumió Alejandro y los tiranos se hicieron sus tributarios cuando él se intitulaba príncipe de este mundo, según dice Cristo (Jn 12,31), y también los tiranos, que son los otros demonios menores, le dan de continuo servicio, aunque contra su voluntad; porque si en el cielo no quisieron ser sujetos a Dios, menos querrían en la tierra ser sujetos a Lucifer.

Este fortísimo batallador, que, como otro Goliat, es desde su juventud ejercitado en batalla (1 Sam 17,33), tiene en pelear la manera que comencé a decir, que es guardar gente para de refresco acometer; donde todo su ejército divide en tres partes para mañosamente pelear y hace de él tres escuadrones, que envía uno tras otro, para que los que vencieren el uno sean vencidos del otro, y si algunos escaparen no puedan huir del tercero, según se figura en el libro de los Reyes, do se dice (1 Sam 13,17): Salieron de los reales de los filisteos tres batallones a pelear. Estos filisteos, que son los demonios, asientan sus tiendas en el campo de su malicia y ordenan su hueste en tres batallas.

La primera es de lujuria, que va bien guarnecida y proveída de todo lo necesario para vencer; la cual, según dice San Bernardo, acomete a todos los estados y géneros de personas y a todas las edades, a los feos y a los hermosos, a los grandes y a los pequeños, a los sanos y a los enfermos, y finalmente a toda carne.

Muchos, empero, aunque son muy combatidos, salen vencedores; y contra éstos viene la segunda batalla de la soberbia con todas las dignidades y riquezas, honras y todo aparejo de semejante negocio, para que los que no se quisieron ensuciar en el vicio primero, o por ser torpe, sean vencidos del segundo, que parece limpio y no así vituperable, pues que tan en manifiesto se usa.

Y para los que de este segundo se escapan viene la tercera batalla, muy más feroz y más artera; en la cual vienen los mismos demonios a pelear con los hombres, trayéndoles a la imaginación todo el tropel de los vicios espiritualmente, según se figura Senaquerib, el cual envió contra Jerusalén todo su ejército y poder. Así hace Lucifer, enviando el espíritu maligno contra el ánima que desea y procura de ser verdadera y pacífica Jerusalén todo su poder y artes. De lo cual avisando San Pablo a los fieles, dice (Ef 6,10-12): Confortaos, hermanos, en el Señor y la potencia de su virtud; vestíos las armas de Dios, por que podáis estar contra las asechanzas del demonio; porque ya no tenemos lucha contra la carne y contra la sangre, sino contra los príncipes y potestades, contra los rectores del mundo de aquestas tinieblas, contra espíritus malignos en las cosas celestiales. En estas palabras ha mostrado el Apóstol cuán recia sea esta batalla; lo uno, porque para vencerla, como más ardua, son menester las armas de Dios, que es su divino favor e industria, porque lo humano falta en tanta afrenta; y muestra también recia esta batalla, pues la llama asechanzas, donde allende del poder se denota mucha malicia.

Lo tercero muestra ser grave en decir que no es contra la carne y sangre; lo cual es poco en comparación de esto otro, y los nombres grandes con que nombra los demonios muestra que ponen ellos todo su poder contra aquellos que espiritualmente combaten en las cosas espirituales que el Apóstol dice; las cuales son las virtudes, según dice la glosa, y son también las ánimas de los fieles, a las cuales principalmente se endereza esta tercera batalla, porque las dos primeras más parecen corporales y manifiestas y contra las cosas corporales, y en lo corporal que no en lo espiritual, como esta tercera que consiste en variedad de malos pensamientos que enojosamente fatigan al hombre, de los cuales dice nuestra letra: Guerra dan los pensamientos, tú con «no» cierra la puerta.

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MensajePublicado: Lun Dic 01, 2008 5:53 pm    Asunto:
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CAPÍTULO II.

DE LA MANERA QUE TIENE EL DEMONIO EN PELEAR CON LOS JUSTOS



En las dos batallas primeras parece que el demonio deja hacer a los suyos y a los que son de su parte, esto es, a la carne, que es el primer vicio de que los hombres son combatidos; y también deja hacer al mundo, que abiertamente favorece al demonio contra Cristo; empero, desde que alguno vence estos dos vicios, viviendo castamente y no dándose al mundo, sino a Dios, entonces, viendo el demonio que estos dos amigos suyos son vencidos, envía en batalla interior a los compañeros suyos y vasallos, que son los otros demonios; así que de él se puede decir aquello del salmo (Sal 77,49-50): Envió contra ellos la ira de su indignación, enojo e ira y tribulación, enviadas por los ángeles malos; hizo camino a la senda de su ira, y no perdonó la muerte a las ánimas de ellos.

Para declaración de esto debes saber que en la humana y corporal victoria el vencido, viendo su daño, humillase y hace de la necesidad virtud, o a lo menos muestra humildad, por no indignar más a su prisionero, como parece en aquel gran señor Adonibesech, el cual después de preso decía (Jue 1,7): Setenta reyes, cortadas las extremidades de manos y pies, cogían debajo de mi mesa los relieves y sobrajas de los manjares; así lo ha hecho Dios conmigo como yo lo hice con ellos, pues tengo cortadas las extremidades de manos y pies.

Has de notar que esta sujeción acaece a los presos, mas no a los vencidos que no son presos, sino que huyen destruida su gente, los cuales van tan indignados cuanto más vencidos, como parece en Lisias, capitán esforzado, del cual se dice (1 Mac 6,35): Viendo Lisias el huir de los suyos y la osadía de los judíos, que estaban aparejados o para vivir o para, fuertemente peleando, morir, fuese a Antioquía para que, multiplicados los suyos, tornase otra vez contra Judea. Lisias quiere decir desatador, y es el demonio que se trabaja de desatar y deshacer y destruir en nosotros el recogimiento que nos ata con nosotros mismos y con Dios, porque los lazos de él son ataduras de salud.

Este malvado Lisias puede ser con el divino favor de nosotros vencido, mas no preso; y vencido huye lleno de tanta saña, cuanta fue la confusión con que lo vencieron, y busca manera con que, multiplicados sus artes, vuelva a se vengar con acrecentado furor, de lo cual se sigue que tanto lo debemos esperar más furioso e indignado contra nosotros cuanto más lo hemos vencido; y en esto difiere la batalla espiritual de la corporal: que en lo espiritual el que vence se debe aparejar a sufrir mayor encuentro y trabajo, y en lo corporal el victorioso descansa.

Por eso tú, hermano, si has dejado el mundo y vencido algún vicio, piensa que has enojado más contra ti al demonio y le has dado causa que tenga especial odio y rencor contigo; el cual, aunque parezca que calla, no pienses que hace otra cosa sino armarse y hacer gente contra ti. Por eso tú ponte en cobro y anda más sobre el aviso, ca por ventura se te tornará en confusión la victoria pasada si aflojas en el rigor que tuviste en ella, viviendo ya algo más descuidado que cuando peleabas. No de esta manera, sino que, como otro David, andas la barba sobre el hombro (1 Re 27,1), por no caer algún día en las manos de tu enemigo Saúl, que en persona te busca, y, según dijo el salmo, envía contra ti la ira de la indignación que recibió cuando lo venciste. Y te envía mediante sus ángeles malos, con que ha de arder en el fuego que les está aparejado, ira y enojo y tribulación espiritual con el fastidio de las malas imaginaciones y pensamientos que causan en tu ánima, dándote guerra continua, tanto peor cuanto de más cerca.

La ira del demonio viene contra los más nuevos como por senda estrecha, porque Dios no le da contra ellos tanta suelta, mas contra los que alguna vez lo han vencido viene como por camino bien ancho en abundancia, cuasi hecho juramento de no perdonar las ánimas de ellos, porque la intención con que el demonio trae la ,guerra de los malos pensamientos no es sino por te hacer desesperar o enojar o tornarte loco; y por eso dijo David que había por sus malos ángeles enviado tres cosas: tribulación, que induce a desesperación; e ira, que induce y provoca a enojo; e indignación, que provoca a que el tal se torne loco.

Y por que tú, que sigues el recogimiento, no temas estas guerras interiores que a tanto mal traen, no pienses que con solos los recogidos usa el demonio de aquesta astucia, antes el no ser los hombres recogidos es principio de malas cogitaciones y pensamientos. Y por que no echemos todas las pedradas al demonio, debes saber que de muchas partes se puede causar en ti guerra de pensamientos. Y esta guerra será tal cual el que la moviere, porque si Dios la mueve en tu corazón en pena de tus muchos y envejecidos pecados, será guerra justa para castigar a los que quieren tener falsas amistades con el demonio, como aquellos de que dice San Pablo (Rom 1,28-31): Trújolos Dios a sentido reprobado por su malicia de ellos, para que hagan lo que no conviene, llenos de toda maldad y malicia, fornicación, avaricia, perversidad; llenos de envidia, de homicidios, de contenciones, de engaños, de malignidad; murmuradores, discordes, aborrecibles a Dios, contumeliosos, soberbios, engreídos, inventores de maldades, inobedientes a sus padres, derramados, ignorantes, sin amor, sin fidelidad, sin misericordia.

Esto dice el Apóstol mostrando cómo Dios trae a sus enemigos a las manos de sus enemigos; onde cuando estamos muy enemistados con Dios, que es la persona con que más paz deberíamos tener, en pena de nuestro pecado permite que caigamos en las manos de nuestros mayores enemigos, que son los vicios; de lo cual se nos seguirá exterior e interior guerra, y aun si nos volvemos a él iremos a la batalla del infierno a pelear con las estantiguas infernales a tizonazos y a bocados, según dice el profeta (Is 9,18-19). Hay algunos tan malignos y perversos, que no sólo cuando estuvieren en el infierno, mas ahora se podrá decir de cada uno de ellos aquello de Isaías (Is 42,25): Derramó sobre él la indignación de su furor y batalla fuerte. Sobre el varón incorregible derrama Dios la indignación; lo cual es fuerte batalla, porque los tales tienen tan confusos sus pensamientos como los edificadores de Babilonia tenían las lenguas; y estos tales son guerra continua a sus prójimos, y en ellos se hallan todas las astucias y malas artes que se pueden pensar.

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MensajePublicado: Sab Dic 13, 2008 5:56 pm    Asunto:
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CAPÍTULO III.

DE COMO LOS ÁNGELES PUEDEN MOVER PENSAMIENTOS EN NUESTRO CORAZÓN



Pueden mover también pensamientos en nuestro corazón los santos ángeles, despertando nuestros deseos y dándonos buenas inspiraciones, y causar en nuestra ánima muchas cosas mediante diversos movimientos que ellos saben disponer para nos atraer a lo que quieren; y podíamos decir que las tres jerarquías obran en nuestra ánima tres maravillosos efectos; de lo cual no te maravilles, ca aunque el ángel no pueda entrar en la esencia del ánima, porque esto a sólo Dios pertenece, al cual ninguno resiste y todos lo desean como a muy provechoso morador, que con sola su presencia repara todos los daños de la casa y la consagra y santifica.

Para lo cual debes notar que así como entre las cosas corporales vemos que un cuerpo no se puede penetrar naturalmente con otro ni infundirse en la esencia de él, así en las cosas espirituales naturalmente no se puede penetrar o infundir la una en la esencia de la otra, dejado a Dios aparte, que como lumbre en cristal o agua muy clara se penetra e infunde en la esencia del ánima, o del ángel, por una manera ha aun el ánima que algo de esto que sentido no sabe el cómo se hace hasta verlo hecho; no, empero, es de negar al ángel alguna especial operación acerca del ánima santa que para la sentir estuviere dispuesta, la cual, si por la permisión de Dios sintiese la cercana presencia del ángel, sería muy provocada a cosas espirituales aunque no lo viese; porque si acá en las cosas naturales, por solamente estar algunas piedras preciosas cerca de alguna cosa, se causan ciertas mudanzas, ¿cuánto más se causarían en el ánima que sintiese cercana la presencia de algún ángel?

Lo que me mueve a pensar esto es una cosa que sienten muchas veces los que se dan al recogimiento, y es un miedo muy terrible, que parece que el ánima se quiere salir del cuerpo de puro miedo, y dura poco espacio, aunque a las veces viene a menudo, y amedrenta y escandaliza tanto el ánima, que la desasosiega y queda atemorizada, no sabiendo qué se haga. Ni bastan palabras, ni esfuerzo, ni devoción para la asosegar, y suélese oír antes de esto, aun con los oídos corporales, una manera de crujimiento, que parece que va hendiendo la viga o madero por do pasa; lo cual, así uno como otro, causa la presencia del demonio que se da a sentir, o lo barrunta el ánima, porque muchas veces suele venir este temor grande sin ningún pensamiento que anteceda, y sin algún roído, y .i las veces estando el ánima en mucha devoción y recogida.

Lo cual no debe ser otra cosa sino el demonio que viene a estorbar, y permitiendo Dios se da a sentir, causando en el ánima aquel súbito y nuevo temor que conmueve toda el ánima, y no parece a los temores que acá solemos haber de noche a escuras, pensando en algunos muertos; ni al que habríamos de una serpiente, sino que, sin sentir movimiento ni temblor corporal, teme en gran manera el ánima, lo cual si, según creo, causa la presencia del demonio que se dio un poco a sentir, bien pienso que, si pudiésemos o consintiese Dios que sintiésemos al ángel que nos guarda, que causaría su presencia mucho bien en nosotros, pues que al ánima es tan favorable y convenible.

Dejada esta manera de causar, la que comúnmente se pone es movimiento en nuestros deseos, trayéndonos a la memoria algunas cosas, o disponiendo algunas causas por tal manera, que se siga lo que ellos quieren por sus muy útiles medios. Según lo cual podríamos decir que cada ángel en su manera, mediata o inmediatamente, obra en este nuestro espíritu más inferior que es nuestra ánima; los serafines la inflaman, los querubines la ilustran, los tronos la hacen estable y firme; y esto según las tres fuerzas de la misma ánima, que son la concupiscible, con que desea y ama; la intelegible, con que entiende y conoce; la ejecutiva, con que obra lo que entiende y quiere.

O esto se puede decir que obran, según dice un doctor, conforme a las tres porciones de la misma ánima, que son la superior e inferior e ínfima sensual, donde aun más apropiadamente la primera jerarquía se dice mover la parte más alta de nuestra ánima, la cual mira los primeros principios, y la segunda jerarquía mueve la parte inferior, que mira las conclusiones generales, y la tercera jerarquía mueve la parte sensual, que se derrama más a las cosas singulares. Y conforme a esto podemos conocer que estas tres jerarquías, con sus tres operaciones, son figuradas en aquel edificio de Salomón, del cual se dice (1 Re 6,36): Edificó Salomón el patio interior con tres órdenes de piedras pulidas.

Esto se dice porque la Iglesia triunfante se distingue en tres jerarquías, que se llaman piedras por la estabilidad, y polidas por la recepción de la divina lumbre, que en lo más polido se recibe mejor, y dícese también esto porque el pacífico Rey y Señor nuestro edifica el patio interior de nuestra ánima con estas tres ordenadas jerarquías, que se llaman piedras porque nos hacen estables, y polidas porque nos hacen muy polidos y claros en el amor y conocimiento de lo que amamos; donde a cada ánima se puede decir aquello de Isaías (Is 6,4): Toda piedra preciosa es tu cobertura.

No es mucho decir que todos mueven nuestra ánima, pues que, según dice San Pablo (Heb 1,14), todos son enviados en favor de los que han de conseguir la heredad de la salud. Así que todos vienen y obran en nuestra ánima mediata o inmediatamente cada uno en su manera, y no solamente en nuestra ánima, mas entre sí mismos purgan y alumbran y perfeccionan los superiores a los inferiores, y de mano en mano desciende aquello a nosotros que tenemos de ello más necesidad.

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MensajePublicado: Sab Dic 13, 2008 6:02 pm    Asunto:
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CAPÍTULO IV.

DE DIVERSAS TENTACIONES ESPIRITUALES



En contrapeso de los grandes bienes que los santos ángeles obran en nosotros, vienen por la parte contraria los demonios a nos dar guerra con todo su poder y astucia; la cual en lo natural es muy poco menos que la de los buenos ángeles. Son tan sutiles y fuertes e ingeniosos e sabidos y experimentados, arteros y crueles, y hallan en nosotros tan poca resistencia, que apenas hay quien se escape sin ser muy ofendido de ellos, contra los cuales debemos pelear como los hijos de Israel contra los que guardaban la tierra de promisión.

Sabemos por cierto habernos Dios prometido la tierra de los vivos, que es el cielo; mas estas grandes y fuertes guardas no nos dejan proseguir nuestro camino, que es de virtud en virtud por el desierto del recogimiento, o por doquiera que los justos van a lo que el Señor les prometió; donde en todos los estados de los Hombres hay personas tentadas de muchas y diversas imaginaciones; unos nunca andan pensando sino en sus pecados: cómo los confesaron, si está bien confesado, si dijo aquel pecado, si le quedó por decir alguna circunstancia, si hizo lo que debiera en se aparejar para la confesión. En las cuales cosas y otras más sutiles tocantes a esto andan pensando todo el día, y vienen a parar en una confusión tan grande, que les parece que todo el humo del infierno tienen en la conciencia; y cuanto más ellos la edifican y adoban lo mejor que pueden, tanto más presto viene el demonio a trastornarlo todo confundirlo y decirle que no ha hecho nada, porque tal y tal intención se quedó por decir; y desde que todo lo dice, hácele increyente que mintió en la confesión, y que el confesor no le entendió, y que no le declaró toda la malicia y manera de su pecado.

Tanto fuego y sangre mete el demonio en esta tentación, que, por cosa que los tales hagan, jamás quedan satisfechos ni contentos, antes acaece que mientras más trabajan se satisfacen menos. De donde parece claramente que el demonio tiene metida la mano y puesta guerra cruel en las conciencias de los tales, las cuales jamás se aclaran, aunque confiesan siete y ocho veces un mismo pecado, con mil maneras de circunstancias que el demonio les revela; las cuales van intrincadas y ciegas, que con razón preguntan al confesor muchas veces si los ha entendido.

De esta tentación se sigue luego otro trabajo en cumplir la penitencia, aunque sea solamente decir una avemaría; en la cual reciben los tales tanto trabajo como otros en rezar un salterio.

Lo tercero que de aquí se sigue, tras lo cual anda el demonio, es que no osan comulgar, porque aunque mucho se confiesan, no se ven confesados, ni su conciencia les da de ello testimonio, y así no saben qué se hagan. Miran a una parte y a otra; vense tan enredados, que no hallan salida.

A otros da guerra el demonio por otra parte, y es causándoles interiormente tantas maneras de blasfemia contra Dios y los santos, que les parece nunca hace otra cosa sino decir mal de ellos, tan a menudo y por tan maliciosas vías, que ellos mismos se espantan de las nuevas maneras que en esto hallan, y cuán prestas una tras otra, cuán a punto, y cuán a cada cosa que hacen con tanta novedad y ahínco, que les parece estar en ellos el número de aquel pecado; no piensan otra cosa de día ni de noche, ni pueden dormir sino blasfemar. A lo cual sucede una ira no menos endiablada que lo primero, que confirma los males pasados, y por ella creen los tales que aquellas cosas son en ellos voluntarias y deliberadas; las cuales en algunos crecen tanto, que las pronuncian por la boca cuando están solos; y junto con esto está en el ánima un desplacer y pesar de ello que la fatiga mucho; y ver que lo hace le causa no creer al desplacer que tiene, y así no sabe qué se haga viendo en sí contradicciones.

A otros mueve otra guerra de lujuria espiritual, causando en la imaginación de ellos lo que nunca pensaron, ni oyeron, ni desean hacer, ni lo harían por todo el mundo; y crece esto tanto, que no queda santo ni santa en que no ponen las mismas torpedades muy prestas y nuevas y endiabladas. No osa mirar el crucifijo, ni a la sacra Virgen; cuando entra en la iglesia le ocurren juntos todos los males como si fuesen a donde se cometen todos, y piensa el tal que nunca en el mundo hubo hombre de su manera jamás.

A otros da también guerra haciéndoles entender que pecan en todo lo que hacen, mayormente cuando rezan el divino oficio a que son obligados, haciéndoles pensar que no lo hacen bien, ni lo pronuncian con el estudio e integridad que deberían; y que la m pronuncian por n, y que las primeras y últimas sílabas tampoco las declaran; y cuando dicen el segundo salmo les dice el pensamiento que no han dicho el primero; y algunos hay tan livianos, que luego creen al ligero pensamiento, a los cuales conviene aquello del Sabio (Eclo 19,4): El que de presto cree es de liviano corazón.

Cuando dan los tales pensamientos vanos y escrúpulos más pena, es al tiempo de la misa; cuando hombre ha de consagrar, donde las palabras se han de pronunciar más llanamente y con reposo, es tan guerrero y penoso el demonio, que hace a muchos arremeter con la primera palabra y correr con las medias y silabar con la última; y no contento con esto, háceselas repetir muchas veces como si una no bastase; la cual reiteración tanto menos satisface cuanto más se repite aquí y en todas las otras oraciones, en las cuales si, según dice el Sabio (Eclo 7,15), no debemos reiterar las palabras, menos lo deberíamos hacer en aquellas cinco con que el Señor con sus cinco llagas viene a nuestras pecadoras y llagadas manos.

Otros son tentados por pronunciar muy por entero estas palabras, y por decir hoc dicen hocque, y por est dicen este, y así corrompen el latín y la sentencia.

Suele también el demonio casi imprimir en la imaginación de algunas devotas personas alguna cosa que parece y a él haber de ser muy penosa y contraria a su voluntad; la cual les conserva tan continuamente, que apenas se acuerdan de otra cosa ninguna; mas antes parece que siempre les ocurre aquello a la imaginación para les vedar que no piensen en otras cosas que sean buenas, o para les estorbar el recogimiento.

Da también el demonio guerra a otras personas inclinándoles la sensualidad con gran vehemencia, a otras personas con mal amor, en tal manera que nunca parece que tiene sosiego, sino que quiere ir a buscar a aquella persona cuyo amor siente en sí mal encendido, y apenas le da un rato de reposo, sino que siempre aquel mal amor le guerrea; empero, como esto no sea en la razón, sino en la sensualidad, siente la tal persona en sí otra vía: un aborrecimiento contra aquello que parece forzosamente desear, a lo cual está forciblemente inclinada, y tanto es mayor esta guerra y da mayor tormento cuanto la razón más aborrece lo que en nosotros sentimos.

Como estos movimientos y esta guerra sea interior, no se puede así declarar, y aun apenas se puede entender, ni los tales son creídos de sus confesores o consejeros, antes les dicen que ellos buscan y quieren aquello como de verdad sea la cosa que más los atormente en el mundo; y si por una parte tienen amor y deseo de aquello, por otra sienten gran aborrecimiento a la tal cosa. Esta guerra interior que se causa por obra del demonio es tan recia y da tanta pasión y tormento, que hace al hombre más triste que la noche; y acontece ser tan sutil, que el mismo que la tiene no se entiende ni se puede acabar de declarar a hombre que sea para haber algún remedio; empero, la mucha pena que sienten le es causa de ser penosa a otros, contándoles sus males para tener siquiera por entonces algún descanso.

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MensajePublicado: Lun Dic 22, 2008 10:59 pm    Asunto:
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CAPÍTULO V.

DE OTRAS COSAS QUE NOS DAN GUERRA



Suelen darnos también guerra de pensamientos nuestros cinco sentidos cuando nos da enojo en la oración lo que vimos y lo que oímos, viniendo con mayor tropel cuando nos ven de más espacio orar; donde todos los negocios del mundo ocurren, como si el hombre se quisiese recoger para les dar o para pensar en ello de espacio. De esto decía el santo Job (Job 31,7) que sus ojos habían seguido su corazón; lo cual suele acaecer a muchos que cuando trabajan de se recoger se les va el corazón tras lo que vieron, como los muchachos que andan tras las mariposas que vuelan; y esto suele acaecer a los que miraron algunas cosas curiosamente y oyeron otras con atención, dándoles demasiado crédito.

Causan también guerra de pensamientos las cuatro pasiones del corazón, que son gozo y esperanza, temor y tristeza, las cuales, como cuatro vientos (Dan 7,2) al recogimiento muy contrarios, pelean en la mar de nuestra conciencia para la turbar e inquietar y alborotar.

Danos también guerra nuestra misma memoria, que de sí misma se desmanda y se le anda la cabeza, no pudiendo estar firme en una cosa; mas de su misma flaqueza, sin otra causa alguna, se cae a una parte y a otra, pensando diestros y siniestros pensamientos, y a las veces entonces con más ahínco y más adrede cuando más las queremos quietar con el recogimiento.

Causa también guerra de pensamientos en nuestro corazón la disposición corporal, porque así como los enfermos suelen más desvariar que no los sanos, así suelen pensar en más vanidades; de lo cual se quejaba un santo varón que yo mucho conocí, el cual, estando a la muerte, se quejaba como de mayor daño que no se podía recoger: espantándose mucho cómo lo que tan en uso tenía le faltaba entonces.

Según la diversidad de los humores predominantes y que más dominio tienen, suele dar guerra la diversidad de los pensamientos; y también la mala complexión hace al hombre de pequeño e inquieto corazón; y los bien acomplexionados son más pacíficos en la poca guerra de desvariados pensamientos, aunque la costumbre de los refrenar puede harto remediar al mal acomplexionado, y el descuidado dará guerra al que pensaba tener paz.

Todo el día y aún también de noche constituyen, según dice David, las cosas dichas y otras muchas batallas de pensamientos contra nosotros; así que, mirando en ello, podremos decir aquello del salmo (Sal 55,2): Habe misericordia de mí, Señor, Dios mío, porque el hombre me trae todo el día debajo de los pies, y peleando me da tribulación; acoceáronme mis enemigos todo el día, ca muchos guerreros fueron contra mí; temeré de la alteza del día, mas yo, Señor, en ti esperaré; loaré en Dios mis palabras; en Dios esperaré, y no temeré lo que me ha de hacer la carne; todo el día maldecían mis palabras contra mí todas las cogitaciones de ellos en mal.

En estas pocas palabras ha tocado David, aunque en breve, las cosas que ya he dicho- 'y por que veas cuán bien vienen al presente propósito entendiéndolas espiritualmente, es razón que notes el título de aqueste salmo que comienza: Habe misericordia. El cual es éste según la glosa: Para la victoria por la paloma muda de las elongaciones apartadas. Hizo David humilde este salmo cuando lo prendieron los filisteos en Geth.

Según este título, que espiritualmente quiero declarar, este salmo es una oración que hace el varón recogido a Dios para que lo libre de las guerras ya dichas; donde David quiere decir amado, y es el varón recogido, al cual ama el Padre celestial, porque, según nos declaró su Hijo (Jn 4,24), de los tales quiere Él ser adorado en puro espíritu sin corpóreas imaginaciones. Y es tan bien amado del Espíritu Santo, que se dice holgar sobre el humilde y quieto, y por esto aquí se dice que David humilde hizo este salmo; y hácese más mención al presente de la humildad de David que de las otras virtudes, porque para el recogimiento es principalmente necesaria, según adelante diremos.

Este salmo o oración se hace para la victoria de la guerra sobredicha; la cual se alcanza enteramente cuando se hace en el cielo y parte superior y más alta del ánima aquel divino silencio, aunque breve, donde en paz, sin ruido de imaginación, huelga el ánima en aquel bien no imaginable (Ap 8,1).

De esta victoria tan grande y en espíritu se puede entender aquello que de la mayor victoria de todos los hombres puros se lee, y es (1 Mac 1,1): Calló toda la tierra en su acatamiento.

En el cielo más alto de los tres que hay en nuestra ánima dije ser hecha esta victoria con el divino favor, que en la oración se alcanza la cual el dragón infernal y sus ángeles se trabajan impedir con todas sus fuerzas, trayendo para ello las cosas que les parecen más convenibles, que son desvariados pensamientos según lo cual bien se figuran éstos en los filisteos, que quiere decir llenos de polvo, el cual ellos traen para cegar el corazón del que está orando, y con él le hacen guerra. Por tanto, según esto, es de notar que vence o perturba el demonio al que está orando como el águila al ciervo, que para vencerlo vase, según se dice, a un arenal, y allí se revuelca y se carga de polvo y arena menuda las alas, y poniéndose sobre la cabeza del ciervo, y aferrando sus uñas, comienza con grande astucia a sacudir el polvo que trae sobre los ojos del ciervo hasta que así lo ciega, y él, no viendo por dónde va, se despeña, y a las veces de tan alto que se hace pedazos, y el águila hace de él lo que quiere.

De esta águila filistea cargada de polvo de sus malos pensamientos, con que piensa cegar al ciervo ligero, que es el varón contemplativo, se puede muy bien decir aquello del profeta (Dt 28,49-50): Traerá sobre ti una gente de lejos y de las postreras partes del mundo, en semejanza de águila que vuela con ímpetu, cuya lengua no podrás entender, gente desvergonzada que no cate honra al viejo ni haya compasión del chico.

Desvergonzados pensamientos se trabaja el demonio de traer al que ora, aunque sea tan viejo que la naturaleza le niegue lo que el demonio le ofrece; y estos pensamientos son de tan lejos, que las cosas que el hombre hacía cuando era muy niño le trae a la memoria para le dar guerra con ellas; y si no puede con esto, trae pensamientos que jamás pudo el hombre imaginar; donde claramente se conoce ser traídos por arte del demonio, y esto es no poder el hombre entender la lengua, porque aún apenas se pueden hablar cosas tan malamente enredadas, y vienen como águila que ligeramente vuela con ímpetus tan recios que quieren derribar al hombre en el consentir, y tan ligeros y prestos, que no se puede hombre dar a manos; ni basta la solicitud de Abrahán (Gen 15,11) para echar del sacrificio de la oración aves tan prestas y dañosas, si Dios nuestro Señor no favorece al que ora, así como favoreció a David; el cual primero fue llevado de los filisteos a Geth, que quiere decir lagar donde se estruja el orujo; porque primero que el hombre alcance victoria, sufre mil coces y es traído muchas veces debajo de los pies, según dijo David en el principio de este salmo cuyo título declaramos. Ser traído debajo de los pies y sufrir coces es sufrir el hombre en esta guerra espiritual tan recios encuentros, que cae perdida la esperanza de alcanzar lo que desea.

Para más declararnos David que en espíritu se había de entender la victoria que le demandaba, dice que hizo la oración de su salmo por la paloma muda de aquellas elongaciones y apartamientos que dice el profeta (Sal 54,7-Cool: Mirad que me alongué huyendo y permanecí en la soledad. Esta paloma sin hiel de malicia es la única paloma del Señor, que en los Cánticos se dice ser el ánima fiel, y ha de ser muda, porque para con el Señor no son menester palabras, sino amor, del cual tiene la paloma mucha abundancia y es cosa muy necesaria para el recogimiento.

De lo ya dicho podemos conocer cuán necesaria sea la oración hecha especialmente a fin que sea hombre librado y escape vivo y victorioso de la guerra interior, causada por los malos pensamientos. En figura de lo cual se halla que judas Macabeo oraba cada vez que había de entrar en la batalla, y una vez que no oró fue vencido. Conforme a lo cual dice el patriarca Jacob (Gen 49,19) para nos dar industria cómo hemos de vencer: Gad batallará delante de él y ceñirse ha atrás. El linaje de Gad se dice que había de pelear delante del linaje de Dan, y que Gad se había de ceñir atrás; porque la voluntad se debe adelantar para que el entendimiento salga vencedor, y debe olvidar las cosas mundanas.

Donde Gad quiere decir dichosa, y es nuestra voluntad, cuyo amor es dichoso; pues que, según dice San Gregorio, entra donde no alcanza el entender, que se figura en Dan, que quiere decir el que juzga, y es nuestro entendimiento, al cual se deja el juzgar; empero no puede él juzgar claramente las cosas altas, que, según dice San Pablo (1 Cor 2,16), no caben en el corazón del hombre, a las cuales se adelanta el amor ceñido atrás, esto es, olvidando las cosas que están atrás, que son las bajas y zagueras del mundo.

De aquí puedes sacar otro documento para diestramente pelear, y es provocar mucho tu voluntad a que ame y produzca amor ferviente, el cual muy de ligero consume todas las pajuelas de los pensamientos que al entendimiento se ofrecen.

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MensajePublicado: Lun Dic 22, 2008 11:05 pm    Asunto:
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CAPÍTULO VI.

DEL ESFUERZO QUE ES MENESTER PARA LA BATALLA INTERIOR



De esta batalla de los pensamientos se desechan por mandado de Dios cuatro maneras de hombres (Dt 20,2-9) que son inútiles para el recogimiento donde peleamos, por que Dios posea nuestra ánima en paz.
La primera manera de hombres son los que han edificado casa y no la han estrenado. Éstos son los que han entrado en la casa de la religión que más les agradó, la cual casi edificaron para sí en la elegir; empero no la han estrenado los que no guardan las cosas menores que en ella pertenecen a los principiantes; y éstos no son idóneos para la batalla del recogimiento, porque, como un santo dice, no debe preguntar por la perfección mayor el que desprecia la menor.

La segunda manera de hombres que se desechan de la batalla del recogimiento son los que han plantado majuelos que aún no llevan uvas de que todos puedan comer, en lo cual se desechan de aqueste ejercicio los clérigos codiciosos que se ejercitan en la viña de la Iglesia cuyos frutos enduran no partiendo con los pobres, según son obligados, y, siendo notados de codiciosos, no se admiten a esta batalla; y señálase más en éstos la codicia que otro vicio, porque comúnmente reina más en ellos y son las personas de menos caridad del mundo, aunque sean más que nadie obligados partir con los pobres.

La tercera manera de hombres que de esta batalla se desechan son los desposados, en lo cual se desechan de aqueste ejercicio los seglares que viven en el mundo, si aman malamente las cosas carnales, ca éstos se entienden en los desposados, que suelen con demasiada afición amar.

La cuarta manera que se reprueba es de los hombres medrosos, que de temor no osan comenzar el recogimiento donde les mandan vencer la guerra de los pensamientos, lo cual tienen por imposible, atándose a un ejemplo que leen en la vida de San Bernardo, del cual se dice que prometió su mula a un labrador por que le dijese una muy breve oración sin pensar cosa alguna que fuese, y él al medio de la oración comenzó a pensar si se la habían de dar ensillada y enfrenada.

Este ejemplo en cosa que iba sobre apuesta no vale nada; ca el negocio de que hablamos no ha de ir sobre apuesta, sino sobre fe y esperanza del Señor; del cual se dice que ha de tornar en nada nuestros enemigos para que podamos hacer algo nosotros; y según esto dice San Gregorio: Ninguno atribuya a sí mismo si venciere las cogitaciones, porque el mal de la corrupción que cada uno trae desde principio de sus carnales deseos ha de ejercitar en el curso de su edad; y si este mal no lo reprimiere de presto la mano de la divina fortaleza, todo el bien de la naturaleza traga la culpa hasta el profundo, porque ni el que planta ni el que riega es algo, sino Dios que da el crecimiento. No dice aquí este santo que desesperes, mas que, si vencieres, atribuyas a Dios la victoria, que tanto será más gloriosa cuanto de más poderosa mano fuere alcanzada.

Lo que algunos acerca de esto desean saber es la causa de que proceden los pensamientos que les dan fatiga; si vienen de parte del demonio, o de parte del mal deseo proprio de que cada uno es tentado, o de parte de alguna mala ocasión o peligro a que se han puesto, o de cualquier de las causas que arriba se pusieron, proceden los malos pensamientos.

A esta duda respondió San Bernardo diciendo: ¿Quién es tan velador y tan diligente guarda de sus movimientos interiores, o hechos en sí o de sí procedentes, que claramente entre cualesquier cosas ¡licitas sepa discernir con el sentido de su corazón la enfermedad del ánima y el bocado de la serpiente? Yo no pienso ser esto posible a alguno de los mortales, sino aquel que, alumbrado del Espíritu Santo, recibió el don especial que el Apóstol (1 Cor 12,10) cuenta entre las otras gracias suyas, y lo nombra discreción de espíritu.

Donde cuanto quier que alguno, según Salomón (Prov 4,23), guarde su corazón con toda guarda, y todas las cosas que dentro de él se mueven conserve con vigilantísima intención; y aunque contino ejercicio haya tenido en estas cosas a frecuente experiencia, no podría apuradamente conocer y discernir en sí ni apartar el mal que dentro nace y que de otro se siembra, para que también nazca; porque ¿quién entenderá las maldades? (Sal 18,13) Ni nos va mucho en saber de dónde nos viene el mal, con tanto que sepamos que lo tenemos; mas antes debemos velar y orar por no consentir a él de cualquier parte que sea; acá ora el profeta contra el un mal y el otro, diciendo (Sal 18,14): Líbrame, Señor, de mis males ocultos, y de los ajenos perdona a tu siervo. Yo no puedo datos lo que no recebí, ca confieso que no recibí de donde señale cierto conocimiento entre el parto del corazón y seminario del enemigo. Ciertamente lo uno y lo otro es malo, y lo uno y lo otro es de mal; lo uno y lo otro es en el corazón, mas no del corazón; esto todo, cierto, es en mí, aunque sea incierto de lo que deba atribuir al enemigo y de lo que deba atribuir al corazón, y esto, según dije, sin peligro.

Esto ha dicho San Bernardo, en lo cual nos muestra cómo no es cosa peligrosa ignorar de dónde proceda la guerra de los malos pensamientos; basta que sepamos que es guerra hacedora de dos males principales, según aquello de los Macabeos (2 Mac 14,6): Las guerras crían las disensiones y revueltas, y no dejan estar el reino quieto. En el cuerpo cría esta guerra de los malos pensamientos la disensión y el desconcierto, en que no se conforma la sensualidad con la razón; y en el ánima hace otro gran mal, no dejándola estar quieta y sosegada, para que así sea en paz del Señor poseída.

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MensajePublicado: Lun Dic 22, 2008 11:10 pm    Asunto:
Tema: Tercer Abecedario Espiritual, por San Francisco de Osuna
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CAPÍTULO VII.

EN QUE. SE HALLA ALGÚN CANTO DE LA PAZ



Como, según dice San Agustín, la paz sea el último bien que se busca en la guerra, el buen juicio nos convida a que hablemos algo de ella; aunque, según verdad, ella sea cosa tan excelente que sea necesaria la mano de Dios para la hacer, en especial esta de que hablamos; lo cual quiso sentir el profeta David, cuando dijo (Sal 45,9-11): Venid y ved las obras del Señor, que puso maravillas sobre la tierra, quitando las guerras hasta el fin de la tierra: quebrantará el arco y desmenuzará las armas y quemará con fuego los escudos; vacad y ved que yo soy Dios: seré ensalzado en las gentes y ensalzado en la tierra. Mucho es quitar Dios la guerra del ánima; empero gran maravilla es quitarla hasta los fines de la tierra mortal que traemos en este terreno cuerpo.

El arco que ha Dios de quebrantar es la malicia del demonio con que lanza en nuestra ánima malos pensamientos. Las armas que ha de desmenuzar son las mismas saetas y todas las otras astucias que entonces se desmenuzan, cuando, aunque vengan al ánima, no hacen daño, mas de presto se caen; el escudo con que el demonio se defiende de nosotros es nuestra misma carne, diciendo que ella es inclinada mucho a mal desde su juventud, y que él no nos hace mal, sino ella; la cual con el fuego del Espíritu Santo, según dice la glosa, ha de ser quemada para que allí se purifique como vaso del templo de Dios.

Donde después de esto dice el Señor que vaquemos en descanso de paz y veamos que Él es Dios hacedor de estas cosas, y ha de ser ensalzado en las gentes, que eran los pensamientos que nos perseguían ya tornados a bien; y ha de ser también ensalzado en la tierra de nuestra carne, que no le contradice.

Esta paz promete el Señor al que busca, diciendo (Jer 29,11-14): Yo bien sé los pensamientos que pienso sobre vosotros, dice el Señor; mis pensamientos son de paz y no de aflicción, para que os dé fin y paciencia, y reduciré vuestra cautividad, y congregaros he de todas las gentes y de todos los lugares. Puesto que, según verdad, ha de hablar el Señor esta paz en su pueblo, que son las potencias y fuerzas de nuestra ánima; empero también es razón que nosotros pongamos a lo menos algunas treguas, entre tanto que el Señor provee de paz; lo cual haremos si buscamos algunos medios para que no moren en nosotros los malos pensamientos.

A los demasiadamente escrupulosos no quiero decir alguna cosa; y digo demasiadamente escrupulosos los que son claramente sentidos y conocidos por tales, y son muy penosos en las casas donde moran, dando con mucha razón que decir a todos y haciendo pecar a muchos; de lo cual pienso que darán estrecha cuenta a Dios, pues que se hacen monas en el coro, y todos tienen que mirar la trápala que traen con su verso; el cual pronuncian los otros en descanso y según se debe hacer; mas el que quiere ser singular entre todos no digo que lo hace por ser visto mejor que todos, aunque a las veces acaece, ca mostrándose singular en la solicitud muy demasiada que pone, no solamente en la lengua con que pronuncia, que esto medio mal sería, sino en las voces y silvos y ronquidos que da, en especial cuando consagra, cuando había de estar quieto para mover al pueblo a devoción: allí se ve en tanto aprieto y hace tantos ademanes corporales, que los presentes dudan con razón si consagra o no, o si duda el misterio y cosas semejantes.

Estas cosas digo porque las he visto y me han venido a preguntar si consagraba el tal; porque los que oían su misa tenían duda de ello, y el que se excusaba de la oír y servir se tenía por bien librado.

A estos que así están depravados no quiero decir cosa alguna, porque son cabezudos y no dan crédito a persona del mundo, antes el demonio les enseña unas glosas que dan a cuanto les dicen para que no den lugar sino a su proprio parecer, el cual no quieren dejar por mucho que les digan, mas antes andan imaginando, no cómo creerán los sanos consejos, sino cómo se defenderán de ellos; y adrede hacen más monerías, por dar más pena y ser más enojosos y cargosos a los que llana y simplemente sirven con alegría de corazón al Señor.

No quiero decir tampoco a éstos cosa alguna, porque los más de éstos tienen ramo de locura y no pequeño, que como a lunas los atormenta unos días más que otros; y por tanto los tales, para remediar la vanidad que tienen en la cabeza, estudian de comer bien y dormir mejor, no matarse mucho en trabajos, porque en esto paran los escrúpulos excesivos, aunque sería mejor que parasen en obedecer a los sanos consejos que les dan los varones sin pasión.

Tampoco no me quiero curar de éstos, porque son ajenos de la verdadera devoción y ponen todo su estudio en hablar con Dios como si hablasen con Laurencio Valla, o con otra persona que luego les hubiese de acusar el mal latín. Honran a Dios con los labios, y el corazón tienen puesto en los escrúpulos y en si lo dice o no, o si ha dicho lo otro o no, como si fuese obligado a se acordar de todo lo que dijo y tuviese Dios el que les toma la lección que han decorado, siguen la letra muerta y dejan el espíritu que, según San Pablo, da vida; y dicen que a la letra son obligados y no al espíritu, no mirando que habían de hacer lo uno y no dejar lo otro. Son como el mal siervo, que de miedo de perder no dio al cambio el marco de su señor, sino guardólo entero pensando de hacerle pago con él; mas no fue así, ca le demandó el señor la usara muy duramente.

No quiero tampoco decir cosa alguna a éstos, porque son muy pocos los que de su voluntad caen en tanta demasía, aunque ellos, siendo pocos, se hacen tanto sonar como si fuesen muchos, a manera del fariseo, que hacía mucho ruido en el templo. Solamente les ruego a éstos, aunque de verdad son muy pocos, que se encubran lo más que pudieren, por que no den a sus hermanos desasosiego ni sean tan cargosos.

El que confesare a los tales débeles dar la penitencia conforme al vicio, quiero decir que, si él la suele repetir muchas veces, le dé en penitencia que no la reitere, sino que diga tal oración una sola vez mal o bien dicha, según la fragilidad humana, que apenas puede hacer cosa que no padezca tacha; y si se tarda mucho en cumplir la penitencia, débele imponer tiempo limitado, el que bastaría para cualquier otra persona; y cuando le oye sus pecados, en habiendo entendido el confesor la cosa, luego le debe decir que pase adelante, que diga otra cosa, que ya está entendida aquélla; y si la cosa que dice no es pecado, no le debe consentir que la diga más, sino decirle que no es aquello nada, que lo deje.

Los que tienen la culpa de esto son los prelados, que no tienen vigilancia de remediar con tiempo a los tales, apartándolos de singularidades y haciéndolos conformar con los otros; y deben y son obligados los prelados a mandar a éstos que en el coro estén junto con ellos, para no los consentir ninguna especialidad, sino mandarles que callen mientras el otro coro dice; y que no diga la cosa más de una vez, y que no haga más ruido que los otros; y débele mandar que se confiese con él o le dar un confesor sabio, y mandar al escrupuloso por obediencia que lo crea en todas las cosas y haga todo lo que dijere.

Estos remedios es obligado el prelado a poner en su oveja, y otros semejantes que viere convenir, y no aguardar a tiempo que ya el escrupuloso esté tan contumaz que no quiera obedecer, como uno que yo conocí, para remedio del cual demandó su prelado al papa facultad para dispensar en algunas cosas y quietar la conciencia de su fraile; y el papa le concedió para con aquel súbdito escrupuloso toda su facultad plenaria, con lo cual pensó el guardián que todo se remediara. Empero, el otro tenía ya tan creídos sus escrúpulos, que no tuvo en mucho la gracia recibida, lo cual causó la tardanza del remedio y tener ya endurecido el corazón en su parecer.

Mucho es de doler de aquestos tales, que en las cosas de Dios, donde las ánimas se deleitan, las de aquéstos se atormentan, y viven algunos viéndose tan enredados en sus escrúpulos que no se pueden valer. El remedio de los cuales sería tomar el consejo que les dan sus hermanos, y creer que pagan mejor el oficio que no ellos.

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MensajePublicado: Vie Ene 02, 2009 1:38 am    Asunto:
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CAPÍTULO VIII.

DE ALGUNOS REMEDIOS CONTRA CIERTAS TENTACIONES



A los que son muy escrupulosos en la confesión debería bastar un solo aviso, el cual dio un santo varón a uno que vino a él con esta demanda, y fue que jamás pensase en las cosas tocantes a la confesión sino el tiempo limitado en que se aparejaba para confesar, el cual tiempo debe ser según el estado de la persona. A los que se confiesan cada día, o casi cada día, bástales tanto tiempo para se aparejar cuanto gastarían en decir un salmo de Miserere me¡, Deus, el cual debemos ser solícitos en se acordar; y si antes o después les ocurrieren a la memoria otros pecados, hanlos de remitir al tiempo del aparejo, y no darles audiencia, sino decirles que se vuelvan a su tiempo; y si de esta manera no lo haces, nunca el demonio dejará de te representar aun lo que has muy bien confesado, y hacer increyente que no es así. Empero, si tú le limitas el tiempo, no te podrá hacer tanto mal.

Los que dudan si van bien confesados y piensan que no se declaran bien, o que no se han confesado, bástales para satisfacer a Dios y a sus conciencias que no dejen a sabiendas cosa por confesar en cuanto en sí fuere, y con sólo esto se deben contentar y creer más a la razón que a sus erróneas conciencias; y estos tales deben ser compelidos de sus confesores a que comulguen, y no les deben consentir repetir la confesión muchas veces, ni que hagan más de lo que buenamente suele hacer cada fiel cristiano.

Si éste es religioso, debe su prelado mirar por él, no con menor astucia que si lo viese inclinado a otro cualquier vicio; pues que de aquí suele nacer la desesperación; y debe mandar al confesor que no lo deje pasar con sus escrúpulos o confesarlo él, y reprehenderlo gravemente de toda demasía.

¿Qué diremos a los que tienen la guerra cruel de la blasfemia y lujuria que espiritualmente los fatigan? Los que quieren ser espirituales han de pensar de ser espiritualmente guerreados; porque así como no entraron los hijos de Israel en la tierra de promisión sin vencer las siete gentes, así nosotros no entraremos a la perfección sin vencer en espíritu los siete vicios. Corporalmente vence el espíritu de la blasfemia el que no dice mal de Dios, mas refrena su lengua en decir mal y alaba al Señor.

Otra manera hay de vencer este vicio más espiritual, porque hay otra peor guerra más secreta; donde comúnmente ninguno suele decir mal a Dios si no le hacen algún enojo o acontece algún desastre, de manera que su guerra y el encuentro que recibe es exterior, y por eso es cosa fácil de vencer, y esta guerra no es con los príncipes de las tinieblas, pues claramente vemos el combate delante de nuestros ojos; empero, cuando acá dentro está el principio del mal y del demonio, trae su negocio por las tinieblas secretas de sus astucias y mueve dentro en nosotros el torbellino de la blasfemia, de lo cual se quejaba David diciendo (Sal 21,8-9): Las deshonras de los que te maldicen cayeron sobre mí. Los demonios son los que siempre maldicen a Dios, y las deshonras de aquéstos son sus pésimas blasfemias y artes lujuriosas, con que dan guerra secreta, y permite el Señor muchas veces, a provecho de los suyos, que el demonio derribe sobre nuestra ánima sus artes, para que cause en nuestra imaginación todas aquellas locuras, turbándola; lo cual le fue defendido cuando hubo de tentar y dar guerra al santo Job, cuya ánima le mandó Dios (Job 2,6) que guardase, no permitiéndole que turbase su imaginación; lo cual si en nosotros permite el Señor, es para que se purguen nuestros pecados y sea nuestra victoria más gloriosa.

Y aunque dije poner el demonio esta guerra en lo interior de nuestra imaginación, acontece también que la acrecienta dando motivos en las cosas exteriores, porque entonces crece más la tormenta dentro cuando de fuera nos es hecho algún sinsabor. Lo que en esta guerra acontece, que consiste en torpes imaginaciones y pensamientos muy desconcertados y muy diversos; lo que en esta guerra da mucha seguridad al que es guerreado, es conocer que no consiente, porque, según dice San Bernardo, nuestro enemigo es flaco y no vence sino al que quiere darse por vencido; según lo cual mientras en esta guerra no nos diéremos por vencidos, no aprovechan al demonio sus sueños y fantásticas cogitaciones. Así que nunca nos hemos de dar por vencidos en este negocio, ni aunque creciese tanto que el demonio nos hiciese pronunciar el mal por la boca, ni por eso debe pensar que ha ganado victoria, si hay en nosotros algún descontento y aborrecimiento de aquello.

Lo segundo que más presto nos dará victoria del muy soberbio Lucifer es menospreciarlo, no haciendo caso de aquello que pensamos por su industria; lo cual tanto más ligeramente desecharemos cuanto más lo tuviéremos en nada; porque de verdad ello no es cosa que daña, sino que purga las ánimas, y según esto debemos hacer como el que va por alguna calle, y el aire trae contra él muchedumbre de polvo para que no pase, de lo cual él no se debe curar, sino cerrar los ojos y pasar adelante; así en estotro el cerrar los ojos, menospreciarlo y pasar adelante es perseverar en oración y buenas obras; porque aquello presto se caerá como polvo, que, cesando el aire, se cae; y así, en cesando el aire de la industria del demonio que lo trae, luego cesa en nosotros; ca no nace en nos, sino él lo siembra para que nazca, lo cual nunca permitirá el Señor si confiamos en Él.

Porque en la diez [letra] entiendo de hablar más por extenso de las tentaciones y sus remedios, a la letra de que hablamos te ruego que pares mientes, si quieres ser recogido siguiendo aqueste santo ejercicio, en la cual te amonesto que para desechar los diversos pensamientos que te ocurren uses de un muy breve medio, y es que le digas de no cuando vinieren al tiempo de la oración, el cual es tiempo que tú gastas en negociar con Dios; y por eso sea el portero la providencia, y diga a todos que no pueden por entonces librar; que no se admite nadie, que no son menester, que no los llaman, que no aprovechan, mas antes dañan por entonces. Con que no los quieren, que se vayan. Esta breve palabrilla no es la que lo niega todo, y con ella puedes despedir a todos.

Y avísote que no alargues en lo interior más pláticas, porque ofenderás mucho al recogimiento, y examinar por entonces las cosas será mucho estorbo; por eso tú con no cierra la puerta. Bien sabes que ha de venir el Señor y ha de entrar a tu ánima estando las puertas cerradas, que son tus sentidos; por tanto di a no que sea el portero que las apriete y atranque bien, diciendo a todos los que vinieren que no. Empero, dirás qué será mal decir a Dios de no, pues él solo es esperado. A esto se responde que Dios por otra parte ha de venir, la cual tú no sabes, pues que el espíritu que inspira donde quiere, no sabemos de dónde viene, ni por dónde viene, ni dónde va, ni por dónde (Jn 3,8).

Hay un no en el entendimiento que es error, y otro que es infidelidad, y en la voluntad hay también no de pecado, y todos éstos desechan a Dios y traen las cosas mundanas; empero, este no del recogimiento desecha todo lo criado que entra por las puertas de los sentidos y abre el corazón a Dios, que por esta vía no se desecha, antes a todos desechamos por solo él: así, si quieres vencer esta guerra de los pensamientos, pon en la honda de tu industria este no, y derribarás al que te viene a estorbar, como David derribó a Goliat.

Aunque tengas cerrada la puerta de los sentidos, todavía has menester a no, para con que hagas que aun se aparten los que pensaban venir. Has de pensar que aprovecha mucho este no, para que con él te defiendas del demonio, que viene mientras tú estás recogido a quebrantar tu clausura, y con no le quebrarás la cabeza, como se figura en el libro de los jueces, donde se dice (Jue 9,53): Allegándose Abimelec cerca de la torre, peleaba fuertemente, y juntándose a la puerta, trabajaba de poner fuego; y viérades una mujer que lanzó de encima un pedazo de una piedra grande, y diole en la cabeza, y quebróle el cerebro. Abimelec quiere decir dador de consejo, y es el demonio, que entonces nos viene a dar buenos consejos, sin que se los demandemos, cuando estamos recogidos y encastillados en la torre del recogimiento; mediante el cual se sube el hombre a la parte más alta de su ánima para alcanzar algo de las cosas eternas. Lo cual por evitar el demonio llégase por voluntad y pelea fuertemente, haciendo todo lo que puede; y como inmediatamente no tenga que ver con la porción y más alta parte del ánima, ni la pueda perturbar, llégase a la puerta, que es la sensualidad ínfima que está en esta nuestra carne situada, a la cual se trabaja de poner fuego de malos deseos y de nocivos pensamientos.

Empero, la mujer sabia, que tiene sus lomos ceñidos con fortaleza, estándose en lo alto, láncele a la cabeza, que es el principio de su amonestación, esta palabra no, y valdrá tanto como un buen guijarro pulido, como lo era el de David; y de esta manera cumplirá el consejo de David, que nos amonesta dar con los pensamientos en la piedra, según declara San Jerónimo. Y con gran misterio dice la Escritura que le quebrantó el cerebro; porque en él se aposenta el sentido común y la imaginación y fantasía y la estimativa y la memoria corporal, lo cual debe cesar en el recogimiento, porque a él antes daña que aprovecha cualquiera de estas cinco cosas; así que con este no hemos de quebrar el cerebro al demonio; lo cual liaremos si vedamos que se aparte del nuestro, y no lo mueva mediata o inmediatamente, cuando nos retraemos a lo alto del recogimiento. El corazón, según conocen los que entran en él, todo es puertas y ha menester muchos porteros, y todos que despidan con este no; cuyo valor más conocen los que más se recogen, porque en este caso del recogimiento afirma más que niega.

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MensajePublicado: Vie Ene 02, 2009 1:50 am    Asunto:
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OCTAVO TRATADO

HABLA DE COMO LOS QUE SABEN HAN DE ENSEÑAR, Y LOS QUE NO SABEN HAN DE SER ENSEÑADOS EN LA VIDA DEL RECOGIMIENTO, Y DICE: HARÁS MAESTROS A TODOS Y, AMÁNDOLOS, HUYE A UNO



CAPÍTULO I



Entre las otras causas porque el varón contemplativo se compara al águila, es una principal aquella que escribe el santo profeta, diciendo (Dt 32,11): Es así como águila que provoca a volar sus hijos, extiende sobre ellos sus alas volando encima de ellos muchas veces. El que sabe subir en alto por el vuelo de la contemplación y pone en las alturas el nido de su recogimiento, no es razón que olvide los que acá en lo bajo quedamos, sino que nos provoque a volar; pues tenemos para ello habilidad y deseo, razón es que extienda sobre nos sus alas, mostrándonos las maneras que él tiene en el volar; y si no bastare una vez, sea muchas; porque los muy nuevos deben ser muy informados, mayormente para tan alto vuelo como es el del recogimiento, donde acaece subir tanto que se pierde el contemplativo aun a sí mismo de vista, como el que decía no saber si estaba en el cuerpo o fuera de él (2 Cor 12,2).

A la cual cumbre y altura debe el contemplativo, como el águila, provocar a que los otros vuelen, siendo en ello tan solicito como el águila para que sus hijos vuelen, cuando los siente para ello aparejados. Y débelos provocar y volar sobre ellos, que es enseñarlos por palabra y por ejemplo; porque no basta provocar de palabra si falta la obra, que mueve mucho más; y también posar sobre ellos es exceder a los que enseña, porque sea el maestro sobre el discípulo y no al revés, sino que vuele más para que por oración vaya adelante a les aparejar favor de aquel a quien todos vuelan; porque de esta manera habrá muchos enseñados en el arte de volar; lo cual todos debemos desear y procurar con todas nuestras fuerzas, según lo amonesta nuestra letra diciendo: Harás maestros a todos y, amándolos, huye a uno.

Esta letra tiene dos sentidos, según los cuales su glosa tendrá dos partes. El primer sentido o declaración quiere decir que con nuestra buena doctrina y ejemplo hagamos a todos los otros maestros, enseñándolos en el arte del recogimiento si lo hubiéramos aprendido; y amando a los que así hubiéremos enseñado con amor especial, nos vamos huyendo a uno que sobre todos es maestro en los cielos; en tal manera que no echemos todo el tiempo en enseñar apartándonos de la escuela interior y secreta, adonde Dios enseña al ánima, ca no debemos ser como unos letradillos, que, siendo enseñados en una ciencia, se apartan de los estudios por la ir a enseñar a otros y no aprenden ellos otras cosas que les faltan; no así nosotros, sino que enseñando a los otros aprendamos en el continuo estudio del recogimiento cosas mayores, al cual debemos huir.

En el segundo sentido o declaración querrá decir nuestra letra a cada uno de los que siguen el recogimiento que aprenda de todos, teniéndolos por maestros de alguna singularidad o especial virtud que viere en cada uno digna de ser imitada, y en lo demás se aparte de todos, no dejándolos de amar, y vaya huyendo a uno que debe elegir en único maestro para que le enseñe este camino; y no debe tener con todos comunicación, sino que los imite en lo bueno que viere, y no dejándolos de amar, se vaya a guarecer y amparar a uno que sea tal cual conviene, al cual se debe dar sujeto para ser de él cumplidamente y con mucho amor enseñado; y, por tanto, te dice que vayas huyendo, porque si vamos huyendo a alguno, esperamos ser de él guarecidos, y favorecidos, y amados y recreados.

La causa que principalmente me movió a escribir este libro fue por traer a noticia común de todos este ejercicio del recogimiento; donde por esto puse en la letra esta palabra a todos, no siendo aceptador de personas, sino enseñando a todos cómo se han de llegar al universal Señor, que quiere ser de todos servido y tener con todos amistad; ca escrito está (Prov 8,1-3) que la sabiduría dulce y muy sabrosa llama y da voces a los hijos de los hombres, no solamente en los montes altos, mas a las puertas y entrada de la ciudad, y en las plazas da olor de suavidad.

Algunos, empero, hay que no sufren con igual corazón que tan delicado ejercicio se comunique a personas envueltas en pecado y dadas a los deleites carnales y entremetidas en los negocios mundanos, y dicen que mal puede pensar de Dios el que tiene la mujer .¡I lado. Al que dijere aquesto le puedo responder que yo no escribo ni amonesto aqueste ejercicio sino a los que guardan los mandamientos de Dios, sean quien fueren; y a los que no los guardan les notifico que son obligados a los guardar, y si los guardan les doy por muy sano consejo que sigan la oración y se aparten de las cosas ,pie los apartan de Dios, y vivan sin reprehensión de corazón, guardando los santos mandamientos de Dios, en los cuales está entera y muy cumplida salud; por lo cual se llaman mandamientos de vida, ca dan vida al ánima y la constituyen en caridad perfecta, para que el amor que procediere de la voluntad, informado de ella, sea más acepto para con Dios y merecedor de todo bien.

Y si alguno dijere que San Jerónimo dice no tocar la gracia del Espíritu Santo el corazón de los profetas en el acto matrimonial, bien lo creo; mas en este ejercicio no tenemos intento a ser profetas, sino amigos de Dios, lo cual pueden ser los hombres sin ser profetas, y puédenlo ser siendo casados, y aun merecer en esto mucho delante de Dios, si es el que debe, como lo son muchos; y, por tanto, no se les debe negar cualquier manera de oración que disponiéndose quieran usar. Si cuando San Jerónimo dice no tocaba el Espíritu Santo al casado profeta, pudiéralo tocar después cuando vacase a la oración. Ningún fiel cristiano negará lo ya dicho, si no quiere negar con algunos herejes el sacramento del matrimonio, en el cual, según tiene la santa madre Iglesia, comunica Dios su gracia a los que lo reciben dignamente; y por eso lo llama sacramento, que es señal de cosa sagrada que en él se recibe, la cual es la gracia interior.

Este santo matrimonio es orden, no de Santo Domingo, ni de San Francisco, ni de San Pedro, sino orden de Dios instituida por la boca del Padre Eterno en el paraíso terrenal, apoyada por su Hijo en Caná de Galilea, donde alegró los convidados por su nueva maravilla; es confirmada del Espíritu Santo, que comunica su gracia en el santo sacramento del matrimonio a los que sin pecado mortal lo reciben. Los que guardan los santos mandamientos de Dios y son leales en el sacramento del matrimonio, en ninguna manera deben ser apartados de la contemplación, si la quieren seguir, antes han de ser favorecidos; y los que les aconsejan que no oren, no pienso que pecan menos que si les vedasen entrar en religión; ni piense alguno que su intención lo salva, pues procede de ignorancia, que no excusa pecado.

Son hoy día algunos como los que defendían y apartaban los niños que no se llegasen al Señor cuando su Majestad pasaba por alguna calle, a los cuales reprehendió el Señor diciendo (Mt 19,13-14): Dejad los pequeños venir a mí y no los estorbéis.

Anda, sin duda, el Señor con su santa inspiración por las calles y por las plazas buscando muy especiales amigos, ca no se contenta con los que están encerrados, sino que también quiere de los otros; según dice San Gregorio sobre los Cánticos (Cant 3,1-3): Los que estamos encerrados debemos en espíritu salirlo a buscar, como hace la esposa; y esto ponemos por obra cuando tenemos humildad para imitar algunas especiales virtudes que tienen ciertas personas que ¡notan en el mundo mediante las cuales mora Dios en ellas.

Lo que hace a algunos dificultad, es aquello que comúnmente dicen de la bestia que era mandada apedrear si se llegaba al monte; lo cual ellos glosan a su propósito, mas no bien; pues que en el mismo capítulo (Ex 19,12-13) es también mandado apedrear el hombre que llegare al monte; y a los sacerdotes también se veda que no se acerquen al monte; donde, así como yerran en esta glosa, yerran en todas las autoridades de la Escritura y dichos de los santos, que alegan para probar que los seglares no deben ser instruidos ni enseñados en la oración mental, contra lo cual amonesta nuestra letra a todos los que han recibido este don que lo comuniquen debidamente a todos los fieles cristianos que quisieren darse al santo ejercicio; porque no creo que santo alguno, ni escritura auténtica, veda tal cosa, antes hallo que el bienaventurado San Pablo no amonesta en sus epístolas otra cosa con más instancia que inducir a los cristianos que oren y se den al santo deseo de las cosas divinales; y Cristo nuestro Redentor a la pobre mujer samaritana enseña cómo había de orar en espíritu, según oran los verdaderos adoradores de Dios; y le amonestó pedir del agua viva (Jn 4,14), que era el espíritu que habían de recibir los creyentes.

No sea nadie como Simón leproso, que luego juzgue por pecadores a los que no se contentan en la forma de su vida, porque Dios obra dentro en las ánimas que se convierten a Él otras cosas secretas. Ana, la madre de Samuel, lloraba en el templo (1 Sam 1,10-20), mas Helí burlábase de ella, juzgándola por muy entremetida en las cosas no convenibles; empero venció la humildad, y valió más su breve y Ferviente oración que no los muchos años que el viejo había gastado en el templo con mucha negligencia, por la cual él y los que por él habían de ser doctrinados perecieron.

Sabemos que el publicano, aunque estaba apartado del altar y no osaba alzar los ojos al cielo (Lc 18,9-14), miró Dios y se llegó a él, y tan llegado, que lo justificó para que descendiese a su casa justificado; lo cual no hizo con el fariseo, aunque se quedó en el templo haciendo gracias a Dios, empero no bien hechas.

No solamente recibe cada día Dios a los pecadores a penitencia, mas come con ellos el manjar interior, dándoles a sentir el gusto de la contemplación, y muchas mujeres suben con él de Galilea a la espiritual Jerusalén, que es la pacífica, y recogida oración; y no solamente recibe a los que vienen, mas El los llama con sus inspiraciones para que vengan, y los convida con su gracia para que lo reciban en la secreta morada del corazón; según parece en Zaqueo y San Mateo, que fueron provocados a recibir a Dios del mismo Dios. Lo cual he hallado por experiencia que hace Dios no menos ahora que entonces; ca sabemos que no oró el Espíritu Santo sobre solos los apóstoles, sino sobre toda la casa, que tiene figura de la universal Iglesia, en la cual a todos los fieles cristianos se comunica la gracia del Señor; según la cual dice el bienaventurado San Bernardo, hablando en esta manera: ¿Por ventura es solamente Dios de los solitarios? Mas antes por cierto es y de todos, porque de todos ha Dios misericordia y ninguna cosa aborrece de las que hizo. Quiero que pienses que en toda parte está sereno sino acerca de ti, y que juzgues peor de ti que de otro alguno.

El cristianísimo Gersón, no menos santo que letrado, por traer a noticia de todos la muy recogida oración, escribió en su romance un libro que se llama Monte de contemplación, y quísolo dirigir a unas hermanas suyas, por que no pensasen que fue su intento de hablar con solas personas religiosas, mas que también quería ver subir al monte de la contemplación personas seglares; y así yo no tengo intento en este libro de hablar solamente a personas retraídas, sino a todas querría enseñar, y en especial a las personas que están en el mundo; entre las cuales hay muchas deseosas de todo bien y que no les falta oportunidad, sino doctrina particular para se informar cómo se deban llegar a Dios en secreta oración, lo cual apenas declaran los predicadores, por estar tan ocupados en reprehender los vicios. No quiero reprehender a los que amonestan muy poco la oración, como sea un solo remedio del buen cristiano en sus grandes necesidades; y otros, si la amonestan, es por unos rodeos y palabras de admiración que más espantan que convidan, y son más para retraer los ánimos que para atraer los corazones. No hay cosa que la Escritura Sagrada amoneste más, ni que los santos hayan seguido y predicado con más instancia, que es la oración; mas nosotros así disimulamos con ella y la reprochamos, que aborrecemos a los que nos la amonestan.

La conclusión de esto es que ni aun los casados se deben desechar de la oración; empero, si la quisieren seguir o darse a ella, han de mirar que les conviene, según dice el Apóstol (1 Cor 7,5), cesar por algún tiempo del acto matrimonial por vacar a la oración, que, según dice la glosa, es elevación del ánima a Dios, la cual no se les niega a ellos.

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MensajePublicado: Mar Ene 06, 2009 1:28 am    Asunto:
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CAPÍTULO II.

DE COMO HEMOS DE APROVECHAR A LOS OTROS



Puesto que, según hemos visto, debamos en este negocio hacer maestros a todos y notificar el recogimiento a todo fiel cristiano que lo quiere seguir, porque, según dice Gersón, a ninguno puede dañar y a muchos puede aprovechar, hay, empero, algunos que dicen no ser bien manifestar el hombre el don que ha recibido, ca escrito está (Tob 12,7) ser cosa buena esconder el sacramento del rey. Los primeros decían que no se debería esto manifestar a seglares; éstos dicen que si alguno ha recibido del Señor gracia acerca del recogimiento, que la esconda y calle, y que si alguno quisiere saber algo, que busque libros o suplique al Señor, que da a todos en abundancia; mas que él no le dirá palabra ni descubrirá el secreto que Dios le ha manifestado, ni quiere industriar a nadie en este ejercicio, pues que hay otros que bastan. Este postrer yerro es peor que el primero, pues tiene menos con que defenderse; y por no haber visto menos personas engañadas en éste que en el otro, quiero poner aquí algunas razones en contrario.

Cosa clara es y manifiesta que, si alguno nos hace alguna merced v nos manda que la tengamos secreta, la debemos encubrir; empero, si viniese caso que al otro se le siguiese perjuicio el callar sus bienes, entonces no hay duda sino que seríamos ingratos y traidores si encubriésemos lo que teníamos secreto; antes lo deberíamos manifestar, aunque a nosotros se nos siguiese daño, por no caer en el vicio de la ingratitud, que es muy aborrecible.

Esta razón que viste, a todo buen ingenio cuadra, y aplicándolo al negocio presente, bien confesará el que algún bien ha recibido tenerlo de la mano de Dios, y también concedemos que Dios manda en muchas partes de la Escritura a los que reciben que escondan sus dones, y Él se los da en secreto y muy de callada, dando en esto a entender que los debemos encubrir y ponerlos, si menester fuere, debajo de siete sellos, que ninguno los pueda abrir.

Empero, si viniese caso que de la manifestación de los tales deseos se podía hacer servicio a Dios, sería ingratitud grande no mostrarlos, y si hallares que la Escritura dice que los calles, entiéndese que los has de callar cuando de los manifestar no se sigue a Dios honra, lo cual quiso sentir el ángel cuando dijo (Tob 12,7): Buena cosa cierto es esconder el sacramento del rey, mas revelar las obras de Dios y confesar su alabanza cosa es de honra.

Bien a la clara ha dicho este santo ángel lo que debamos hacer, y es no manifestar los dones del Señor hasta que Él los manifieste; empero, si a Él se le sigue honra y alabanza, débense revelar, y no de otra manera; y entonces conocerás si es honra de Dios cuando vieres que se sigue provecho a sus siervos, porque Dios en sí no puede recibir de nosotros honra, como no tenga necesidad de nuestros bienes; mas en recibir los suyos de nos algún provecho lo tiene Él por honra, y tanto mayor cuanto con más caridad nosotros comunicamos sus dones a los suyos.

Cortedad es muy grande y defecto no pequeño en los varones espirituales pensar que vino Dios para solamente morar con ellos, como de verdad no sea sino un pasar por ellos a otra parte, lo cual quiso Él hacer porque lo tuvo por bien; mas el que así recibe el don, debe pensar que va Dios muy adelante, y le queda aún gran camino de andar; por eso no lo detenga escondiendo su gracia, si de la manifestación de ella se le recrece provecho al prójimo, porque allí va Dios; ca si la esconde, vendrá sobre él aquella maldición de que el Sabio dice (Prov 11,26): Maldito será en el pueblo el que esconde el trigo; mas bendición vendrá sobre la cabeza de los que venden; el ánima que bendice será engrosada, y la que inebria será inebriada.

Los dones celestiales se llaman trigo, porque descienden a nos por los méritos de aquel Señor que en el Evangelio se llama grano de trigo, que no deja de nacer en la buena tierra, que es el corazón del justo, y multiplicarse para otros. Este trigo, que es la gracia a ti comunicada, no la debes dar sino por el precio de la imitación y fruto que sientes hacer en el otro; y entonces vendrá sobre tu cabeza, que es tu buena intención, la bendición del Señor, con que crezcas y seas multiplicado en la misma gracia; porque, según dice el Sabio (Eclo 20,32), ¿qué utilidad puede haber en la sabiduría escondida y en el tesoro secreto?

El que al tiempo de la necesidad que su hermano tiene de ser favorecido y enseñado esconde la gracia que de Dios ha recibido, él mismo da a sentir que no la merece tener, porque, según dice San Agustín, toda cosa que cuando se da no desfallece, cuando el hombre la recibe y no la da, no crea que la posee de la manera que se ha de tener. Según lo cual dice San Gregorio: En todo cuanto vosotros creáis haber aprovechado o crecido en merecimiento, os debéis esforzar por traer a otros al servicio de Dios asidos de vuestra compañía; y desead tener compañeros en la carrera de sus mandamientos; y si deseáis llegar al trono de su Majestad, tened cuidado que no parezcáis delante de Él solos, ca por esto es escrito en el Apocalipsis (Ap 22,17): El que oye, diga: Ven. Como quien dice: El que oye o recibe en su corazón la voz del soberano amor, tenga cuidado de llamar a sus hermanos con voz corporal de santo amonestamiento. Y San Crisóstomo dice: Todas las cosas traigamos para el provecho de nuestros hermanos, ca los marcos recibidos ninguna otra cosa son sino la virtud que ha recibido cada uno, así en la preeminencia de la dignidad y en las riquezas, como en la doctrina y en otro cualquier negocio; y ninguno diga: Porque no he recibido más de un marco, no puedo hacer bien; ca cierta cosa es que por sólo uno puede ganar de ser aprovechado en el cielo.

Acuérdate que no eres más pobre que aquella viuda que alaba en el Evangelio; ni eres más rústico e ignorante que fueron San Pedro y San Juan, que sin duda fueron menos letrados que tú antes que fuesen alumbrados; mas porque mostraron tener buen deseo, e hicieron todas las cosas para provecho común de todos, recibieron y tomaron por galardón los cielos; porque ninguna cosa es así a Dios amable como vivir según el provecho común; ca por esto nos dio el Señor la gracia del hablar y la desenvoltura de las manos y de los pies, y la virtud y fuerza del cuerpo, y el sentido y claridad del entendimiento, para que usásemos de todos estos dones para nuestra salud y para provecho de nuestros hermanos.

No habemos menester aquí hacer proceso ni larga rueda de palabras, ca el bienaventurado San Pablo nos ataja e importuna trayendo más breve razón y dice (Flp 1,23-24): Ser yo desatado de este cuerpo mortal y estar con Jesucristo, mejor cosa es; mas permanecer en la carne, cosa es a mí más necesaria por amor de vosotros. Así que tanta fue su caridad, que más quiso, por la edificación y provecho de la Iglesia, vivir en las persecuciones del mundo, que reinar careciendo del trabajo de todas ellas en la gloria celestial con Jesucristo. Esto es por cierto el verdadero y soberano estar con Jesucristo, hacer su voluntad; y su voluntad en ningunas cosas se determina tanto como en lo que conviene al bien y a la salvación de las criaturas racionales; porque si en los negocios seglares ninguno vive para sí mismo, mas el oficial y el caballero y el labrador y el negociador todos viven para lo que cumple al bien de la comunidad, y todos hacen sus oficios por fin de aprovechar los unos a los otros según la vida común, mucho mayor necesidad tenemos de hacer esto en las cosas espirituales, y esto es vivir vida soberana y más principal; ca el que para sí solo vive y menosprecia a todos, hombre superfluo es; y aun digo que no es hombre, ni tiene que hacer con nuestro linaje.

Esto dice aqueste santo para nos declarar cuánto seamos obligados a la salud de los prójimos y a les comunicar la gracia que hemos recibido según toda nuestra posibilidad, industriándolos en las cosas espirituales, para lo cual si fuere menester que digas a alguno la gracia que tú en aquella vía has recibido, no se te debe hacer de mal; pues que a él se le sigue de ello mucho bien, ca no hay duda sino que mueven más los ejemplos vivos que no los que hallamos escritos; donde, aunque creemos los escritos, perdemos la esperanza de los seguir ni alcanzar, pensando que los pasados fueron más hombres que nosotros; empero, si somos certificados que, a un hombre común que nosotros conocemos, ha alcanzado alguna cosa espiritual, tomamos fuerzas para procurarla también y haberla como él la hubo; y así los santos animales se dan unos a otros con las alas, despertándose y provocándose al vuelo de la contemplación, de lo cual dice el Sabio (Prov 18,19): El hermano que es ayudado de su hermano, es así como una ciudad firme.

Este dicho se puede verificar y mostrar cumplido en Santo Tomás, al cual manifestaron muy por extenso los otros apóstoles cómo habían visto al Señor y recibido de él al Espíritu Santo en el flato o soplo maravilloso de su boca, con lo cual se despertaba el corazón del mudable apóstol y se disponía para ver al Señor.

Hallamos también que, en habiendo Nuestra Señora concebido al Señor, fue a visitar a Santa Isabel; y una de las causas que allá la llevaron, según dice San Ambrosio, fue por darle parte de las mercedes que había recibido, lo cual hizo muy cumplidamente.

Sepa, pues, cada uno que del Señor ha recibido algunos especiales dones que, según dice San Pablo, no se los han dado para su proprio provecho solamente, sino para utilidad de los otros; porque la Iglesia, que es hecha a semejanza del celestial tabernáculo del monte de la gloria, tiene por artículo de fe creer la común unión de los santos; la cual es en alguna manera aquí como acullá, donde hay purgación e iluminación y perfección de los superiores en los inferiores ángeles, la cual también los justos ejercitan aquí en los más bajos que se les humillan, y si no lo hacen van contra el artículo que creen.

Has visto cómo has de hacer maestros a todos, según te amonesta nuestra letra, en la cual se ha de suplir esta palabra: Los que lo quisieren ser y tuvieren habilidad para ello, has de hacer maestros por tu ejemplo y doctrina a todos los que con ansia procuran de lo ser. Viste también cómo no debes esconder la gracia recibida cuando de la manifestar se sigue al Señor honra. No queda en este primer sentido sino amonestarte que notes también la segunda parte de esta letra, que te dice que ames a los que enseñas, orando especialmente por ellos; ca si Dios no obra de dentro cosas correspondientes a las palabras que tú de fuera dices, ninguna cosa aprovecha tu trabajo para enseñar a los otros tu ejercicio; empero, si tú los amas con entrañable caridad y oras al Señor, suplicándole que ponga tuétano y meollo a tus palabras, no dudes, sino ten firme crédito que aprovecharás, mayormente si huyes a uno, que es la postrera palabra de esta letra, la cual debes entender que te amonesta no darte así al aprovechamiento de los otros que dañen a ti mismo; mas huye a tu corazón, y si vieres que en él se disminuye la gracia y el recogimiento que sentías, en tal manera debes templar el negocio, que tu ánima no padezca detrimento; porque, si de esta manera derramas por un cabo lo que coges por otro, más será el daño que el provecho. ¡Oh cuántos hay en esta vida del recogimiento que por enseñar a otros se quedaron ellos sin lo que tenían, no ordenando bien la caridad, que en las cosas espirituales debe comenzar de sí mismo!

Muchos hay sin duda que son como vasos de noria, que vacían de sí el agua que para su provisión habían menester; y después son constreñidos a llorar como Job, diciendo (Job 29,1-6): ¡Oh quién me concediese estar como en los meses antiguos, según aquellos días en que Dios me guardaba, cuando resplandecía su candela sobre mi cabeza, y a la lumbre de él andaba en tinieblas; así como fui en los días de mi juventud, cuando Dios secretamente estaba en mi tienda; cuando el Todopoderoso estaba conmigo, y al derredor de mí mis niños; cuando lavaba mis pies con manteca y la piedra me derramaba arroyos de aceite!

Muchas veces acontece en este ejercicio hallarse el hombre mejor en los primeros días o meses que lo usa, que aquí llama el santo Job juventud; empero, pasado aquel fervor y fuerzas que algunos suelen poner en los principios, viene una tibieza que parece cansancio de pesada vejez, en la cual echa hombre menos las cosas que ha dicho el santo Job, las cuales pasan en espíritu dentro en el hombre.

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MensajePublicado: Mar Ene 06, 2009 1:34 am    Asunto:
Tema: Tercer Abecedario Espiritual, por San Francisco de Osuna
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CAPÍTULO III.

DE COMO HEMOS DE IMITAR EN TODAS LAS SINGULARES VIRTUDES QUE VIÉREMOS EN ELLOS



En el segundo sentido declarando esta letra, querrá decir: Harás maestros tuyos a todos, esto es, que todos te enseñen en algo y tengas a cada uno por dechado en alguna virtud, y juntamente con esto apártate de ellos cuanto pudieres; no por enemistad, ca no debes apartar de ellos la voluntad y amor, sino en cuanto a la familiaridad y contratación, y debes llegarte a uno que tú sientas ser más idóneo; lo cual quiso sentir el Sabio cuando dijo (Eclo 6,6): Tendrás paz con muchos; séate consejero de mil uno.

El que tiene simples ojos de paloma, a todos mira en respecto de bien y no maliciosamente; no mires a nadie con ojos torvos ni con ceño, ni mires en cosas que casi necesariamente son anejas a los mortales: disimula los males ajenos y no mires en ellos; antes debes hacer como si no les vieses; ca son flaquezas en que todos caemos, que apenas tienen ser sino en la imaginación de los que paran mientes en lo que no deberían mirar.

No pienses que los hombres son ángeles, ni que son impasibles; y si vieres lo que no debes, no te hagas juez de causa ajena, ni mires sino lo que en los hombres te puede aprovechar. En lo cual, si con atención y con sanos ojos miras, apenas verás hombre en todos los del mundo que no tenga algo de bien, en que halles algún provecho; porque si aun los malos tienen cosa de que tú te puedes aprovechar, mucho mejor la tendrán los buenos.

Sabemos sin duda que dice el Señor que los hijos de este siglo son más sabios que los hijos de la luz; en lo cual sería bien que los imitásemos, siendo en el bien tan solícitos como ellos en el mal; y en esto aun a los malos debes hacer que sean maestros tuyos e imitarlos en la solicitud, pues te mandan imitar aun a la hormiga; y en los que conocieres ser malos has de notar lo que debes castigar en ti mismo, aunque es cosa más segura no echar de ver en los otros sino lo que fuere virtud.

Así que en todos debes mirar lo bueno, y la virtud que en alguno vieres tener preeminencia síguela y alábala en él; porque uno tiene la virtud de la mansedumbre que más resplandece en él, otro resplandece en pobreza, otro en discreción, otro en humildad y menosprecio de sí mismo, otro en ser diligente y presto al bien, otro en ser muy servicial, otro en ser ayunador y abstinente, otro en ser bien criado y honesto, otro en ser de tierno y de compasivo corazón, otro en ser caritativo; y de esta manera verás repartidas en los hombres las virtudes como las buenas propriedades en las piedras preciosas.

En estas virtudes has de hacer a todos maestros tuyos, quiero decir que los tengas como espejos y mires en cada uno la virtud que en él tiene preeminencia, para la aprender de él por santa imitación; y de esta manera tenerlos has a todos por buenos, y aprovecharte has de ellos; y no mirarás en lo que tú excedes a los otros, sino en lo que los otros te exceden a ti, en lo cual los debes tener por maestros y darles la ventaja.

Empero, si dejas de mirar en los otros las virtudes que sea, y miras los vicios y defectos que, gracias a Dios, hay hartos, vendrás a decir aquello que dijo el que por entonces no miraba bien; mas teniendo con la pasión, por la persecución alterada, ciegos los ojos, dijo a Dios, aunque con buen celo (1 Re 19,14-1Cool: Muy celoso he sido por amor, cual señor, ca desampararon tu amistad; los hijos de Israel destruyeron tus altares y mataron tus profetas con cuchillos, y yo solo soy dejado, y aun buscan mi ánima para me la quitar. A esto le respondió el Señor, para consolarlo por una parte, en le dar compañeros, y para lo reprehender por otra, en pensar que él solo era el que acertaba: Déjate para mí siete mil varones en Israel cuyas rodillas no se abajaron delante el ídolo.

El mucho celo que éste tenía le hacía pensar que sólo él había quedado de los que favorecían la virtud, y Dios, que ve los corazones, le dijo haber quedado otros siete mil en salvo, aunque no se mostraban. En lo cual podemos tomar ejemplo y aviso para que no pensemos que todos han declinado y que los otros no aciertan; mas, según comencé a decir, tengamos a todos por maestros, y si alguno sigue algún ejercicio que a ti no satisface o que tú no lo sigues, o que repugna por ventura al que tú sigues en algo y no se compadece con tu complexión y manera, debes apartarte de él; no, empero, de amarlo, porque, si pones el amor como caudal en la mercadería del otro, ganarás mucho.

Y avísote que no tengas espíritu de contradicción, ni repruebes lo que tú no sigues; porque muchas son las puertas de la celestial Jerusalén, según dice San Juan, y muchas las ventanas a do vuelan las palomas, y muchas las rejas por do aguardan para ver si viene el esposo; y la Iglesia no se compara en la Escritura por otra cosa a la granada sino porque debajo de una clausura tiene muchos retraimientos distintos con telas blancas, que son muchos ejercicios debajo de una claridad, y finalmente muchas se dicen ser las vías del Señor, y todas dice el profeta (Lam 1,4) que lloran porque no hay quien venga por ellas a la solemnidad de la gracia del Señor; donde pues todas lloran, todas sería muy bien que se alegrasen siendo seguidas. Las vías diversas son los diversos ejercicios: vaya cada uno por donde quisiere, no le estorbes ni pienses que va errado porque no va por tu camino; ca la falta del aprovechamiento no es por culpa de los caminos sino de los caminantes. Así que, conforme a las cosas dichas, debes oír al bienaventurado San Bernardo, que te aconseja diciendo: Apártate, siervo de Dios, no seas visto reprobar los que no quieres imitar.

No quiero que pienses que en ninguna parte resplandece el sol común del día sino en tu celda, y en ninguna parte haber sereno sino cerca de ti, y que en ninguna parte obra la gracia de Dios sino en tu conciencia.

En lo que más yerran acerca de esto los que se dicen espirituales es en pararse a debatir y cotejar el ejercicio de la sacra pasión y del recogimiento, para ver cuál ha de ser antepuesto; y éstos no yerran menos que los que disputan de los dos San Juanes, que tuvieron figura de estos dos ejercicios; el menor de los cuales pluguiese a Dios que siguiésemos sin andar en diferencias, muy aborrecibles a Dios; el cual no quiere que ningún buen ejercicio sea desamparado, y todos los aprueba dando en ellos muchedumbre de gracia.

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MensajePublicado: Mar Ene 06, 2009 8:44 pm    Asunto:
Tema: Tercer Abecedario Espiritual, por San Francisco de Osuna
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CAPÍTULO IV.

DE CUÁN NECESARIO TE ES SER DISCÍPULO



Aunque todos te parezcan bien y los mires como a maestros, debes, empero, huir a uno que sea a ti más convenible; donde, aunque, según verdad, todas las artes y ciencias del mundo quieran maestros que las enseñen, pues ninguno nació enseñado sino el hijo de la virgen, y aun a Él su Padre le enseñó todas las cosas antes de los siglos, cuando lo engendró; empero acá entre los mortales todos tienen necesidad de maestro para aprender lo que no saben.

Si tú quieres saber el recogimiento, no esperes que Dios te lo ha de enseñar, aunque a muchos lo haya enseñado; porque si esto esperases, sería atrevida tu esperanza si pensases que sin otro medio alguno te ha Dios de enseñar, sin que tú seas solicito por todas las vías que pudieres; y aunque pongas toda la diligencia que pudieres y tengas el mejor maestro del mundo, elegido entre los mil mejores, según dijo el Sabio, todavía es Dios necesariamente menester.

Empero, dejando a Dios, pues de suyo se está aparejado para ayudar a los que se ayudan, debes saber que no hay cosa en el mundo, ni ejercicio, ni ciencia, ni oficio, ni facultad, ni otra cosa alguna, por sutil que sea, que tenga tanta necesidad de maestro como el recogimiento, aunque el maestro humano de este negocio pueda hacer menos en él que el maestro de todas las otras cosas en su facultad; empero todavía es muy necesario, porque la plática viva del recogimiento mueve mucho los corazones; y en ella recibirás lo que no hallarás en los libros, porque lo que no puede escribir la péñola por unas maneras y rodeos de hablar y voces encubiertas, te lo dará a sentir tu maestro, si es tal; y yéndote a tu oratorio sobrevendrá el celestial Maestro y te dará a gustar lo que el otro te dijo: Primero ha de ser el maestro humano y luego el divino, porque sentencia común es que haga el hombre lo que es en sí; y que Dios luego pone lo que de su parte falta, lo cual también acaece en el caso presente; onde Tobías, conforme a esto, dijo a su hijo como por última despedida (Tob 4,18-19): Busca siempre con diligencia el consejo del sabio; bendice a Dios en todo tiempo y demándale que enderece tus vías, y todos tus consejos permanezcan en él.

Primero le dice que busque siempre con diligencia el consejo del sabio (lo cual es cosa muy necesaria en este camino para bendecir a Dios en todo tiempo); y después que pida a Dios que enderece sus caminos, que son los deseos, por los cuales se va el ánima a Dios; los cuales tanto serán más derechos cuanto el ánima estuviere más recogida y apartada de toda criatura; que es como una manera de rodeo para ir a Dios, el cual atajamos por el recogimiento, aunque no sin trabajo. Lo que más dijo Tobías fue que permaneciesen todos nuestros consejos en Dios; lo cual hace el que pone todo su estilo en inquirir y buscar cómo se podrá llegar a Dios muy estrechamente; y para esto busca persona que lo pueda industriar según su deseo, y darle los consejos que conviene, de los cuales dice el Sabio (Prov 12,20): Seguírseles ha gozo a los que comienzan consejos de paz. Aquí habla el Sabio del maestro y del discípulo, a los cuales se sigue gozo en Espíritu Santo; por que así la conciencia del que enseña como del que es enseñado, experimente un contentamiento y placer espiritual, si conoce que al otro da Dios alguna gracia, y tiene en más el que enseña esto darla Dios al otro que si se la diese a sí mismo; donde allí verdaderamente conoce el hombre el dicho de San Pablo (1 Cor 13,6), en que muestra cómo la caridad no quiere lo que es suyo, y se goza a la verdad.

Cuando el maestro y el discípulo son los que convienen y Dios corresponde, dando fuerza a los sanos consejos que humildemente son obedecidos, engéndrase un amor del discípulo al maestro, que casi como a Dios lo teme y lo ama; y es verdad que acontece temblar delante de él, aunque sea el hombre más manso del mundo, y tenerlo en tanta reverencia y acatamiento, que el mismo discípulo se espanta; y esto no es cosa humana, ni que se adquiere ni procura de una parte ni de otra, sino que, como el discípulo va aprovechando en el recogimiento, va creciendo en él este temor de no ofender a su maestro en las cosas tocantes al recogimiento; y el amor es tal, que en viéndolo luego se le mueve el corazón a devoción del Señor, y tiénelo en tanta reverencia, que casi como a Dios le obedece; y así se le asientan en el ánima sus consejos que le duran toda su vida, según aquello del Sabio (Prov 12,15): El que es suave vive en moderaciones de consejo. De la suavidad que el discípulo recibe de Dios mediante los buenos consejos del maestro se siguen las cosas dichas; la cual si se pierde, pierde consigo lo que habemos puesto que con ella se cobra, mas todavía queda en el ánima del tal una vergüenza de parecer delante del que lo había enseñado, que no osa mirarlo a la cara.

Si alguno en esta vía fuere discípulo y no amare a su maestro más que a su padre o madre ni a otra cualquier persona, crea que no ha gustado qué cosa sea tener maestro que le enseñe el recogimiento. Puede ser también que la culpa esté en el que enseña así como en el que es enseñado; porque, cuando el maestro no acierta en la vena del corazón, no saca la sangre del amor y temor ya dicho; y también puede ser por culpa del discípulo, mayormente si es persona doblada que va a tentar y nunca se acaba de sujetar, y defiende su parecer, y no se fía del que lo enseña, antes se tiene por tal como su maestro; y si va, no es sino por una manera de cumplimiento, y anda cotejando pareceres y examinando santidades, y no es fiel en las cosas que le son mandadas obrar, es curioso en el preguntar, descuidado en oír y obedecer, remiso en el orar, entremetido en otras cosas que no le traen provecho. Este tal no es discípulo del recogimiento, aunque a él le parezca que sí, porque de aquéste está escrito (Sab 1,5): El espíritu santo de la disciplina huirá del fingido.

Si verdaderamente quieres ser discípulo del recogimiento, has de ser verdadero discípulo o no serlo, y dejarlo del todo antes que entres en ello; porque, si comienzas y tornas atrás, costarte ha caro después; ca, según he visto, los que en algún tiempo fueron recogidos y lo dejaron, siempre paran en mucho mal si lo dejaron sin justa causa; empero, si has de seguir el recogimiento, este muy necesario ser primero discípulo de quien te lo sepa enseñar, y si no me crees a mí que te digo serte muy necesario que busques maestro en esta vía, nota esto que dice un santo: Es de saber que el hombre más fácilmente y en más breve tiempo podrá venir a la perfección si tuviere idóneo maestro, por el recogimiento del cual fuere guiado, cuya obediencia siguiese en todas las cosas grandes y pequeñas totalmente; en más breve tiempo vendría éste a la perfección que no otro, aunque sea de muy claro ingenio y tenga muchos libros, en los cuales halle escrita toda la perfección, si no quiere seguirse por maestro; y más digo: que nunca el Señor le administrará su gracia, sin la cual ninguna cosa podemos, al que tuviere quien lo pueda enseñar y no quiere seguir el consejo del otro, antes es en ello negligente, creyendo que él basta para sí mismo, y que por sí podrá investigar y hallar todo lo que ha menester.

Este camino de obediencia es camino real, que sin trompezar lleva a los hombres a lo alto de la escalera a que el Señor está arrimado. Esta vía llevaron todos los santos padres del yermo, y los que alcanzaron la perfección todos fueron por este camino, salvo si Dios por sí mismo ha enseñado algunos por privilegio de especial gracia, faltándoles o no hallando quien de palabra los enseñase; porque entonces la piedad divina por sí misma suple lo que falta y no se halla de fuera; por lo cual el Señor lo repara y suple de dentro, si con humilde y ferviente corazón demandan.

Esto dice un santo; por eso tú, si quieres seguir el recogimiento, mira que no menosprecies ser discípulo, aunque seas viejo y el que te hubiere de enseñar sea mancebo; porque te certifico que yo he visto hombre de sesenta años estar en este caso sujeto a otro de menos de veinte y siete; pero bien le pagó Dios la humildad.

De una cosa te aviso especialmente si hubieres de ser discípulo, y es que hagas caso de las cosas que te acaecieren en este camino, por pequeñas que sean, y todas las digas a tu maestro, para que te declare lo que es y cómo te debas otra vez haber en ello para lo conservar, o si no es bueno, te diga cómo lo has de desechar y guardar de ello. Y también te aviso que si topares con tal maestro, que te des muy sujeto a él en gran humildad, y le des crédito si tiene experiencia de las cosas tocantes a este negocio; porque si así lo haces, sepas que te imprimirá su espíritu y buenas costumbres; y aun por la gracia del Señor te vendrás a conformar con él en las gracias y dones interiores; empero, débeste dar a sus manos discretas como cera blanda o como barro muy amasado, para que haga de ti todo lo que quisiere.

Y para que creas lo que te dije, certifícote que yo conocí un mancebo que en esta vía del recogimiento quiso seguir los consejos de un santo viejo con toda su posibilidad, y cada día le preguntaba cosas que hallaba nuevamente en este camino del recogimiento; y al cabo de un año apenas había el viejo recibido cosa del Señor que el mancebo no tuviese en lo interior alguna experiencia de ello y quedó hecho casi dechado suyo: bien creo que fue en gran parte por los méritos de este santo varón.

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MensajePublicado: Mar Ene 06, 2009 8:51 pm    Asunto:
Tema: Tercer Abecedario Espiritual, por San Francisco de Osuna
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CAPÍTULO V.

DE CUÁN BUENO HA DE SER EL MAESTRO



Ahora no queda sino que hablemos con el maestro para ver qué tal ha de ser, porque aquí está la llave de lo que hemos dicho, y aun la llave de todas las religiones de la Iglesia universal. Los buenos maestros no hay duda sino que por la mayor parte sacan buenos discípulos, que después, muriéndose los viejos, suceden y pueblan las religiones; y ellos tienen aviso que los otros que después han de ser recibidos sean informados de la manera que ellos mismos lo fueron, para que los sucesores sean tales como los predecesores; así que, pues de los nuevos se vienen a poblar y regir sucesivamente las religiones, y vienen ellos a ser la misma religión, síguese que la cosa en que más deben parar mientes y poner cobro los padres de las religiones ha de ser en proveer cómo los que nuevamente vienen sean informados en lo principal y en el tuétano de la religión, que es cómo han de haber el Espíritu de Dios y su santa obra en sus corazones, y cómo han de orar a Él de puro corazón; pues que esto es la cosa que más debe desear cualquiera de los religiosos del mundo, y a este fin se fundaron todas las religiones, y todos los otros fines sin éste son de muy poca utilidad; porque si el cimiento no es bueno, en ninguna manera puede ser bueno el edificio que sobre él se funda.

Si el espíritu de la devoción es fundamento principal de las religiones, sin duda podemos decir que los enseñadores de él, que son los que tienen cargo de instruir y doctrinar a los que nuevamente vienen, son fundadores de la religión que de contino la fundan, y cuasi principian de nuevo siendo de ella conservadores, y plantándola nuevamente en aquellos que después la han de plantar en otros, no de otra manera sino de la manera que ellos la recibieron.

Esto he dicho para que conozcan los tales en lo que son puestos; y más de verdad porque conozcan los que ponen a los que de su mano son puestos en esto, y tengan muy gran vigilancia en cosa que, según vimos, tanto toca a la religión, pues de ella depende todo el bien de las órdenes; ca, según verdad hallo yo, después de lo haber pensado profundamente, que la cosa que con más examen y lo que con mayor miramiento se debería en las órdenes cometer es el cargo de criar y doctrinar el nuevo corazón de aquellos que de nuevo vienen a las religiones. La cosa en que más se puede errar o acertar es ésta; y la cosa que más importa de mal o de bien, siendo errada o acertada, es ésta. Donde, dado que todos los otros prelados errasen, pues que hay tantos reclamadores y los regidos no siguen así tan presto el yerro, claro está que presto se remedia; mas en este caso apenas se remedia lo que de su principio va menos bueno; ni hay quien diga: mal haces; porque el que lo ha de decir no sabe cuál es lo mejor ni lo peor como los otros reclamadores; y digo aun ir dañado lo que no va bien acertado, ca no basta ir en esto la cosa sin pecado, mas ha de ir con muy perfecta virtud; ca de otra manera las religiones se armarían sobre arena o sobre el cimiento que se arman todos los otros estados que van según deben, cuyo cimiento es una probabilidad moral y apariencia de bien; empero esto aquí es ninguna cosa, pues antes que el que tú crías viniese a la religión se tenía eso.

Así como San Bernardo dice que en la vía de Dios torna atrás el que no va adelante, así digo yo, en el caso presente, que no doctrinar a los nuevos en las cosas del espíritu es dañar el negocio y llevarlo errado como sobre falso; así que, bien mirando lo que se debe mirar, hallo que con mayor examen se debería cometer este cargo que las prelacías, ni predicaciones, ni las confesiones, ni vicarías; y dije las prelacías, porque ya los prelados sacuden aquesto del hombro y cométenlo a otro que lo haga, aunque lo debiera él hacer; empero, por las otras ocupaciones, no se entremeten en ésta los prelados, sino encomiéndanla; en lo cual no está el defecto, sino en ver a quién; porque, si todos los otros oficios de la casa se dan a personas que tengan alguna experiencia y habilidad en ellos, éste que, según dije; es de la religión fundamento, muy más mirado debe ser, pues que el tal maestro o los tales crían personas que después han de ser constituidos en todos los oficios de la orden; y aun crían la misma orden que en aquéllos está niña, y ha de crecer para que se conserve sobre la tierra.

Por tanto, con mucha razón se han de reveer los prelados en buscar con mucha diligencia suficientes personas para esto; y piensen que el padre de su orden les dice aquello que dijo el rey a José cuando le ofreció a sus hermanos y fue (Gen 47,6): Si conociste entre ellos haber algunos varones industriosos, constitúyelos maestros de mi ganado. Oficio es del prelado representar y ofrecer a los súbditos delante del rey, que es el fundador y padre de su religión.

Los fundadores y primeros santos que instituyeron las religiones son reyes, de los cuales reyes se llama rey Cristo. Lo que el prelado es obligado a hacer es ofrecer y representar a los súbditos, que deben ser como hermanos suyos delante del padre de la religión suya, por cuya regla son regidos; y por esto lo llamó rey, según el oficio de regir que puso nombres a los reyes, porque para esto fueron antiguamente elegidos. No hay duda sino que lo primero que a éstos debe ser dicho, según razón, por la boca del rey, es que tengan especial cargo de proveer los corderos, dándoles maestros industriosos para que tengan cargo de ellos, lo cual hizo Cristo cuando encargó mucho a San Pedro que apacentase sus corderos. Donde si los que nuevamente vienen a la fe han de ser con especial aviso apacentados con el pasto de la verdadera doctrina, según mostró Cristo en el gran cuidado que tuvo de los encomendar a San Pedro, no sin gran misterio, conforme a esto decimos que lo que el padre fundador de la religión encomendaría al prelado que está constituido sobre su reino, que es su orden, casi por él y en su lugar, como José sobre el reino de Egipto por la mano del rey de ella.

Lo que primero a éste sería encomendado, si la razón hablase, sería que tuviese cargo especial de buscar maestros para que curasen los corderos y reses del Señor, que son los que nuevamente vienen a las religiones, que han de ser con gran diligencia proveídos de idóneos maestros que los apacienten, mediante su industria, en el prado de la devoción interior, que les han de procurar con todas sus fuerzas y poder, según la conciencia amonesta haber de ser hecho. Digo la conciencia, esto es, de aquellos que la tienen buena y la oyen en lo que deben.

Muchas cosas se tocan en aquella breve razón que se endereza a los prelados para que sean vigilantes acerca del negocio presente. Cuanto a lo primero, es de notar que aquella razón no es dirigida a los prelados menores, sino a los mayores; porque a los menores, si no son mudables, no pertenece elegir muchos maestros, sino uno; empero a los prelados mayores, que han de proveer muchas cosas, conviene elegir muchos, a los cuales se endereza aquella razón; no por otra cosa principalmente, sino porque, siendo los tales maestros elegidos entre muchos, sean mejores; ca, según dijo el Sabio, entre mil se había de elegir uno. Onde elegirlo entre veinte o treinta es de verdad muy poca cosa; y no digo ser poca cosa porque entre veinte o treinta no habrá uno bueno (ca esto sería error aun pensarlo), mas dígolo porque la gracia del enseñar las cosas espirituales es un don especial por sí, no a todos los justos concedido; mas el Señor, que divide los dones según le place, lo da a quien Él tiene por bien.

Muchos son en sí justos, y no saben industriar a otros en la justicia espiritual y secreta oración; y por esto me agradó mucho una sentencia que una vez oí a un santo varón muy experimentado en las cosas de Dios, y fue que, si en alguna parte se hallase alguno que tuviese gracia en enseñar estas cosas, lo habían de traer por toda la provincia y hacerle que anduviese por todas las casas a enseñar a sus hermanos las cosas espirituales de la oración según toda su posibilidad. Y yo sé una provincia donde se hacía esto; y los que no lo alababan conocieron después cuán buena cosa era, y alabaron mucho al Señor.

Puede alguno decir que no se podría de ligero conocer esta gracia en aquel que la tiene, y por eso no se podría buenamente esto hacer. A esto dice el cristianísimo Gersón que es obligado el religioso a responder enteramente la verdad a su prelado cuando le pregunta de las cosas interiores que Dios le ha comunicado, y a declararle por extenso, según su voluntad, lo que acerca de esto le pregunta, para que el prelado disponga de aquellos bienes de la orden según viere convenir a su república y común utilidad de sus frailes; y yo creo que el prelado, pues en lo espiritual ha de ser solicito, es obligado a saber e inquirir esto, para que la orden se sirva y aproveche de aquellos bienes, pues son suyos y dados más para su provecho y utilidad que no para el particular provecho del religioso, según muy espiritual y profundamente se saca de la doctrina del bienaventurado San Pablo, que habla del servicio y provecho que los miembros se hacen unos a otros; donde se concluye y se tiene por cosa averiguada que, así como los pies no andan para sí mismos, sino para todo el cuerpo, y así como los ojos no ven para sí solos, sino para todo el hombre, así los religiosos que reciben de Dios algunos especiales dones no los deben esconder ni pensar que son suyos proprios, sino de la orden a la cual deben servir con ellos.

De estos bienes habían de inquirir secretamente los prelados más que de las rentas, y tanto con más diligencia y primero, cuanto son éstos de más utilidad que los otros, pues se enderezan a las ánimas y los otros a los cuerpos. Y porque este espiritual examen no ha de ser apresurado, ni ha de proceder como en las otras cosas, sino por una manera de familiaridad y por unos rodeos secretos de tiempo antiguo tenidos, se dijo en la principal autoridad a José: Si conociste; no si conoces ahora, sino si en los tiempos pasados conociste.

Este examen de aquestos maestros no ha de ser de manos a boca, en breve, sino por una larga familiaridad, en la cual vaya conociendo el prelado diligentemente el vulto interior del ganado, porque en esto y en todo otro cargo, que haya de ser dado alguno, se debe el prelado acordar de aquello que San Pablo escribió a Timoteo, diciendo (1 Tim 5,22): A ninguno pongas de presto las manos.

En esto de que hemos hablado yerran los prelados que no son familiares a los devotos religiosos, antes a los más devotos comunican menos y parece que huyen de ellos, y se dan familiares a los serviciales y que en las cosas acá exteriores tienen alguna habilidad, y de los que singularmente son recogidos no tienen cuidado, viendo que aquéllos no les dan pena alguna ni los importunan; ca todo su intento tienen puesto en importunar a Dios buscando y demandando y llamando a la puerta de su misericordia. Si los prelados dejan estar a estos tales y no se comunican con ellos por no desasosegar los ni darles quietud, bien hecho es; empero, si lo hacen por no se ver confundidos delante de ellos, como se ve la frisa delante del carmesí, muy malo es; porque con aquellos tales habían ellos de confesarse y tomar consejo, y amarlos con muy especial amor, y amonestarles favor en todo bien, y no consentir que el mosquito de aquéllos sonase más que el camello de los otros.

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CAPÍTULO VI.

DE LA EDAD QUE HA DE TENER EL MAESTRO



Es también de notar que en aquella razón primera no se hace mención de la edad, aunque parezca muy bien en los que han de ser maestros de otros; porque lo primero que se debe mirar es la gracia, según dije; a la cual si se junta la edad, tanto mejor; empero, si faltan las canas, no por eso el tal debe ser desechado, pues no hay más venerables canas que las buenas costumbres; y la bondad deba suplir la edad, en cuyo ejemplo se dice el rey pacífico (1 Re 11,2Cool: Viendo Salomón a un mancebo de buena crianza e industrioso, habíalo hecho presidente.

Aunque sean menester muchas condiciones para que el maestro de que hablamos fuese tal cual conviene, porque si todas juntas las pusiese parecería desechar casi a todos de este oficio, de lo cual vendría más daño, solamente quiero hacer aquí mención de una condición que debe tener, dejando las otras al juicio de los que tienen cargo de proveer esto, de que han de dar muy estrecha cuenta a Dios si no hacen lo que deben, y si lo hacen serles ha bien pagado, no solamente del Señor, mas de los que fueren bien enseñados, que cada día los bendicirán.

Si buscases maestro, ten todas las maneras que lícitamente pudieres para saber si es experimentado, si han pasado por él las cosas que te ha de enseñar; y si no, que sepa todas las otras cosas y se haya dado a todos los otros ejercicios; déjalo en este caso y no le des parte de este negocio, porque mal dirá el cantar que no sabe; porque así como el que no sabe pintar no te podrá sacar pintor, así el que nunca fue recogido no te podrá dar consejo en el recogimiento, antes me puedes creer que te dañará mucho y te dirá una cosa por otra. Y aunque hable mucho de esto, en no hablar la boca de la abundancia del corazón no puede hablar a tu corazón, al cual es menester que hable; y si preguntas cómo, debes saber que en este camino el que más ha de hablar es el discípulo, preguntando las dudas que mucho juntas le ocurren y diciendo lo que siente para saber qué cosa es; y el maestro le ha de responder más al corazón que a las palabras, más a lo que quiere decir que a lo que dice, porque estas cosas no las puede el que pregunta del todo explicar. Empero, el que ha pasado por ellas puédelas del todo entender; y aun en comenzando a hablar el que pregunta, en tres palabras que diga, aunque mal dichas, le dice que no sabe declararse, y él le dice cómo ha de preguntar aquello, y la manera como se suele sentir, y la diferente manera con que suele venir.

Y acontece otras veces que el discípulo quiere preguntar y no sabe la manera como comience a decir lo que siente; y entonces el avisado y ejercitado maestro le comienza a contar algunas cosas que los de su manera suelen sentir. Si es principiante o mediado, dícele cosas que suelen venir a los que se han ejercitado como él en aquello; y mirando aún otras muchas circunstancias que se requieren considerar, así como la complexión de aquel que a las veces lo puede engañar, pensando que son de gracia las cosas que son naturales; y mirando la manera de la gracia que hasta entonces ha tenido, la cual puede estar más o menos intensa y parecer otra siendo la misma; y mirar el oficio o estado que aquél tiene, ca suele acaecer a los que se ejercitan en el recogimiento otras cosas que, aunque son buenas, no son de aquesta vía; empero sucedieron por otra razón o causa, y otras muchas cosas que el prudente y sabio maestro debe mirar para responder e informar a su discípulo; cuyas respuestas, cuando son según deben y que proceden de la experiencia, encájanse en el corazón del que pregunta y conoce que de las cosas que ha tenido le procede tan satisfactoria plática, y dice aquello de Salomón (Prov 16,21-22): El que es sabio de corazón será llamado prudente, y el que es de dulce palabra hallará mayores cosas; fuente es de vida la doctrina del que posee.

El que, no poseyendo el recogimiento, presume enseñarlo solamente porque lo ha leído, no es fuente la doctrina que enseña vida, pues no mana en él por operación lo que enseña por palabra; y este tal no es sabio de corazón, pues su corazón no sabe a qué sabe lo que está en la boca; y éste no es llamado prudente, sino atrevido, pues que se atreve a enseñar lo que no quiere obrar, lo cual es en este caso peor que en todas las otras cosas. Debería el tal tener en la memoria aquella sentencia del Apóstol que dice (Rom 15,1Cool: No oso hablar cosa que Cristo no obra por mí.

Unos tienen gracia en una cosa, otros en otra; Cristo obra en unos una virtud y en otros otra. Hable cada uno en aquello que Cristo obra en él, y en lo demás debe dar la ventaja al otro, o confesar que de aquello que dice no sabe más de lo que habla por la boca. Donde yo conocí un gran maestro en santa teología, no menor en humildad que en ciencia, el cual hablando del recogimiento con un varón muy ejercitado en él, aunque era simple, después de le haber dicho muchas excelencias del recogimiento, decía: Esto mejor lo sabéis vos que no yo, pues que sabéis a qué sabe, y yo no he dicho esto sino porque lo hallé así escrito; empero, no hace mucha impresión en mí; más creo que hará en vos, moviéndoos el apetito de los gustos pasados.

En grandísima manera aprovecha al discípulo el crédito que tiene, si sabe que el maestro que le enseña ha gustado lo que le enseña; y más le mueve un ejemplo que de sí mismo fielmente dice que cuantos lee escritos, porque los ejemplos de los pasados casi más espantan a los simples que provocan, teniendo a los que pasaron por más que hombres, y a los que presente ven tiénenlos por hombres muy flacos; y viendo que aquéllos alcanzan algo de Dios, piensan que también ellos alcanzarán.

E también da mucha confianza al discípulo ser particularmente certificado de cuán bien le ha ido en haber él seguido ejercicio; y oyendo esto, se convida mucho a lo seguir él también, pensando que Dios también le hará a él mercedes. Según esto, conocí yo uno que, para provocar a un amigo a seguir el recogimiento, determinó de le decir cuán dichoso se había él hallado en haber topado con tal ejercicio; y certificóle que preciaba más este ejercicio que todo el mundo, aunque para siempre lo hubiese de poseer lícitamente, y que no creía los bienes que de este ejercicio le decían, porque ya en sí los conocía: donde acerca de ello no tenía fe, sino experiencia; lo cual oyendo el otro y teniendo crédito que le había dicho verdad, como de hecho era, comenzó con humildad a seguir esto, y antes de muchos días yo le oí decir al nuevo discípulo, después de haber estado una hora en oración: Aunque Dios nuestro Señor no me diese por lo que hasta ahora le he servido más de lo que me ha dado en una hora que he estado allí, me ha pagado muy bien; y si lo sirviese de aquí al día del juicio y me diese en pago otra tanta gracia, también sería bien pagado, aunque yo espero muchas cosas de Él. Después dijo éste a su maestro, estando yo presente, en respuesta de las promesas grandes que el otro le había hecho si perseveraba en se recoger: Padre, ya vos sois libre de todo lo que me prometistes; yo me doy por muy satisfecho; en ninguna cosa habéis salido falto; Dios ha cumplido en mí vuestras promesas; ya de aquí adelante por mí quedará si lo que el Señor me ha dado no se conserva.

Estos ejemplos te he puesto aquí para que conozcas cómo, si tu maestro fuere experimentado, él te animará y por diversos rodeos te provocará al negocio; y si desmayares, él te esforzará; y aun si muriera en ti la voluntad de perseverar, él la resucitará; y si estuvieres triste, él te dará el remedio y te dará ejemplo orando delante de ti, y orando por ti, y hablándote lo verás que ora y está recogido, y conocerás por las señas exteriores lo que dentro tiene; y así serás muy provocado, lo cual no podrá hacer el que no tiene experiencia, sino solas palabras.

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MensajePublicado: Mar Ene 06, 2009 9:08 pm    Asunto:
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CAPÍTULO VII.

DE COMO LA EXPERIENCIA ES MÁS NECESARIA AL MAESTRO



Todas las condiciones del mundo que en uno se halla ser buenas apenas podían igualar a sola experiencia que se hallase en otro; según lo cual dice el Sabio (Eclo 26,20): Ninguna ponderación es digna del ánima que contiene, conviene a saber, la gracia del Señor en sí misma; porque sin duda parece que la misma gracia, que dentro tiene, echa fuera envuelta con las palabras, y que la tiene derramada en los labios de su boca, como dice el salmo (Sal 10): Cosa es de todos conocida que cuando alguno tiene en sí alguna pasión y la siente dentro, que sus palabras tienen en los otros mayor eficacia para mover en ellos la misma pasión; ca si alguno está muy triste sintiendo en sí causas de tristeza y hablase de cosas tristes, parece que da a sentir a los otros alguna de la tristeza y fatiga que él tiene, y así se duele con él; empero, si habla cosas de tristeza sin la tener en sí, no mueve tanto ni la mitad, según parece en los predicadores, que, cuando predican a la muerte de alguna persona que no tenían especial amor, no mueven tanto a tristeza como cuando les duele mucho la muerte del que predican. De manera que el sentir la cosa da gran fuerza a las palabras, lo cual tiene mucha más verdad en el recogimiento que en otro ejercicio, por lo cual dice Salomón (Ecl 12,11): Las palabras de los sabios son así como aguijones y así como clavos hincados en alto, los cuales por el consejo de los maestros son dadas de un pastor.

Aquellos se dicen en la Escritura más verdaderamente sabios que saben a qué sabe el espíritu de la devoción, y con el saber tienen también el sabor. Las palabras de aquéstos son como aguijones para hacer aguijar los perezosos y como clavos que se hincan en el alto corazón de los que sienten las cosas de Dios; y estas palabras vienen de un solo pastor y Señor nuestro, que nos quiere proveer mediante el consejo de los maestros que son tales cuales deben ser.

El que en esto quisiere ser buen maestro no debe olvidar a sí mismo, mas ser muy solicito en el proprio aprovechamiento; porque, como dijo un gran varón, tanto aprovechará el hombre en los otros cuanto aprovechare en sí mismo; y si deja a sí mismo por entender con los otros, todo se pierde y apenas sale cosa a luz. Lo que has de dar a los otros sea de las reliquias o relieves del hombre pacífico, que ha de ser tu ánimo interior; empero, si para ti no tienes abundancia, mejor te será callar, por que no se te vaya todo en palabras. Toma ejemplo de Rut, la cual, después de harta en el convite de Boz (Rut 2,1Cool llevó de los relieves a Noemí. Si Dios te convida, apacienta primero a tu ánima que proveas las ajenas; y lo que a ti te sobrare darlo has a los pobres, porque esta limosna debe ser de lo superfluo y no de lo necesario; como el ama, que cría el niño de lo que a ella es superfluo, que es la ------, y no de lo que a la sustentación y vida de ella es necesario.

En todas las otras ciencias y ejercicios, si alguno una poca cosa quiere aprovechar a otros, acaece crecer en él lo que tenía; mas en el recogimiento no es así, porque, según ha enseñado a muchos la experiencia, todos los que teniendo poco gusto de él se quisieron entremeter en aprovechar a los otros, dañaron a sí mismos; y la causa es que, como para conservar y acrecentar lo poco sea menester mucho cuidado y ellos repartieron su cuidado en la maestría y enseñamiento de otros, y así hicieron a sus corazones mucha falta, lo cual sintieron cuando se les fue en palabras aquella poca obra que sentían en sí.

No quieras, hermano, ser maestro antes que seas un buen discípulo y tengas, como conviene a maestro, copia y gran abundancia en la facultad que has de enseñar; porque si lo contrario haces, serás como los pájaros nuevos, que, sintiendo en sí alguna habilidad y deseo de volar, toman el vuelo antes de tiempo y sálense del nido volando; mas muy presto se cansan y caen, no pudiendo tornar a su nido y al reposo que dejaron por haber tomado el vuelo antes de tener las alas duras.

Pero decirme has que la obediencia te ha hecho maestro; ella te puede dar el oficio, mas no la suficiencia; ca ésta es de arriba y desciende del Padre de las lumbres; y creo que eres obligado a responder muy de corazón a los que te dan el nombre, cómo tú no tienes el hecho que se requiere para serlo de verdad; y si porfiaren debes obedecer como en las otras cosas, porque a ti no se te seguirá mal de ello con esta condición que te obliga muy estrechamente a decir de ti lo que sientes, según todo tu buen juicio; y después de dicho irá el cargo sobre los que te mandan y la pérdida sobre aquellos que has de doctrinar en lo que no sabes. De los cuales muchas veces he mancilla, no por el mal que les enseñan, que esto, gracias a nuestro Señor, nunca lo he visto ni lo espero ver; mas he mancilla por ver que no les imponen en las cosas grandes, lo cual desea el gran Señor y magnífico Rey nuestro Jesucristo, que da mayor gracia a los que más engrandecen su corazón para la recibir; y cuando, según dice el salmo, se llega el hombre al corazón alto por vía alta de muy espirituales ejercicios, es Dios en nosotros muy más ensalzado; donde así como más honra al rey y al reino un caballero que un escudero, así es más útil a sí y a los otros y más acepto a Dios uno que según debe sigue un gran ejercicio que no otro que sigue cosas pequeñas y de niños.

Algunos piensan que satisfacen a Dios y a sus conciencias en leer a los que han de instruir alguna buena doctrina cada día un rato, para que de allí aprendan, no de ellos, sino de un santo glorioso y aprobado, cuya doctrina es muy espiritual y santa. A esto dicen algunos que, bien mirando en ello, que aquesto no es nada ni vale cosa; porque para sólo esto no había menester maestro, pues que él por sí se la pudiera pasar dándole el libro. Este tal maestro, si alguno hay, sería como el físico que pensase curar y proveer al enfermo con solamente leerle un libro de medicina y no hacer otra cosa; lo cual sería cosa muy ajena de razón, porque los físicos antiguos no escribieron medicinas ni maneras de física para cada hombre por sí, ni Pedro para Juan, sino todos en común, dejando al buen saber del físico el aplicar lo que ellos escribieron según viesen convenir a tal o tal persona; y saber aplicar esto es ser buen físico; de esta manera puedes tú conjeturar de ti mismo.


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MensajePublicado: Mar Ene 06, 2009 9:12 pm    Asunto:
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CAPÍTULO VIII.

DE UNA RAZÓN EN QUE LOS MAESTROS DEBEN SER AVISADOS



En una cosa querría avisar a los maestros presentes de que hablo, para que los discípulos de ellos recibiesen la doctrina del espiritual magisterio más por entero y más de verdad en lo que desean, que es hallar a Dios y ser mudados en espirituales varones de carnales que eran en el mundo. Para lo cual deben tener aviso los que han de enseñar en esto, que pongan mucha atención al espíritu del discípulo, y enderecen a él toda la solicitud que pudieren, no haciendo tanto caso de las cosas exteriores, pues que sin las otras son nada; las cuales aunque no se deban olvidar, debe mostrar a su discípulo que las tiene en tan poco que no hace caso de ellas, para que, viendo esto el discípulo, ponga todo su estudio en las cosas interiores del corazón; de las cuales el maestro ha de demandar muy estrecha cuenta y mostrarse en ello muy solicito, no dejando pasar tiempo alguno, por breve que sea, de que no demande amorosamente cuenta.

No te cures de preguntarle que qué hizo en tal o en tal hora, sino qué pensó y qué piensa todas las horas del día: cuando va a la huerta, qué va pensando; cuando trabaja allá, qué es lo que piensa; cuando va algún camino, en qué fue imaginando, y también que te diga cuáles son sus pensamientos aun cuando está delante de ti; y según su respuesta has de proveer su corazón de las cosas que le convienen según su manera, así que nunca le falte que hacer en lo interior por una vía o por otra; y el defecto en esto ha de ser más reprehendido que no en las otras cosas acá exteriores y corporales; y cada vez que vieres al que así enseñas le debes preguntar qué es lo que hace su corazón y amonestarle que se guarde de vanos e inútiles pensamientos y cosas semejantes.

Si de esta manera lo haces, serás como aquel buen pastor, del cual se dice (Ex 3,1) que guiaba a su ganado a lo interior del desierto, y así, de ser pastor de ovejas, lo mereció ser de hombres, ca el pueblo de Dios apacentó en el desierto cerca de cuarenta años así como ovejas.

Según lo ya dicho, es de notar que lo primero que se ha de remediar en el discípulo de la vida espiritual ha de ser el corazón, como cosa que tiene más necesidad de ser socorrida; porque así como lo que primero forma en nosotros la naturaleza es el corazón, así él debe ser el primero que nosotros debemos reformar; ca, según dice San Buenaventura, el derramamiento de fuera procede de la disolución de dentro; y, por tanto, la raíz se debe comenzar primero a remediar para que cese lo que de allí procede.

Y no te cures mucho de las manos o de la cabeza, ni de los ojos, ni de los pies; porque si miras en ello, la hora que le mandas andar atento sobre las cosas interiores luego se componen los miembros exteriores y siguen al principal de ellos, que es el corazón; si le mandas que ande siempre pensando en Dios o guardando el corazón, para hacer esto ha de poner su ánima alguna fuerza y va pensativo y no se derraman sus miembros exteriores, ni se cura de hablar si está poniendo en recato el corazón; lo cual debe ser la cosa que primero le encomiendes en vertiendo a la orden, y de lo otro no hagas mucho caso, que tras lo primero se viene sin trabajo; y si de lo exterior haces mucho caso, piensa el otro que allí va toda la importancia y no se cura de lo que más es, sino trae mucho estudio en lo que solo no vale nada, y deja lo que de sí es bueno y da bondad a lo demás.

Y si dices que le has de enseñar las ceremonias, no lo niego; mas dígote que pienses que enseñarle eso, sin lo primero que tengo dicho, no es nada; y para eso un gato que supiera hablar y se hubiera criado en la orden bastaba. Ten especial cuidado de enseñarle las ceremonias espirituales del corazón a Dios, que estotras acá exteriores, viéndolas hacer a los otros, las aprenderá, y también que en ellas será presto maestro; empero las del corazón, que él no puede ver, te encomiendo que le enseñes en lo primero: cómo ha de levantar el corazón a las cosas celestiales, cómo lo ha siempre de tener aparejado al Señor, cómo lo ha de recoger.

Esta muy provechosa razón que te he comenzado a decir para el aviso de cómo has de enseñar quiso sentir el bienaventurado San Bernardo, cuando escribiendo una forma de vida honesta que le habían demandado comienza diciendo: Porque nuestra doctrina procede del hombre interior al exterior, en tal manera te conviene estudiar acerca de la pureza de tu corazón sin cesar, que el amador de toda pureza, Dios eterno, tenga por bien de sentarse en él, así como en el cielo, y guardarlo para sí, según aquello de Isaías (Is 66,1): El cielo es a mí silla, y el ánima del justo es silla de la sabiduría. Así que necesario es que con vigilancia procures enderezar tus cogitaciones a lo bueno siempre y honesto, para que temas de pensar o meditar delante de Dios lo que en la presencia de los hombres con razón temerías decir o hacer. Esto dice aquel glorioso santo para nos mostrar que seamos en esto semejantes a las arañas, según dice el salmo (Sal 89,12); las cuales viendo rota su tela comiénzanla a reparar desde el medio, que en nosotros es el corazón, y ha de ser principio de nuestro reparo, por que desde él, como desde punto de compás, traigamos las rayas de la virtud y buenas inclinaciones a la circunferencia exterior de la honesta conversación.

Y porque dije que habíamos de ser como las arañas, mira que también se dice de ellas que nunca duermen (Sal 120,4); porque, si fuese posible, no habíamos de dormitar, ni dormir, siendo negligentes, si queremos guardar bien a Israel, que es nuestro corazón, que también se dice santuario de Dios, del cual manda él que comencemos el castigo hasta venir a lo de fuera del templo.

No pienses contradecir a la razón ya dicha aquello que se suele traer de San Pablo, que dice ser primero lo animal que lo espiritual, porque allí no habla San Pablo de esta materia, sino del artículo de la resurrección; y si dices que moralmente se trae a este propósito, querrá decir, conforme a la declaración de San Bernardo, que primero se ha de reformar hombre en las costumbres animales y bestiales que tenía en el siglo que no reforme el espíritu en las cosas interiores; de tal manera, que antes que venga a la religión deje la vida bestial de pecador, y en viniendo, según te dije, lo impongas en vida espiritual de hombre muy razonable. Conforme a lo cual se dice que San Bernardo decía a los que venían a ser religiosos que dejasen el cuerpo fuera del monasterio y metiesen dentro el corazón, dándoles a entender que ya, a lo menos de entera voluntad, había de estar en ellos reformada la vida corporal y animal, que venían a la religión a reformar el corazón.

Conforme a esto, sería muy sano consejo, al que quisiese ser religioso, que estando en el siglo, cuando le comienza a venir en voluntad de lo ser, él mismo allá se probase en las cosas que acá piensa ser probado, así en el ejercicio de las virtudes como en los ayunos y cosas semejantes; y si allá en el mundo puede en alguna manera perseverar en algún bien, crea que en la religión podrá siempre perseverar, pues hallará mayor favor en muchas cosas para la virtud y menos ocasión para desfallecer.

Esto pongo aquí porque conocí una persona que lo hizo así y le fue muy bien de ello. Así que la conclusión de esta letra sea que ninguno ose ser maestro sin tener primero experiencia de la vida espiritual que ha de enseñar, por que él y su discípulo no caigan en hoyo de algún error; ni ose tampoco con alguno comenzar ejercicios espirituales sin buen consejero; ca es peligroso, según aquello que dice Gersón acotando a uno de los padres del yermo: Si vieres algún mancebo que quiere por sí solo entrar al paraíso sin tener doctor, aunque tenga ya allá el un pie, échale mano del otro y derríbalo, porque de aquella manera nunca podrá entrar.

Algunos suelen acotar este dicho absolutamente, diciendo que han de apartar a los mancebos de los ejercicios espirituales; y no es así, ca no los deben retraer sino cuando se rigen por su seso, ca entonces son mozos y muchachos; mas, cuando usa de consejo prudente de persona experimentada, se deben tener por viejos; pues que se dejan al parecer de los que lo son, haciendo maestros de sí mismos a todos los que resplandecen en alguna virtud, y comunicando el corazón al que conocen tener experiencia de las cosas espirituales que ellos quieren seguir.


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MensajePublicado: Mie Ene 07, 2009 4:04 am    Asunto:
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NONO TRATADO

HABLA DE CÓMO DEBE EL HOMBRE REPRIMIR LOS DISCURSOS, DICIENDO: JAMÁS PASE SIN CASTIGO LA SALIDA SIN PROVECHO



CAPÍTULO I


Mucho sería de culpar el que, habiendo de recibir en su casa a algunas notables personas, se fuese de ella al tiempo que se presumía que habían de venir, ca parecería menosprecio si no esperaba a los huéspedes en su casa; de lo cual se podría seguir que el huésped buscase otra posada y el descuidado se quedase solo, porque otra vez escarmentase y aguardase al que había de venir para le honrar su casa. Si el patriarca Abrahán no estuviera en su tienda, no mereciera recibir a los ángeles que le honraron su casa y le prometieron un hijo que muy deseado tenía (Gen 18,1-10). Si Lot fuera negligente en recibir los peregrinos (Gen 19,1) y no los estuviera aguardando a las puertas de la ciudad, no mereciera recibir los mismos ángeles que lo libraron del fuego de Sodoma y lo pusieron en salvo. Si Labán no estuviera en su casa (Gen 24,50), no recibiera por entonces al mayordomo de Abrahán que venía cargado de riquezas para su hermana. Si Rahab no estuviera en su casa (Jos 2,1), no posaran en ella los varones que fueron causa que ella sola y todas sus cosas viviesen. Onde si estas personas fueron solicitas en guardar sus casas, y guardar en ella a los huéspedes de cuya venida aún no tenían certidumbre, cuánta mayor solicitud espiritualmente debe tener cada ánima devota en esperar dentro en sí a Dios, que ha de ser huésped suyo.

Estamos por cierto muy certificados y apercibidos por la boca del mismo Hijo de Dios que Él con su Padre y el Espíritu Santo vendrán a posar con aquel que lo amare y harán morada acerca de él (Jn 14,23), no en otra parte sino en su ánima, que es aposentamiento donde Dios se recibe; empero es menester que el mismo hombre esté consigo para recibir al Señor cuando viniere. Sabemos que vendrá; empero, el cuándo ignoramos, y por nos avisar el mismo Señor que lo esperemos y estemos con este cuidado nos dice en el Evangelio (Lc 12,40): Estad aparejados, ca la hora que no penséis vendrá el Hijo de la Virgen.

No quiere el Señor señalarnos la hora en que ha de venir por que en todas las horas y tiempos estemos aparejados para lo recibir cuando viniere; y esta vigilancia y aviso con que hemos de esperar su venida para nos dar el consuelo de su gracia y manifestarse a nuestros corazones ha de ser tan solicita, según el mismo Señor dice, como lo es la de aquel que guarda su casa en la hora que sabe que ha de venir a ella algún ladrón, en la cual hora trabaja de estar dentro muy velando, por que no le escalen la casa.

Una diferencia hallo yo que hay entre la venida espiritual del Señor, la cual, según dice Job (Job 10,13-14), es visitación que guarda nuestro espíritu trayéndole toda la provisión necesaria para su defensión; y la diferencia es que el ladrón entonces se da más prisa a entrar en la casa cuando el señor de ella está ausente; mas nuestro Señor Dios, como persona de mucha cortesía, no quiere entrar en la casa de nuestro corazón si nosotros mismos no estamos dentro en él esperándolo; y entonces, según el mismo Señor dice en el Apocalipsis (Ap 3,Cool, llama a las puertas del consentimiento con sus santas inspiraciones, para que de mejor voluntad sea recibido; mas cuando el hombre no está recogido ni dentro en su corazón, hácelo estar a la puerta casi burlando, llamando y diciendo al ánima aquello de los Cánticos (Cant 5,2) : Ábreme, hermana mía, amiga mía, paloma mía, mi sin mancilla, porque mi cabeza está llena de rocío, y mis cabellos llenos están de las gotas de las noches. No dice solamente que abra, sino que abra a El, dando en esto a entender que no debe abrir a otro sino a Él; y queriéndole también en esto decir que cierre los postigos falsos del corazón y los portillos por donde ha saltado a se ir fuera de sí como aquellos malvados de los cuales se dice: Salidos apartáronse de sí (Dan 13,51).

La hora que se aparta hombre de sí por dañosas distracciones se aparta de Dios; ca no es Dios amador de discordia, sino Dios de paz y amor y unidad. Llámala hermana suya, teniendo Dios respecto en esto a la humanidad que tomó, mediante la cual se hizo hermano nuestro, para que con más confianza nos lleguemos a Él y como a pariente lo recibamos con más obligación, y lo amemos más naturalmente, donde el nombre que se sigue, con que llama al ánima, es amiga, de la castísima amistad que suele haber entre los hermanos.

A todos los hermanos abrimos de buena voluntad; empero, de mejor al que más amamos; lo cual aplica el Señor a sí mismo, llamándose hermano y amigo, que quiere decir muy amado hermano. Empero, porque el ánima adúltera, que por las variedades de los negocios mundanos y seglares en que no se debiera implicar ha desechado ya a Dios, por lo cual hubiera vergüenza y temor de tornar a Él, pues que lo menospreció no una vez, sino muchas, por quitarle esta vergüenza y empacho la llama el Señor paloma suya.

No se contenta de la llamar paloma, mostrándole que si viene a Él con gemido humilde la recibirá; mas llámala suya, mostrando en sí más obligación de la recibir, pues que es suya, y ninguno debe negar las cosas suyas. Para se mostrar prontísimo y muy aparejado para quitar de ella todo pecado y mancha de mal amor, la llama también sin mancilla, porque tomando el ánima alguna osadía en se llamar limpia del que no puede mentir, no dude llegarse al que la desea, aunque de él esté escrito (Sab 1,4) que no entra en el ánima maliciosa ni en el cuerpo sujeto a pecados.

En lo que más se sigue, allende de mostrar cuán mucho ha esperado y espera cada día que le abramos el corazón, nos quiere notificar dos cosas que nos deben provocar a le abrir: La primera es que la cabeza de su divinidad está llena de rocío, que es gracia celestial figurada e incluida en la bendición dada a Jacob del rocío del cielo (Gen 27,2Cool. La segunda, que sus cabellos, esto es, su santa humanidad, que es como cabellera de Dios, está llena de las gotas de las noches, que son las fatigas de las pasiones que por nosotros pecadores padeció; así que, pues nos viene a dar gracia, haciéndonos grandes mercedes, y viene cansado de los trabajos que por nos ha padecido, razón es, y mucha, que abramos la puerta del corazón, dando lugar a solo él, encerrándonos y recogiéndonos para que le podamos mejor abrir y recibir con más aparejo; y más, que si no ve que estamos dentro en nosotros, pasarse ha delante, viéndonos derramados con distraciones dañosas y penosas; lo cual vemos figurado en Santo Tomás, al cual no apareció hasta lo ver recogido con los otros y que ya iba tornando en sí.

Sabemos también que por ser idas las vírgenes locas a do no debieran, les fue negada la vista y buena habla del esposo; y que, si Noé no estuviera dentro en el arca para tomar la paloma y meterla dentro la primera vez que tornó (Gen 8,8-9), por ventura se estuviera fuera y, careciera de ella. Por tanto, si queremos que Dios alumbre nuestro entendimiento como el de Santo Tomás, y que como esposo virginal enamore de sí nuestra voluntad como las voluntades de las prudentes vírgenes; y si queremos que como paloma nos enseñe el Espíritu Santo a gemir, o por lo que en el vuelo de la contemplación no podemos alcanzar, o porque las aguas de nuestros pecados aún no son agotadas, menester es que estemos recogidos dentro en nosotros mismos y no andemos distraídos en vanidad de pensamiento y negocios seglares o mundanos; y que si por nuestra flaqueza algunas veces lo hiciéremos, tomemos de nos venganza para que la pena nos sea escarmiento y nos haga avisar, lo cual nos amonesta nuestra letra diciendo: Jamás pase sin castigo la salida sin provecho.

Dos maneras hay de salidas: unas sin provecho y otras provechosas; porque las primeras toca más derechamente nuestra letra, ellas sean las primeras de que hablemos.

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MensajePublicado: Mie Ene 07, 2009 5:04 pm    Asunto:
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CAPÍTULO II.

DE CÓMO EL VARÓN RECOGIDO HA DE AMAR EL ENCERRAMIENTO



Este ejercicio del recogimiento aborrece toda salida, porque aun el mismo nombre nos enseña que hemos de estar muy cogidos y muy plegados en nosotros mismos, en tal manera que cada ánima que sigue el recogimiento sea como emparedada, cuya celda es el corazón, la puerta del cual es el recogimiento por do hemos de entrar en nosotros mismos a manera de culebras que se quieren remozar y dejar el cuero viejo; las cuales después de este remojar en algún río entran por algún angosto y áspero lugar para dejar la vieja vestidura, a manera de las cuales, después de nos haber bañado en el río de las lágrimas siete veces por los siete pecados mortales, como Amán leproso, habemos de entrar por la puerta estrecha del recogimiento, según aquello que dice el Señor: Entrad por la puerta angosta; porque ancha es la puerta y espaciosa la vía que lleva a la perdición (Mt 7,13), y muchos son los que entran por ella; empero muy angosta es la puerta y estrecha la vía que lleva a la vida, y pocos la hallan.

El recogimiento es puerta angosta, por la cual sólo Dios cabe, y nuestra ánima que se trabaja de entrar con él sola, para poder así sola decir aquello de los Cánticos (Cant 2,16): Yo a mi amado, y mi amado a mí. En estas muy breves palabras solos están el ánima y Dios, los cuales solos entran por esta puerta angosta del recogimiento; y el Señor entra delante, para que diga el ánima fiel haberla metido el rey a la celda del vino de la consolación interior, donde se ordena el amor perfectamente.
La puerta y vía de la perdición es la contraria del recogimiento, y se llama distracción o derramamiento, que es un mal tan grande que por maldición fue dado a Rubén por el pecado que había cometido y por la traición que había hecho a su padre (Gen 49,3); donde es de notar que, si profundamente se mira, el principio de todos los males es la distracción y derramamiento del corazón; y todos los que van a la perdición entran por esta puerta muy ancha y por este camino muy espacioso, dando los hombres licencia a sí mismos de imaginar y distraer sus corazones por todas las anchuras del mundo, y que salgan de ellos, según dice el Señor (Mt 7,1Cool, las blasfemias y los hurtos y todos los otros pecados que no saldrían a la boca ni a la obra si no se desmandasen primero del corazón. Por esta puerta de la distracción entran muchos, empero por la puerta estrecha del recogimiento muy pocos entran. Pocos hallan este camino, según dice el Señor, aunque acaece buscarle muchos; empero la perseverancia lo muestra, y el Señor toma de la mano a los que por esta puerta quieren entrar dentro de sí a hallar la vida de la gracia que se aposenta en la silla del corazón.

Los que han entrado dentro en sí por esta puerta no deben salir del santuario de Dios, donde ya entraron; mas emparedarse y encerrarse cuanto más pudiesen en sí mismos, que son templo de Dios, según dice San Pablo (1 Cor 6,19), en el cual deben morar y no salir fuera, como si toda esta presente vida les fuese un treintanario cerrado que en la muerte se había de abrir y desatar; en la cual ha de ser nuestra ánima llevada de esta cárcel a confesar por entero el nombre del Señor.

En la figura de este encerramiento espiritual que deberíamos tener dentro en nuestro corazón se dice de aquel santo varón Josué (Ex 33,11): El mancebo Josué, hijo de Nun, criado de Moisés, no se apartaba del tabernáculo de Dios. Este santo varón Josué subió con Moisés al lado del monte, y sucedió a Moisés por mandato de Dios para que metiese los hijos de Israel en la tierra de promisión, y por sus merecimientos hizo Dios muchas maravillas. Donde con mucha razón tiene figura del varón recogido no menos en las otras cosas que en la significación del vocablo, porque Josué quiere decir salvador, y es cada varón recogido que procura salvar su ánima en este santo ejercicio del recogimiento; el cual ejercicio puede muy bien decir aquello de San Lucas (Lc 9,24): El que perdiera su ánima por amor de mí, hacerla ha salva. Este Josué se dice ser mancebo, para que denote ser su juventud como de águila, pues en breve tiempo llevó los hijos de Israel a la tierra de promisión, que son los deseos del varón recogido, que del tal son llevados a la dulcedumbre interior que les es prometido.

Dícese más, que era criado de Moisés para que se conozca en este ejercicio tuvo maestro; el cual dije en la letra pasada ser necesario; y en el subir con él al lado del monte nos es mostrado que el humilde discípulo, que trabajó en todo obedecer e imitar al maestro en algo, le suele después parecer y aun en mucho; ca éste sucedió casi en todo a Moisés, y Eliseo a Elías.

Dice más: que era hijo de Nun, que quiere decir eterno o permaneciente, porque el seguidor del recogimiento ha mucho de permanecer en él y tener de ello firme propósito y obras. Onde lo último que se dice de Josué es que nunca se apartaba de la tienda o tabernáculo de Dios, porque siempre ha hombre de trabajar cómo nunca salga de su corazón, teniendo la rienda a sus pensamientos y quitando todas las ocasiones que lo hacen de sí salir. Empero, porque acaece que mientras el hombre se quiere más recoger sale con mayor furia el pensamiento a cosas diversas en que se distrae, es menester que hombre tenga aviso para que el corazón no siga al pensamiento yéndose tras las cogitaciones, ca las suele muy de presto seguir, lo cual llora San Bernardo diciendo: Ninguna cosa hay en mí más huidora que mi corazón; cuantas veces me deja y corre por malas cogitaciones, tantas veces ofende a Dios; mi corazón es vano y vago e inestable, que, cuando es llevado a su albedrío, carece del divino consejo; no puede consistir en sí mismo, mas es más movible que toda cosa movible; por cosas infinitas se distrae, y acá y acullá discurre por cosas innúmeras, y buscando holganza por cosas diversas, no la halla; mas siendo miserable en el trabajo, remanece vacío de holganza; con sí mismo no está concorde, mas de sí mismo discorde; rehúye de sí, trueca las voluntades, muda los consejos, edifica cosas nuevas, destruye las viejas, las destruidas torna a edificar, las mismas cosas otra y otra vez por otra y por otra orden muda y ordena, porque quiere y no quiere y nunca en un estado permanece.

Porque así como un molino se vuelve de presto y ninguna cosa desecha, mas cualquiera cosa que le echan muele, y si le echan algo gástase a sí mismo, así mi corazón siempre está en movimiento y nunca huelga; o duerma o vele, sueña y piensa cualquier cosa que le ocurre; y así como el molino, si le echan arena deshácelo, la pez lo ensucia, la paja lo ocupa, así a mi corazón el amargo pensamiento lo turba, el no limpio lo ensucia, el vano lo inquieta y fatiga; mi corazón, mientras no se cura del gozo advenidero ni busca el divino favor, se aparta del amor celestial y se ocupa en el amor de las cosas terrenas; y cuando se escapa de aquéllas y se vuelve en éstas recibe la vanidad, y curiosidad lo lleva, el deseo lo convida, el deleite lo engaña, la lujuria lo ensucia, la envidia lo atormenta la ira lo turba, la tristeza le da fatiga, y así con miserables desdichas se lanza en todos los vicios, porque dejó a un Dios que le pudiera bastar.

Derrámase por muchas cosas de esta parte y de la otra; busca do pueda holgar, y ninguna cosa halla que le baste hasta que torne al mismo; es llevado de pensamiento en pensamiento, y es variado por diversas ocupaciones y aficiones, porque a lo menos sea lleno con la variedad en las mismas cosas con cuya calidad no se puede hartar; así se resbala la miseria del corazón, quitada la divina gracia; y cuando torna a sí, mira lo que pensó y no halla cosa, porque no fue obra, sino importuna cogitación, por la cual de no nada compone muchas cosas y así finalmente engaña la imaginación formada por la burla de los demonios. Mándame Dios que le dé mi corazón, y porque a Dios que manda no soy obediente y súbdito, a mí mismo soy rebelde y contrario; donde a mí no podré ser sujeto hasta que a El no sujete, y serviré a mí no queriendo, pues a Él no quise servir queriendo, y, por tanto, más cosas compone mi corazón en un momento que todos los hombres puedan acabar en un año; no estoy unido con Dios, y por eso en mí mismo soy diviso.

Bien nos ha declarado este santo la salida del corazón, según todas sus particularidades, y cuán sin provecho sea, y aun cuán dañosa sea a los varones recogidos; lo cual quiso sentir el santo Job cuando dijo (Job 21,11): Salen a manadas sus muchachos, y sus pequeñuelos se gozan en juegos. A manadas salen nuestros pequeñuelos muchachos cuando sale de nuestro corazón el tropel desconcertado de los pensamientos, que son llamados muchachos por no tener seso ni orden ni concierto, y por esto para castigo suyo será bienaventurado el que les diere de cabezadas a la piedra que es Cristo. La razón, según dice San Jerónimo: El que para castigo de aquestos muchachos les diese de cabezadas a estas piedras, harálos asesar; lo cual hace el que conforma, aunque forzosamente, sus pensamientos con Cristo y con la razón, que es lo mismo.

Puédese también decir que la piedra dura es la reprehensión que debe dar el hombre a sí mismo cuando se halla vagueando fuera de sí en cuidados extraños, o se halla descuidado admitiendo pensamientos inútiles al corazón, los cuales no se deben ir sin castigo, conforme a lo cual dice Ricardo: Acontece que, puestos en oración, sufrimos fantasías de imaginaciones que con gran importunidad se ofrecen al corazón, mas ¿por ventura debemos ser negligentes, dejándolas sin nuestra reprehensión? No.

Es mejor reprehenderlas duramente, y con la representación de la pena reprimir la provocación de la culpa, y castigar los pensamientos con otros pensamientos. No digo que castiguemos nuestro corazón cuando se desmanda a pensar cosas torpes, porque esto ya está dicho; mas digo que lo castiguemos aun cuando se desmanda por cosas inútiles, porque la Escritura dice que el Espíritu Santo se aparta de los pensamientos que son sin entendimiento, desvariados, sin orden ni provecho; y en esto debes mucho mirar, porque Ricardo hace esta diferencia entre el varón bueno y el perfecto: que el primero castiga en sí todos los malos pensamientos, y el segundo todos los inútiles.

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MensajePublicado: Mie Ene 07, 2009 5:08 pm    Asunto:
Tema: Tercer Abecedario Espiritual, por San Francisco de Osuna
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CAPÍTULO III.

DE CUÁN DE RARO HAS DE MUDAR EL LUGAR



La segunda salida que a muchos tiene desasosegados y les quita el reposo es la mudanza de los lugares. Salen con buena intención de un lugar para irse a otros, o procuran esto pensando que no es un sol el que alumbra su lugar y aquel do ellos han de ir y que no se rigen todos por un norte engáñalos una poca de diferencia accidental y un pensar que es bien trasegarse como vino, y probar lo uno y lo otro, creyendo que en una parte hallarán lo que en otra echan menos, y que tendrán más paz y contento espiritual quitadas algunas ocasiones que al presente le dan pena; las cuales no piensa hallar en la otra parte do quiere irse.

Empero acaece a los más (de lo cual pueden ser ellos mismos testigos) que hallan las cosas más al revés de como pensaban, y son compelidos a hacer como los peces grandes que se crían en agua dulce, que por probar cosas nuevas vanse a la mar, y en gustando su sinsabor pésales de haber dejado el lugar do fueron criados, y tornan agua arriba, ca salieron a buscar paz y hallaron mucha penuria de ella; buscaban quietud, y halláronla fingida; buscaban ángeles, y hallaron hombres. Y permite Dios que les acontezca como a Noemí, la cual, por evitar el hambre que sintió en Belén, fuese a la tierra de los moabitas (Rut 1, 1-5), donde, aunque evitó un mal, que fue el hambre, cayó en otro peor, que fue la muerte, que se llevó su marido y sus dos hijos; y después con gran dolor y angustia tornóse a su tierra, donde lloró la primera salida que tan sin provecho le había sido.

Medio mal sería si éstos hiciesen así y no hiciesen otras salidas tras la primera más aún sin provecho que no ella, en tal manera que de los tales se pueda decir aquello que de Jerusalén dice Jeremías (Lam 1,Cool: Pecado pecó Jerusalén, y por eso es hecha movible.

Apenas pueden las muchas salidas a diversos lugares y provincias carecer de pecado, donde uno de los vicios que la Escritura más reprehende (Eclo 27,12) y a los hombres peor parece es la liviandad o inestabilidad, o ser el hombre mudable, que es lo mismo al presente, y a los tales llama lunáticos, porque se mudan como luna, y llama cañas movedizas (Mt 11,7) con pequeño aire de un liviano parecer, al cual sigue como los muchachos las mariposas.

Estos tales son hechos semejables a la vanidad, y como la veleta del tejado muy movibles, a los cuales dice el Sabio (Eclo 5,11): No te des a todo viento ni vayas por todo camino. Son como Caín, cuya maldición fue (Gen 4,12) que anduviese vagabundo de tierra en tierra; y allende de esto dice que se le andaba la cabeza y tenía en ella gran movimiento. Así los inestables y movibles todo lo quieren andar como los gitanos; y no solamente la cabeza, mas aun los pies bulle siempre por ir a partes diversas, como si hubiesen de tomar lengua de todo el mundo.

Estos tales, aunque son viejos, no están confirmados; mas sin firmeza alguna son más mudables que el viento y como navíos sin áncoras; y son como árboles que después de se haber transplantado en el huerto tienen por echar raíces, y andan escogiendo eras do tengan holganza en el ánima. La cual nunca acabarán de hallar hasta que corporalmente busquen también quietud en cuanto en sí fuere; conforme a lo cual dice el profeta Jeremías (Jer 14,10): Plúgole mover sus pies, y no tuvo quietud ni agradó a Dios. Primero reprehende el mover los pies y luego lo que de allí se sigue, que es no tener quietud en el espíritu; la cual es aposentadora del Espíritu Santo, y no se agrada del que no la tiene, que es el último mal en que paran los movibles.

Pues tan mala es la mutabilidad, no la permitas en ti pasar sin castigo; y, dejada aparte la obediencia, aconséjate que la cosa de que más te guardes sea la mudanza del lugar, porque siempre vi seguirse de ella muy poco provecho y a las veces mucho daño.

Dije que se quedase aparte la obediencia, porque ella no es mudanza, sino más que sacrificio; ca yo conocí un religioso que pasaba de una parte a otra contra su voluntad; empero, por la obediencia, a la cual, aunque no quería su sensualidad, obedecía su razón; y en el camino, después de pasado muy adelante su compañero, cayó él en un arroyo al pasar, y no pudiendo salir, ahogóse allí; empero, después fue revelado a una santa persona que mucho oraba por él cómo le fue contada la muerte por martirio.

Todas la mudanzas, así de una provincia a otra como de una casa a otra, te encomiendo que trabajes de evitar de tu parte cuanto te fuere posible, porque son muy contrarias al recogimiento, que no tiene respecto al lugar, sino al corazón; y para esto debes te acordar que dice el Señor (Lc 9,4) que permanezcamos en la casa que entráremos, y no salgamos de allí, y también dice en otra parte (Lc 10,7) que no queramos pasar de casa en casa. Y San Pablo dice (1 Cor 15,1) que seamos estables y no movibles, y él mismo se alaba que no usó de liviandad (2 Cor 1,1Cool; y en otra parte nos amonesta (Ef 4,14) que no andemos fluctuando y mudándonos como niños, y también ruega a los tesalonicenses (1 Tes 4,11) que trabajen de estar quietos.

Aunque según verdad, generalmente hablando, sea muy bien no ser el hombre mudable, sino permanecer en su lugar, algunas veces intervienen algunas causas que la mudanza sea provechosa y al salir de algún lugar se siga salir el hombre de algún vicio, que es la cosa que el justo más debe desear; empero todavía me parece que la cosa más acordada y mirada que el hombre debe hacer es mudarse de un lugar a otro; en figura de lo cual se lee que los hijos de Israel alzaban las tiendas al mandato de Dios y se salían de aquel lugar y no las tornaban a sentar hasta que el Señor lo mandaba (Num 9,1Cool.

Si alguna vez estuvieres en duda si saldrás o no de algún lugar, creyendo que en otra parte podrás más a rovechar, paréceme que debes oír el consejo del Sabio, que dice (Eclo 11,23-24): Confía en Dios y permanece en tu lugar, porque cosa fácil es en los ojos del Señor hacer súbitamente al pobre que sea honesto; y la bendición del Señor se apresura por hacer mercedes al justo, y en honra ligera fructifica su proceso.

La causa que suele rrover a las devotas personas a salir del lugar do están y buscar otro es porque piensan aprovechar más en el otro lugar; y a esto responde el Sabio diciéndote que tengas confianza de aprovechar en el lugar do estás, y que permanezcas en él; porque si en él te quietas y asosiegas, cosa fácil es al Señor darte la honestidad interior de la gracia y la exterior de la conversación que tú deseas, si por su amor la salida del lugar conviertes en entrada de ti mismo, para te esconder cuanto más pudieres.

En lo que más dice el Sabio de la priesa que se da la bendición del Señor para hacer mercedes al justo, nos quiere dar a conocer una cosa que acaece hartas veces en esta vía del recogimiento, y es que muchos alcanzan grandes cosas del Señor en muy poco tiempo, de lo cual se suelen otros maravillar, y a las veces escandalizar, no creyendo que tan presto se pudiesen alcanzar cosas tan grandes; a lo cual responde el Sabio que la bendición del Señor se apresura por hacer mercedes al justo, y en honra ligera fructifica su proceso. La conclusión de la salida de tu lugar sea aquella que de sí mismo dice el santo Job (Job 29,1Cool: En mi nido pequeño moriré, y así como palma multiplicaré días.

Aunque el nido y lugar donde tú estás te parezca pequeño en perfección piensa que más vale la poca perfección bien guardada que la mucha mal guardada; y conténtate de multiplicar allí tus días, que son tus buenas obras, las cuales tanto son más claras cuanto en más oscuro lugar son hechas, y aun aprovechan más, pues dan luz a los que más necesidad tienen de ella. Debes también ser como palma, yendo cada día aprovechando y nunca perdiendo el verdor de la justicia.

He amonestado que se guarden los varones de ser mudables, porque entre ciento apenas hay tres que hagan esto a debido y mejor fin, sino por otros respectos menos buenos, y por los descontentos que de las mudanzas voluntarias se suelen seguir, mayormente a los que tienen intento a se recoger y vivir en sosiego de espíritu, para lo cual son menester muchas cosas en que no caen los hombres, ni aun conocen las que tenían hasta después de perdidas. Si tú, hermano, quieres bien seguir el recogimiento, no salgas de ti, ni de tu provincia, ni de tu casa, ni de tu celda, ni de tu boca a hablar sin algún manifiesto provecho; y cuando salieres, debes ser tan cuidadoso de volver presto, como lo es el pez que se suelta del anzuelo y se vuelve con gran prisa al agua.

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MensajePublicado: Mie Ene 07, 2009 5:12 pm    Asunto:
Tema: Tercer Abecedario Espiritual, por San Francisco de Osuna
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CAPÍTULO IV.

DE LAS EXCELENCIAS QUE TIENE LA CELDA SI MUCHO TE RECOGES EN ELLA



No se te haga de mal estar en tu cámara por amor del Señor, pues que Él por tu amor hasta que murió estuvo en la cruz. Si la celda te es áspera y desabrida, piensa que muchos, por ventura en lo interior menos culpados que tú, están en oscura cárcel y otros en purgatorio, y aun otros en el infierno; los cuales puede ser que partiesen de este mundo con menos pecados que tú tienes ahora, y nunca saldrán de las profundidades infernales; de las cuales te librará a ti tu celda si la guardas y la tienes por cárcel de amor; a la cual te condenaste por amar al Señor, más que a otros que la tienen por sepulcro.

Créeme, hermano, que la costumbre te la hará amar tan suavemente, que te sea cosa muy dura después apartarte de ella; empero, antes que vengas a esto has de estar mucho tiempo en ella, aunque no sea por otra cosa sino por acostumbrarte a ella y avezarte a estar en jaula como ave mansa del Señor, lo cual tanto puedes acostumbrar que luego te vuelvas a ella, como las aves que se encierran muy de su voluntad en las jaulas y retraimientos suyos por la costumbre pasada que las tiene muy domadas.

El varón recogido debería ser como el arca de Dios, que nunca salla de la interior y más secreta capilla del templo, y a este retraído lugar no entraban todos (Num 4,5-6); y cuando el arca era traída por el desierto venía envuelta con tres coberturas para que viniese más recogida y encerrada; y esto sin el oro que cubría el arca de toda parte, donde se figura que no te debes contentar con el recogimiento interior sin el exterior, que también te es necesario para que el secreto y recogido lugar te provoque y convide a entrar dentro en ti mismo, según aquello del Sabio (Sab 8,16): Entrando en mi casa, juntamente holgaré con ella, porque no tiene amargura su conversación ni enojo su compañía, sino gozo y placer.

Si entras de voluntad en tu casa y te vas luego a la celda con deseo de la ver, haciendo cuenta que una hora que estés fuera de ella te es un día, y un día te es casi un año; si con tal deseo vuelves, holgarás juntamente con ella, esto es, en el cuerpo y en el ánima, porque su conversación no tiene amargura si tú no la traes de otra parte, y su compañía nunca te dejará enojo, ni pena, ni reñirá contigo; antes te dará placer en el cuerpo y gozo en el ánima por la visitación celestial, que más suele ser hecha a los retraídos que a los distraídos; y también los avisados presidentes suelen ocupar los que ven fuera de la celda, por que la ocupación los torne a ellas; y no son enojosos ni penosos a los que ven retraídos, antes les dan placer y gozo favoreciendo su recogimiento.

Si buscas paz y sosiego, en ninguna parte lo hallarás mejor que en tu celda; en figura de lo cual se dice de la paloma que no halló do holgase su pie hasta que se tornó al arca (Gen 8,9). En ninguna parte hallará sosiego el pie de tu buen deseo sino en tu celda; por ende, tiempo perdido será buscarlo en otra parte; porque al fin no lo hallarás sino en la celda, en la cual nunca te pesará haber estado, ni te placerá haber de ella salido, dejando aparte las inevitables necesidades.

Entre los clérigos, aquel es tenido por mejor que más permanece en la iglesia; y entre los religiosos, aquel es tenido por más santo que más permanece en la celda; y entre los seglares, aquel es tenido por más cuerdo que menos sale de su casa; lo cual mayormente se requiere en este santo ejercicio, que recoge todas las cosas a lo más secreto, y no se contenta con meter al hombre en la celda, mas amonéstale que cierre las puertas y las ventanas por estar más retraído.

¡Oh hermano!, si comenzases a gustar el retraimiento de la celda, y si conocieses el bien que pierdes en perderla, y cómo estando en ella estás dentro en el seguro navío que te llevará al puerto de la vida eterna; y estás en el arca de Noé, que te subirá muy alto de la tierra, y te comunicará con los ángeles del cielo, subiéndote a montes de gran perfección. En ella estás como en tienda de campo muy favorecido de las armas de guerra, que son los espirituales ejercicios con que has de pelear contra el demonio.

Son, finalmente, tantas las excelencias del lugar retraído, celda, o cámara, o ermita, o otra cualquier parte secreta donde se apartan los justos a orar, que me parece poderse muy bien decir de la celda aquello del Sabio (Eclo 34,19-20): Es guarda de la potencia, firmeza de la virtud, cobertura del ardor, pabellón y tienda del medio día, suplicación de la ofensa, favor de la caída, ensalzadora del ánima, alumbradora de los ojos, dadora de sanidad, de vida y bendición. En estas pocas palabras ha tocado el Sabio muchos bienes que ocasionalmente causa la celda a los varones que se llegan a Dios.

Dice en la primera palabra que la celda es guarda de la potencia espiritual que el justo tiene para se llegar a Dios; la cual es amparada si se retrae a su celda, que es por esto figurada en el alcázar de David, donde la potencia de David estaba más favorecida.

Lo segundo favorece la celda a los que allá se retraen, observando la perfección de ellos y fortificándolos para resistir, y, por tanto, dijo el Sabio que era firmeza de la virtud; y de aquí es que los varones espirituales, mientras más permanecen en sus celdas, están más firmes en sus buenos propósitos.

Onde muy bien se pueden comparar los varones recogidos en sus celdas a las águilas en sus altos nidos; las cuales, según se dice, desde allí examinan sus hijos, volviéndolos hacia el sol, y parando mientes si lo miran derechamente sin pestañear y si no, lánzanlos de su compañía; casi de esta forma hacen los justos, cuando se entran en sus nidos, que son sus celdas, donde examinan todos sus propósitos y deseos, que son como hijos suyos; y si conocen que se enderezan cumplidamente al sol del glorioso mundo, que es Dios, afírmanse en ellos y críanlos hasta los poner en perfección; empero, si los ven pestañear, no siendo tales como deben, lánzanlos de sí y afírmanse en los buenos.

Lo tercero da la celda favor a los justos templando la tentación, para que la puedan sufrir y no los fatigue tanto; y por esto dijo el Sabio que también era cobertura del ardor, lo cual hace amparándonos de las incentivas ocasiones que mueven los malos ardores que dentro en nos causó el pecado.

Favorece también la celda a los justos, siéndoles causa de recreación y consolación espiritual, y por tanto le llama pabellón o tienda ramada de medio día. Y dice de medio día, porque en aquella hora es más necesaria la refacción y consuelo a los que han trabajado hasta entonces; y también en esto nos da el Sabio a entender que no gustan el bien de la celda los que no perseveran en ella, a lo menos la mitad del tiempo que es figurada en el medio día.

Si quieres, pues, hermano, ser consolado y gustar las cosas de Dios, has de permanecer en tu celda; porque aquél es el lugar donde hace Dios el convite a los suyos y les da en secreto a gustar lo que muchas veces se pierde en público, según lo cual te es bien a ti permanecer en tu celda y esperar, como otro Daniel, la comida que el Señor te ha de enviar.

Favorece también la celda a los justos, dándoles mucha oportunidad de llorar en secreto sus pecados; que mejor los llora el hombre en su celda que en otra parte alguna; y por tanto, según prosigue el dicho del Sabio, es llamada suplicación o petición de la ofensa; y según esto, a ejemplo del profeta, debes hacer que en lo escondido de tu celda llore tu alma como otro San Pedro. No hay duda sino que el lugar donde lloramos nuestros pecados nos es favorecedor para con Dios, pues que desde él llaman nuestras lágrimas y suspiros a Dios mejor que la sangre de Abel llamaba a Dios desde la tierra.

Ítem favorece la celda nuestra caída, guardándonos de una y muchas caídas que daríamos y dan los que tropiezan a menudo fuera de ella, ofreciéndose ellos mismos a las caídas que no dieran si no salieran, como Dina, a ver lo que con sólo ser visto derriba y hace caer; según parece en David, que por salirse de su retraimiento a pasear por los corredores cayó en un lazo que le tenía armado el demonio para cuando saliese, del cual lo guardara su cámara si no saliera.

Favorece también la celda a los justos, siéndoles causa, si en ella permanecen, que suban a gran perfección. Por ende, añadió el Sabio que ensalzaba el ánima a la perfección de las virtudes como otra arca de Noé sobre los montes de Armenia.

Alumbra también los ojos del ánima, que tanto más claramente ven las cosas de Dios, por cuanto esto más se apartan nuestros ojos corporales de ver vanidades, retrayéndose en la celda, donde, como otro Tobías, serán alumbrados a cosas mayores, si se sientan con reposo en la celda secreta para pensar en Dios.

Danos también sanidad del mal de él, donde la celda es enfermería donde se retraen a ser curados los que Dios con su amor hiere; y tiene esta enfermedad tal condición, que no puede ser curada sino por aquel que la causó, y en parte conforme al lugar do fue causada. Dios la causó en el secreto corazón y El la viene a curar en la secreta celda.

Dice también el Sabio que da vida la celda, porque en ella resucita Cristo a la doncella, que es nuestra ánima, para que viva nueva vida con el espíritu de Cristo y el corazón nuevo que le cría el Señor.

Da lo último bendición, porque los permanecientes en las celdas son benditos del Señor, según se figura en Jacob, que por ser hombre recogido, que apenas salla de casa, alcanzó la bendición que perdió Esaú por salirse a caza. Según esto, mucho debe todo religioso ser amigo de la celda y guardarse de salir de ella cuanto más pudiere, examinando primero entre sí la causa de su salida y castigar en sí mismo, según dice nuestra letra, la salida sin provecho.

En favor de las cosas ya dichas dice San Bernardo: Imposible es afirmar el hombre fielmente su ánimo en una cosa, si primero no tuvo fijo su cuerpo perseverando en algún lugar; porque el que se procura huir la enfermedad del ánimo, pasándose de un lugar a otro, es como el que huye la sombra de su cuerpo; húyese a sí mismo y tráese al derredor; múdase el lugar y no el ánimo; en toda parte se halla a sí mismo, salvo si la mudanza no lo hace peor, así como suele dañar al enfermo que, llevándolo de un lugar a otro, lo atormenta. Y Gersón dice que en ninguna manera debe algún religioso salir de su monasterio a morar a otra parte de su voluntad si manifiesta o grandísima ocasión de pecado mortal no interviene, la cual debe huir, si no es fingida del falso temor, que teme do no hay que temer.

Es tanta la astucia y maña que el demonio pone para distraer los varones recogidos, que anda buscando mil ocasiones por darles solamente qué pensar y ponerles algún cuidado en el corazón que les desasosiegue, mediante algunas cosas de más daño que provecho; y póneles en la memoria la sucesión de tal o de tal negocio, y qué podrá suceder de esto y qué podrá suceder de lo otro.

Contra la malicia del demonio, que anda por hacerte salir de ti mismo, has de ser avisado, lo uno en desechar y apartar de ti, cuanto posible fuere, toda cosa que te sea causa de algún pensamiento, ahora sea malo o bueno o indiferente; y no te maravilles porque haya dicho bueno, ca muchas veces acarrea el demonio buenos pensamientos al varón recogido por lo inquietar y traerlo a malos. Tú debes negociar y concluir todos tus negocios cuanto más presto pudieres, por solamente no tener en qué pensar, en tal manera que, preguntándote a ti mismo si tienes qué hacer o en qué pensar, puedas responderte que no, sino que estás muy pronto para guardar la fiesta del Señor y las fiestas de las fiestas (Lev 23,44), que no son otra cosa sino descanso y holganza tuya y de tu Dios (Dt 5,14), en la cual fiesta aun las obras penales de penitencia cesan, como parece en Judit (Jdt 8,6), que ayunaba todos los días de su vida, sacados los sábados, porque, según dice el profeta (Is 58,13), este sábado, que es la holganza del recogimiento, ha de ser llamado sábado delicado, en el cual no hemos de hacer otra cosa sino holgar con el Señor, sepultándonos y encerrándonos en nuestros corazones, esperando cosas mayores.

Esto que hemos dicho se incluye en el mandamiento de guardar espiritualmente la fiesta del Señor, según se escribe en el Éxodo, adonde se dice (Ex 16,29): Huelgue cada uno acerca de sí mismo, y ninguno salga de su lugar. No podemos holgar acerca de nosotros mismos si no cesan del todo los cuidados exteriores que nos sacan de nuestro lugar, que es nuestro recogimiento; y tanto más holgaremos cuanto más cesaren.

Lo segundo que debes hacer ha de ser en remedio de lo primero, y es que, pues no podemos así descargarnos de los terrenos cuidados, a lo menos tengamos este aviso, que, cuando vinieren los negocios al pensamiento, se despachen presto, sin vacilar mucho en ellos, como si dijeses a ti mismo: De este negocio, a la mejor parte, se podrá seguir esto y esto, y si va a la peor parte podrá parar en esto o en esto; guíelo el Señor por do le pluguiere; tan buen corazón entiendo de hacer a lo uno como a lo otro; baste la pena que me dará cuando viniere, sin que desde ahora me comience atormentar.

El determinar hombre, tiempo y lugar para lo que hubiere de hacer o pensar aprovecha mucho para no salir de sí a cada paso y tener algunas horas o días para darse a la vacación del espíritu, en la cual se ve cuán suave es el Señor.

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MensajePublicado: Mie Ene 07, 2009 5:32 pm    Asunto:
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CAPÍTULO V.

DE OTRAS MALAS SALIDAS



Otra salida hay muy más sin provecho que las ya dichas; la cual suele amonestar el demonio a algún religioso debajo de alguna buena razón, porque a los buenos nunca él los engaña sino debajo de algún buen parecer, para después traerlos poco a poco, si pudiera, a que den algún desmán, como hace el que pesca con anzuelo cubierto con cebo engañoso, y espera que pique recio; y si ve que es pez grande, no tira luego con fuerza para lo echar fuera, sino con alguna maña lo atrae a la orilla, y de allí fácilmente lo hace salir. Así hace el demonio, cauteloso, con algunos religiosos, cubriéndoles el anzuelo de su engaño con una blanda y falsa razón que les representa, para que salgan de su religión; la cual delante de los ojos del hombre humano tiene alguna apariencia, aunque sea verdad esté otra cosa debajo. Desde que ve el demonio que comienzas a picar, deseando tibiamente la exención y el salir, espera para te prender cuando piques recio determinándote a ello; y no te echa luego fuera, sino búscate por algunos rodeos oportunidad de haber el breve que abrevia tu perfección; y en viniendo hácete salir fuera del agua a lo seco, donde mueras presto sin zumo de devoción; y después de salido te hace conocer los males grandes que estaban o están debajo del breve escondidos, para que ames abiertamente lo menos bueno y sin engaño te engañes ya a la clara, por que no tengas excusa.

Y por que no me tengas por atrevido en haber dicho que hay no breves males encubiertos en el breve y corte que tú buscas, oye a San Bernardo, que dice a un pariente suyo que se había pasado a otra religión más abierta: ¡Oh mancebo sin seso!, ¿quién te engañó para que no pagases los votos tuyos que tus labios pronunciaron? O ¿no sabes que por tu boca has de ser condenado o justificado? ¿Para qué te halagan vanamente con la relajación apostólica, pues que la divina sentencia tiene tu conciencia atada? La sentencia de Dios dice (Lc 9,62): El que pone la mano en el arado y mira atrás no es convenible para el reino de los cielos. ¿Por ventura hacerte han creer que esto no es mirar atrás los que te dicen: habe placer, habe placer?

Hijuelo, si te dieren leche, halagándote, los pecadores, no consientas con ellos; no quieras creer a todo espíritu (1 Jn 4,1); ten muchos amigos, y de mil sea uno el consejero (Eclo 6,6); quita las ocasiones; desecha las blanduras; cierra las orejas a las lisonjas; pregunta a ti, pues tú te conoces mejor que otro te pueda conocer. Mira tu corazón; examina tu intención; aconséjate con la verdad; respóndate tu conciencia: ¿Por qué te fuiste? ¿Por qué dejaste tu orden y tus hermanos y tu lugar, y a mí, que era cercano a ti en la carne y más en el espíritu?

Si por vivir más estrechamente y con más rectitud y más perfectamente lo hiciste, está seguro, pues no miraste atrás; mas gloríate con el Apóstol, diciendo (Flp 3,13): Olvidando las cosas que están atrás, me extiendo a las que están delante y sigo la palma de la gloria; empero, si de otra manera va el negocio, no quieras saber, altivo, mas habe temor; y perdonándome tú, digo que cualquier cosa que das a ti mismo de más en el comer y en el vestido superfluo, en las palabras ociosas y en el discurso curioso y atrevido, todo lo que añades a ti más de lo que acerca de nos prometiste y guardaste, es sin duda mirar atrás y pecar y apostatar.

En breve ha tocado muy bien San Bernardo cuán dañosa sea la salida de la orden al religioso, aunque para ello tenga dispensación; y la razón es porque casi siempre acaece la dispensación ser disipación por la falsa relación hecha al que la concede.

Pues que así es, no esperes a castigar esta salida tan dañosa después; mas antes que sea debes proveer en el daño que hará cuando viniere, el cual se figura en el libro de los Reyes, do se pone la salida y el castigo grande que hizo Salomón en el que no guardó el juramento, de los cuales se dice (1 Re 2,36-37): Envió el rey Salomón a llamar a Semeí y díjole: Edifica para ti una casa en Jerusalén, y mora allí, y no salgas desde a un cabo ni a otro, porque sábete que cualquier día que salieres y pasares el arroyo de Cedrón has de ser muerto. Esto, según se dice en el mismo capítulo, aprobó Semeí, y dijo ser cosa buena, y que él la guardaría; mas después, vencido por pequeña ocasión, quebrantó el juramento y cayó en la pena que le impusieron, de la cual no se puede excusar.

El verdadero rey Jesucristo, Redentor nuestro, envía llamar a Semeí cuando envía su santa inspiración y ángel que mueva el corazón de alguno para que en la pacífica Jerusalén, que es la religión, haga para sí morada votando de permanecer en ella; y el que, como Semeí, oye la inspiración y la aprueba y vota con promesa de juramento solemne, hace mandamiento para sí lo que antes le era consejo; y por tanto no ha de tomar Dios menor cuenta a los tales de los consejos que de los mandamientos, según lo hizo Salomón a Semeí, al cual reprehendió gravemente porque había quebrantado el juramento de Dios, que es el voto, el cual, aunque es más que juramento, harto se declara en llamarse juramento de Dios y mandamiento de rey.

Y porque los votos esenciales de las religiones son tres, se dice que después de tres años salió Semeí de Jerusalén, y fue castigado por haber menospreciado el juramento de Dios y preciado mucho a sus siervos, que por los tener él mal vezados y no tan domésticos como debiera se le habían ido, y para ir luego tras ellos aparejó su asno, en el cual lo llevaron después a la muerte.

Si tienes tus siervos, que son tus deseos, mal regidos, y se te van a cosas no licitas, no aparejes tu asno, que es tu cuerpo, para ir tras tus malas codicias, por que no te venga un mal tras otro y se pierda todo: no se enseñoreen de ti los de tu casa, y serás sin mancilla.

Si salieren tus malos deseosa vaguear, no sean tus pies ligeros para seguirlos, si no quieres de Semeí, que quiere decir obediente, ser hecho varón de muerte y que venga sobre ti, a lo menos en género de circunstancia agravante, todos tus males pasados, como sobre el otro, al cual reprehendió Salomón los males que había hecho contra David, su padre.

De estas y de otras salidas malas y que tienen sabor de mal te has de guardar; porque el recogimiento del corazón presupone el recogimiento del cuerpo, el cual si tú menosprecias serás menospreciado.

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MensajePublicado: Mie Ene 07, 2009 5:49 pm    Asunto:
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CAPÍTULO VI.

DE ALGUNAS BUENAS SALIDAS



Dejadas estas salidas, hay otras buenas, porque unos salen fuera, como San Pedro, en muy amargas lágrimas llorando manifiestamente sus pecados (Mt 26,75). Otros salen fuera del mundo a orar al Señor, a ejemplo de Moisés (Ex 10,6), que para orar con sosiego salió de la casa del rey Faraón, y luego le fue otorgado lo que demandaba al Señor. Donde, si tú quieres ser más perfecto y prestamente oído del Señor, debes salir de las cortes a orar, porque no son ellas casas de oración, sino de hombres mundanos, por los cuales debes orar como el santo profeta, mas saliendo de entre ellos.

Otros hay que, a ejemplo de Josué (Ex 17,10), salen a pelear contra Amalec, que es el demonio, con el cual no hemos de pelear sino saliendo del pecado y de las ocasiones de él; lo cual se figura en esta salida de Josué, que salió de Egipto al desierto, donde hubo más gloriosa la victoria.

Otros salen, a ejemplo de Isaac (Gen 24,63), a meditar y pensar las cosas de Dios en el campo de la universal criatura; viendo el cielo sembrado de estrellas, y la tierra de flores, y el agua de peces, y el aire de aves, contemplan de esto el Criador de estas cosas por muchas vías.

Otros salen huyendo persecuciones y enojos y contenciones a ejemplo de David, que salió de la ciudad huyendo de su hijo Absalón, que lo perseguía crudamente; y quiérense éstos conformar a Cristo, que por condescender a nuestra flaqueza se salla de Jerusalén de entre los fariseos que le querían beber la sangre y despedazaban su fama.

Otros salen de la alta contemplación a pensar en la hora y punto de su muerte, como Elías (1 Re 19,9-13), que, estando en el monte de Dios, se puso a la puerta de la cueva, que tenía figura del sepulcro, desde la cual contempló el juicio de Dios que había de pasar delante de él y las cosas que han de antevenir el juicio, que son muchas.

Dejadas estas salidas, más tocadas que declaradas, es también de notar que hay otras buenas más espirituales que corporales, donde acontece a los que llevan la vía del recogimiento salir en voces o en gestos exteriores. Las voces son una manera de gritos agudos muy sonables y penetrativos, y que no se determinan a palabra alguna, porque no proceden de la voluntad del hombre, tu se dan estos gritos adrede, ni vienen sobre pensado, sino por una manera de sobresalto y un alarido que se levanta del corazón, que no le pueden los tales evitar ni aun detener después de comenzado.

Hay, empero, dos maneras de estos gritos, que unos tienen principio en alguna ferviente meditación con que los varones dados a Dios suelen mover su ánima; la cual siendo muy movida y estimulada, sale algunas veces en aquellos gritos no pensados, como quebrando en ellos todo su deseo.

Otra manera hay de gritos, o voces, o gemidos que se causan de un fuego que se enciende en el corazón no por nuestra mano, y crece a las veces tanto, que, si no quebrase en gemidos o gritos, reventarían los pechos; y aun a las veces sin nada de esto, andando el ánima olvidada de sí en algunos negocios, cuando torna a se acordar da un grito muy alto y muy delgado que parece ponerlo en el cielo. Generalmente acontece que después de estas salidas en gritos y voces queda algún descontento en el ánima, el cual o puede venir por algún empacho de haber sido oído, o porque de hecho se siente menos gracia después que antes, o por la flaqueza que el ánima conoce en sí, pues no se pueden sufrir en cosas pequeñas.

Allende de conocer el varón recogido que estas voces son contra su voluntad, pues él no pensó dar la voz antes que la diese, ni cayó en ella hasta que la oyó y la sintió, ve también que no procede de su voluntad, porque acontécele muchas veces probar a dar otra voz semejante a la pasada y no puede ni la acierta a dar hasta que de suyo sale del corazón no fingida ni pensada.

Pues que estas voces son tan fuera de la disposición del hombre exterior y que no forman palabra alguna, no hay duda sino que el espíritu del hombre obra según sus espirituales movimientos, principalmente y en la parte más alta del ánima, aunque en algo se sirve de lo corporal. Onde conforme a esto conocí yo un varón recogido, que despertó de un sosegado dormir oyendo cantar a su misma ánima, que de dentro de su pecho enviaba una voz que parecía llegar al cielo con un tiple muy delgado; y la voz le pareció la mejor que jamás oyó ni espera oír mientras viviere en la carne, y no la oyó con los oídos corporales, ni la cantaba con los labios exteriores; del cual canto quedó tan consolado, que aun cada vez que se le acuerda y mira en ello se goza mucho.

Otras salidas exteriores hay en gestos que se conocen de fuera, y en unas bramuras que los no experimentados piensan ser cosa mala, y aun los que padecen esto querrían a las veces carecer de ello y no lo pueden evitar, porque no está en su mano; es alzada por fuerza la cabeza algunas veces tan fuertemente, que no se puede excusar por industria humana; y si él mismo prueba a alzar otra vez la cabeza por la forma y manera primera, no puede ni sabe.

Aunque estas salidas ya dichas sean buenas en la raíz de donde proceden, empero, sano y muy bueno consejo es que ponga el hombre todo su estudio y saber para esconder estas cosas que de fuera parecen cuanto en sí fuere; y puesto que a los medios o a los fines, cuando el espíritu del que tiene poder se ha enseñoreado del nuestro, no podamos evitar estas cosas, según he dicho, podrás a los principios, si miras en ello y estás sobre aviso para estorbar toda cosa que de fuera parezca; y para esto guárdate mucho de suspiros y gemidos y meneos corporales en la oración, si te sintieres sin ellos harto inflamado en el amor de Dios; y según este consejo del aviso, que debes tener en los principios para evitar esto, acontecerte ha que dentro en tu ánima sentirás espiritualmente algunos movimientos que te parecerán que son corporales y que los otros lo han visto, y por la costumbre de reprimir los miembros exteriores verás que no han correspondido las cosas de fuera con las de dentro, y tanto serán más perfectas las interiores cuanto menos de estas otras estuvieren asidas.

De los que no pueden ya evitar estas salidas exteriores conocí yo un varón muy dado al recogimiento que, cuando era levantada su cara hacia el cielo, por que los otros no cayesen en ello comenzaba a hablar de las vigas de la casa y de la techumbre, como si adrede la estuviera mirando.

Si las voces o gestos exteriores, cualesquiera que sean, tienen principio en alguna cosa que se causa dentro en el pecho no se puede evitar de otra manera sino disimulando con lo de dentro, como que no paras mientes en ello ni haces caso de ello, sino que quieres pensar en otras cosas; y de esta manera aflojarán las cosas interiores, que más crecen mientras más te das a ellas.

Hablando en general, de esta manera podrás evitar las salidas del espíritu, por que no te hagas ídolo y pierdas por una parte más que ganes por otra; y aun muchas veces, si procedes en el negocio, te verás en vergüenza.

Otros remedios se podrían dar, vista la cualidad de la persona y otras circunstancias que podrían hacer al caso presente; empero, porque habla hombre en general, no puede dar avisos de cada persona por sí, ca sería imposible no vista la persona necesitada. Debes también notar acerca de esto que cuando, por evitar que no se muestre de fuera alguna cosa, cesa también lo de dentro, no solamente sería yerro estorbarlo, mas creo que sería pecado de repugnancia al Espíritu Santo. Por tanto, más estudio debes tener en conservar lo de dentro que en evitar la muestra de fuera; y si no sabes o no puedes tener tal manera que apartes lo uno de lo otro, sino que a los grandes deseos de dentro correspondan grandes voces de fuera, no tomes pena por ello ni tengas fatiga, porque, si de ello se escandalizaren algunos, serán los malos y no los buenos; y el escándalo no es dado, sino recibido, como el de los fariseos.

Onde, según esto, yo conocí a un religioso que sentía muchas veces crecer en su pecho gran devoción y cosas que lo convidaban mucho a que se llegase a Dios; y creciendo aquella gracia que sentía, no la podía sufrir sin dar grandes gemidos; y como se afrentase por ser de todos oído y no poder encubrir lo que sentía, fue a hablar a un santo varón y díjole: Si alguno sintiere dentro en sí algunas cosas que le hacen dar voces y gemidos, ¿sería bien evitarlas al principio, derramando el corazón para que no se mostrase de fuera? A esto le respondió: Dios se niega en secreto a los que se le niegan en público, y por no perder su secreta comunicación, no debemos estorbar lo que públicamente quisiere obrar en nosotros, para que en todo sea glorificado.

Esto dijo uno que, puesto que de fuera mostraba muchas de las cosas ya dichas y no las podía evitar, mas también acontecía, según yo fui certificado, hallarlo en la cama arrobado, y comenzáronlo a amortajar pensando que estaba muerto; y desde que tornó en sí y se halló atados los muslos, dijo que así se los podían cortar sin que él sintiera alguna cosa.

En todas las cosas dichas hay haz y envés, y se suele mezclar mucha hipocresía.

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MensajePublicado: Lun Ene 12, 2009 7:52 pm    Asunto:
Tema: Tercer Abecedario Espiritual, por San Francisco de Osuna
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CAPÍTULO VII.

QUE NOS ENSEÑA CUÁL SEA MEJOR: ENTRAR DENTRO EN SÍ O SUBIR SOBRE SÍ



Suelen los que siguen el recogimiento, ya entrados algún tanto en el ejercicio, dudar cuál sea mejor, entrar el hombre dentro de sí mismo o levantarse encima de sí. A esto decimos, lo primero, que ambas estas cosas son de aquesta vía del recogimiento, y que sin recogimiento no se puede hacer lo uno ni lo otro. El entrar el hombre en sí mismo es principio del subir sobre sí; porque aquí también tiene verdad aquel común dicho del Señor que dice: El que se humillare, será ensalzado.

Estas dos cosas: entrar el hombre en sí mismo y subir sobre sí, o retraerse el ánima en sí, o subir en alto, son las dos cosas mayores que se hallan en este ejercicio, las que el hombre más debería procurar y las que más satisfacen al corazón del hombre. El entrar en sí se hace con menos trabajo que no el salir sobre sí; y, por tanto, me parece que, cuando el ánima está pronta e idónea para ambas cosas igualmente, debes entrar dentro de ti, porque el salir sobre ti, ello se vendrá sin tú procurarlo; resultando de lo primero, que es entrar dentro en ti, y será más puro entonces y más espiritual; empero, de estas dos cosas siempre debes seguir la que más tu ánima desea, porque para aquello debe tener más gracia y favor.

Algunas veces acaece que se halla bien el ánima no se entrando en sí misma, ni subiendo sobre sí, mas en un medio, como quien está a la puerta, que ni quiere salir ni entrar; lo cual también es bueno si está cerrada la imaginación y hay algún contentamiento en el mismo recogimiento; de otra manera engaño debe de ser a menores bienes. Y lo que más debes procurar es levantar el espíritu o recogerlo dentro de ti, y no lo dejes ir a parte ninguna, sino que o junto entre dentro o junto se levante sobre ti, estando siempre entero en sí; según aquello que San Pablo dice (1 Tes 5,16-24): Gozaos siempre, orad sin entreponimiento, haced gracias en todas las cosas, porque ésta es la voluntad de Dios en Cristo Jesús para todos vosotros; no queráis matar el espíritu, no queráis menospreciar las profecías; mas probad todas las cosas y tened lo que es bueno; apartaos de toda especie mala. El Dios de paz os santifique por todas las cosas, para que vuestro espíritu entero y ánima y cuerpo se guarde sin querella en la venida de nuestro Señor Jesucristo; fiel es el que os llamó, el cual también obrará.

En estas palabras toca el bienaventurado San Pablo casi todo lo que hemos dicho.

En lo primero nos amonesta que siempre tengamos alegría en el Señor; que es, cuanto al caso presente, en entero contentamiento del estado que ya elegimos; el cual contentamiento es causa de evitar las salidas que viste, porque la falta de este contentamiento hace salir a muchos de donde no deberían.

Dice también que oremos sin hacer intervalo, que es proprio del recogimiento; porque no admite, si perfecto es, algún medio de criatura alguna, que es con un intervalo que estorba al ánima y la detiene, no dejándola llegar tan presto a Dios como querría.

Hemos también de hacer gracias en todas las cosas, atribuyéndolas todas a Dios; lo cual si hacemos, usaremos de armas de justicia a la diestra y a la siniestra, teniendo quietud y reposo para no salir en palabras de ira ni en otra cosa que nos derrame fuera de nos, porque ésta es la voluntad de Dios, que permitió en Cristo ser así hecho para la doctrina de todos.

Dice más el Apóstol, que no mates el espíritu por encubrirlo. Bien es que lo encubras según te dije; empero, mal es que lo mates; Si no lo puedes encubrir sin matarlo, no lo encubras; mas dale lugar que respire, por que no perezca en ti, que sin él pereces.

Las profecías que dice el Apóstol que no queramos menospreciar son muchos secretos que en el recogimiento revela Dios al ánima devota; los cuales debemos probar con el toque de la razón, para ver si son de nuestro proprio espíritu, que muchas veces profetiza lo que desea, o si son del espíritu de Dios, que nunca yerra; y si en algo halláremos alguna cosa que pareciere mala, debemos abstener hasta que conozcamos ser buena.

Dice que probemos todas las cosas; lo cual, refiriéndose a las salidas y entradas espirituales del ánima, querrá decir que lo bueno a tu espíritu es aquello en que se halla mejor y a lo que se siente irás inclinado; lo cual debe tener conservándolo en unidad, para que Dios, que es amador de la paz del corazón, te santifique, dándote su gracia por todas las vías ya puestas de entrar dentro de ti o saliendo sobre ti en espíritu entero. El cual no puede estar entero si el ánima se derrama por algunos de los sentidos; y el ánima, si falta la quietud y encerramiento corporal, tampoco puede estar entera; y por tanto dice el Apóstol (1 Tes 5,23) que el espíritu, que es lo más alto, y el ánima, que es la parte inferior, y el cuerpo han de guardarse enteros sin querella de murmuración o descontento; y esta guarda ha de ser para la venida del Señor al corazón, con que lo quiere hallar todo muy entero, como en la Virgen lo halló; la cual corporalmente estaba recogida y encerrada, pues que se dice que entró el ángel a ella, y su ánima estaba entera, pues creyó la palabra sustancial de Dios, que no entra por los sentidos, y consintió su espíritu al Espíritu Santo, que obró en ella sobreviniendo y siendo en unidad de espíritu de ella recibido, saliendo fuera de sí, como al camino que aparejado tenía a sólo Dios, el cual con el mismo espíritu virginal se infundió en sus entrañas, para obrar realmente lo que cada día obra espiritualmente en las ánimas santas en que se transforma.

En lo que más dice el Apóstol no hace sino dar confianza de estas cosas, aunque sean grandes; pues el mismo Dios que las inspira y hace desearlas cumple en los corazones que se aparejan para ello, estando siempre consigo mismos y castigando la salida sin provecho.

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MensajePublicado: Lun Ene 12, 2009 7:56 pm    Asunto:
Tema: Tercer Abecedario Espiritual, por San Francisco de Osuna
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DÉCIMO TRATADO

HABLA DE LAS LÁGRIMAS DEL RECOGIMIENTO, Y DICE: LÁGRIMAS SEAN TUS ARMAS POR LA GRACIA PELEANDO



CAPÍTULO I



Como sea cosa muy necesaria al hombre comunicarse con Dios y tener con Él alguna contratación y manera de negociar, menester es que busque tal forma para ello que tenga su pleito seguro.

Esto digo porque, según dice el santo Job (Job 9,2-3), si el hombre se pone a palabras con Dios, no le podremos responder a mil razones una. Si el hombre se quisiese justificar delante de él, nuestra misma boca nos condenaría; si quisiéremos traer testigos, ninguno osará dar testimonio de nuestra bondad; si quisiéremos traer allí nuestras justicias y obras santas, mostrarse han como paños muy manchados, que si de una parte se hallaren blancos, de otra estarán llenos de sangre; si te lavares como agua con aguas de nieve muy claras, y tus manos estuviesen muy esmeradas y limpias, teñírtelas ha Dios con mancillas, en tal manera que tus vestiduras te aborrezcan viéndote tan ajeno de limpieza; si quisieres llevar las cosas por vía de enojo a la ira de Dios, ninguno puede resistir; si pusieres fuerzas, es tan robusto y esforzado y poderoso, que delante de él parecerás hoja seca que lleva el viento; si quisieres llevar las cosas por astucia y arte secreta, es tan mañoso y sagaz, que vendrá a ti y no lo verás, e irse ha y no lo sabrás.

Estas cosas ha dicho el santo Job para mostrar cómo ninguno puede por justicia, ni por maña, ni por fuerza, ni por muchedumbre de palabras, ni por otra semejante manera, tratar con Dios y tener seguro su partido.

Dice que no lo podemos vencer con palabras, para que teman los retóricos y muy hablados varones; y dice que ninguno se podrá justificar delante de Él, para que no tomen vanagloria los que se tienen por santos.

La astucia tampoco vale algo delante del Señor, por que los sabios conozcan que no saben lo que más han menester, que es valerse con Dios; y las fuerzas de los grandes señores y grandes soberbios menos valen que todo lo otro, según viste; de manera que ni hay consejo, ni fortaleza, ni saber, ni maña contra Dios. De todas las cosas está seguro, sino de nuestra letra, que, aunque parece de ninguna hacer mención, todas las incluye, diciendo: Lágrimas sean tus armas por la gracia peleando.

Las cosas que por sí no valen para con Dios, envueltas con las lágrimas, valen mucho; y ellas en sí por una manera de mayor valor, incluyen todo lo demás; porque de la maravillosa retórica y compuesto hablar de las lágrimas dice San Máximo: Las lágrimas no demandan perdón, mas merécenlo. No dicen la causa, empero alcanzan misericordia; porque las palabras algunas veces no manifiestan todo el negocio, empero las lágrimas producen y echan fuera y ponen delante toda la afección.

De la justificación dice San Jerónimo, hablando del lloro, que las lágrimas no solamente justifican, mas que santifican al hombre. Y que las buenas obras con que el hombre se justifica sean muy favorecidas de las lágrimas parece por aquello que dice San Gregorio: Sacrificio seco es la buena obra que no se rocía con lágrimas de oración; y sacrificio muy grueso es la buena obra que, cuando se hace, es favorecida con la grosura de las lágrimas. Y que las lágrimas sean una maravillosa arte y disimulada astucia para con Dios, que le cavan el corazón, muéstrase en los Cánticos, donde se queja el esposo que tiene la cabeza llena de rocío (Cant 5,2); el cual no es otro sino las lágrimas que por su divinidad había llorado la esposa, de las cuales atraído y forzado viene ya rogando el que era rogado.

Ya no queda sino ver cómo las lágrimas son una manera de fuerza con que la de Dios se vence; lo cual hemos de probar por las palabras del mismo Señor, para que así seamos muy aficionados a ellas. Dice el Señor (Mt 11,12) que el reino de los cielos padece fuerza y que los esforzados lo arrebatan; y en otra parte dice que, si no nos tornamos como niños pequeños, no entraremos en el reino de los cielos (Lc 18,17); y no hay duda sino que la segunda sentencia no contradice a la primera; mas muestra que aquella fuerza que el reino de los cielos padece también la pueden hacer los niños; y es alcanzar a fuerza de lágrimas lo que de otra manera no pueden haber; lo cual vemos cada día que hacen; porque, cuando sus padres o madres no les quieren dar lo que demandan, permaneciendo en lloro los vencen; y así las lágrimas pueden más que las fuerzas, y con paz alcanzan lo que quieren, y juntamente inclinan a sus padres a los consolar con halagos y palabras dulces y a les enjugar las lágrimas de los ojos y a los abrazar dulcemente y apretar en sus pechos por los acallar. Conforme a lo cual dice Dios (Is 66,10-14): Gozaos con Jerusalén y alegraos en ella todos los que la amáis; gozaos con ella en gozo cuantos lloráis sobre ella, para que sacando el jugo, seáis llenos de los pechos de su consolación, y ordeñéis y abundéis en deleites de toda su gloria; a los pechos seréis traídos y sobre las rodillas os halagarán; así como si la madre hiciese juguetes al niño, así os consolaré yo, y en Jerusalén seréis consolados y veréis, y consolarse ha vuestro corazón, y vuestros huesos así como yerba retoñecerán, y será conocida la mano del Señor en sus siervos.

Bien hase conformado el Señor en estas palabras a la comparación del niño que llora delante de su madre; y por eso las endereza a los que lloran sobre Jerusalén la de arriba, que es madre nuestra; donde has de notar que este lloro no se endereza ni se dice a los santos que en ella están, ca éstos no tienen causa de lloro ni pueden llorar; mas dícese a los varones justos que desean ir allá y tienen en el corazón vivo este deseo con que desean ser desatados y estar con Cristo; estos tales lloran sobre Jerusalén, porque allá es su conversación, aunque están en la tierra, y no hay cosa que más los fatigue que la memoria del paraíso de Dios, según aquello del salmo (Sal 136,1): Asentámonos sobre los ríos de Babilonia, y allí lloramos cuando nos acordábamos de ti, Sión.

Ríos de Babilonia son todas las penas que manan del pecado, las cuales corren hasta el infierno; y los malos corren con ellas, porque no les bastarán, según son sus maldades, las penas presentes, sino que también han de ir a parar al infierno; mas los buenos están sentados sobre estos ríos, porque solamente han de sufrir los males presentes que pasan de ellos, quedándose ellos sentados y no pasando con el mundo, sino del mundo al Padre Eterno que los espera.

Y no dice David que lloraban por tener tan mal asiento como era estar sobre los ríos, que son las fatigas, sino por el deseo de Sión, que es el cielo donde se ve el Dios de los dioses. Onde, según éstos, más atormenta a los justos la dilación de la gloria a ellos prometida que todas las otras fatigas del mundo sobre las cuales están sentados sufriéndolas; empero, más sienten la ausencia de la santa Sión, y por ella lloran unas lágrimas muy de otra manera que las del Segundo Abecedario; las cuales de ligero remedia el Señor con su gracia, dando a gustar aquí algo de lo que acullá esperamos; y porque esto, según viste, mejor se alcanza por lágrimas que de otra manera, dice nuestra letra que sean lágrimas tus armas para alcanzar la gracia. De dos cosas hablaremos en esta letra: de las lágrimas tocantes al recogimiento y de la gracia que en él se recibe. Comenzaremos a decir algo.

Continuara...

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